viernes, 26 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 5


El dar vida a las potencialidades intelectuales y emocionales del hombre, el dar nacimiento a su yo, requiere actividad productiva.
No es el error, sino la inactividad lo que hace fracasar al hombre.
Sólo merece libertad y vida quien diariamente sabe conquistarlas. La realización de sí mismo únicamente es posible cuando se es productivo, cuando se puede dar vida a las propias potencialidades.
 

El amor y el pensamiento productivo

 
La paradoja de la existencia humana es que el hombre debe buscar simultáneamente la cercanía con los demás y la independencia; la unión con otros y al mismo tiempo la conservación de su individualidad.
La respuesta a esta paradoja y al problema moral del hombre, como lo hemos señalado es la “productividad”. Se puede estar relacionado con el mundo productivamente, obrando y comprendiendo.

Su poder de razonar lo faculta para atravesar la superficie y alcanzar la esencia de su objetivo al relacionarse activamente con él.
Su capacidad de amar lo faculta para atravesar el mundo que lo separa de otras personas y comprenderlas.
Aunque el amor y la razón son únicamente dos formas diferentes de comprender al mundo, y aunque el uno no es posible sin la otra y viceversa, son expresiones de diferentes poderes, el de la emoción y el del pensamiento, y por consiguiente, deben analizarse por separado.

Las personas creen que aman cuando se han “enamorado” de alguien. Llaman amor a su dependencia y a su posesividad. Creen en efecto, que no hay nada más fácil que amar, que la dificultad radica únicamente en encontrar el objeto adecuado y que su incapacidad para ser feliz en el amor se debe a su mala suerte de no encontrar el compañero adecuado.

El amor genuino está arraigado en la productividad. Algunos elementos básicos pueden ser considerados como característicos de todas las formas de amor productivo: el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento.

El cuidado y la responsabilidad denotan que el amor es una actividad, y no una pasión que nos vence o un afecto por el cual somos “afectados”: el amor y el trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo que se trabaja y se trabaja por aquello que se ama. El amor no puede separarse de la responsabilidad. La responsabilidad no es un deber impuesto a uno desde afuera, sino mi respuesta a algo que siento que me concierne. Ser responsable significa estar dispuesto a responder.

Amar a una persona productivamente implica cuidar y sentirse responsable de su vida; y no únicamente de su existencia física, sino del crecimiento y desarrollo de todos sus poderes humanos.
Amar productivamente es incompatible con ser pasivo, con contemplar la vida de una persona; implica cuidado y trabajo, y la responsabilidad por su desarrollo.
Amar a una persona productivamente significa estar relacionado con su esencia humana, con ella como representante de la humanidad.
La solidaridad humana es la condición necesaria para el despliegue de cada uno de sus individuos.

El cuidado y le responsabilidad son elementos constitutivos del amor, pero sin el respeto por la persona amada y su conocimiento, el amor degenera en dominación y posesión.
El respeto no es temor, indica la aptitud para ver a una persona tal como es, de ser consciente de su individualidad y singularidad. Además, no es posible respetar a una persona sin conocerla; cuidado y responsabilidad serían ciegos si no estuvieran guiados por el conocimiento de la individualidad.
La función de la razón es conocer, entender, captar y relacionarse con las cosas por medio de su comprensión.

Otro aspecto de la objetividad debe estar presente en el pensamiento productivo: el ver la totalidad de un fenómeno. Desarrollar un nuevo y más profundo punto de vista estructural de la situación.
La objetividad no significa indiferencia y desapego; significa respeto; o sea, la aptitud para no deformar y falsificar las cosas, a las persona y a uno mismo.
La pereza y la actividad compulsiva no son opuestos, sino dos síntomas del trastorno en el funcionamiento adecuado. El entorpecimiento de la actividad productiva da lugar a la inactividad o a la superactividad. El hambre y la fuerza, por ejemplo, nunca pueden ser condiciones para la actividad productiva. Por el contrario, la libertad, la seguridad económica y una organización de la sociedad en la cual el trabajo pueda ser la expresión más significativa de las facultades del hombre, constituyen los factores conducentes a la expresión de la tendencia natural del hombre a hacer uso productivo de sus poderes.








lunes, 22 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 4

La orientación productiva

El carácter de la personalidad normal, madura y sana ha sido apenas considerado. Este carácter llamado por Freud, el carácter genital, es definido por él como la estructura del carácter de una persona en la cual la libido oral y anal han perdido su posición de predominio, y funcionan bajo la supremacía de la sexualidad genital. La descripción de Freud no va más allá.

La “orientación productiva” de la personalidad se refiere a una actitud fundamental, a un modo de relacionarse con todos los campos de la experiencia humana. Incluye las respuestas mentales, emocionales y sensoriales hacia otros, hacia uno mismo y hacia las cosas. Productividad es la capacidad del hombre para emplear sus fuerzas y realizar sus potencialidades congénitas (desarrollar su dimensión espiritual).

Y si decimos que él “debe” emplear “sus” fuerzas, implicamos que debe ser libre y no dependiente de alguien que controla sus poderes. Implicamos además, que es guiado por la razón, puesto que únicamente puede hacer uso de sus poderes si sabe lo que son, como usarlos y para qué usarlos. Significa que se siente uno con sus facultades y al mismo tiempo que éstas no están enmascaradas y enajenadas de él.

Un tipo común de actividad improductiva es la reacción frente a la ansiedad, ya sea aguda o crónica, consciente o inconsciente, y que está frecuentemente en la raíz de las preocupaciones del hombre actual.

Similar es el tipo de actividad basado en la sumisión o dependencia a una autoridad.

Y otra parecida es la actividad del autómata. Aquí no encontramos una dependencia a una autoridad visible, sino más bien a una autoridad anónima tal cómo la que representan la opinión pública, las normas sociales, el sentido común o la “ciencia”. La persona siente y hace lo que supone que debe sentir o hacer; su actividad carece de espontaneidad en el sentido de que no se origina en la propia experiencia mental o emocional, sino en una fuente exterior.

Las pasiones irracionales se encuentran entre las fuentes más poderosas de la actividad. La persona que es impulsada por la avaricia, el masoquismo, la envidia, los celos o cualquier otra forma de avidez, es obligada a actuar; sin embargo, sus acciones no son ni libres ni racionales, sino opuestas a su razón y a sus intereses como humano. Es una persona activa, más no productiva.

Con el concepto de productividad no nos referimos a la actividad que necesariamente produce resultados prácticos, sino a una actitud, a un modo de reacción y de orientación hacia el mundo y hacia si mismo en el proceso de vivir. Lo que nos interesa es el carácter del hombre, no su éxito.

Cuando carece de potencia, la forma de relación del hombre con el mundo se pervierte, convirtiéndose en un deseo de dominar. El dominio nace de la impotencia y a la vez la acrecienta, pues si un individuo puede forzar a otro a que le sirva, su propia necesidad de ser productivo se va paralizando gradualmente.

El mundo exterior puede ser experimentado básicamente de dos maneras: “reproductivamente”, percibiendo la realidad del mismo modo que una película; y “generativamente”, concibiéndola, vivificándola y re-creando este nuevo material por medio la actividad espontánea de los propios poderes mentales y emocionales.

Es muy frecuente en nuestra cultura la atrofia relativa a la capacidad generatriz. Por otra parte, la persona que ha perdido la capacidad de percibir la realidad es un loco. El psicótico construye un mundo interior de realidad en el cual parece tener plena confianza, vive en su propio mundo. La verdadera realidad ha sido eliminada y una interior ocupa su lugar.

El ser humano normal es capaz de relacionarse con el mundo simultáneamente, percibiéndolo tal como es y concibiéndolo animado y enriquecido por sus propias facultades. La presencia de ambas capacidades, la reproductiva y la generatriz, es una condición previa para la productividad, son dos polos opuestos cuya interacción es la fuente dinámica de la productividad, algo nuevo que brota de ésta interacción.





 

viernes, 19 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 3

El carácter

Puede considerarse al sistema caracterológico  como el substituto humano del aparato instintivo del animal. Nuestra segunda naturaleza. Una vez que la energía ha sido encauzada de cierta manera, la acción se produce como “fiel expresión del carácter”.
Un determinado carácter puede ser indeseable desde el punto de vista ético, pero al menos permite a la persona actuar con relativa consistencia y la releva de la penosa tarea de tener que tomar cada vez una decisión nueva.

Tipos de carácter

Las orientaciones improductivas:

a) La orientación receptiva.

La persona siente que la “fuente de todo bien” se halla en el exterior y cree que la única manera de lograr lo que desea -ya sea algo material, sea afecto, amor, conocimiento o placer- es recibiéndolo de esa fuente externa. Tales personas tienden a no discriminar en la elección de los objetos de su amor. Se prenden de cualquiera que les ofrezca amor o algo parecido. Son muy sensibles a todo rechazo. Muestran una clase particular de lealtad, en cuya base se encuentra la gratitud por la mano que les alimenta y el temor de llegar a perderla. Les resulta difícil decir “no” y se ven fácilmente enredadas entre lealtades y promesas conflictivas. Puesto que no pueden decir “no”, les place decir “si” a todo y a todo el mundo, y la parálisis de sus facultades críticas resultante aumenta constantemente su grado de dependencia de otros.

El tipo receptivo se caracteriza por su gran afición a la comida y a la bebida. En sus sueños, el ingerir alimentos es un símbolo frecuente de ser amado; el sufrir hambre, una expresión de frustración o desengaño. En general son optimistas y cordiales, pero se tornan ansiosos cuando ven amenazada su “fuente de abastecimiento”. A menudo tienen un deseo genuino de ayudar a otros, pero el hacer algo por los demás lleva el propósito de asegurar su favor.

b) La orientación explotadora

Igualmente, tiene como premisa básica el sentir que la fuente de todo bien se encuentra en el exterior. La diferencia con la receptiva consiste en que el explotador no espera recibir cosas de los demás en calidad de dádivas, sino quitándoselas por medio de la violencia o la astucia.
En el terreno del amor y del afecto, estos individuos tienden a robar y arrebatar. Su lema es “Los frutos robados son mejores”. Esta orientación parece estar simbolizada por la boca en actitud de morder. Toda persona representa para ellos un objeto de explotación y es juzgado de acuerdo a su utilidad. Resaltan la suspicacia y el cinismo, envidia y celos.

c) La orientación acumulativa

Esta hace que la persona tenga poca fe en cualquier cosa nueva que pueda obtener del mundo exterior; su seguridad se basa en la acumulación y en el ahorro, en tanto que cualquier gasto se interpreta como una amenaza.
El amor es para ellos esencialmente una posesión; no dan amor, sino tratan de lograrlo poseyendo al “amado”. Su sentimentalismo les hace sentir que todo pasado fue mejor. Pueden saberlo todo, pero son estériles e incapaces de pensar productivamente. Sus facciones son características de su actitud de retraimiento. El tipo acumulativo es metódico en todas sus cosas, pero al igual que con sus recuerdos, su método es rígido y estéril.
El mundo exterior representa para él una constante amenaza que puede abrir una brecha en su prisión fortificada. Un constante “no” es la defensa casi automática contra la intromisión. La muerte y la destrucción poseen para ellos mayor realidad que la vida y el crecimiento. Su lema: ”nada nuevo hay bajo el sol”. La intimidad constituye una amenaza en su relación con los semejantes.

d) La orientación mercantil

Es la orientación del carácter que está arraigada en el experimentarse a uno mismo como una mercancía, y al propio valor como un valor de cambio. La persona no se preocupa tanto por su vida y felicidad como por ser “vendible”.
El grado de inseguridad resultante de esta orientación difícilmente podrá ser sobrepuesto. De aquí que el individuo se sienta impulsado a luchar inflexiblemente por el éxito y que cualquier revés sea una grave amenaza a la estimación propia.
Si las vicisitudes del mercado son los jueces que deciden el valor de cada uno, se destruye el sentido de la dignidad y del orgullo.
El modo en que uno experimenta a los demás no difiere del modo como se experimenta a sí mismo. De igual forma, la diferencia entre los individuos se reduce a un elemento común: su precio en el mercado. Su individualidad, aquello que les es peculiar y único, es algo carente de valor y de hecho un lastre. “Igualdad” ha llegado a ser sinónima de “indiferencia” y es ciertamente la indiferencia lo que caracteriza la relación del hombre modero consigo mismo y con sus semejantes. Todos saben como se sienten los demás, porque cada cual se encuentra en la misma situación: solo, con miedo al fracaso y ansioso por agradar; en esta batalla no se espera ni se da cuartel.

El carácter superficial de las relaciones humanas conduce a que muchos estén esperanzados de poder encontrar profundidad e intensidad de sentimiento en el amor individual. Empero, el amor hacia una persona determinada y el amor al prójimo es indivisible; las relaciones amorosas constituyen en cada cultura solamente una expresión más intensa del vínculo de unión que prevalece entre los hombres de esa cultura. Es una ilusión, por consiguiente, esperar que la soledad del hombre, arraigada en la orientación mercantil, pueda remediarse con el amor individual.

El pensamiento, al igual que el sentimiento, es determinado por la orientación mercantil. Estimulado por una eficiente y extensa educación, esto conduce a un alto grado de inteligencia, pero no de razón. Para los propósitos de manipulación todo lo que es necesario saber son los rasgos superficiales de las cosas. La “verdad”, que sería descubierta mediante la penetración en la esencia de los fenómenos, se vuelve un concepto anticuado.
La mayor parte de los test de inteligencia se concretan a este tipo de pensamiento; su objeto no es tanto medir la capacidad para el razonamiento y la comprensión, como medir el grado de capacidad de rápida adaptación mental a una situación dada; “test de adaptación mental” sería el nombre adecuado para ellos.

La Psicología, que la gran tradición del pensamiento de occidente postuló como condición para la virtud, el arte de vivir y la felicidad, ha degenerado en un instrumento útil para un mejor manejo de los demás y de uno mismo, dentro de las empresas, en la propaganda política, en los anuncios, etc.






miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 2


Ética subjetivista vs Ética objetivista

La ética humanista es la ciencia aplicada del “arte de vivir”. El impulso de vivir es inherente a cada organismo. ¿A que se debe el que en nuestra era se haya perdido el concepto de la vida como un arte?
A pesar de todo el énfasis que la sociedad moderna ha puesto en la felicidad, en la individualidad y en el propio interés, ha ensañado al hombre a sentir que no es la felicidad (o la salvación) la meta de su vida, sino su éxito o el cumplimiento de su deber de trabajar. El dinero, el prestigio y el poder se han convertido en sus incentivos y en sus metas.

El fin de la vida del hombre, por consiguiente, debe ser entendido como el despliegue de sus poderes de acuerdo con las leyes de su naturaleza. El deber de estar vivo es el mismo que el de llegar a ser sí mismo, de desarrollarse hasta ser el individuo que cada uno es potencialmente.

En la Ética Humanista, lo “bueno” es la afirmación de la vida, el despliegue de los poderes espirituales del hombre. La “virtud” es la responsabilidad hacia la propia existencia. Lo “malo” lo constituye la mutilación de las potencias del hombre. El “vicio” es la irresponsabilidad hacia sí mismo. Estos son los principios de una ética humanista objetivista.

La Ciencia del Hombre 

Los pensadores autoritarios han asumido por conveniencia la existencia de una naturaleza humana, a la cual consideraron fija e inmutable, y a la cuál hay que adaptarnos. Pero los hallazgos de la Antropología y de la Psicología parecen establecer la infinita maleabilidad de la naturaleza humana. La naturaleza humana no es fija, ni la cultura es un valor invariable al que se adapte la naturaleza humana en forma pasiva y completa.

El conocimiento del hombre es la base para poder establecer normas y valores.
La felicidad, que es el fin del hombre, es el resultado de la “actividad” y del “uso”; no es un bien apacible o un estado de la mente. La felicidad no es  fin en sí mismo, sino aquello que acompaña a la experiencia del aumento en potencia; la impotencia, en cambio, es acompañada por la depresión.

La naturaleza humana y el carácter


El hombre nunca está libre de la dicotomía de su existencia: no puede liberarse de su mente, aunque quisiera; no puede desembarazarse de su cuerpo mientras viva, y su cuerpo, le hace querer estar vivo.
El dinamismo de su historia es intrínseco a la existencia de la razón, la cual lo fuerza a desarrollar y a crear mediante ella, un mundo propio en el que pueda sentirse como en su hogar, consigo mismo y con sus semejantes.
No existe ningún “impulso de progreso” innato en el hombre; es la contradicción inherente a su existencia la que lo hace seguir adelante. Habiendo perdido el paraíso -la unidad con la naturaleza- se ha convertido en el eterno peregrino. Se ve empujado a superar esta división interna, atormentado por una sed de “absoluto”; con una nueva armonía que logre levantar la maldición que lo separó de la naturaleza, de sus semejantes, de sí mismo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 1


 
Ética y Psicoanálisis

Fromm, E,
 
La psicología no solamente debe desbancar juicios éticos falsos. Sino que debe ser la base para la elaboración de normas válidas y objetivas de la conducta.

Los problemas de la ética no deben omitirse en el estudio de la personalidad. Los juicios de valor que elaboramos determinan nuestras acciones y sobre su validez descansa nuestra salud mental y nuestra felicidad.

La neurosis misma es, en último análisis, un síntoma de un fracaso moral. Un sistema neurótico es en muchos casos la expresión específica de un conflicto moral, y el éxito del esfuerzo terapéutico depende de la comprensión y de la solución del problema moral de la persona.

Es imposible comprender al hombre y a sus perturbaciones emocionales y mentales sin comprender la naturaleza de los conflictos de valor y de los conflictos morales. El progreso de la Psicología no radica en la dirección del divorcio de un supuesto “campo natural”, de otro supuesto “campo espiritual” y que enfoca su atención sobre el primero; sino en el retorno a la gran tradición de la Ética Humanista que contempló al hombre en su integridad física y espiritual creyendo que el fin del hombre es ser él mismo y que la condición para alcanzar esta meta es que el hombre sea “para sí mismo”.

Nuestro conocimiento de la naturaleza humana no conduce al relativismo ético, sino que nos lleva a la convicción de que la fuente de las normas para una conducta ética han de encontrarse en la propia naturaleza del hombre, que las normas morales se basan en las cualidades inherentes al hombre y que su violación origina una desintegración mental y emocional.

Intentaré demostrar que la estructura del carácter de la personalidad integrada y madura -el carácter productivo- constituye la fuente y la base de la “virtud”, y que el “vicio”, en último análisis es la indiferencia hacia uno mismo y una auto-mutilación. Si el hombre a de confiar en valores tendrá que conocerse a sí mismo.

Ética Autoritaria vs Ética Humanista

En la ética autoritaria una autoridad establece lo que es bueno para el hombre, y prescribe las leyes y normas de conducta; en la ética humanista es el hombre mismo quién da las normas y es a la vez el sujeto de las mismas, su fuente formal y el sujeto de su materia.

La autoridad racional tiene su fuente en la competencia. En tanto que ayuda competentemente en lugar de explotarlos. Su autoridad no requiere de terrores irracionales.

La fuente de la autoridad irracional, por otro lado, es siempre el poder sobre la gente. La ética autoritaria niega formalmente la capacidad del hombre para saber lo que es bueno y lo que malo. Tal sistema no se basa en la razón ni en la sabiduría, sino en el temor a la autoridad y en el sentimiento de debilidad y dependencia del sujeto. Materialmente, resuelve la cuestión de lo que es bueno o malo considerando, en primer lugar, los intereses de la autoridad.

Los fundamentos de nuestra capacidad para diferenciar lo bueno y lo malo se establecen en nuestra primera infancia, primero en relación con funciones fisiológicas y después en relación con asuntos más complejos de conducta. Los juicios de valor se forman como resultado de las reacciones cordiales u hostiles de las personas que ocupan un lugar de importancia en su vida.

El temor a la desaprobación y la necesidad de aprobación parecen ser en verdad, los más poderosos motivos del juicio ético. El niño “bueno” puede estar atemorizado e inseguro, queriendo solamente complacer a sus padres sometiéndose a su voluntad, mientras que el niño “malo” puede poseer una voluntad propia e intereses genuinos que, sin embargo, no son del agrado de sus padres.

La rebelión es el pecado imperdonable en la ética autoritaria. Una de las características de la naturaleza humana es que el hombre encuentra su felicidad y la realización plena de sus facultades únicamente en relación y solidaridad con sus semejantes.

El amor es el propio poder del hombre, por medio del cual se vincula a sí mismo con el mundo y lo convierte en realmente suyo.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Lo que verdaderamente dijo Jung, parte 3


Animus y Anima

La integración de lo masculino y lo femenino.

Una síntesis descriptiva del proceso de individuación hasta el momento, podría ser el siguiente: hemos ido aprendiendo a caminar en la verdad “aflojando” la máscara, haciendo que el mundo externo mismo se haga más lúcido, con mayores contornos y detalles para la conciencia. Hemos aprendido a buscar la verdad de nosotros mismos, independizándonos de la conciencia colectiva, aprendiendo a vivir a partir de nuestro interior, de lo que auténticamente sentimos y pensamos.

Al confrontarnos con nuestra sombra, también nos hemos ido reconciliando gradualmente con nuestra historia. Esos acontecimientos vergonzosos, esas personas o sucesos que han sido para nosotros causas de temor o de resentimiento; esos eventos penosos, dolorosos; esos temas que siempre han sido un poco tabú por el temor que nos inspiran; en fin, todo ese “mundo” del cual en el fondo no hemos querido saber nada.

Al entrar en nuestra conciencia, tales hechos nos han enriquecido con nuevas energías, o han disminuido las que nos paralizaban. Además, nuevas cualidades se han incorporado a nuestra manera de ser, enriqueciendo nuestra personalidad.

Una nueva sensación de libertad ha ido apareciendo; nos sentimos con mayor “voluntad”; hay menos recursos a la proyección y hemos aprendido a dejar tranquilos a los demás. Hay en fin, mayor paz personal y social. La sombra se ha convertido en luz, y nuestros enemigos interiores en amigos y confidentes.

Dentro del inconsciente colectivo, la función arquetípica más inmediata es aquella que se refiere a la diferenciación de lo masculina y lo femenino, al menos en el mundo de hoy.

Muchos de los problemas actuales del ser humano y de la cultura derivan de una falta de integración de este par de funciones arquetípicas. El psiquismo del hombre y la mujer, no es exactamente el mismo. La necesidad de reforzar los elementos femeninos en forma adecuada y armónica con los rasgos masculinos, es urgencia en nuestra época.

Al hablar de este par de arquetipos que expresan la polaridad masculino - femenino, el Animus y el Anima, Jung los describió en términos de “Eros - Logos”, sólo como ayudas conceptuales para describir el hecho de que la conciencia de la mujer se caracteriza más por lo unitivo de Eros, que por lo diferenciador y cognoscitivo del Logos.

A la luz de la antiquísima psicología china, el cosmos se reduce a la polaridad del principio Yang y el principio Yin. Todo en el mundo concreto participa de las varias proporciones del Yin y el Yang.

En general, el hombre es de un nivel Logos, pensamiento - sensación, teniendo reprimido el sentimiento y/o la intuición; la mujer lo contrario: se desenvuelve en un nivel Eros, sentimiento - intuición, dejando reprimido el pensamiento y/o sensación. Esto es una manifestación de las polaridades no integradas. Esta dinámica de integración es de importancia para la madurez psicoafectiva. Cuando no se ha realizado se produce el fenómeno de la “animosidad”: el anima da lugar a extraños estados afectivos en el hombre, y el animus origina en la mujer una vulgaridad irritante que despierta ideas descabelladas.

 
Cuando un hombre asume e integra su anima, se verifica en él un cambio de actitud respecto a lo femenino en general… porque la vida se apoya en la interacción armonizada de las fuerzas masculinas y femeninas, tanto internas como exteriores al individuo humano. Conseguir la unión de estos contrarios, constituye una de las tareas esenciales de la psicoterapia actual.

Un varón que desarrolle solamente el área masculina, será brutal más que agresivo; intelectual, pero de manera estéril y más bien formal y académico; su lado femenino subdesarrollado se manifestará en caprichos de niño mimado e irritabilidad.

Por otra parte, una mujer que ha desarrollado solo su lado femenino, se presentará débil y meramente receptiva; híper sensitiva, más que capaz de relaciones interpersonales; mientras su lado masculino, indiferenciado, se manifestará más bien como tozudez interior más que firmeza y dogmatismo más que racionalidad.

Vivimos en una era caracterizada por un fuerte racionalismo y por el contacto con el mundo a través del conocimiento intelectual y empírico, en desmedro del conocimiento intuitivo - afectivo; la violencia, la guerra, el terrorismo se manifiestan como modos de solución de los problemas; el dominio económico, político o militar, predomina sobre el servicio; el tener y la eficacia, sobre el ser, la gratitud y el interés por las personas.

Cuando él o ella no tienen primero e interiormente la contraparte incorporada en la dinámica de su proceso de madurez, se buscan con un hambriento desequilibrio, proyectado en la propaganda porno.

Estando desvinculados los principios masculino y femenino internos, la identificación exterior es meramente epidérmica.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Lo que verdaderamente dijo Jung, parte 2


El proceso de individuación o de desarrollo personal

Se trata de un proceso espontáneo de maduración. Generalmente es recorrido con mayor intensidad por las personas a raíz de una crisis espiritual fuerte, o de un análisis terapéutico, o bien, ocasionado por el desencadenamiento de una neurosis.

También puede recorrerse (idealmente) por el simple impulso de buscar la verdad. Los peligros de éste proceso se encuentran en la fascinación de dejarse arrastrar por sus imágenes simbólicas procedentes de lo profundo, cargadas de energía psíquica. De ahí la necesidad de tener un acompañante de mayor experiencia.

Este es un camino que lleva de la multiplicidad a la unidad; un proceso de síntesis. En él se edifica la personalidad madura. Una experiencia de totalidad en la comunión interior, con el universo y la humanidad.

La Persona

Jung usa este término para caracterizar las expresiones de un impulso arquetípico hacia una adaptación a la colectividad y realidad externas. Es un compromiso entre el individuo y la sociedad.
La persona, es una máscara que trata de hacer creer a los demás y a uno mismo que uno es individual, mientras uno es sólo una parte en la cual se expresa la psiquis colectiva.

Todos tratamos de identificarnos como pertenecientes a alguna categoría, cuyos comportamientos esperados por los demás tratamos de asimilar como nuestros. Pero también el self inconsciente, la real individualidad de cada uno, está siempre presente, y se hace sentir produciendo incomodidad en el sujeto e impidiéndole, en algún grado, vivir en función de la máscara.

La identificación con el oficio o título tiene algo de seducción; por ello muchos hombres no son nada más que la dignidad que la sociedad les ha otorgado. Se produce así una despersonalización que falla para desarrollar una responsabilidad moral personal; se carece en estos casos de principios éticos y de sentimientos, escondiéndose el sujeto y su individualidad detrás de una moralidad colectiva y de comportamientos prescritos.

Por otro lado, cuando la formación de la persona es inadecuada a causa de un pobre entrenamiento social o a causa de un rechazo de las formas sociales, el sujeto no podrá ejercer o rehusará ejercer con éxito el rol social.

Lo colectivo y lo individual conforman de éste modo un par de polaridades que tienen que encontrar su equilibrio en la verdad de la propia individualidad. Así, mientras más brille una “persona”, más obscura será su sombra; mientras mayor dedicación se de a la sombra, se tendrá a una “persona” más bien defensiva y pobre.

 

La Sombra (o el alter ego)

Es el personaje negro, sombrío, que llevamos adentro. Es la parte de nuestra personalidad que no mostramos conscientemente al público. Es aquella parte de nuestra personalidad que ha sido reprimida en nuestro cuidado del yo ideal. La sombra representa el inconsciente personal, nuestro propio lado no amado, rechazado y reprimido.

Solamente lo que encontramos imposible de aceptar en nosotros mismos, es lo que decidimos no aceptar en los demás.
Nadie puede hacer consciente sin considerable dispendio de decisión moral. Se trata de reconocer como efectivamente presentes los aspectos obscuros de la personalidad.

Este acto es el fundamento indispensable de todo conocimiento de sí, y por consiguiente encuentra resistencia considerable.

Cuando la sombra es aceptada e integrada a la consciencia, es fuente de renovación. La sombra es la puerta de nuestra individualidad, por tanto, la primera etapa para acceder a la experiencia del self.

El reconocimiento de la sombra… nos conduce a la modestia que necesitamos a fin de reconocer la imperfección. En la vida actual, se requiere del mayor arte para ser simple.

Cada minoría social, sea étnica, política o religiosa, acarrea la proyección de la “sombra” de las mayorías respectivas. Los tiempos más peligrosos, colectiva o individualmente tomados, son precisamente aquellos en que presumimos haber eliminado nuestros factores inconscientes.

Recordemos que un complejo no es patológico en sí mismo, sino que se hace tal cuando asumimos que no lo tenemos. De éste modo él nos tiene a nosotros, aunque no nos demos cuenta.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Lo que verdaderamente dijo Jung, parte 1

 Bennet. E.A " Lo que verdaderamente dijo Jung"

Introducción a la Psicología de C.G. Jung .

La religión “viva” y la religión convencional

Decir que un individuo tiene “fe” equivale a decir psicológicamente, que es capaz de “vivir” sus símbolos, conmoverse con su experiencia, y que éstos se mantengan “vivos” dentro de él
El hecho de que algunos hombres subordinen sus símbolos a los criterios del  yo y de la conciencia, indica que tales símbolos, surgidos del inconsciente, han dejado de estar en ellos, “grávidos de significado” y se han convertido en signos. Esto es grave, ya que el símbolo religioso (expresión del arquetipo "Dios") constituye la expresión y encierra la mayor energía vital de la psique. Es a través de este símbolo -Dios- como el sujeto experimentaría su relación con el proceso del sentido total y definitivo de la vida. Esto se explica por la psicología del símbolo.
El arquetipo ancestral Dios, originado en el inconsciente colectivo, desarrolla un “sistema parcial autónomo”. La carga tan grande de energía psíquica que conlleva produce una especial dependencia del yo, quien no logra dominarla.
El arquetipo Dios mantiene unida a la sociedad, dando cohesión a sus valores e integrando la vida psicológica de los sujetos, encauzando, de este modo y dentro de un sistema social, sus más altas fuerzas energéticas.

Las religiones han perdido, a partir de la ilustración y el posterior racionalismo, su capacidad educativa y terapéutica. Las religiones han permanecido estáticas y rigidizadas, mientras el alma moderna ha evolucionado con el cambio sociocultural.
Ha habido en el hombre una intensificación de la conciencia personal. El hombre de nuestros días no desea ya seguir un dogma rígido; quiere comprender, saber, hacer por sí mismo una experiencia original, sumergirse en el alma.

Cuando muere un Dios, la estructura de valores pierde su base de sustentación; desaparece su carácter vital; se disipa su sentido. Las energías que de ordinario deben orientarse hacia la vida a través de esos símbolos, ya no egresan, sino que refluyen hacia el interior de la psique, donde activan los elementos latentes del inconsciente histórico. Entonces se altera todo el equilibrio de la personalidad y la inestabilidad perdura hasta que un nuevo Dios…

En síntesis, las religiones no serían otra cosa que una psicología simbólica. Por tanto, todas las afirmaciones acerca del otro mundo, del más allá, la gracia y los milagros, no son más que proyecciones de contenidos psíquicos inconscientes. En física, podemos prescindir del concepto de Dios; pero en psicología, el concepto de Dios es una magnitud definitiva, con la que hay que contar, exactamente  como hay que contar con el afecto, el impulso, la madre, etc.

La naturaleza del alma habla en las religiones y, por tanto, cuando la imagen de Dios en un paciente o su idea de inmortalidad padecen consunción, es qué “su metabolismo espiritual está desquiciado”
La vida más plena es posible únicamente cuando se trata de vivir en armonía con los arquetipos, y es prueba de sabiduría el retornar siempre a ellos.

viernes, 5 de diciembre de 2014

La Traición al cuerpo, parte 12


La lámpara del cuerpo

Existe una conexión directa entre las piernas y la función sexual. La genitalidad implica madurez (estar con los pies bien plantados en la tierra), y viceversa. Al separar el ego (zona de la cabeza) de la genitalidad (zona de las piernas), el esquizoide niega su independencia y madurez, y huye a esconderse en una situación de infantil indefensión. En una palabra, al escindir la imagen de la mitad inferior de su cuerpo a fin de evitar las sensaciones sexuales, el esquizoide se disocia de las funciones de las piernas, que representan independencia y madurez.

El repliegue del sentimiento de la periferia del cuerpo constituye un mecanismo de la defensa esquizoide. Al perder carga en la superficie corporal, se reduce la percepción del contorno del cuerpo, por lo cual se vuelve imposible dibujar correctamente la silueta humana. También se baja la barrera a los estímulos externos, y eso vuelve al esquizoide sumamente sensible a las fuerzas externas.

Existe una identidad funcional entre la imagen del cuerpo y el cuerpo real. Para lograr una adecuada imagen corporal se requiere movilizar el sentimiento corporal total. Para experimentar el cuerpo como algo vivo y saludable, éste debe funcionar de ese modo. Además de quitar los escollos psicológicos que impiden aceptar el propio cuerpo, la terapia debe brindar al paciente algún modo de que pueda experimentar su cuerpo “de inmediato“. Se le debe alentar a moverse respirar, porque si esas funciones están deprimidas, se pierde la sensación.

El esquizoide es una persona que lleva los sentimientos encerrados dentro de sí, como el genio de la lámpara de Aladino. Pero se olvidó de la fórmula mágica que puede liberar al genio. Interpretado como una metáfora del cuento, la lámpara vendría a ser el cuerpo, las palabras mágicas son las palabras de amor, y el acto de frotar la lámpara es el equivalente de las caricias. Cuando se acaricia el cuerpo, éste se enciende cómo una lámpara y deja escapar algo potente, el aura de excitación sexual. Cuando el cuerpo está “encendido”, los ojos brillan y el genio del sexo puede realizar sus transformaciones mágicas. En realidad, el esquizoide no se olvidó de la fórmula; el habla de amor y practica el sexo, pero la lámpara despareció o está rota, y por lo tanto no pasa nada. Desesperado, recurre a perversos experimentos con drogas, o bien, se vuelve promiscuo. Con ninguna de estas tácticas consigue hacer salir de la lámpara al genio del sexo y del amor.




 

 

 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 11

La seducción y el rechazo

Se dice que un niño es seducido cuando el padre o la madre se aprovechan de la necesidad que tiene el niño de calidez y contacto estrecho, para obtener de la relación un placer sexual inconsciente. Los padres que lo hacen no son conscientes de la significación sexual de sus actos, como cuando besan a sus hijos en la boca o se exhiben desnudos ante ellos. Otro elemento de la situación de seducción se da cuando se coloca al niño en una posición de sometimiento. Entonces el adulto inicia la conducta de seducción, y el niño no puede resistirse a un padre a quien lo une una situación de dependencia. Así, la excitación sexual tienta al niño a entrar en la intimidad, y éste queda atado al padre por esa misma excitación.
La seducción coloca al niño en un grave dilema. Por un lado, el niño adquiere un  sentimiento de contacto estrecho, pero pierde su derecho a exigir lo que le corresponde, a exigir que se satisfaga su propia necesidad de placer.

Físicamente, el efecto de la seducción es igualmente desastroso. El niño se siente excitado, pero debido a su inmadurez fisiológica, no puede descargar por completo su excitación, por lo cual la excitación se transforma en una sensación física no placentera. Al mismo tiempo, la culpa sexual relaciona excitación con ansiedad. Al niño solo le queda entonces cortar toda sensación corporal, y abandonar su cuerpo.

El padre seductor es también un padre que rechaza. Utilizar el cuerpecito infantil como fuente de excitación sexual es violar los sentimientos de intimidad del niño y negarle el respeto y cariño que necesita su personalidad en desarrollo. En efecto, al niño que se le usa de este modo se le rechaza en tanto persona independiente.
El rechazo a menudo se basa en el miedo que tiene ese padre a la intimidad porque despierta en él la culpa sexual. Dichos padres temen tocar y acariciar al niño, y cuando lo hacen, se nota en ellos una actitud cohibida que el niño percibe como manifestación de ansiedad sexual.

Los padres que no tienen contacto con su cuerpo no se dan cuenta de lo seductores que son con sus hijos. Por otra parte, el hijo, que vive una relación más próxima con su propio cuerpo, es sumamente sensible a todos los matices del sentimiento y capta el interés sexual disimulado. Por regla general, la madre seduce a su hijo y lo lleva a una intimidad erótica en apariencia inocente con ella, mientras el padre con la mirada, de palabra o de hecho expresa su interés sexual por la hija.

lunes, 1 de diciembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 10

La despersonalización

El mecanismo de despersonalización es la inhibición de la respiración y el movimiento. Esta maniobra no se realiza conscientemente. Hay en el trasfondo un sentimiento de terror que se percibe conscientemente como una “sensación rara”, contra la cual el organismo reacciona “muriéndose”. Frente a ese terror, el cuerpo se paraliza, se contiene la respiración y cesa todo movimiento.

Una vez que se produce la despersonalización y el ego se escinde del cuerpo, se produce un círculo vicioso. En tanto y en cuanto se impide al cuerpo toda percepción, las sensaciones se viven como algo extraño y aterrador. Sin una adecuada imagen corporal, la mente no puede interpretar correctamente los hechos del cuerpo. Por eso es que la hipocondría es un síntoma tan común en los individuos con tendencias esquizoide. Así como una persona normal puede comprender, y por ende, tolera fenómenos tales como el dolor de garganta, las palpitaciones cardíacas o los cosquilleos en el estómago, ante estos mismos síntomas el esquizoide reacciona con un miedo exagerado. En realidad, los “ve” como el producto de influencias externas, aun cuando se producen dentro de su propio cuerpo, sin ninguna influe4ncia de afuera.

El esquizofrénico no tiene la capacidad de integrar sus sentimientos e impulsos en actividades orientadas hacia un fin. En la persona normal, los impulsos se organizan en patrones de acción que canalizan la energía del impulso de modo de producir acciones expresivas o agresivas dirigidas hacia el mundo exterior. Esto el esquizofrénico no lo puede hacer. En consecuencia, el impulso caótico permanece encerrado en el interior del cuerpo, donde sobreexcita los órganos  y produce sensaciones que se perciben como extrañas y amenazantes.
En el plano psicológico, asocia inconscientemente  las extrañas y perturbadoras sensaciones corporales con experiencias aterradoras de la infancia. Por lo general, se hace necesario explicar esta asociación mediante análisis de sueños y recuerdos. Sin embargo, el solo hecho de hacer consciente la asociación  no alcanza a aliviar la ansiedad

En la medida  en que el ego esté escindido del cuerpo, las excitaciones genitales que se producen en la adultez se vivirán con ansiedad. Esta ansiedad lleva un ulterior corte del sentimiento total del cuerpo.
La falta de una adecuada imagen del cuerpo basada en una superficie corporal sensible y vital explica la conducta sexual promiscua. La excitación sexual se siente como una forma extraña y perturbadora que es preciso eliminar o descargar. Eso da lugar a una sexualidad compulsiva que no discrimina, y que a la vez carece de todo afecto. Dicha sexualidad sirve para aliviar la excitación genital, pero dado que el cuerpo total no participa de modo emocional, tampoco produce placer ni satisfacción completamente. La homosexualidad, en particular, se caracteriza por este tipo de sentimiento sexual, como he señalado en el libro Love and Orgrasm. Todos los homosexuales a los que he tratado padecen esta perturbación, que se relaciona con una inadecuada imagen del cuerpo.

La experiencia demuestra que, cuando el cuerpo cobra vida cesa la conducta sexual compulsiva y la promiscuidad. La sexualidad asume una nueva significación para el paciente. Representa el deseo de contacto físico más que la necesidad de descargar la tensión desagradable. Se convierte en expresión de amor y cariño. En este nuevo estado, el paciente experimenta la excitación genital como parte de su sentimiento general, y por lo tanto, como algo placentero. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 9

El muñeco

Otra distorsión común de la imagen corporal normal es la que revelan los dibujos en los que el cuerpo humano aparece como un muñeco. A menudo, también la apariencia física de una persona -por lo general la de una mujer- sugiere cierta cualidad de muñeca en la personalidad, es decir,  irreales y sin transmitir sentimiento alguno.

En la personalidad esquizoide, la imagen del ego se desarrolla como reacción a la imagen del cuerpo. El ego no puede aceptar el valor negativo que representa el cuerpo. Crea su propia imagen de la personalidad, en oposición a una imagen corporal inaceptable. De esta forma, ambas imágenes contrastantes se desarrollan simultáneamente como respuesta a fuerzas externas que fracturan la unidad de la personalidad. Para explicar estas fuerzas, se requiere analizar la estructura del carácter del paciente con referencia a sus experiencias infantiles.

El “muñeco” o la “muñeca”, pueden explicarse como una maniobra inconsciente para reprimir y eliminar sentimientos sexuales que se perciben como extraños y peligrosos. Al convertirse en maniquí, la persona adormece su cuerpo y se despersonaliza. El rechazo por su físico se relaciona con sensaciones raras que se experimentaron en el vientre y genitales. La tendencia a adormecer el cuerpo -es decir, a despersonalizarse- constituye una reacción contra esas sensaciones, a las que se perciben como una amenaza contra la integridad de la persona

lunes, 24 de noviembre de 2014

La Traición al cuerpo, parte 8

5.
La imagen
del cuerpo

La persona sana tiene una imagen clara de su cuerpo, que puede reproducir verbal y gráficamente. El esquizoide no lo puede hacer. El tema del presente capítulo es la disparidad entre la forma en que la persona se ve a sí misma como ser social (su imagen de ego) y la forma en que se ve como ser físico (su imagen corporal). La disparidad entre estas dos imágenes constituye la medida de la perturbación esquizoide. Lo débil que es la imagen corporal se compensa con una exageración de la imagen del ego.

Los dibujos de figuras humanas revelan muchos aspectos de la imagen corporal de una persona. Nos dice el grado de integración, el estado de armonía entre las partes del cuerpo, lo que se siente por la superficie del cuerpo, la aceptación de las características sexuales, la cualidad de ánimo básico y la actitud general de la persona para con su cuerpo. Una de las razones por las cuales los dibujos son tan reveladores es que, al hacerlos, la única guía que tiene la persona es su propia imagen corporal. Por consiguiente, expresará en el dibujo lo que perciba acerca de su propio físico. Por ejemplo, si su cuerpo no le causa placer, lo trastornará mucho tener que dibujar el cuerpo humano, y omitirá muchos de sus rasgos.

Según investigaciones, la imagen corporal se forma mediante la síntesis de sensaciones producidas por innumerables contactos físicos entre los padres y el niño. Dichas sensaciones son de signo positivo o negativo según se perciban como placenteras o dolorosas. Las sensaciones placenteras favorecen la formación de una imagen corporal clara e integrada. Por el contrario, las sensaciones negativas conducen a distorsiones o deficiencias de la imagen corporal.

Las actitudes [de los padres] hacia el niño se expresan en cómo lo alzan y lo tienen el brazos, y en cómo tratan de que él regule ciertas funciones del cuerpo como la defecación. El “cómo” se refiere a la calidad de la caricia, a la expresión de los ojos, a la bondad del gesto, todo lo cual queda registrado en la conciencia del niño como sensaciones de su cuerpo que luego afectarán su imagen corporal.

Cuando una imagen corporal es deficiente, siempre denota una perturbación en la relación madre hijo, en tanto la madre es la persona que más se ocupa de las necesidades físicas del niño. La calidad del contacto físico con su madre determinará lo que en el futuro sienta por su cuerpo y cómo habrán de ser sus respuestas ante la vida. La forma en que la madre mira a su hijo producirá un importante efecto sobre la expresividad de los ojos infantiles.
La capacidad de definir la ubicación de determinada sensación también depende de que se tenga una imagen corporal bien formada. 

Los dibujos que hacen los esquizoide poseen ciertas características comunes: las figuras no tienen vida, a menudo son grotescas o bien meramente bosquejadas. Parecen estatuas, payasos, muñecos, espectros, zombis o espantapájaros.

La máscara del payaso

Una distorsión común de la imagen del cuerpo se ve en los dibujos que representan el cuerpo con ciertos rasgos payasescos. La figura 8 constituye un típico ejemplo de esta clase de dibujos que realizan los esquizoide



¿Qué trata de ocultar el payaso? No sería desacertado suponer que tras esa máscara se esconde una profunda tristeza, una gran añoranza.
Al adquirir más sentimiento en el cuerpo, desaparece la máscara de payaso, se hace consciente de la desdicha, pero siempre se puede decidirse a vivir y encontrar el placer.

El espíritu del esquizoide se halla atrapado dentro de un cuerpo congelado. Sueña con la realización personal, pero no encuentra energías para el placer personal. Toda la energía la concentra en tensiones musculares crónicas, y su espíritu se halla encerrado en sentimientos reprimidos. Ello implica que deberá emprender un viaje al mundo subterráneo (su inconsciente) y una lucha con los demonios de ese mundo (sus sentimientos reprimidos) si desea recobrar su “poder”, o sea la vida.

jueves, 20 de noviembre de 2014

La Traición al cuerpo, parte 7


Formas de encarar el problema esquizoide

La perturbación esquizoide se ha investigado desde distintos planos: el psicológico, el fisiológico y el de la constitución. La psicología trata de explicar la conducta en función de las actitudes mentales conscientes o inconscientes. La fisiología busca la causa de las actitudes desequilibradas en los trastornos de las funciones corporales. El enfoque de la constitución traza un paralelo entre la personalidad y la estructura del cuerpo.

En psicología, el término “esquizoide” se usa para describir la conducta que se asemeja cualitativamente a la esquizofrenia, pero se haya más o menos encuadrada dentro de límites normales. Los patrones de conducta específicos que sugieren este diagnóstico pueden resumirse en la siguiente manera:

1. El individuo evita cualquier relación estrecha con las personas y se advierten en él rasgos de timidez, apocamiento y sentimientos de inferioridad.

2. El individuo es incapaz de demostrar directamente hostilidad y sentimientos agresivos, y en cambio manifiesta sensibilidad a las críticas, suspicacias, necesidad de aprobación y tendencias a negar o distorsionar.

3. Actitudes autistas: introversión, un grado excesivo de ensoñación.

4. El individuo no puede concentrarse; sensación de irrealidad.

5. Brotes histéricos o sin provocación aparente, que se manifiestan en gritos, escándalos, pataletas.

6. Incapacidad de sentir emociones -en especial el placer-, falta de respuesta emocional frente a otras personas o reacciones exageradas de hiperexcitación y manía.

Sin embargo, la conducta esquizoide a menudo parece normal. Según señala Otto Fenichel, el esquizoide “logra reemplazar el contacto con otras personas con pseudo contactos de diversa índole”. Como el role playing, que la persona adopta en vez de comprometerse emocionalmente en determinada situación.

Puede demostrarse que la psicología característica del esquizoide gira en torno a esta falta de identidad. Confundido por no saber quién es ni que desea, el esquizoide se separa de la gente, se sumerge en un mundo interior de fantasía o adopta una pose y desempeña un rol que supuestamente lo adaptará a la vida normal.

Otro plano de la personalidad esquizoide -el fisiológico- lo explica Sandor Rado, cuando sostiene que esta personalidad se caracteriza por dos defectos fisiológicos: El primero, una “deficiencia integradora del placer”, denota la incapacidad de experimentar placer. El segundo, “una suerte de diátesis propioceptiva”, se relaciona con una percepción distorsionada del self del cuerpo. La deficiencia del placer pone trabas al intento del individuo por desarrollar un efectivo “self de acción” o identidad. Dado que el placer constituye “el lazo que realmente une” (Rado), el self de acción que surge en ausencia de este poder de unión del placer es frágil, débil, propenso a quebrarse en los momentos de estrés.

Como no está seguro de su derecho a existir, el esquizoide necesariamente elude las actividades que producen gozo. Para el hombre que lucha por su derecho a existir, el concepto del placer es irrelevante.

La deficiente autopercepción de sí mismo que tiene el esquizoide se relaciona con su incapacidad de experimentar placer. Sin placer, el cuerpo funciona mecánicamente. El placer mantiene vivo al cuerpo y promueve nuestra identificación con él. Cuando las sensaciones corporales se juzgan desagradables, el ego tiende a disociarse del cuerpo.

Las perturbaciones que se ven en la estructura del cuerpo y en la fisiología son una expresión en el campo físico de un proceso que en lo psicológico se manifiesta como trastornos del pensamiento y la conducta.

Psicológicamente, el problema esquizoide se manifiesta en la falta de identidad, y por ende, en la ausencia de relaciones emocionales normales con las demás personas. Fisiológicamente, se manifiesta con perturbaciones en la autopercepción, deficiencias en la función del placer y trastornos de la respiración y el metabolismo. Constitucionalmente , el cuerpo esquizoide es defectuoso en coordinación e integración. Es demasiado rígido, o bien, apenas si se mantiene unido. En ambos casos, le falta la vitalidad de la cual depende una adecuada autopercepción. Sin esta autopercepción, se confunde -o se pierde- la identidad, y aparece el típico síntoma psicológico.

El ego obtiene su sentido de identidad partiendo de la percepción del cuerpo. Si el cuerpo está cargado y es sensible, tendrá funciones de placer fuertes y significativas, y el ego se identificará con el cuerpo. En tal caso, la imagen del ego se asentará en la imagen del cuerpo.

Cuando el cuerpo carece de vida, el placer se vuelve imposible y el ego se disocia del cuerpo. La imagen del ego se vuelve exagerada como compensación por la inadecuada imagen corporal

Esta relación de cada uno con el otro puede demostrarse recurriendo al triángulo del siguiente diagrama:

 

 

 

 

lunes, 17 de noviembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 6



Variedades de la personalidad
y la conducta esquizoide


En todos los delincuentes que he conocido, la forma en que buscan la emoción es un intento de “cargar vida” en un cuerpo por lo demás “muerto”. Lamentablemente esa búsqueda de excitación suele convertirse en rebeldía contra la autoridad.

Si no se comprende la perturbación esquizoide, la conducta delictiva seguirá dejando intrigadas a las autoridades y a la familia de esos jóvenes. La culpa se atribuirá a la falta de disciplina familiar o a la flaqueza moral de la juventud.

Si bien estas explicaciones poseen cierta validez, dejan de lado la dinámica del problema. El ego que no se arraiga en la realidad del sentimiento corporal se desespera, y en su desesperación, obrará destructivamente hacia sí mismo y los demás.

Quien observa a un esquizoide tiene la sensación de que esa persona no está del todo asentada en la tierra. Uno percibe su distanciamiento, su rostro semejante a una máscara, su cuerpo rígido y su falta de espontaneidad.

El esquizoide percibe conscientemente el medio que lo rodea, pero en el plano emocional o físico no tiene contacto con la situación.

El esquizoide siente esa irrealidad como un vacío interior, una sensación de estar alejado o separado del medio que lo rodea. Quizá hasta sienta que su cuerpo le resulta extraño.

A menudo habita en la zona marginal de la sociedad; allí alterna con gente como él y se siente relativamente cómodo. Muchos esquizoide son seres sensibles que se convierten en poetas, pintores o músicos. Otro se dedican a diversos cultos esotéricos.

También puede ser el ingeniero que vive como una máquina; el maestro callado, tímido y homosexual; la madre ambiciosa que trata de leer lo más posible y así poder hacer todo lo que conviene a sus hijos; la niña inteligente, ansiosa, excitable y compulsiva.

De niños, estas personas se caracterizan por su inseguridad; de adolescentes por su ansiedad, y de adultos por el sentimiento de frustración y fracaso. Estas reacciones son más severas de lo que sugieren las palabras. La seguridad infantil que padecen tiene su origen en la sensación de que son distintos, de que su lugar está en otra parte. Su ansiedad adolescente llega al borde del pánico y puede terminar siendo terror. La sensación adulta de frustración y fracaso se asienta sobre una profunda desesperanza.

jueves, 13 de noviembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 5

2.

El trastorno
esquizoide

El término “esquizoide” tiene dos significados. Por un lado denota una tendencia del individuo a apartarse de la realidad, y por el otro, una escisión en la unidad de la personalidad. Cada aspecto es un reflejo del otro, y ambas variables constituyen una medida de la salud o enfermedad emocional de la persona.

En el estado de salud emocional, la personalidad se halla unificada y en total contacto con la realidad. En la esquizofrenia, la personalidad está dividida y separada de la realidad. En medio de las dos, se encuentra el amplio campo de los estados esquizoide en los cuales ese apartamiento de la realidad se manifiesta mediante cierto grado de desapego emocional, y la unidad de la personalidad se mantiene debido al poder del pensamiento racional. La figura 4 ilustra estas relaciones.

 



 

Los psicoterapeutas advierten cada vez con mayor frecuencia la falta de sentimiento, el desapego emocional y la despersonalización de sus pacientes. Hoy en día se reconoce que la condición esquizoide, con sus arraigadas ansiedades, tiene una responsabilidad directa en la formación del síntoma. Por importante que sea el síntoma para el individuo perturbado, ocupa un lugar secundario en el pensamiento psicológico actual. Y en la medida que puede superarse la escisión esquizoide, la mejoría del paciente se presenta en todos los niveles de su personalidad.

El ciudadano común sigue pensando desde el punto de vista de los síntomas neuróticos y da por sentado que, si no hay un síntoma alarmante, todo está bien. Las consecuencias de esta actitud pueden ser desastrosas, como en el caso del joven que se suicida sin la menor advertencia o padece lo que se denomina un colapso nervioso. Pero aunque no sucediera ninguna tragedia, la perturbación esquizoide es tan grave que no podemos pasar por alto su presencia en la conducta neurótica ni esperar hasta que se produzca una crisis.

El último periodo de la adolescencia es una etapa crítica para el esquizoide. Las fuertes sensaciones sexuales que dominan su cuerpo en ese momento a menudo minan la adaptación que anteriormente habían podido mantener.

Un adolescente a quién le había ido relativamente bien en el colegio empieza a tener problemas de estudios. Saca malas notas, pierde el interés, se vuelve inquieto y comienza a juntarse con “vagos”. Los padres atribuyen su conducta a falta de disciplina, a la escasa fuerza de voluntad, el espíritu rebelde o la forma de ser de los jóvenes de hoy. Quizá cierren los ojos y no vean las dificultades confiando en que se van a ir solas, pero lamentablemente esto nunca ocurre. A veces lo regañan para que asuma una actitud más responsable. Esto suele fallar. A la larga, se ven forzados a aceptar que muchos chicos con cualidades terminan abandonado el colegio, que muchos chicos de buenas familias tienen una conducta destructiva y hasta delictiva, y ya no intentan más comprender a sus hijos adolescentes.

El esquizoide no puede describir su problema. Desde que tiene memoria, ha tenido siempre una dificultad. Sabe que algo le pasa, pero se trata de un saber difuso, que no puede expresar con palabras. Sin la comprensión de sus padres o maestros, se entrega a su desesperación interior. A lo mejor encuentra otras personas que comparten su alteración y con quienes entabla una buena relación basada en un modo de existencia que es “diferente”. Tal vez hasta le busque una explicación racional a su conducta y adopte cierta sensación de superioridad proclamando que él no es anticuado.

lunes, 10 de noviembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 4

El ego y el cuerpo

 
 
El conflicto entre ego y cuerpo puede ser leve o severo: el ego neurótico domina al cuerpo; el ego esquizoide lo niega; mientras que el ego esquizofrénico se disocia de él. Temeroso de la naturaleza no racional que tiene el cuerpo, el ego neurótico simplemente intenta someterlo, pero cuando el miedo del cuerpo llega a ser pánico, el ego niega el cuerpo a fin de sobrevivir. Y cuando el miedo del cuerpo alcanza la magnitud de terror, el ego se disocia del cuerpo, divide por completo la personalidad produciendo el estado esquizofrénico.

Clara ilustración de estas distinciones es la forma en que responden al instinto sexual. Para el ego sano, el sexo es una expresión del amor. El ego neurótico considera al sexo una forma de conquista o glorificación del ego. Al ego esquizoide, el sexo le brinda la oportunidad de tener la proximidad física y la calidez de la cual depende la sobrevivencia. El ego esquizofrénico, divorciado del cuerpo, no le encuentra sentido al acto sexual.

El conflicto entre ego y cuerpo produce una escisión en la personalidad que afecta todos los aspectos de la existencia y la conducta del individuo.

Resulta evidente que no se puede resolver la escisión sin mejorar el estado del cuerpo. Es preciso que la respiración se haga más profunda, que se aumente la motilidad, que se evoquen sentimientos si se desea que el cuerpo cobre más vida y que su realidad gobierne la imagen del ego.

En la personalidad escindida, surgen dos identidades que se contradicen una a la otra. Una se basa en la imagen del ego; la otra, en el cuerpo. La historia del paciente y la significación de sus actividades nos dicen algo sobre la identidad de su ego. Observando su apariencia y sus movimientos sabemos algo sobre la identidad de su cuerpo. El dibujo de figuras y otras técnicas proyectivas brindan importante información respecto de quién es la persona.

Por último, todo paciente revela en sus pensamientos y sentimientos las opiniones contrastantes que tiene de sí mismo.

El conflicto esquizoide es una lucha entre la vida y la muerte que puede expresarse como “ser o no ser”. En contraposición a ello, el conflicto neurótico parte de la culpa y la ansiedad producidas por el placer. La personalidad esquizoide paga un precio por su existencia: el precio es renunciar a su derecho de plantearle exigencias a la vida. Renunciar a este derecho necesariamente lleva a cierta forma de sacrificio, y a una existencia que sólo encuentra satisfacción en la negación. La negación de la vida en cualquier forma constituye una manifestación de una tendencia esquizoide, y en este sentido, todo problema emocional parte de un núcleo esquizoide.

jueves, 6 de noviembre de 2014

La Traición al cuerpo, parte 3

La realidad y el cuerpo

La persona experimenta la realidad del mundo sólo a través de su cuerpo. El ambiente externo le impresiona porque tropieza contra su cuerpo y afecta sus sentidos. A su vez, responde a esos estímulos actuando sobre el ambiente. Si el cuerpo carece relativamente de vida, las impresiones y respuestas de la persona disminuyen. Cuanto más vivo está el cuerpo, más vívidamente percibe la persona la realidad y más activamente responde frente a ella.

La vivacidad del cuerpo denota su capacidad de sentir. En ausencia de sentimiento, el cuerpo “muere” en lo que se refiere a su capacidad de impresionarse o de responder a situaciones. La persona emocionalmente muerta se vuelca hacia adentro, y comienza a reemplazar el sentimiento y la acción con pensamientos y fantasías. Se puede decir que compensa la pérdida de realidad con imágenes.
Su exagerada actividad mental sustituye lo que debería ser el contacto con el mundo real, y puede crearle una falsa impresión de vivacidad. Tanta actividad mental provoca mortandad emocional que se manifiesta físicamente. Su cuerpo tiene un aspecto de “muerto” o carente de vida.

Cuando ponemos demasiado acento en el papel de la imagen nos enceguecemos a la realidad de lo que es la vida y los sentimientos del cuerpo.
Es el cuerpo el que se derrite de amor, se paraliza de miedo, tiembla de indignación y busca la calidez del contacto. Basada en la realidad del sentimiento corporal, la identidad posee substancia y estructura. Quitada de esa realidad, la identidad se convierte en un artefacto social, un esqueleto sin carne. Entonces, cuando la persona pierde contacto con su físico, se desdibuja la realidad.

La vivacidad de un cuerpo es una función de su metabolismo y motilidad. El metabolismo provee la energía que se traduce en movimiento. Así, toda disminución de la motilidad del cuerpo afecta su metabolismo. Esto es debido a que la motilidad produce un efecto directo sobre la respiración. Por regla general, cuanto más uno se mueve, más respira. Cuando se reduce la motilidad, disminuye la inspiración de oxigeno, y los fuegos metabólicos arden con menos intensidad.
Un cuerpo activo se caracteriza por su espontaneidad y su respiración plena, fácil.

El niño conoce la íntima relación que existe entre respiración, movimiento y sensación, pero el adulto en general no la toma en cuenta. Los chicos aprenden  que conteniendo la respiración se interrumpen ciertas sensaciones y sentimientos desagradables. Tensan el vientre e inmovilizan el diafragma para reducir la ansiedad. Se quedan acostados sin moverse para no sentir miedo. “Aíslan” su cuerpo para no sentir dolor. En pocas palabras, cuando la realidad se les vuelve intolerable, se encierran en un mundo de imágenes, donde su ego los compensa por la falta de sensación corporal brindándoles una vida de fantasía más activa.
El adulto, cuya conducta se rige por la imagen, ha reprimido el recuerdo de las experiencias que lo obligaron a “aislar” su cuerpo y abandonar la realidad.

La formación de la imagen es una función del ego. El ego, según Sigmund Freud, es primero un ego corporal. Sin embargo, a medida que se desarrolla (y en la sociedad actual), se va convirtiendo en opuesto al cuerpo; es decir, que establece valores en aparente oposición a los del cuerpo.
En el plano físico, el individuo es un animal egoísta, orientado hacia el placer y la satisfacción de sus necesidades. En el plano del ego, es un ser racional y creativo, una criatura social cuyas actividades se dirigen a alcanzar el poder y transformar su entorno.
Normalmente, el ego y el cuerpo forman un equipo de trabajo muy unido. En la persona sana, el ego funciona para aumentar el principio del placer del cuerpo. En la persona que padece trastornos emocionales, el ego domina al cuerpo y establece que sus valores son superiores a los del cuerpo, con lo cual lo que hace es dividir la unidad del organismo, transformar el equipo de trabajo en un conflicto abierto.

lunes, 3 de noviembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 2

 
La imagen contrapuesta a la realidad


 
El trastorno esquizoide crea una disociación de la imagen con respecto a la realidad. El término “imagen” hace referencia a símbolos y creaciones mentales , en contraposición a la realidad, que es la experiencia física. Esto no quiere decir que las imágenes sean irreales, sino que poseen un orden distinto de realidad que los fenómenos corporales. La imagen obtiene su realidad por estar asociada con el sentimiento o la sensación. Si se interrumpe esta asociación, la imagen se vuelve abstracta. La discrepancia entre imagen y realidad se ve muy claramente en los esquizofrénicos delirantes que imaginan ser Jesucristo o Napoleón. Por otra parte, la “salud mental” es el estado donde coinciden imagen y realidad. El persona sana tiene una imagen de sí misma que concuerda con el aspecto de su cuerpo y con el modo en que su cuerpo siente.

En el campo social, la imagen tiene sus aspectos positivos tanto como negativos. Todo esfuerzo humanitario, por ejemplo, ha tenido éxito a través del uso de una imagen atrayente. Pero a la imagen se le puede usar negativamente con el fin de incitar al odio y provocar la destrucción de otros.

Y si la imagen es peligrosa en un nivel social, donde se reconoce abiertamente su función, sus efectos pueden ser desastrosos en las relaciones personales, donde su acción es insidiosa.

Por ejemplo, en la familia donde el hombre trata de cristalizar la imagen que tiene de la paternidad oponiéndose a las necesidades de sus hijos. Así, ve al hijo como a una imagen y no como persona con sentimientos y deseos propios. En esta situación, la crianza se reduce a tratar de que el niño se adapte a una imagen, que ha menudo es la proyección de la imagen que el padre tiene de sí mismo en el inconsciente. El hijo que es obligado a adaptarse a un modelo inconsciente de un progenitor pierde su sentido de self, su sentido de identidad y el contacto con la realidad.

La pérdida del sentido de identidad tiene su origen en la situación familiar. Como lo criaron rodeándolo de imágenes de éxito, popularidad, atractivo sexual, posición social, obediencia, etcétera, el individuo ve otras imágenes en vez de ver personas. Rodeado por imágenes, se siente aislado. Al reaccionar ante imágenes, se siente desvinculado. Al tratar de satisfacer su propia imagen, se siente frustrado, cree que le han arrebatado la satisfacción emocional.

La imagen es una abstracción, un ideal, un ídolo que exige el sacrificio del sentimiento personal. El cuerpo se convierte en un instrumento de la voluntad al servicio de la imagen. El individuo se aliena de la realidad de su cuerpo. Y los individuos alienados crean una sociedad también alienada.

lunes, 27 de octubre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 1

La Traición al Cuerpo

Resumen de algunos capítulos del libro del mismo nombre de Alexander Lowen, 1967, Ed. Era Naciente, Buenos Aires, Arg.

Capítulo 1.

El Problema de identidad

Normalmente uno no se pregunta: “¿Quién soy?”, sino que da por descontada la identidad. Cada uno lleva en la cartera documentos que le sirven para identificarse. En el plano consciente sabemos quienes somos. Sin embargo, bajo la superficie existe un problema de identidad. En el límite de la conciencia, nos perturban ciertas insatisfacciones, nos inquietan las decisiones, nos atormenta la sensación de estar perdiéndonos cosas de la vida. Estamos en conflicto con nosotros mismos, inseguros de lo que sentimos, y esa inseguridad refleja nuestro problema de identidad. Cuando la insatisfacción se convierte en desesperanza y la inseguridad llega al borde del pánico, quizá nos preguntemos: “¿Quién soy”. Este interrogante da a entender que se está desmoronando la fachada tras la cual buscamos la identidad. Usar una fachada como forma de lograr la identidad denota una división entre el ego y el cuerpo. Esa división es, para mi, el trastorno esquizoide que subyace todo problema de identidad.

La sensación de identidad proviene de tener contacto con el cuerpo. Para saber quién es, el individuo debe tener conciencia de lo que siente. Debe conocer la expresión de su rostro, su porte, su manera de caminar. Sin este sentimiento y actitud corporales, la persona se escinde, y queda por un lado un espíritu incorpóreo, y por otro, un cuerpo desencantado.

La pérdida total de contacto con el cuerpo es característica del estado esquizofrénico. En términos generales, el esquizofrénico no sabe quién es, y está tan escindido de su realidad, que ni siquiera puede plantearse el interrogante. Sabe que tiene cuerpo, y por ende, esta orientado en el tiempo y el espacio. Pero dado que su ego no se identifica con su cuerpo y no lo percibe de una manera vital, se siente desconectado del mundo y de las demás personas. Este conflicto no existe en una persona sana cuyo ego se identifica con su cuerpo, una persona que sabe que su identidad proviene del hecho de sentir el propio cuerpo.

En nuestra cultura, la mayoría de las personas padece una confusión de identidad. Se desesperan cuando la imagen del ego que se han creado demuestra ser hueca y sin sentido. Se sienten amenazados y reaccionan con enojo cuando se pone en tela de juicio el rol que adoptaron en la vida. Tarde o temprano, la identidad asentada en imágenes y roles deja de brindar satisfacción.

El problema psíquico “típico” de nuestros tiempos no es la histeria, como en tiempos de Freud, sino el problema de las personas que están aisladas, que no se relacionan, que carecen de afectos, que tienden a la despersonalización y disimulan sus problemas mediante intelectualizaciones  y formulaciones técnicas.

La alienación del individuo en los tiempos modernos -sentirse distanciado de su trabajo, de sus congéneres, de sí mismo- ha sido descrita por muchos autores, y constituyen el tema central de las obras de Erich Fromm. El amor que siente el individuo alienado es romántico, su expresión sexual es compulsiva, su trabajo es mecánico, y sus logros egoístas. En una sociedad alienada, tales actividades pierden su significación personal. Esta pérdida se reemplaza por medio de una imagen.

miércoles, 22 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 16


Culpabilidad por la sexualidad

La identificación de un niño con los sentimientos de su madre tiene su origen en la fusión simbiótica entre ellos. No es un fenómeno psicológico. Durante los nueve meses en que se desarrolla en el útero, el cuerpo del niño tiene un contacto tan íntimo con el de su madre que siente y reacciona ante toda ola de sensación que pasa por ella. Incluso después de nacer, el cuerpo del niño está tan sintonizado con su madre que vibra en armonía con ella. Si una madre está triste y es infeliz, su hijo se sentirá triste e infeliz. Si es entusiasta y animada, su hijo sentirá igual. Sus sentimientos determinan el humor del hogar.

Un adulto puede irse de casa y encontrar alguna emoción agradable en otra parte, pero un niño pequeño está atrapado. No puede sentirse bien si su madre no se siente bien, y por esto tiene que hacer todo cuanto está en su mano para levantar el ánimo de su madre. Inevitablemente fracasará y se convertirá en un niño triste y abatido. La infelicidad de su madre es ahora la suya. Esta clase de infelicidad no es de la clase que un niño puede descargar llorando. El niño sabe intuitivamente que su madre no puede responder a sus necesidades.

Estar dispuesto para ayudar a la madre permite que un niño supere el terrible sentimiento de soledad y abandono que amenaza su vida. El negarse a sí mismo y asumir una responsabilidad respecto a otro se convierte en una forma de supervivencia.
El niño queda atrapado en la relación con su madre, de modo que la separación no es fácil de conseguir. De adulto, puede quedar atrapado en una relación insatisfactoria a causa del sentimiento de que su papel consiste en hacer feliz a su pareja a fin de poder satisfacerse él mismo. Pero esta explicación se queda corta. La jaula que aprisiona el corazón no se cierra del todo hasta el final del periodo edípico. Un niño que está dispuesto para ayudar a su madre se halla envuelto, por lo general, en una situación con matices y visos sexuales.

El efecto en cualquier niño atrapado en una situación similar es crearle un sentimiento de culpabilidad en relación con su sexualidad.
Pocos padres consienten en sentirse culpables por su comportamiento seductor con sus hijos. A sus ojos, se trata de un excitación inofensiva que pueden controlar de modo que no termine en incesto. Por desgracia, el niño no puede controlar su excitación. Queda sobreestimulado, lo cual resulta muy penosos puesto que él no dispone de ninguna vía para desahogar la carga, como hace un adulto.
Un padre no tiene ningún problema para hacer que el niño se sienta responsable de su apego sexual. Al proyectar la culpabilidad en el niño, el padre niega su culpabilidad. El niño no tiene más remedio que aceptar la culpabilidad, lo que destruye su inocencia y cierra la puerta tras su infancia.


En la edad adulta, el sexo se disocia del amor. El individuo puede encontrar satisfacción sexual con una pareja ocasional, pero le resulta difícil excitarse en alto grado con alguien a quien ama realmente. Tal como aprendió sobradamente de pequeño, estos sentimientos intensos hacia un objeto de amor son tabú.
Pero la disociación del sexo respecto al amor pone en peligro al corazón porque éste no puede satisfacer sus anhelos más profundos. La solución consiste en convertirse en una persona amorosa con el corazón abierto a una amplia gama de sentimientos. Para lograrlo es necesario vivir con arreglo a ciertos principios que mantengan la integridad de la persona.  


lunes, 20 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 15


Ceder al cansancio

Diversos estudios han revelado que a menudo aparece un cáncer en personas mayores tras la pérdida de un ser querido. Se cree, y con razón, que el estrés de la pérdida produce la enfermedad. Además, muchos investigadores han reconocido que esta pérdida en edad avanzada repite un trauma similar en la infancia, a saber: la perdida del amor de una madre o un padre. La última pérdida activa el dolor de la primera y hace crecer el deseo de morir. Sin amor, o sin la esperanza de amor, no se puede siquiera sobrevivir.

Empezamos este capítulo con un examen de la conducta autodestructiva de los pacientes cardíacos.  La forma más común es el comportamiento del individuo del tipo A, que tiene el impulso de triunfar, de demostrar que es digno de amor. La intensidad de este impulso revela su cualidad desesperada.
La enfermedad aparece cuando una persona se fuerza hasta sobrepasar el punto límite. El peligro no está en el estado de agotamiento en sí mismo, sino en la creencia, consciente o inconsciente, de que ceder al cansancio es signo de debilidad, de que es inaceptable decir “no puedo”.

Lo cierto es lo contrario. Ceder al cansancio permite a una persona convalecer, renovar su energía y recobrar el ánimo. Ceder a la propia tristeza abre y libera el profundo dolor de la angustia. Este dolor reside en el cuerpo: en la mandíbula apretada, la garganta contraída, el pecho rígido y el vientre encogido de la persona que reprime su anhelo de amor y su deseo de vivir.

Tras cerrarse al anhelo del amor, la persona ya no siente el dolor. En la medida en que está cerrada, lo único que puede sentir es un profundo sentimiento de frustración y desesperanza que alimenta el deseo de morir. Salir en busca del amor, por otra parte, activa el dolor. No hay dolor en la muerte y por eso tiene gran atractivo para mucha gente. Tampoco hay dolor en la vida, si uno está completamente vivo. Entonces el flujo de sentimientos es libre y sin trabas. El dolor está en la vivificación, en el flujo de energía y sensación que penetra en las zonas tensas del cuerpo.

Es doloroso darse cuenta de lo vacía e insatisfactoria que ha sido, y puede ser todavía, la vida de uno. Pero si esta conciencia da lugar al llanto y no a más intentos de represión, el dolor inmediatamente disminuye y se elimina.

La evocación del dolor sirve para otro fin, a saber: para despertar la cólera reprimida de modo que se pueda dirigir hacia afuera. Descargarla sobre los hijos, por ejemplo, lo cual es una práctica habitual, no proporciona ningún verdadero desahogo. Hay que expresarla en un ambiente adecuado donde no pueda causar ningún daño. Los pacientes en la terapia, pueden descargar su cólera retenida golpeando una cama. Este ejercicio reduce la tensión de los músculos de la espalda y los hombros, libera el pecho y permite que la persona respire mejor. Al dirigir la cólera hacia fuera reduce mucho la conducta autodestructiva.

He sugerido que el deseo de morir está relacionado con enfermedades como el cáncer y el ataque cardíaco. La víctima de un ataque cardíaco está presa en un conflicto: quiere salir, pero tiene miedo de salir. Para salir tiene que abrirse, lo cual evoca el dolor de la angustia y el miedo al abandono. Su muerte, si se produce, no es resultado de la resignación, sino del miedo. También denota una pérdida de esperanza, pues el corazón es tanto el órgano de la esperanza como del amor. La pérdida de la esperanza, secuela del pánico, es un sentimiento arrollador, agudo, muy diferente a la resignación emocional del enfermo de cáncer, cuya esperanza es erosionada lentamente por el deseo de morir.

Cuando estas cuestiones pueden sacarse a la luz y discutirse en la situación terapéutica, el miedo se vuelve manejable. Y, dado que este miedo va unido a la soledad, disminuye mucho cuando hay otra persona dispuesta a escuchar con comprensión. El encararse a los propios conflictos es siempre una experiencia dolorosa y aterradora, pero también es muy provechosa, pues contiene el potencial de una vida no corrompida por el deseo de morir.


jueves, 16 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 14


¿Es muy frecuente el deseo de morir?

 He oído a muchos pacientes que lo expresaban, y he aprendido a tomarlo en serio después que uno de ellos se suicidara. No considero a todo paciente que pronuncia estas palabras como un suicida en potencia, pero cada vez que las oigo tengo una aguda conciencia de la profundidad y la cantidad de dolor de la personalidad. Se también que la persona no quiere morir, que tiene el deseo de vivir. Ambos deseos, uno de vivir y otro de morir, pueden coexistir porque proceden de capas distintas de la personalidad. Al evaluar la posibilidad del suicidio, es necesario medir la fuerza de cada uno de estos sentimientos.

Cuando trabajo con mis pacientes veo que para todos ellos la vida es una lucha, que deja poco espacio para el placer y los goces verdaderos.
Muchos de nosotros estamos profundamente cansados de la lucha interminable de nuestra vida. Y, sin embargo, si queremos recuperar el sentimiento del gozo de vivir, debemos abandonar la lucha.
Aceptar la pérdida es doloroso, y supone reconocer el fracaso, pero la aceptación nos libera de nuestra implicación con el pasado. Sólo aceptando el pasado somos libres de avanzar hacia un futuro más satisfactorio.

En un nivel profundo, inconsciente, el paciente teme que abandonar o rendir la voluntad sea morir. Dado que ha sobrevivido mediante el uso de la voluntad, soltar la voluntad y ceder a sus sentimientos podría terminar en la muerte. Por supuesto, este resultado no es probable. Cuando se consigue que una persona sienta el deseo de vivir, el comportamiento autodestructivo disminuye o cesa.

La terapia pretende ayudar a una persona a establecer un contacto directo con su fuerza vital, de modo que pueda recurrir a ella para su propia satisfacción. Pero para establecer este contacto tiene que penetrar debajo de las dos primeras capas de su personalidad, a saber: la voluntad de vivir y el deseo de morir. La figura 13 ilustra la disposición de estas capas.



El primer paso, para el paciente, es ser consciente del conflicto entre su voluntad de vivir y su deseo de morir. Esta conciencia a veces puede obtenerse mediante un ejercicio bioenergético. La persona se tiende en el taburete bioenergético y espira lo más profundamente posible. Al final de la espiración se le dice que no aspire aire. La manera en que el paciente se comporta en esta situación nos da cierta información sobre su personalidad.
Como el cuerpo normalmente tiene una reserva de oxígeno en los pulmones y la sangre para dos o tres minutos, el pánico que siente el paciente no es resultado de una falta de aire u oxígeno, sino de la incapacidad de respirar libremente debida a una tensión crónica en el pecho. El pánico se asocia con una sensación de inseguridad y un miedo al abandono que evoca el espectro de la muerte.

Al hacer que una persona respire profundamente, sobre todo en la espiración, la función defensiva de la voluntad se pasa por alto, permitiendo que la persona se acerque al sentimiento de desesperación y al deseo de morir.

El deseo de vivir es el lado psicológico del instinto biológico de conservación. Se manifiesta, por ejemplo: en el latir del corazón, los movimientos peristálticos de los intestinos, la expansión y contracción de la respiración, más la miríada de actividades de los diferentes órganos, tejidos y células. La respiración es la más visible de estas funciones y puede servir, por tanto, de indicación de la intensidad de la fuerza vital. La profundidad de la respiración de una persona refleja la fuerza de su deseo de vivir.

¿Se extiende la ola de inspiración hasta el abdomen para alcanzar el fondo pélvico? Lo contrario de la respiración profunda es la respiración superficial, restringida o forzada. No es tanto cuánto aire puede uno inhalar con esfuerzo, sino de cuánto inhala sin esfuerzo. Cualquier experiencia infantil que haya debilitado la fuerza de este impulso también ha reducido la fuerza del deseo de vivir.

Muchísimos individuos de nuestra cultura viven en un estado constante de emergencia, aunque inconscientemente, están listos para luchar o para huir, pero no hacen ninguna de las dos cosas. Su rigidez les permite aguantar y sobrevivir, pero no pueden encontrar satisfacción. Y debido a la enorme tensión que soporta el cuerpo, el aguante no puede soportarse indefinidamente, lo que amenaza su propia supervivencia. Tarde o temprano, quedan agotados y desean abandonar. En este punto pueden ser presas de pánico (en otras palabras, pueden sentir el deseo de morir) y sufrir un ataque cardíaco.
Para evitar este desenlace, una persona debe someter su voluntad y experimentar libremente su dolor, su desesperación y su deseo de morir, de modo que pueda llorar la pérdida del amor y lamentar los años en que luchó.
Esta sumisión le permite establecer contacto con su fuerza vital.
El amor es el corazón de la vida, y el corazón es la fuente del amor. Uno debe penetrar en el núcleo de su ser para encontrar el amor, que es el sentido y la satisfacción de la vida.

La voluntad de vivir es eficaz sólo en tanto recibe energía de la fuerza vital del organismo. El hundimiento de esta fuerza vital a causa de agotamiento o el estrés socava la voluntad de vivir.

martes, 14 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 13

¿Instinto de muerte?

Pero ¿Cuál es la base del comportamiento autodestructivo? Si respondemos que es el miedo, debemos preguntar: ¿miedo de qué o de quién? La persona que reprime su cólera no es consciente de que lo hace por miedo. En la mayoría  de los casos el miedo es reprimido igualmente, y la persona no tiene un recuerdo claro de situaciones anteriores en las que sintió a la vez cólera y miedo, en particular, miedo a ser castigado por su cólera. No podemos comprender del todo por qué se ve impulsada a tener un comportamiento autodestructivo hasta que es capaz de recordar y volver a experimentar algunos de estos sentimientos. Un programa psicoanalítico puede ayudar a la persona a comprender y cambiar esta conducta.

Pero, como ya reconocía Freud,  toda terapia psicoanalítica se caracteriza por la resistencia y la transferencia. La resistencia se refiere a un bloqueo inconsciente de los esfuerzos que realiza el terapeuta para ayudar al paciente a tomar contacto con los primeros años de su vida. La transferencia se refiere al comportamiento de paciente con respecto al terapeuta. Ve al terapeuta como un substituto del padre o madre y transfiere o proyecta en él los sentimientos conflictivos que sintió por su verdadero padre o madre. Al mismo tiempo que espera que el terapeuta cuide de él como debe hacerlo un buen padre, lo ve como un mal padre que se aprovechará de su necesidad.

En teoría, el análisis de la transferencia debería liberar al paciente de su fijación con aquella situación primitiva. Sin embargo, esto rara vez ocurre, ya que la resistencia inconsciente del paciente a revelar todos sus pensamientos y sentimientos hace que el análisis de la transferencia sea difícil de completar.

El paciente está atrapado en su transferencia, y el terapeuta está atrapado también, en su contra transferencia (en otras palabras, en su necesidad de ayudar). El fracaso psicoanalítico es, por tanto, muy frecuente. El paciente sigue repitiendo su conducta neurótica a pesar de la evidente naturaleza autodestructiva de ésta. Tras observar este comportamiento una y otra vez, Freud lo denominó compulsión de repetición: la compulsión de los pacientes de volver a representar el mismo argumento traumático y decepcionante durante toda su vida.

Enfrentado a los fenómenos de resistencia, transferencia y compulsión de repetición, Freud postuló la existencia de un instinto de muerte, que llamó thanatos, para explicar el comportamiento autodestructivo. Como contrapeso, apeló a la idea de un instinto de vida llamado eros.

Yo nunca he podido aceptar el concepto de un instinto de muerte. La palabra instinto siempre ha estado asociada en mi pensamiento con la vida. Debemos examinar más profundamente la personalidad y más atentamente los hechos de los primeros años de la vida para comprender como se desarrollaron tales fuerzas autodestructivas.

“Si respiro me moriré”, dijo una de mis pacientes. La respiración, sin duda, no es autodestructiva. Y, al contrario, retener la respiración es antivida. ¿Cómo pudo, entonces, la paciente asociar la respiración con la muerte?
Cuanto más profunda y plenamente respira una persona, más viva está. Cuando más viva está, más siente. Pero cuando sus sentimientos son tan dolorosos que resultan insoportables, hará todo lo posible para no tener contacto con ellos, es decir, resistirse y negar que tiene tales sentimientos y respirar superficialmente para no sentirlos.

La mayoría de las personas que han sufrido la pérdida del  amor combaten ese deseo de morir  no cediendo, continuando la lucha para conseguir al amor mediante el triunfo, el servicio y la intención de satisfacer las expectativas de los demás. Deben triunfar y triunfarán. Tienen las mandíbulas apretadas en una inflexible determinación de no fracasar, pues el fracaso significa la muerte.

¿Es muy frecuente el deseo de morir?