lunes, 20 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 15


Ceder al cansancio

Diversos estudios han revelado que a menudo aparece un cáncer en personas mayores tras la pérdida de un ser querido. Se cree, y con razón, que el estrés de la pérdida produce la enfermedad. Además, muchos investigadores han reconocido que esta pérdida en edad avanzada repite un trauma similar en la infancia, a saber: la perdida del amor de una madre o un padre. La última pérdida activa el dolor de la primera y hace crecer el deseo de morir. Sin amor, o sin la esperanza de amor, no se puede siquiera sobrevivir.

Empezamos este capítulo con un examen de la conducta autodestructiva de los pacientes cardíacos.  La forma más común es el comportamiento del individuo del tipo A, que tiene el impulso de triunfar, de demostrar que es digno de amor. La intensidad de este impulso revela su cualidad desesperada.
La enfermedad aparece cuando una persona se fuerza hasta sobrepasar el punto límite. El peligro no está en el estado de agotamiento en sí mismo, sino en la creencia, consciente o inconsciente, de que ceder al cansancio es signo de debilidad, de que es inaceptable decir “no puedo”.

Lo cierto es lo contrario. Ceder al cansancio permite a una persona convalecer, renovar su energía y recobrar el ánimo. Ceder a la propia tristeza abre y libera el profundo dolor de la angustia. Este dolor reside en el cuerpo: en la mandíbula apretada, la garganta contraída, el pecho rígido y el vientre encogido de la persona que reprime su anhelo de amor y su deseo de vivir.

Tras cerrarse al anhelo del amor, la persona ya no siente el dolor. En la medida en que está cerrada, lo único que puede sentir es un profundo sentimiento de frustración y desesperanza que alimenta el deseo de morir. Salir en busca del amor, por otra parte, activa el dolor. No hay dolor en la muerte y por eso tiene gran atractivo para mucha gente. Tampoco hay dolor en la vida, si uno está completamente vivo. Entonces el flujo de sentimientos es libre y sin trabas. El dolor está en la vivificación, en el flujo de energía y sensación que penetra en las zonas tensas del cuerpo.

Es doloroso darse cuenta de lo vacía e insatisfactoria que ha sido, y puede ser todavía, la vida de uno. Pero si esta conciencia da lugar al llanto y no a más intentos de represión, el dolor inmediatamente disminuye y se elimina.

La evocación del dolor sirve para otro fin, a saber: para despertar la cólera reprimida de modo que se pueda dirigir hacia afuera. Descargarla sobre los hijos, por ejemplo, lo cual es una práctica habitual, no proporciona ningún verdadero desahogo. Hay que expresarla en un ambiente adecuado donde no pueda causar ningún daño. Los pacientes en la terapia, pueden descargar su cólera retenida golpeando una cama. Este ejercicio reduce la tensión de los músculos de la espalda y los hombros, libera el pecho y permite que la persona respire mejor. Al dirigir la cólera hacia fuera reduce mucho la conducta autodestructiva.

He sugerido que el deseo de morir está relacionado con enfermedades como el cáncer y el ataque cardíaco. La víctima de un ataque cardíaco está presa en un conflicto: quiere salir, pero tiene miedo de salir. Para salir tiene que abrirse, lo cual evoca el dolor de la angustia y el miedo al abandono. Su muerte, si se produce, no es resultado de la resignación, sino del miedo. También denota una pérdida de esperanza, pues el corazón es tanto el órgano de la esperanza como del amor. La pérdida de la esperanza, secuela del pánico, es un sentimiento arrollador, agudo, muy diferente a la resignación emocional del enfermo de cáncer, cuya esperanza es erosionada lentamente por el deseo de morir.

Cuando estas cuestiones pueden sacarse a la luz y discutirse en la situación terapéutica, el miedo se vuelve manejable. Y, dado que este miedo va unido a la soledad, disminuye mucho cuando hay otra persona dispuesta a escuchar con comprensión. El encararse a los propios conflictos es siempre una experiencia dolorosa y aterradora, pero también es muy provechosa, pues contiene el potencial de una vida no corrompida por el deseo de morir.


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