miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 2


Ética subjetivista vs Ética objetivista

La ética humanista es la ciencia aplicada del “arte de vivir”. El impulso de vivir es inherente a cada organismo. ¿A que se debe el que en nuestra era se haya perdido el concepto de la vida como un arte?
A pesar de todo el énfasis que la sociedad moderna ha puesto en la felicidad, en la individualidad y en el propio interés, ha ensañado al hombre a sentir que no es la felicidad (o la salvación) la meta de su vida, sino su éxito o el cumplimiento de su deber de trabajar. El dinero, el prestigio y el poder se han convertido en sus incentivos y en sus metas.

El fin de la vida del hombre, por consiguiente, debe ser entendido como el despliegue de sus poderes de acuerdo con las leyes de su naturaleza. El deber de estar vivo es el mismo que el de llegar a ser sí mismo, de desarrollarse hasta ser el individuo que cada uno es potencialmente.

En la Ética Humanista, lo “bueno” es la afirmación de la vida, el despliegue de los poderes espirituales del hombre. La “virtud” es la responsabilidad hacia la propia existencia. Lo “malo” lo constituye la mutilación de las potencias del hombre. El “vicio” es la irresponsabilidad hacia sí mismo. Estos son los principios de una ética humanista objetivista.

La Ciencia del Hombre 

Los pensadores autoritarios han asumido por conveniencia la existencia de una naturaleza humana, a la cual consideraron fija e inmutable, y a la cuál hay que adaptarnos. Pero los hallazgos de la Antropología y de la Psicología parecen establecer la infinita maleabilidad de la naturaleza humana. La naturaleza humana no es fija, ni la cultura es un valor invariable al que se adapte la naturaleza humana en forma pasiva y completa.

El conocimiento del hombre es la base para poder establecer normas y valores.
La felicidad, que es el fin del hombre, es el resultado de la “actividad” y del “uso”; no es un bien apacible o un estado de la mente. La felicidad no es  fin en sí mismo, sino aquello que acompaña a la experiencia del aumento en potencia; la impotencia, en cambio, es acompañada por la depresión.

La naturaleza humana y el carácter


El hombre nunca está libre de la dicotomía de su existencia: no puede liberarse de su mente, aunque quisiera; no puede desembarazarse de su cuerpo mientras viva, y su cuerpo, le hace querer estar vivo.
El dinamismo de su historia es intrínseco a la existencia de la razón, la cual lo fuerza a desarrollar y a crear mediante ella, un mundo propio en el que pueda sentirse como en su hogar, consigo mismo y con sus semejantes.
No existe ningún “impulso de progreso” innato en el hombre; es la contradicción inherente a su existencia la que lo hace seguir adelante. Habiendo perdido el paraíso -la unidad con la naturaleza- se ha convertido en el eterno peregrino. Se ve empujado a superar esta división interna, atormentado por una sed de “absoluto”; con una nueva armonía que logre levantar la maldición que lo separó de la naturaleza, de sus semejantes, de sí mismo.

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