viernes, 19 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 3

El carácter

Puede considerarse al sistema caracterológico  como el substituto humano del aparato instintivo del animal. Nuestra segunda naturaleza. Una vez que la energía ha sido encauzada de cierta manera, la acción se produce como “fiel expresión del carácter”.
Un determinado carácter puede ser indeseable desde el punto de vista ético, pero al menos permite a la persona actuar con relativa consistencia y la releva de la penosa tarea de tener que tomar cada vez una decisión nueva.

Tipos de carácter

Las orientaciones improductivas:

a) La orientación receptiva.

La persona siente que la “fuente de todo bien” se halla en el exterior y cree que la única manera de lograr lo que desea -ya sea algo material, sea afecto, amor, conocimiento o placer- es recibiéndolo de esa fuente externa. Tales personas tienden a no discriminar en la elección de los objetos de su amor. Se prenden de cualquiera que les ofrezca amor o algo parecido. Son muy sensibles a todo rechazo. Muestran una clase particular de lealtad, en cuya base se encuentra la gratitud por la mano que les alimenta y el temor de llegar a perderla. Les resulta difícil decir “no” y se ven fácilmente enredadas entre lealtades y promesas conflictivas. Puesto que no pueden decir “no”, les place decir “si” a todo y a todo el mundo, y la parálisis de sus facultades críticas resultante aumenta constantemente su grado de dependencia de otros.

El tipo receptivo se caracteriza por su gran afición a la comida y a la bebida. En sus sueños, el ingerir alimentos es un símbolo frecuente de ser amado; el sufrir hambre, una expresión de frustración o desengaño. En general son optimistas y cordiales, pero se tornan ansiosos cuando ven amenazada su “fuente de abastecimiento”. A menudo tienen un deseo genuino de ayudar a otros, pero el hacer algo por los demás lleva el propósito de asegurar su favor.

b) La orientación explotadora

Igualmente, tiene como premisa básica el sentir que la fuente de todo bien se encuentra en el exterior. La diferencia con la receptiva consiste en que el explotador no espera recibir cosas de los demás en calidad de dádivas, sino quitándoselas por medio de la violencia o la astucia.
En el terreno del amor y del afecto, estos individuos tienden a robar y arrebatar. Su lema es “Los frutos robados son mejores”. Esta orientación parece estar simbolizada por la boca en actitud de morder. Toda persona representa para ellos un objeto de explotación y es juzgado de acuerdo a su utilidad. Resaltan la suspicacia y el cinismo, envidia y celos.

c) La orientación acumulativa

Esta hace que la persona tenga poca fe en cualquier cosa nueva que pueda obtener del mundo exterior; su seguridad se basa en la acumulación y en el ahorro, en tanto que cualquier gasto se interpreta como una amenaza.
El amor es para ellos esencialmente una posesión; no dan amor, sino tratan de lograrlo poseyendo al “amado”. Su sentimentalismo les hace sentir que todo pasado fue mejor. Pueden saberlo todo, pero son estériles e incapaces de pensar productivamente. Sus facciones son características de su actitud de retraimiento. El tipo acumulativo es metódico en todas sus cosas, pero al igual que con sus recuerdos, su método es rígido y estéril.
El mundo exterior representa para él una constante amenaza que puede abrir una brecha en su prisión fortificada. Un constante “no” es la defensa casi automática contra la intromisión. La muerte y la destrucción poseen para ellos mayor realidad que la vida y el crecimiento. Su lema: ”nada nuevo hay bajo el sol”. La intimidad constituye una amenaza en su relación con los semejantes.

d) La orientación mercantil

Es la orientación del carácter que está arraigada en el experimentarse a uno mismo como una mercancía, y al propio valor como un valor de cambio. La persona no se preocupa tanto por su vida y felicidad como por ser “vendible”.
El grado de inseguridad resultante de esta orientación difícilmente podrá ser sobrepuesto. De aquí que el individuo se sienta impulsado a luchar inflexiblemente por el éxito y que cualquier revés sea una grave amenaza a la estimación propia.
Si las vicisitudes del mercado son los jueces que deciden el valor de cada uno, se destruye el sentido de la dignidad y del orgullo.
El modo en que uno experimenta a los demás no difiere del modo como se experimenta a sí mismo. De igual forma, la diferencia entre los individuos se reduce a un elemento común: su precio en el mercado. Su individualidad, aquello que les es peculiar y único, es algo carente de valor y de hecho un lastre. “Igualdad” ha llegado a ser sinónima de “indiferencia” y es ciertamente la indiferencia lo que caracteriza la relación del hombre modero consigo mismo y con sus semejantes. Todos saben como se sienten los demás, porque cada cual se encuentra en la misma situación: solo, con miedo al fracaso y ansioso por agradar; en esta batalla no se espera ni se da cuartel.

El carácter superficial de las relaciones humanas conduce a que muchos estén esperanzados de poder encontrar profundidad e intensidad de sentimiento en el amor individual. Empero, el amor hacia una persona determinada y el amor al prójimo es indivisible; las relaciones amorosas constituyen en cada cultura solamente una expresión más intensa del vínculo de unión que prevalece entre los hombres de esa cultura. Es una ilusión, por consiguiente, esperar que la soledad del hombre, arraigada en la orientación mercantil, pueda remediarse con el amor individual.

El pensamiento, al igual que el sentimiento, es determinado por la orientación mercantil. Estimulado por una eficiente y extensa educación, esto conduce a un alto grado de inteligencia, pero no de razón. Para los propósitos de manipulación todo lo que es necesario saber son los rasgos superficiales de las cosas. La “verdad”, que sería descubierta mediante la penetración en la esencia de los fenómenos, se vuelve un concepto anticuado.
La mayor parte de los test de inteligencia se concretan a este tipo de pensamiento; su objeto no es tanto medir la capacidad para el razonamiento y la comprensión, como medir el grado de capacidad de rápida adaptación mental a una situación dada; “test de adaptación mental” sería el nombre adecuado para ellos.

La Psicología, que la gran tradición del pensamiento de occidente postuló como condición para la virtud, el arte de vivir y la felicidad, ha degenerado en un instrumento útil para un mejor manejo de los demás y de uno mismo, dentro de las empresas, en la propaganda política, en los anuncios, etc.






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