jueves, 16 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 14


¿Es muy frecuente el deseo de morir?

 He oído a muchos pacientes que lo expresaban, y he aprendido a tomarlo en serio después que uno de ellos se suicidara. No considero a todo paciente que pronuncia estas palabras como un suicida en potencia, pero cada vez que las oigo tengo una aguda conciencia de la profundidad y la cantidad de dolor de la personalidad. Se también que la persona no quiere morir, que tiene el deseo de vivir. Ambos deseos, uno de vivir y otro de morir, pueden coexistir porque proceden de capas distintas de la personalidad. Al evaluar la posibilidad del suicidio, es necesario medir la fuerza de cada uno de estos sentimientos.

Cuando trabajo con mis pacientes veo que para todos ellos la vida es una lucha, que deja poco espacio para el placer y los goces verdaderos.
Muchos de nosotros estamos profundamente cansados de la lucha interminable de nuestra vida. Y, sin embargo, si queremos recuperar el sentimiento del gozo de vivir, debemos abandonar la lucha.
Aceptar la pérdida es doloroso, y supone reconocer el fracaso, pero la aceptación nos libera de nuestra implicación con el pasado. Sólo aceptando el pasado somos libres de avanzar hacia un futuro más satisfactorio.

En un nivel profundo, inconsciente, el paciente teme que abandonar o rendir la voluntad sea morir. Dado que ha sobrevivido mediante el uso de la voluntad, soltar la voluntad y ceder a sus sentimientos podría terminar en la muerte. Por supuesto, este resultado no es probable. Cuando se consigue que una persona sienta el deseo de vivir, el comportamiento autodestructivo disminuye o cesa.

La terapia pretende ayudar a una persona a establecer un contacto directo con su fuerza vital, de modo que pueda recurrir a ella para su propia satisfacción. Pero para establecer este contacto tiene que penetrar debajo de las dos primeras capas de su personalidad, a saber: la voluntad de vivir y el deseo de morir. La figura 13 ilustra la disposición de estas capas.



El primer paso, para el paciente, es ser consciente del conflicto entre su voluntad de vivir y su deseo de morir. Esta conciencia a veces puede obtenerse mediante un ejercicio bioenergético. La persona se tiende en el taburete bioenergético y espira lo más profundamente posible. Al final de la espiración se le dice que no aspire aire. La manera en que el paciente se comporta en esta situación nos da cierta información sobre su personalidad.
Como el cuerpo normalmente tiene una reserva de oxígeno en los pulmones y la sangre para dos o tres minutos, el pánico que siente el paciente no es resultado de una falta de aire u oxígeno, sino de la incapacidad de respirar libremente debida a una tensión crónica en el pecho. El pánico se asocia con una sensación de inseguridad y un miedo al abandono que evoca el espectro de la muerte.

Al hacer que una persona respire profundamente, sobre todo en la espiración, la función defensiva de la voluntad se pasa por alto, permitiendo que la persona se acerque al sentimiento de desesperación y al deseo de morir.

El deseo de vivir es el lado psicológico del instinto biológico de conservación. Se manifiesta, por ejemplo: en el latir del corazón, los movimientos peristálticos de los intestinos, la expansión y contracción de la respiración, más la miríada de actividades de los diferentes órganos, tejidos y células. La respiración es la más visible de estas funciones y puede servir, por tanto, de indicación de la intensidad de la fuerza vital. La profundidad de la respiración de una persona refleja la fuerza de su deseo de vivir.

¿Se extiende la ola de inspiración hasta el abdomen para alcanzar el fondo pélvico? Lo contrario de la respiración profunda es la respiración superficial, restringida o forzada. No es tanto cuánto aire puede uno inhalar con esfuerzo, sino de cuánto inhala sin esfuerzo. Cualquier experiencia infantil que haya debilitado la fuerza de este impulso también ha reducido la fuerza del deseo de vivir.

Muchísimos individuos de nuestra cultura viven en un estado constante de emergencia, aunque inconscientemente, están listos para luchar o para huir, pero no hacen ninguna de las dos cosas. Su rigidez les permite aguantar y sobrevivir, pero no pueden encontrar satisfacción. Y debido a la enorme tensión que soporta el cuerpo, el aguante no puede soportarse indefinidamente, lo que amenaza su propia supervivencia. Tarde o temprano, quedan agotados y desean abandonar. En este punto pueden ser presas de pánico (en otras palabras, pueden sentir el deseo de morir) y sufrir un ataque cardíaco.
Para evitar este desenlace, una persona debe someter su voluntad y experimentar libremente su dolor, su desesperación y su deseo de morir, de modo que pueda llorar la pérdida del amor y lamentar los años en que luchó.
Esta sumisión le permite establecer contacto con su fuerza vital.
El amor es el corazón de la vida, y el corazón es la fuente del amor. Uno debe penetrar en el núcleo de su ser para encontrar el amor, que es el sentido y la satisfacción de la vida.

La voluntad de vivir es eficaz sólo en tanto recibe energía de la fuerza vital del organismo. El hundimiento de esta fuerza vital a causa de agotamiento o el estrés socava la voluntad de vivir.

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