lunes, 17 de noviembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 6



Variedades de la personalidad
y la conducta esquizoide


En todos los delincuentes que he conocido, la forma en que buscan la emoción es un intento de “cargar vida” en un cuerpo por lo demás “muerto”. Lamentablemente esa búsqueda de excitación suele convertirse en rebeldía contra la autoridad.

Si no se comprende la perturbación esquizoide, la conducta delictiva seguirá dejando intrigadas a las autoridades y a la familia de esos jóvenes. La culpa se atribuirá a la falta de disciplina familiar o a la flaqueza moral de la juventud.

Si bien estas explicaciones poseen cierta validez, dejan de lado la dinámica del problema. El ego que no se arraiga en la realidad del sentimiento corporal se desespera, y en su desesperación, obrará destructivamente hacia sí mismo y los demás.

Quien observa a un esquizoide tiene la sensación de que esa persona no está del todo asentada en la tierra. Uno percibe su distanciamiento, su rostro semejante a una máscara, su cuerpo rígido y su falta de espontaneidad.

El esquizoide percibe conscientemente el medio que lo rodea, pero en el plano emocional o físico no tiene contacto con la situación.

El esquizoide siente esa irrealidad como un vacío interior, una sensación de estar alejado o separado del medio que lo rodea. Quizá hasta sienta que su cuerpo le resulta extraño.

A menudo habita en la zona marginal de la sociedad; allí alterna con gente como él y se siente relativamente cómodo. Muchos esquizoide son seres sensibles que se convierten en poetas, pintores o músicos. Otro se dedican a diversos cultos esotéricos.

También puede ser el ingeniero que vive como una máquina; el maestro callado, tímido y homosexual; la madre ambiciosa que trata de leer lo más posible y así poder hacer todo lo que conviene a sus hijos; la niña inteligente, ansiosa, excitable y compulsiva.

De niños, estas personas se caracterizan por su inseguridad; de adolescentes por su ansiedad, y de adultos por el sentimiento de frustración y fracaso. Estas reacciones son más severas de lo que sugieren las palabras. La seguridad infantil que padecen tiene su origen en la sensación de que son distintos, de que su lugar está en otra parte. Su ansiedad adolescente llega al borde del pánico y puede terminar siendo terror. La sensación adulta de frustración y fracaso se asienta sobre una profunda desesperanza.

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