martes, 16 de julio de 2019

El cambio es hacia abajo, parte 8


Hablamos del amor, pero veneramos el poder.

Los humanos somos como los árboles, arraigados a la tierra en un extremo y tendiendo al cielo desde el otro. Miramos al firmamento como fuente de energía vital, pero también dependemos de la tierra. Cuán alto podemos tender depende de la fuerza de nuestras raíces. Si se desarraiga un árbol, mueren sus hojas; si se desarraiga una persona su espiritualidad se convierte en una abstracción carente de vida.
Como criaturas de la tierra, estamos conectados al suelo a través de las piernas y los pies. Habitualmente, cuando decimos de un individuo que tiene los pies en la tierra, significa que sabe quién es y dónde está parado. Disociarnos de nuestra naturaleza animal y por lo tanto, de la mitad inferior del cuerpo, es perder nuestro enraizamiento. 

Dice un viejo proverbio que un árbol nunca es más fuerte que sus raíces. Así, un buen jardinero aplaza el crecimiento de un árbol para dar impulso al desarrollo de su sistema de soporte y absorción. Nosotros hacemos justo lo contrario con nuestro hijos. Los estimulamos en exceso para que crezcan rápido, pero no damos el apoyo y alimento que fortalecerían sus raíces. Empujamos a nuestro hijos como nos empujamos a nosotros mismos, sin darnos cuenta que forzándolos a crecer y a hacer cosas, minamos su fe y su seguridad.

Parece que eso es lo que pretende imponer  nuestra civilización occidental con una regulación excesivamente rigurosa. 
 Dice Lowen:  Implantan el pertinaz metrónomo de la rutina dentro del bebe o del niño pequeño para regular las primeras experiencias con su cuerpo y con su entorno físico inmediato. Después de esta socialización tan mecánica, se le anima a que se desarrolle dentro de un burdo individualismo. Persigue ambiciones, anhelos, pero permanece compulsivamente en carreras estandarizadas. Esto ha conducido al dominio de la máquina, pero también a una corriente subterránea de eterno descontento y ofuscación individual.

La persecución, ya sea por estatus social, el mismo poder, o solo por dinero no nos ha dejado ver la realidad de nuestra existencia, rechazando que dependemos de esta tierra para nuestro bienestar y sobrevivencia.
Olvidamos la realidad de que  nuestra voluntad y nuestra mente dependen, por completo, del funcionamiento sano y natural del cuerpo.
Éste  posee una sabiduría derivada de miles de millones de años de historia evolutiva, que la mente consciente apenas puede imaginar.
La parte obscura e inconsciente de nuestro cuerpo es la que mantiene el fluir de la vida. No vivimos por obra de nuestra voluntad. La voluntad es impotente para regular o coordinar los complicados procesos bioquímicos y biofísicos del cuerpo. Si  ocurriera lo inverso, ante la primera falla de la voluntad la vida acabaría.

¿ Podremos vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos? Entonces  podremos vivir en familiaridad con nuestros hijos. Si en cambio pretendemos seguir explotando a la naturaleza, explotaremos también a nuestros hijos.
Los antiguos chinos estaban muy conscientes de la necesidad de armonía entre fuerzas opuestas. Hoy en día, podríamos lograr esa armonía integrando las filosofías oriental y occidental. La vía occidental a la tranquilidad de espíritu se hace a través del proceso conocido como análisis o terapia. La vía oriental, a través de la meditación.
La razón y el sentimiento deben unirse en principios que nos guíen en cuanto al modo correcto y sano de conducir nuestra vida.
Ser fiel a uno mismo significa tener la libertad interior de sentir y aceptar los propios sentimientos y de poder expresarlos.

El fenómeno de la empatía, que nos permite sentir lo que siente otra persona, tiene lugar cuando dos cuerpos vibran en la misma longitud de onda. Podemos emular el amor de Dios por el hombre a través del amor que nos demostramos unos a otros.  Cuando así lo hacemos, a menudo logramos conectar con nuestro prójimo. Una sonrisa atenta puede reconfortar a otra persona como un rayo de sol. La persona amable acepta a los demás, no por obligación sino por solidaridad. Esto no significa que nunca se enfade,  pero su ira será entonces directa y de breve duración.

Es difícil aminorar el ritmo cuando el mundo pasa corriendo a nuestro lado. Es difícil arraigarse cuando la cultura misma está desarraigada, cuando niega la realidad y fomenta la ilusión de que el éxito material representa un estado superior y que la gente con dinero lleva una vida más rica y plena. De cualquier modo, los verdaderos significados en la vida son valores terrenos: la salud, la gracia, la conexión, el placer y el amor. Pero estos valores cobran significado sólo si se tiene los pies firmemente asentados en la tierra.

La vida es un proceso continuo, un constante desvelar circunstancias y potencialidades que están ocultas en el presente. Si no se tiene esperanza y compromiso hacia el futuro, la propia vida se entumecerá, lo que sucede a los deprimidos.
Mantener  dicha sensación de estar conectado y actuar en consecuencia, es la característica del hombre de fe, de un hombre que tiene fe en la vida. Con un lugar en su corazón para cada niño, y respeto por sus mayores.

Bibliografía:

Bennet,E.A. Lo que verdaderamente dijo Jung. Introducción a la Psicología de Carl Jung. Ed. Aguilar. México.1974.

Fromm, E. El Arte de Amar. Ed. Paidos. 1956.

Jung, C.G. Psicología y Alquimia. Ed. Santiago Rueda. Buenos Aires, 1944.

Lowen,A. La depresión y el cuerpo. La base Biológica de la Fe y la Realidad. ed. Alianza. 2001.España.

Lowen, A. La espiritualidad del cuerpo. Un camino para alcanzar la armonía y el estado de gracia. Ed. Paidos. 1993

Monbourquette, J. De la autoestima a la estima del Yo profundo. De la psicología a la espiritualidad. Ed. Sal Terrae 

Ubando, j. La relación de pareja. Un camino al desarrollo. Instituto de Estudios de la Pareja, S.C. México. 1997.

Zweig, C. y Abram,J. Encuentro con la sombra. El poder del lado obscuro de la naturaleza humana. Ed. Kairos.1991.

martes, 9 de julio de 2019

El Cambio es hacia abajo, parte 7

Abrir el Corazón

Todos admitimos que el corazón es un símbolo del amor. Pero esta relación ¿es tan sólo simbólica? ¿O hay entre ellos una conexión real?
La mayoría de las personas han experimentado el rápido latir del corazón en presencia de un ser querido y también la sensación de peso en el corazón que sigue a una pelea de enamorados.¿Qué validez podemos conceder al concepto de, por ejemplo, corazón partido? Aunque los corazones no se rompen, cuando el amor es rechazado o se pierde a alguien querido, es claro que en semejantes situaciones algo se rompe.
¿Existe algo así como un corazón cerrado o un corazón abierto? Estas cuestiones son importantes para la comprensión no sólo de nuestros sentimientos, sino también de la salud del corazón, pues si damos por sentado que la conexión entre el corazón y el amor es real, se puede plantear la hipótesis de que un corazón sin amor debe inevitablemente languidecer y morir.

Desde las épocas más remotas el corazón ha sido un profundo símbolo en el pensamiento del hombre. No sólo simboliza el centro emocional de la humanidad, sino también el centro espiritual….En el corazón es donde nos encontramos con nuestro Dios en una relación cara a cara. El hermano David Steindl-Rast, monje benedictino, notable por su participación en el diálogo interreligioso, coincide con ello: Cuando finalmente encontramos nuestro corazón, encontramos el reino en que estamos íntimamente unidos con nosotros mismos, con los demás y también con Dios. Los Upanishads también sitúan al yo en el corazón: En verdad el Sí mismo es el corazón….Quien sabe esto entra en el reino celestial todos los días. 
Por metafóricas, espirituales y filosóficas que puedan ser estas enseñanzas, tiene que haber alguna base física real para esta repetida conexión entre el corazón humano y la fuente de la vida. Esta base resultaría ser el propio latido del corazón, el pulso rítmico que lleva la sangre vivificante por todo el cuerpo. Es la manifestación más clara de la fuerza vital en el organismo humano.

Abrir la personalidad significa abrir el corazón a una persona para que sea capaz de expresar y recibir amor. Una persona abierta siente en su pecho el afecto que los otros le profesan. Su sexualidad está imbuida de amor por su pareja, y cada paso que da es un contacto de  sentimientos con la tierra.
Cuando decimos de una persona que tiene el corazón cerrado, queremos decir que no se puede penetrar en él. Por supuesto, si realmente se cerrara el corazón, se moriría. Se puede, sin embargo, constreñir o restringir los intentos de llegar a su interior . Y uno puede convertir la caja torácica en una prisión a base de tensiones musculares que rigidizan e inmovilizan el torso.

El pecho rígido e inflado, en el lenguaje corporal, está diciendo: No voy a dejar que llegues a mi corazón. Esta actitud del cuerpo es muy probablemente, el resultado de una decepción grave en una relación amorosa temprana, concretamente en la relación madre-hijo. Reich describe esta tensión como una forma de ponerse una armadura para evitar que le vuelvan a hacer daño. Sirve también para matar el dolor de la traición inicial y es por tanto, una defensa contra todos los sentimientos.

La depresión sobrevendrá a cualquier persona a la que le falte la fe en sí misma y que deba compensarlo haciendo diversas acciones, ya sea para conseguir una aspiración personal o para corregir una injusticia social. Así, el hombre de negocios exitoso es tan vulnerable a la depresión como el militante que busca darle la vuelta al sistema.
Porque más allá del sistema, lo que está en juego es un modo de vida en el que el individuo se vea a sí mismo como parte de un orden más amplio y alcance su individualidad al sentirse que pertenece y participa en él. Esto contrasta con una individualidad basada en el pensamiento y en una imagen adornada de uno mismo. 


martes, 2 de julio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 6


El Animismo no está muerto

Animismo, tal como lo define el diccionario, es la creencia en que todos los objetos poseen una vitalidad natural, es decir, están dotados de almas que moran en ellos. El término se usa para designar la forma más primitiva de religión, la del hombre de la Edad de Piedra. Este espíritu o fuerza se creía que moraba tanto en los seres vivientes como en las rocas, herramientas, ríos y montañas. En esta visión, también reservaba un lugar especial para el espíritu de los muertos, que formaban parte de la comunidad viviente.
La importancia del animismo para lo que aquí nos ocupa es que representaba una forma de vida basada en la fe y en el respeto a la naturaleza. El hombre primitivo sentía que formaba parte de las fuerzas naturales igual que ellas formaban parte de su propio ser. Por lo tanto, no podía actuar destructivamente contra la naturaleza sin ser al mismo tiempo autodestructivo.

Las culturas de la Edad de Piedra fueron paulatinamente reemplazadas. 
Cuanto más se separaba el hombre de la naturaleza y se convertía en la especie dominante de la tierra, más centraba todo sentimiento espiritual en sí mismo. Quizá no negaba su propia espiritualidad, pero si la negaba a cualquier otro. 
Las grandes religiones occidentales que surgieron de este desarrollo representan a un Dios cuyo principal interés son los asuntos humanos. Sólo reconocen al hombre como poseedor de alma, lo cual equivale a asignarle una posición única. Aquí comienza el conflicto entre lo espiritual y lo material. Todo aquello a lo que se niega la espiritualidad se convierte  inevitablemente en inferior.

La idea de un Dios todopoderoso, de sexo masculino, Dios padre, es relativamente reciente y se limita a las religiones de la civilización occidental. En nuestra primera religión, se rendía culto a todos los espíritus de la naturaleza. El politeísmo representaba el culto a dioses y diosas, cada uno asociado con aspectos específicos de la vida humana. La ascensión a la supremacía por parte de un único dios masculino se asociaba con la ascensión al poder por parte de un soberano masculino, el rey todopoderoso, al que se lo consideraba descendiente del dios.  .
A pesar de todo, la persona religiosa no se ha olvidado de su relación con el mundo. El animismo no está del todo muerto, se ha transformado en la devoción al gran espíritu que impregna todas las cosas. La persona religiosa cree que el espíritu que le mueve, es el mismo que late en el mundo.

En lo profundo del vientre

Una persona religiosa se siente parte de una comunidad humana, pertenece a la naturaleza y participa de la unidad con Dios o con el Universo. Toda persona que siente de esta manera es religiosa, sea o no miembro de una iglesia. Puede decirse que todo individuo que tiene sentido de su responsabilidad por sus actos es religioso.
Egoísmo y fe son diametralmente opuestos. A un hombre egoísta sólo le importa su imagen; a uno con fe le importa la vida. Un egoísta se orienta hacia la consecución del poder. Un hombre con fe se orienta hacia el sentido de la vida; y el placer que le da el vivir lo comparte con los que tiene alrededor.  La verdadera fe es una entrega a la vida del espíritu -el espíritu que vive en el cuerpo de la persona- que se manifiesta a través del sentimiento y que se expresa en los movimientos del cuerpo.

La parte inferior del cuerpo es mucho más de naturaleza animal en sus funciones: locomoción, defecación y sexualidad; que la parte superior: pensamiento, lenguaje y manipulación del entorno. Pero es en nuestra naturaleza animal que residen las cualidades del ritmo y de la gracia.
Cuando nos elevamos y alejamos de la mitad inferior del cuerpo, perdemos mucha de nuestra  espontaneidad y  armonía naturales.
Los japoneses, por ejemplo, tienen una palabra, hara, que significa el vientre, pero que también describe a una persona que se halla centrada en esta región. Se dice entonces que tiene hara, es decir, que está equilibrada tanto psicológica como físicamente. Cuando un hombre posee un hara plenamente desarrollado, tiene la fuerza y la precisión de realizar acciones que de otro modo nunca podría conseguir, ni siquiera con la técnica más perfecta, la mayor atención o la más grande fuerza de voluntad. Sólo lo hecho con hara tiene éxito completo.

La mayoría de los occidentales están centrados en la parte superior del cuerpo, principalmente en la cabeza. Reconocemos a la cabeza como el foco del ego, el centro del comportamiento deliberado. En contraste con esto, el centro inferior o pélvico, donde reside el hara, es el centro para la vida inconsciente o instintiva. Cuando comprendemos que no más del 10% de nuestros movimientos son dirigidos conscientemente, y que el 90% son inconscientes, la importancia de este centro se hace evidente. Una analogía aclarará esto. Piense en un caballo y su jinete. El jinete, con su control consciente, funciona como el ego; el caballo proporciona el poder, y unas patas seguras para conducir al jinete a donde quiera ir. Si el jinete se volviera inconsciente, el caballo le traería de vuelta al hogar sano y salvo. Pero si el caballo se viniese abajo, el jinete estaría virtualmente indefenso.

En lo profundo del vientre, se encuentran nuestros sentimientos más profundos: nuestras tristezas y alegrías más hondas, nuestros mayores temores. Las sensaciones dulces y tiernas que acompañan al verdadero amor sexual también se sienten en lo profundo del vientre como un calor que puede extenderse por todo el cuerpo. Los niños experimentan sensaciones agradables en el vientre cuando se hamacan o juegan en el subibaja, de lo que disfrutan tanto. 
En el vientre se aloja tanto la alegría como la tristeza proveniente de la desesperanza cuando no hay armonía. Podemos negar la desesperanza y vivir de una ilusión, pero ésta se derrumbará inevitablemente y hará que el individuo caiga en una depresión; podemos tratar de pasar por encima de la desesperanza, pero esto afecta nuestra sensación de seguridad; o podemos aceptarla y comprenderla, lo que nos libera del temor.

Podemos sentir que no fuimos amados y que podríamos habernos muerto, pero a pesar de que resulta triste tomar conciencia de eso, también podemos darnos cuenta de que no nos morimos. En el caso de un adulto, no ser amado no constituye una sentencia de muerte, si amamos la  vida y le hemos encontrado un sentido. Cuando alguien adopta una actitud de : Si nadie me ama, me voy a morir,   me parece el ejemplo de un individuo patético que tiene tanto temor de vivir como de morir.
El  cultivo de los sentimientos espirituales pertenece al reino de los valores corporales, tales como: el amor, la belleza, la verdad, la libertad y la dignidad, para nombrar algunos. Mientras que los valores del ego o materiales derivan de nuestra relación con  el mundo exterior. Ni el deseo o la ambición de hacerse famoso ni la obsesión de enriquecerse despiertan buenos sentimientos corporales positivos.

Si  la búsqueda de los valores del ego se convierte en la actividad dominante de una cultura, entonces,  se comienzan a depreciar los  valores espirituales, ya que no advertimos su importancia en nuestra vida. 
Necesitamos fe para soltarnos o abandonarnos al cuerpo, a la oscuridad del inconsciente, al submundo de nuestro ser. Pese a que nosotros, hombres modernos, poseemos muchos más conocimientos que los hombres primitivos, tenemos la misma necesidad de que nuestra relación con la naturaleza y el universo sea amigable. Hubo un tiempo en el que percibimos esta armonía, tal vez algunos nos acordemos de la sensación de conexión y certeza que sentimos de niños al experimentar alegría.

En la filosofía y en las religiones  orientales no se establece una separación o disociación entre Dios y la naturaleza, ni entre el espíritu y el cuerpo. Los chinos creen que todos los procesos de la naturaleza y del cosmos están gobernados por la interacción de dos principios o fuerzas: el Ying y el Yang qué, cuando están en equilibrio, garantizan el bienestar del individuo.
El pensamiento oriental se basa en que el hombre no es dueño de su vida, y que está sujeto a fuerzas que no puede controlar. En cambio, para el pensamiento científico occidental, el poder potencial del hombre para controlar la vida es ilimitado. 

La cultura occidental nos alienta a  luchar, a rivalizar, a creer que la voluntad todo lo puede. Sin duda, la voluntad cumple una función muy valiosa en la vida cuando se le utiliza en forma adecuada, es decir,
en situaciones de emergencia en las que se necesita realizar un esfuerzo tremendo para sobrevivir.
Por otro lado,  nos avergüenzan nuestros sentimientos espirituales. La negación del espíritu constituye una característica del individuo narcisista de nuestra época.  Ellos ven al mundo en términos mecanicistas: estimulo y respuesta, acción y reacción, causa y efecto. No dan lugar a los sentimientos; estos son imprecisos, inconmensurables, a menudo impredecibles y obviamente irracionales. Los narcisistas desconocen y niegan la vida del espíritu. Ellos existen   sólo en su mente, están disociados del cuerpo y viven la vida principalmente en su cabeza.

El narcisismo es ajeno a los niños, cuyas vidas giran en torno a la concreción de sus deseos, la alegría de la libertad y los placeres de la autoexpresión.  A los  niños, al igual que a todos, les gusta ser admirados, pero no sacrificarán sus sentimientos para ser especiales o superiores. Son criaturas apasionadas que lo quieren todo, pero no son egocéntricos. Aman y anhelan ser amados porque sus corazones están abiertos.

martes, 25 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 5


El concepto del Sí-mismo en Carl Jung
 
Carl Jung difiere de la teoría de Freud, pues no considera que el ello freudiano sea movido únicamente por fuerzas libidinales caóticas capaces de irrumpir en el consciente y producir síntomas lamentables.
El inconsciente jungiano se muestra menos pesimista. Está constituido de arquetipos, núcleos de energía psíquica que se encarnan en la realidad para darle sentido. Estas formas universales gravitan idealmente en torno a un centro que es el Sí-mismo.

Mientras que Freud opta por la represión y pide al yo que tenga una actitud defensiva respecto del inconsciente y le encarga levantar murallas para contenerle, Jung propone, por el contrario, una colaboración entre el yo consciente y el inconsciente.
El descubrimiento del Sí-mismo le llevó a concebir para la persona un proceso de maduración cuyo objetivo es llegar a ser Sí misma, encontrar su propia identidad, y, con este fin, liberar a la persona de las influencias sociales inoperantes .

Su planteamiento influirá en todas las escuelas de psicología transpersonal, que reconocerán el papel determinante de lo espiritual en la salud y en la evolución de la persona.
El Sí-mismo, una realidad imposible de conocer directamente, se deja  descubrir, sin embargo, por el consciente a través de símbolos, los sueños, los mitos y las leyendas.

Entre las imágenes simbólicas que representan más particularmente al Sí-mismo se cuentan ante todo las que expresan la totalidad y el infinito, como: el diamante indestructible, el agua viva, el fénix que resurge de sus cenizas, el elixir de la inmortalidad, la piedra filosofal, y el reino interior. Todos estos símbolos remiten a la idea de totalidad, perfección y finalidad del Sí-mismo, considerado como el alma humana habitada por lo divino.
En un intento de describir al Sí-mismo, Jung se figura: El alma es un santuario en el interior de la persona en el que se encuentra una fresca cascada en el seno de una selva tropical, un remanso de paz y serenidad que da cobijo a un gran sabio. Este sabio vive desde tiempo inmemorial. No es un anciano, no; digamos mejor que no tiene edad. Sabe vivir: sabe lo que es bueno para él. No se equivoca. Sabe gozar de la vida, sacando lecciones y adquiriendo poder a partir de ella. Es el centro del Sí-mismo  “generativo”.


La vida espiritual

No hay que tener miedo de la pobreza ni del exilio
ni de la cárcel ni de la muerte,
pero sí hay que tener miedo al miedo.
                                                                                                                 Epicteto

La vida espiritual consiste en explorar sin descanso la propia interioridad, en prestar atención al flujo de nuestra vida en su totalidad , es decir: incluir el mundo personal de las imágenes, los sueños y las visiones creativas; las ensoñaciones; en prestar atención también a los diálogos interiores y finalmente, a las propias emociones y sentimientos.
No es fácil entrar en uno mismo y dejar llegar a la conciencia las oleadas invasoras y  perturbadoras de las imágenes, palabras y emociones. La mayoría de la gente se resiste a acoger estos mensajes; se distraen con la agitación y se apartan de sí mismos; se las ingenian para acallar los estados de ánimo que estorbarían sus hábitos o deseos.
Hacerse espiritual es ir eliminando progresivamente los miedos. El ego vive constantemente en el miedo: miedo a carecer de lo esencial, miedo a no ser aceptado ni querido, ni amado. Y su mayor terror es morir.

Alex Lowen nos aclara: El alma es el nombre que le damos al sistema energético humano que anima a todo organismo. Si sentimos odio, el corazón se contrae y el alma se encoge. Si somos amables el corazón se expande y el alma se ensancha. El brillo de una sonrisa amistosa proviene de un corazón pleno de buenos sentimientos. No se puede ser amable y compulsivo al mismo tiempo. Una persona sociable es lo bastante paciente como para establecer un vínculo sincero y cálido con todos aquellos con quienes tiene contacto.

La persona  que ama tiene conciencia de la existencia de algo más grande y más poderoso que ella misma. Un orden superior. Sin esa fuerza, ¿qué existe que pueda frenar la egolatría y la codicia del hombre, que lo llevan a ver a la Tierra y a sus habitantes como cosas a ser explotadas en provecho de los deseos propios? Al entregarse a su codicia, el hombre destruye la tierra misma de la que depende su propia existencia. 

El camino espiritual es también imposible sin una renuncia continua. La vida humana está repleta de incidencias. Desde el nacimiento hasta la muerte, la persona pasa por una sucesión de pérdidas: algunas inevitables, con motivo de las distintas transiciones en la vida;  además de daños imprevistas, causadas por las enfermedades, las separaciones, los accidentes y otros.
Vivir bien esas pérdidas exige una fuerte autoestima. Si el duelo no se vive adecuadamente, suele llevar a trastornos de orden físico y psicológico. Quedándose, por ejemplo, demasiado aferrados a los seres desaparecidos y al pasado; su vida parece haberse detenido, su crecimiento psicológico se bloquea y su evolución espiritual se estanca.
No es igual en la persona que se ama y confía en sí misma, que si es capaz de desprenderse de los seres queridos y de las situaciones pasadas. No los olvida, como es natural, pero si construye una relación nueva y sana con ellos. En este tipo de persona, el proceso de duelo sirve para establecer nuevos lazos espirituales con los desaparecidos.

En su gran mayoría, las personas de hoy estamos suspendidas entre el cielo y el infierno Podemos experimentar momentos de júbilo, pero con demasiada frecuencia sentimos que podríamos caer en un abismo. La única salida a esta situación es hacer lo que hizo Dante, en La Divina Comedia . Explorar el infierno personal, descender a las profundidades del propio ser con la luz de la conciencia. Así, se elimina el infierno, que sólo puede existir en la obscuridad. De manera similar, cuando los sentimientos suprimidos son atraídos a la conciencia y aceptados, ya no pueden seguir atormentándonos. 

En opinión del Doctor Lowen: Concebimos el infierno como un lugar en lo más hondo de las entrañas de la tierra. Nuestro infierno personal se sitúa en lo más profundo de las entrañas del cuerpo, en la cavidad pélvica que aprisiona la sexualidad. Aquí se encuentran las raíces de nuestra verdadera espiritualidad. Aquí, en la matriz, es donde empieza la vida y donde experimentamos por primera vez la gloria del paraíso.
Cuando llegamos al mundo,es como si fuéramos expulsados del paraíso. Podemos recuperar esa sensación de gloria cuando, en la seguridad de los brazos de nuestra madre, nos prendemos de su pecho. También la podemos tener cuando, en la seguridad del amor de nuestro compañero, nos unimos a él en un abrazo sexual.

Hay otras ocasiones en las que experimentamos el júbilo de la plenitud, pero eso depende de que estemos en contacto con la parte más profunda de nosotros mismos. Reconocemos ese contacto cuando notamos esa onda de excitación fluir a través del cuerpo. 
Las religiones orientales reconocen la importancia de que el individuo salga de su cabeza y descienda a las profundidades de su ser. La técnica usada es la meditación. El aquietar los ruidos parásitos de la mente nos permite escuchar los sonidos del alma. La clave de la meditación consiste en respirar profundamente, lo que ayuda al individuo a relajarse.

La alegría es un sentimiento, no un pensamiento

En el centro de cada uno de nosotros hay un alma animal en armonía con la naturaleza, con el mundo y con el universo. Si nos separamos de ella, nuestra mente sigue funcionando lógicamente, pero nuestros pensamientos tienen poco valor humano. Saul Bellow escribió: En la más grande de las confusiones sigue habiendo un canal abierto al alma. Puede ser difícil de encontrar… pero el canal está siempre allí, y nos compete a nosotros mantenerlo siempre abierto, tener acceso a la parte más profunda de nosotros mismos… a esa parte que es consciente de un estado superior de conciencia.
Ese canal no existe en la mente. Existe, en cambio, en el cuerpo, y es el canal a través del cual pasan las ondas de excitación a la pelvis. 

La aseveración de que no sólo de pan vive el hombre implica que una persona necesita tener fe, además de pan, para sobrevivir. Mientras que el pan basta por sí solo para sustentar el cuerpo, el animal humano necesita otro sustento para su espíritu. Ese alimento   es el amor, que consiste en una profunda y sentida conexión con otra u otras personas, con otra criatura, con la naturaleza y con Dios. Yo no creo que los seres humanos sean los únicos que tienen esa necesidad. El espíritu de un animal languidece si se le aísla del contacto con la vida. 

¿Los animales tienen fe? La respuesta se contesta según hablemos de la fe como un sistema de creencias o como una actitud corporal. La distinción es muy importante pues es posible que un individuo proclame su fe y sin embargo actúe de modo que desmienta esa aseveración.
Si el amor es una sensación corporal y la fe es una actitud , podemos decir que un animal es capaz de sentir amor y tener fe.
Esa era la condición del hombre en los primeros días de su existencia, antes de adquirir conciencia de sí mismo. 

En vez de tener fe, los occidentales hemos depositado nuestra confianza en la ciencia, que representa el poder de la mente humana para superar todas las dificultades que nos rodean. La ilusión de superioridad frente a la naturaleza destruye la conexión que da su significado a la vida, la excitación y su alegría. Esa ilusión niega la naturaleza espiritual del hombre.
Necesitamos establecer un equilibrio y una armonía apropiados entre la mente racional y el cuerpo animal, entre la aspiración a volar y la necesidad de arraigarnos a la realidad de la dependencia de la tierra, de la que extraemos alimento y sustento.

En Oriente, por amor de sus creencias animistas, la gente mantiene la fe en el poder curativo del cuerpo. En muchos casos comprobados, la fe ha convertido un diagnóstico fatal en una cura aparentemente milagrosa. Esto no se debe a la acción de fuerzas misteriosas del exterior. La fe opera desde dentro, aunque se puede invocar a través de la experiencia del amor. Cuando alguien establece una conexión con lo universal, su energía se eleva al punto de inundar su cuerpo, y se irradia en un estado de gozo . Y como esa excitación o energía es la fuente de la vida, puede superar los efectos destructivos de la enfermedad.

La fe puede definirse, entonces, como el estado de una actitud abierta y el resultado de la excitación que fluye libremente por el cuerpo. 

Por desgracia, muchas personas se encuentran parcialmente cerradas a la vida y al amor debido a las traiciones que sufrieron en su infancia, y que las obligaron a contraer el cuerpo, reduciendo su energía y debilitando su fe. Estas personas adquirieron tensiones musculares crónicas que pueden compararse con una armadura. Y es precisamente  esta defensa la que perjudica su salud y lo torna vulnerable a la enfermedad.

Como el hombre nunca puede someter por entero a la naturaleza, está en constante lucha con ella. Esta lucha, que se refleja en el conflicto entre el yo y el cuerpo, priva al hombre de la tranquilidad de espíritu que necesita para experimentar el gozo que ofrece la vida. Sólo los niños pequeños y los animales salvajes conocen ese gozo, que Dostoievsky describió como el regalo de Dios.

El individuo no encontrará seguridad en ningún proceso de pensamiento disociado de sus raíces, que se arraigan en las sensaciones del cuerpo.
Cuando no hay bloqueos que perturben el flujo, las emociones tienen un signo o calidad positivo. El sentimiento de fe, recordemos, es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo, de un extremo a otro. Tal estado de vivacidad es la base física de la experiencia de alegría, que es una experiencia religiosa. Pertenece al ámbito de los sentimientos corporales positivos. No es una actitud mental. Pertenece al mundo animal, y no al mundo de los intelectuales civilizados. 

Con amor por nosotros mismos, podemos alcanzar las tres formas de armonía que una vez definió Aldous Huxley: La armonía animal, es decir, la integridad mantenida por el pleno y libre flujo de excitación en el cuerpo; la humana, por la vía de vivir según el principio Se franco contigo mismo y de extender este principio a nuestro prójimo a través de una conducta bondadosa; y la espiritual, por medio de la conexión con un orden superior. Sólo a través de la integración de la personalidad en estos tres niveles podemos alcanzar la trascendencia que denominamos el estado de   plenitud.

martes, 18 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 4


El aminus y su relación con el hombre

Si el hombre se queja del poder de la mujer, en las quejas de la mujer subyace una envidia hacia el sistema masculino. 
Jung nos dice: (El animus) adquiere vida cuando la conciencia se niega a acatar los sentimientos e instintos sugeridos por lo inconsciente: en lugar de amor y caridad aparece virilidad, agresividad, autoafirmación obstinada. Poder en vez de Amor. El animus no es un verdadero hombre, sino un héroe infantil, algo histérico cuya armadura presenta grietas a través de las cuales asoma el anhelo de ser amado.

El animus se forma de la resistencia a integrar el elemento femenino en la personalidad de la mujer.
Si la niña aprende a darle más valoración al principio masculino, se va produciendo una concentración de partículas masculinas que van conformando un cuerpo diferenciado y sólido alejado del arquetipo madre, rechazando la suma de los elementos femeninos.
Metafóricamente, dice Jung, imagino el ego de la mujer como un durazno. Con una gran capa de cuerpo carnoso(elemento femenino) y un centro duro (elemento masculino). Si ha crecido negándose a acatar los sentimientos e instintos de lo inconsciente será como un durazno con pobre cuerpo canoso.

De esta manera, la mujer tiende a hace lo mismo que los hombres. Desarrolla una gran sensibilidad para otorgar valor al principio masculino y para restar valor al femenino. Esto se puede  ver claramente reflejado en las proyecciones: se irrita por la prioridad que la sociedad otorga al hombre y se siente tomada como objeto cuando se le ve solo como a una mujer.

La mujer tiene entonces la expectativa de que su hombre realice hechos heroicos. Su  tarea  consiste en enfrentar al padre castrante o bien,  a la madre devoradora.
Sin embargo el primer dragón a vencer está encarnado por su propia mujer. Ella induce el despertar del héroe en el hombre y a la vez representa el obstáculo que debe superar.
Si el hombre no es capaz de representar al héroe que la mujer lleva dentro, será fríamente castigado por ella, mediante exigencias, juicios, menosprecio.

La mujer puede ser rescatada de la devaluación de su ego por un hombre más poderoso que su animus, pues así  deja de tener sentido la envidia al principio masculino, ya que ha logrado una relación profunda con un hombre al que considera para ella. La mujer sentirá envidia del principio en tanto no valore su naturaleza femenina.

El matrimonio, reconocimiento de una identidad espiritual.

El compañero o compañera es como un espejo. En ese espejo vemos ángulos de nosotros mismos que desconocemos porque no podemos verlos directamente. No queremos enterarnos de nuestros defectos. El cuerpo encarna zonas que nos dan orgullo pero también zonas que nos dan vergüenza.
El compañero nos refleja áreas de nuestro cuerpo psicológico,  a veces más fielmente de lo que quisiéramos. Ese reflejo nos perturba y nos hace levantar defensas. Sin embargo, representa un medio por excelencia para el autoconocimiento.

Todo aquello que vemos en el compañero y que nos produce una carga emocional (fascinación o repulsión), representa un reflejo de nosotros mismos. Un ángulo que no ha sido integrado en la conciencia.
La tendencia a relacionarnos en pareja es arquetípica. En la mitología universal aparece repetidas veces el tema de la integración de lo masculino con lo femenino, especialmente representado en los seres llamados andróginos.  Éstos son una forma arcaica de la coexistencia de todos los atributos, comprendidos los atributos sexuales, en la unidad divina ... Tanto el hombre como la mujer, son de drógino,naturaleza andrógina. Diversas mitologías presentan al andrógino como el estado inicial del hombre, y también como el estado al que ha de volver. La perfección humana solo puede ser una imagen de la divina. El camino es el de la síntesis de los opuestos y de los complementarios.

Adán era de naturaleza andrógina, de otra manera Eva no podría nacer de él. Es conjurado a trabajar para reconquistar el estado original.
El estado andrógino hay que comprenderlo, como una experiencia espiritual. Está por encima de los dos sexos. Los hombres dejan de aferrarse a sus convicciones y papeles tan estrictos. Las mujeres despiertan a espacios nuevos. El andrógino se pasea alegremente por el mundo del cambio, nivelando la acción y la inactividad. Es el estado original del hombre y también es el estado final al que vuelve mediante un proceso de desarrollo psicológico. Platón lo expresa de la siguiente manera: ... nuestra naturaleza primitiva era una, y éramos un todo completo, y se da el nombre de amor al deseo y persecución de este antiguo estado.

La vida del hombre se inicia en un estado de indiferenciación, por lo menos en el plano psicológico. El proceso evolutivo de la relación de pareja está orientado a volver a la unidad. Constituye el vehículo que permite al hombre viajar hasta el estado andrógino, logrando así, la expansión de la conciencia. Lo masculino y lo femenino unidos en indisoluble alianza, se convierten en una potencia.
Las parejas requieren de un intenso trabajo para alcanzar su gran riqueza. Necesitan mantener un roce constante, a veces doloroso, de las ásperas capas superficiales de cada parte, hasta que finalmente brillan como consecuencia de sus pulidas formas. Entonces hombre y mujer se aprecian, se aman y se respetan puesto que uno contiene al otro, ya no son dos, sino uno.

Si el fin del desarrollo psicológico consiste en la integración de los opuestos, entonces comprendemos que la separación de los integrantes de la pareja se traduce en un inconveniente . Un adulto que no tiene pareja, tiene menos posibilidades de ver los dos polos de un eje, y con facilidad caerá en la inflación del ego, puesto que se identifica con un solo polo.
La convivencia por sí misma no asegura que se realice la integración de los opuestos. Algunas parejas, por ejemplo, niegan el principio femenino y dedican su energía a la confrontación y a la competencia.
Unidos por el amor, un hombre y una mujer están dotados para lograr una visión panorámica del mundo. Al mundo no se le puede comprender si se le ve desde un solo ángulo.

Siguiendo con el relato bíblico, Adán y Eva vivieron en un Paraíso hasta que fueron expulsados como  consecuencia a su desobediencia. Comieron del árbol de la Ciencia.  La pareja vive en el paraíso en cuanto no adquiere conciencia. Una vez que lo hace, toma noción de su separatidad, es decir, de su impotencia ante fuerzas obscuras y desconocidas, de que morirá y morirán sus seres queridos.
Adán y Eva, que evidentemente aún no se aman, han de evolucionar,  hasta que aprendan  el difícil arte, para entonces retornar al Edén.

Así pues, la relación de pareja da la posibilidad de integrar materia y espíritu.  La materia representada por el vientre materno universal, generador de vida. Y la mente, el espíritu y la idea del padre simbolizando  la masculinidad.

martes, 11 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 3


Encuentro con el Ánima/Animus    
                 

Jung denominó a los opuestos en hombre y mujer como el anima y   el animus. El anima como el componente femenino en la personalidad del hombre, representa una forma arquetípica que muestra el hecho de que el hombre tiene una minoría de genes femeninos. El animus como el componente masculino en la personalidad de la mujer, expresa el hecho de que la mujer tiene una minoría de genes masculinos. Cada sexo contiene al otro.
 Así, dentro de cada hombre existe el reflejo de una mujer y, dentro de cada mujer, el reflejo de un hombre. Solamente la unión de los dos principios constituye un humano completo.

Es en el alma del hombre donde se realiza el misterioso casamiento de lo masculino y femenino, lo consciente y lo inconsciente, lo espiritual y lo instintivo, el pensamiento y el sentimiento, el cielo y la tierra.  Y de este laborioso trabajo de integración ha de brotar un nuevo sentido de nuestra existencia . 
La Sombra de nuestra personalidad es habitualmente algo obvio para los demás, y desconocido para nosotros. Mucho más ocultos son los componentes masculino y femenino interiores. Por esa razón Jung denominó a la integración de la sombra, the apprentice-piece, ( obra de principiante) y a la integración del anima y el aminus, the master-piece.
Para Erich Fromm, hay masculinidad y feminidad en el carácter tanto como en la función sexual.  Y define el carácter masculino diciendo que posee las cualidades de: penetración, conducción, actividad, disciplina y aventura; el carácter femenino, las cualidades de: receptividad, productividad, protección, realismo, resistencia, maternidad. Evidentemente, siempre debe tenerse en cuenta que en cada individuo se funden ambas características, pero con predominio de las correspondientes a su sexo.
El principio matriarcal es el del amor incondicional, igualdad natural, énfasis en los vínculos de la sangre y la tierra, compasión y clemencia; el principio patriarcal es el del amor condicionado, estructura jerárquica, pensamiento abstracto, leyes hechas por los hombres, el estado y la justicia. En último análisis, la clemencia y la justicia representan respectivamente esos dos principios.

Si los rasgos masculinos del carácter de un hombre están debilitados porque emocionalmente sigue siendo una criatura, es muy frecuente que trate de compensar esa falta acentuando exclusivamente su papel masculino en el sexo. El resultado es el Don Juan, que necesita demostrar sus proezas masculinas porque está inseguro de su masculinidad. Cuando la parálisis de la masculinidad es más intensa, el sadismo, el uso de la fuerza, se convierte en el principal -y perverso- substituto de la masculinidad. Si la sexualidad femenina está afectada, se transforma en masoquismo o posesividad.

El anima suele estar detrás de los estados de animo del hombre. Sus resentimientos siempre son un signo del ella. La influencia del anima puede verse en sarcasmos, pullas, irrelevancias; como una mujer herida. Será emocionalmente como un niño. Como el niño que teme el enojo de su madre.
El animus es el emisor de las opiniones de la mujer. Representa la lógica masculina. Las opiniones de  éste suelen provocar un particular efecto irritante en otras personas. El animus de una madre es capaz de aplastar los signos de masculinidad en el hijo.

Jung afirma textualmente lo siguiente: El anima es causa de caprichos ilógicos; el animus suscita irritantes trivialidades y opiniones insensatas ... de ordinario personifican a lo inconsciente.
La relación de pareja esta infiltrada por estas figuras del inconsciente. En el fondo él expresa inconformidad por ser ella tan poco femenina, tan fría y dura; y ella expresa su profundo desprecio hacia él que es tan demandante emocionalmente y tan poco hombre.

Nada distorsiona más el sentimiento entre las personas que el anima y el animus. Si un hombre es capaz de expresar sus sentimientos honesta y claramente y en su justa medida, dirá lo que acontece sin crear una atmósfera negativa, llegará a ser una persona  desenvuelta.
Una mujer puede aprender a lidiar sus propias batallas y no las ajenas. Valorar sus sentimientos femeninos y no permitir al animus robarle su  autoestima.

Si los productos del anima y animus son asimilados, digeridos e integrados, tienen un efecto benéfico en crecimiento y desarrollo de la psique.
Su correcta posición es en el interior, como función de relación entre el consciente y el inconsciente. Cuando ocupan su correcta posición, facilitan el contacto con los contenidos del inconsciente y con el Sí mismo.

 Un símbolo que representa la unión entre un hombre que aún no se ha liberado del complejo materno y una mujer, es el mito de Attis y la diosa Cibeles. La mitología cuenta que Attis fue un pastor de Frigia a quien amó Cibeles. Luego la diosa le encomendó su culto imponiéndole la castidad, pero Attis, amó a la ninfa Zangarilla y la diosa lo castigó inspirándole tal frenesí que se castró a sí mismo. Después, sus sucesores, sacerdotes del culto de Cibeles, debían también mutilarse para asegurar el cumplimiento del voto de castidad.

 Así, Attis representa el complejo de castración en el hombre ante el poder de la mujer. Todo hombre que ve en la mujer a una diosa, necesitará de la automutilación con el fin de preservar en ella la calidad de diosa. Este sistema de relación muchas veces es mantenido mediante la culpa. Cibeles induce sentimientos de culpa en Attis a consecuencia de su deslealtad, y Attis se infringe a sí mismo un castigo supremo en proporción a su sentimiento de culpa.
Muchos hombres mutilan en su naturaleza conductas como la audacia y la agresividad. La fuente de productividad y de poder para estos hombres radica en la mujer. Cibeles, simboliza la energía encerrada en la Tierra. 

Muchos son los hombres en esta época que mantienen relaciones de dependencia hacia la mujer, en interacciones que claramente corresponden a las de madre-hijo en versión de adultos. Estos hombres rinden culto a sus mujeres a la vez que cargan fuertes resentimientos hacia ellas.  Pasan la vida en una guerra con sus esposas, la cual es el reflejo de su gran conflicto interno. Attis queda aprisionado en el polo de la obediencia, aceptando la castración. Esta es la condición  necesaria para mantener intacta a la diosa. 
Investir al anima de un gran poder, tal como le ocurrió a Attis, coloca en los ojos del hombre una venda que le impide advertir el portal que conduce al vasto reino del espíritu.

Ahora cabe advertir que es muy distinto que un hombre esté poseído por el anima, a permitir  que el anima se abra paso en la conciencia. El nacimiento de Atenea del interior de la cabeza de Zeus, es un símbolo del nacimiento del anima en la conciencia del hombre. Integrar al anima no quiere decir ser dominado por ella.

El  inconveniente también puede presentarse cuando el hombre se cruza con una mujer que despierte solo el instinto sexual. Una  representación simbólica de esta condición está contenida en el poema homérico de La Odisea. Cuenta las aventuras de Ulises, uno de los héroes que participaron en la conquista de Troya.
La aspiración de Ulises es regresar a su patria, para reunirse con su esposa Penélope y su hijo Telémaco. El relato cuanta las múltiples vicisitudes que debió afrontar el héroe antes de ver cumplido su deseo. Logra superar con prudencia y astucia situaciones peligrosas y vencer a personajes fabulosos, entre ellos figuras femeninas. El pasaje de las sirenas simboliza ese aspecto peligroso del anima.
Circe tomó de la mano a Ulises y le dijo: Oye lo que voy a decirte. Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa y a sus hijos, pues ellas lo hechizan con su sonoro canto. Tú pasa de largo y tapa las orejas a tus compañeros con cera blanda; pero si tu deseas oírlas, haz que te aten de pies y manos a la embarcación. Así podrás deleitarte escuchando a las sirenas, sin correr peligro.

Si se compara la vida con un viaje, las sirenas representan las emboscadas, nacidas de los deseos y de las pasiones. Es preciso aferrarse como Ulises, a la firme realidad del mástil, que es el eje vital del espíritu, para huir de las ilusiones de la pasión.
Los hechos demuestran que un hombre que se enfrenta con este aspecto del anima, puede sufrir un cambio de orientación en su vida y con ello, pérdidas significativas. No son pocos los casos en que, bajo la seducción peligrosa del anima encarnada en una mujer, el hombre pierde el sentido de responsabilidad y abandona mujer e hijos.

Es necesario aplicar la fuerza y el valor del arquetipo del héroe, potencialmente existente en la psique de todo hombre, con el fin de enfrentar este aspecto del anima sin quedar reducido a un montón de huesos...
El héroe vence esa resistencia para volver triunfante, a fundar su propio reino. La respuesta al reto de realizar hazañas de héroe, da al hombre la posibilidad de afirmar su masculinidad, de integrar su sombra y de prepararse para etapas posteriores de su desarrollo; y da a la mujer la posibilidad de equilibrar su personalidad.




martes, 4 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 2


El proceso de individuación según Carl Jung o El cultivo de nuestra propia naturaleza.   

El proceso de individuación requiere el crecimiento del sujeto y el desarrollo de diferentes capacidades psíquicas. Mediante esta tarea,  uno pretende llegar  a ser una persona completa y única y así poder  vincularse y desvincularse del mundo a conveniencia, en forma puntual y fraterna.
Este proceso hace crisis generalmente en la adolescencia, cuando el individuo comienza a separarse de sus progenitores y consecuentemente a reconocerse como sujeto propio y único. Lo ideal sería que existiera un vínculo con el entorno familiar y cultural que favoreciera este tránsito.
Desafortunadamente, esto es algo raro que ocurra.

Los pasos son sencillos pero no fáciles. La  empresa ha de recorrerse en solitario y supone un gran esfuerzo de la voluntad. Además,  solo es  recomendable para quienes tienen  suficiente energía almacenada. Cada quien recorre su propio y singular camino, a su ritmo y en su tiempo.
Una vez que el sujeto se encuentra a sí mismo, se encuentra con otros a nivel del espíritu.

Hay varias interpretaciones en cuanto a las fases del proceso de individuación. Para  Carl Gustav Jung, el proceso consta de cuatro etapas, a través de las cuales, el sujeto va primero integrando sus aspectos conscientes e inconscientes y poco a poco irá integrando los aspectos culturales hasta lograr ser un individuo completo y maduro.
En una primera etapa, el individuo toma conciencia de su falta de satisfacción y su frustración existencial. Se da cuenta de que ha sido traicionado y de que tiene que volver a  constituirse. Su instinto de plenitud lo seduce a continuar. Ahora con más experiencia.

Al entrar a la segunda etapa, el Encuentro con la Sombra, nuestro concepto sobre el bien y el mal  será fuertemente cuestionado. Pues, así como una luz origina negrura en alguna parte, así es como producimos nuestra Sombra. Es la parte de  la personalidad que ha sido reprimida para dar  forma a nuestra imagen ideal. Imagen que se forma a partir de nuestros padres, la sociedad, las normas religiosas y demás elementos culturales.

En la sombra colocamos  todo lo que no quisiéramos  que existiera en nuestras vidas. Nuestros impulsos inaceptables, nuestras acciones y deseos vergonzosos, nuestras carencias. Es el lado más  sacrificado de nuestra personalidad y es doloroso y difícil de aceptar. Contradice el cómo queremos vernos ante los demás. Sentimos su cercanía como una amenaza.
La sombra puede estar suprimida para mantener una ilusoria perfección, pero ignorándola no la anulamos. Sigue trabajando detrás de escena, causando frecuentemente conductas  imprudentes y  desenfrenadas.

El reconocimiento de nuestro lado obscuro es un requisito no solo para el autoconocimiento, sino también para el conocimiento y aceptación de los demás. Asimismo, mientras menos tengamos conocimiento de nuestro lado obscuro, menos conoceremos la naturaleza humana. Por otro lado, mientras más tratemos de ocultar nuestros aspectos sombríos, éstos más se notarán.
Una vez que nos hemos percatado de la existencia de la Sombra, la clave está en no temerle. Hay que evaluarla  sin juzgar. Se trata de integrar los elementos negados como parte de nuestra naturaleza.
Para recuperar nuestra sombra tenemos que afrontarla e integrar sus contenidos en una imagen más  satisfactoria de nosotros mismos.

Jung acostumbraba decir: prefiero ser un hombre completo, antes de ser un hombre bueno. Confesar nuestras  barreras, incompetencias o equivocaciones no es como para presumir, ciertamente, pero es algo absolutamente humano. La crítica se recibe, no como una mordedura venenosa , sino como una oportunidad para aprender. 
La relación con la sombra y su integración en la consciencia permite a las personas aceptarse de una manera más completa, encauzar adecuadamente las emociones negativas y liberarse de la culpa y la vergüenza. Por ello, también se aumenta la capacidad de goce, de juego y de intimidad.

El individuo que se reconcilia con su sombra como con un hermano que ha estado alejado, está  contribuyendo a la evolución de nuestra especie.
Jung decía que la sombra solo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención. Descubrir la sombra nos permite ser congruentes para estar en el lugar adecuado del modo apropiado.

Este proceso, se encuentra simbolizado en la literatura de los alquimistas de la edad media y en infinidad de rituales religiosos.
En la alquimia medieval, el procedimiento para transformar el plomo en oro es un mapa que simboliza finamente el  Viaje del Alma.

La massa confusa, la materia prima, el plomo, es colocada en un recipiente hermético, que  viene representando a una prisión,  al cautiverio, o alguna otra forma de opresión. En seguida, se calienta el recipiente y se realizan una serie de operaciones sobre la substancia para terminar transformándola en oro.
Estas operaciones -la condensación, la destilación, la repetitio, la mortificatío y el matrimonio del rey y la reina- se refieren metafóricamente al proceso que tiende a revelarnos la verdadera naturaleza de la substancia original. La massa confusa, es entonces,  equivalente  al nacimiento del alma.

El convicto, para su cura, aprenderá el papel de víctima, es decir, sentir lo que siente ella, tomar conciencia de toda la circunstancia, y no limitarse únicamente a desempeñar el papel de delincuente. Esto puede curar su fragmentación. 
Carl Gustav creía que Dios, el Dios viviente, solo puede ser encontrado donde menos queremos mirar. Oculto en nuestra Sombra, entrelazado con nuestras patologías. Por otro lado, el Dios dogmático, ajeno a nuestras imperfecciones, solo nos impide conocernos íntimamente.

La alquimia nos permite extraer al Dios viviente de los aspectos más corruptos de la existencia. Sin embargo, este proceso no puede comenzar hasta que no reconozcamos nuestra corrupción.
Digamos que las distintas fases que debemos atravesar para llegar a madurar como humanos están ya especificadas. Sin embargo, la mayor parte de nosotros nos quedamos atascados en las primeras etapas porque no somos capaces de afrontar las sucesivas muertes y renacimientos que constituyen el proceso evolutivo.

El calor juega un papel fundamental en muchas operaciones alquímicas como, por ejemplo en la destilación o el calcinatio (secado).
Calentarse, por otro lado, también se refiere al estado apasionado y vehemente por el que tenemos que pasar si queremos conseguir algo. Una persona acalorada es impredecible, irracional y testaruda. Estar caliente es también una forma de decir que estamos excitados sexualmente, un estado que no cesará hasta no haber satisfecho nuestro deseo.

Si consideramos a nuestro planeta Tierra, como una prisión, es decir, como un vaso hermético, antes o después, necesitamos emprender la trascendente tarea. No nos apetece mucho enfrentarnos a nosotros mismos y tratamos de escapar de cualquier modo del proceso hermético. Pero si evitamos la cárcel, el proceso alquímico nunca surgirá.
La destilación suele referirse a descartar lo superfluo y quedarnos con lo esencial. La mayoría tendemos a acumular objetos, ideas y proyectos sin establecer las prioridades y actuar en consecuencia.
La Putrefacción, nos permite reconocer nuestros aspectos despreciables y descubrir que nuestra mierda también apesta. Es tomar conciencia de que nuestras acciones han dañado a los demás.
La Contención resulta igualmente importante, pues en el momento en que algo escapa del vaso hermético, el proceso se trunca y debe empezar nuevamente. En esta empresa debe haber integridad, comprometer el alma para lograr una transformación útil.

Para los alquimistas la sal era un elemento imprescindible. La sal está asociada con la memoria porque sirve para conservar . El proceso parece funcionar mejor cuando  reconstruimos nuestros pasos,  planes y la  decisión de transgredir la ley, es decir, cuando se les pide que echen sal en el vaso que constituye su psiquismo o su alma.

Debemos seguir con nuestras operaciones hasta encontrar un nuevo punto de vista que nos permita observar la totalidad. Y considerar a nuestra Sombra como una parte de nuestra propia historia, debemos abrirle nuestro corazón, a fin  de que nos despoje de todo aquello que no es imprescindible para vivir y nos  permita sentir la plenitud. 

martes, 28 de mayo de 2019

El Cambio es Hacia Abajo. parte 1


  EL CAMBIO ES HACIA ABAJO

El ser humano se halla a medio camino entre los Dioses y las bestias 
Plotino 

 La siguiente etapa  evolutiva

Carl Sagan , nos comparte en el primer capítulo de su libro Los Dragones del Edén, una reflexión   interesante  referente a  El calendario Cósmico. Ahí, comprime los quince mil millones de años que se supone tiene el Universo -al menos a partir del Big Bang- al lapso de  un año. De tal forma que, cada mil millones de años correspondería a 24 días de este imaginario calendario. Y así, en base a esta escala temporal, tendremos que la historia de nuestra especie ocupa solo los últimos segundos del 31 de Diciembre. Esta visión, instintivamente ha de movernos a la humildad.

De esta forma, asombra que la aparición de la Tierra no surja sino hasta los primeros días de Septiembre; que los dinosaurios aparezcan en Nochebuena; que las flores no broten sino hasta el 28 de diciembre y que el ser humano no haga acto de presencia sino hasta las 22:30 de la víspera del Año Nuevo. La historia escrita ocupa solo los últimos diez segundos del 31 de diciembre. Y en este poco tiempo que tenemos bajo las estrellas, ya  estamos en jaque.

Nos hallamos como humanidad ante una disyuntiva. Sabemos que cualquier invitación al cambio se acoge con miedo, pero  llega un momento en que es conveniente que las sociedades evolucionen. Es indiscutible que lo que acontezca en este planeta a partir de ahora, tendrá responsabilidad en nosotros.
La resistencia al cambio, se debe en gran medida a grupos que tienen intereses creados . Las personas que tienen privilegios se niegan a ceder. Lo mismo que los niños consentidos se niegan a crecer.

Pero, por otro lado, necesitamos  reconocer que somos una especie apenas naciente y que nos falta mucho camino por  recorrer.  Y que el siguiente paso evolutivo para nuestra especie, debe de ser aprendido. Es decir, que tenemos que  trabajar para gobernar nuestro complejo cuerpo-mente.  Tenemos la responsabilidad de  autoeducarnos. Tomemos consciencia del compromiso que adquirimos al representar millones de años de paciente evolución.

Hoy en día, cada vez que abrimos un periódico o vemos la TV, tropezamos cara a cara con los aspectos más sombríos de la naturaleza humana. 
Nuestra época nos ha forzado a ser testigos de este dantesco espectáculo. No hay modo de eludir el espantoso y sombrío fantasma conjurado por la corrupción política, el desastre ecológico, los criminales de cuello blanco, la inseguridad, la contaminación, la tecnología, el narcotráfico y demás.
De este modo, mientras que muchos individuos y grupos viven los aspectos socialmente más favorables de la existencia, otros, en cambio, padecen sus matices más ariscos y terminan convirtiéndose en parte de la sombra colectiva. Nuestro anhelo profundo de plenitud nos demanda enfrentar este complicado escenario con lo que nos quede de nobleza y dignidad.

Y de pronto, solo se me ocurre una  verdadera hazaña  para escapar de esta maldad humana encubierta en la fuerza inconsciente de las masas: desarrollar nuestra  conciencia individual. Si  no reaccionamos ante lo que estamos viviendo, desperdiciamos la oportunidad para aprender y perderemos nuestra facultad de cambiarnos a nosotros mismos y, consecuentemente, de cambiar también al mundo.
En 1959 dijo Jung : Es inminente un gran cambio en nuestra actitud psicológica. El único peligro que existe reside en el mismo ser humano. Nosotros somos el único peligro pero lamentablemente estamos  inconscientes de ello.

El conflicto de identidad

Regularmente, uno no  reflexiona y se  pregunta: ¿Quién soy? Esto se da por descontado.  Casi todos llevamos en nuestras carteras documentos que nos sirven para identificarnos. En cierto sentido, sabemos quienes somos. Sin embargo, en  algún otro espacio dentro de nosotros, no estamos seguros de qué es lo que sucede.
En los límites de la conciencia nos inquietan las decisiones;  nos envuelve el sentimiento de frustración; nos atormenta la sensación de estar perdiéndonos sucesos de la vida.

Tarde o temprano ha de irrumpir la crisis. Cuando  la insatisfacción se convierta en desesperanza, y la inseguridad llegue al borde del pánico, quizás entonces nos preguntemos ¿Quién soy? Y esta sería la señal de que se está desmoronando la fachada con la cual buscábamos identidad.
En nuestra cultura casi todos tenemos conflictos con nuestra identidad. La gente se  ofusca terriblemente cuando la imagen que nos fabricamos cae liviana y sin sentido. Se ofenden si se les cuestiona el rol que tomaron en la vida. Tarde o temprano, la identidad basada en imágenes se desinfla y cae.

El problema mental típico en nuestros tiempo ya no es la Histeria, como en los tiempos de Freud, ahora el inconveniente es que las personas están aisladas, que no se relacionan, que carecen de afectos y disimulan sus problemas mediante intelectualizaciones y formulaciones técnicas.
Si  la mente  y el cuerpo no funcionan armónicamente, el individuo se desconecta de sus sentimientos, y por ende, también del mundo y de las personas.

Para saber quién soy, debo tener conciencia de lo que siento, de la expresión de mi rostro, de mi porte, de mi caminar. Sin  ese brío que nos recorre por dentro, quedará por un lado un espíritu abstracto, y por otro un cuerpo desencantado.
La alienación del individuo en los tiempos modernos ha sido descrita estupendamente  por Erich Fromm: el amor que siente el individuo alienado es romántico; su expresión sexual es compulsiva; su trabajo es mecánico, sus logros, egoístas.

Se dice del Hombre que es un animal que construye su propia historia, es decir, que es consciente de su pasado y le preocupa su futuro. Sabe que morirá, y también sabe  que es una consecuencia cultural de su pueblo.  Similarmente, está atado a su futuro, pues sabe que a través de él se trasladará su herencia a los que vengan detrás. Somos eslabones en la gran cadena de la vida. Cada miembro es un puente viviente que conecta el pasado con el futuro. Cuando esta conexión se pierde, se pierde la fe, fe en  uno mismo, en los demás, en la vida, en su destino..

En nuestra cultura actual se refleja algo similar. El pasado se encuentra relegado; ¿Y el futuro? Sobra  decir que vivimos en una sociedad sumamente variable. El porvenir es más inseguro que nunca. Y el problema fundamental actualmente es que estamos perdiendo la fe. Es a través de la fe, que el individuo queda conectado con la colectividad.

Pero, ¿Qué es la fe? Es meramente un asunto de creencia en Dios? ¿Se opone siempre a la Razón? Como todas las palabras, puede usarse con ligereza. Consultemos de nuevo a Erich Fromm: Para empezar a comprender el problema de la fe es necesario diferenciar la fe racional de la irracional.  Esta última se refiere a la creencia que se basa en una sumisión a una autoridad falaz. Es claramente una relación de  dependencia.
Por el contrario, la fe racional es una convicción arraigada en la propia experiencia mental y afectiva. No es una creencia en algo, es la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras convicciones.

La fe irracional es el consentimiento de algo como indiscutible solo porque así lo dice la autoridad o la mayoría. Por el contrario, la fe racional está arraigada en una convicción independiente basada en la propia reflexión, a pesar de lo opinión de la mayoría.
Y más adelante: Un acto de amor es un acto de fe. En el acto de amor uno abre el corazón a otro y al mundo. Esta acción, que puede proporcionar una alegría inexplicable, lo expone a uno también  a un daño profundo. Por consiguiente solo puede hacerla quien tiene fe en la humanidad y en la naturaleza. La persona que no tiene fe, no puede amar.

El sentimiento de fe es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo de un extremo a otro, desde el centro a la periferia y vuelta de nuevo. El individuo se siente entonces como una unidad, como un continuo. Los diferentes aspectos  de su personalidad están integrados.

Para abandonarse hay que tener fe. Ante la ausencia de fe hay que controlar. Recordemos que todo adulto a pasado antes por una fase de desamparo en su niñez y primera infancia. Si no se hubiera abusado de ese desamparo y si su supervivencia no hubiera estado amenazada, no habrían tenido que montar esa especie de control de ego que impide a la persona sentir las profundidades de su ser.
Ahora bien, el vivir sólo en la superficie carece relativamente de significado, por lo cual todo el mundo quiere abrirse camino a través de la barrera. Si no encuentran otro camino, utilizarán el alcohol o las drogas para restablecer algún contacto, aunque sea momentáneo, con su ser interno.

 Alex Lowen opina: Estamos asistiendo a un aumento en la incidencia de la depresión. Esto se manifiesta en la búsqueda  compulsiva de la diversión y en la demanda incesante de   estimulantes. Vemos un deterioro constante de los valores morales, un debilitamiento progresivo de los lazos comunitarios, una disminución de la espiritualidad junto con un aumento del énfasis en el dinero y en el poder. ¿A dónde va este mundo? La opinión general diría que estamos viviendo tiempos depresivos, y realmente es así.
Son depresivos, no porque sean difíciles, sino porque nuestra fe se ha visto minada progresivamente. La gente ha vivido tiempos más difíciles sin deprimirse.
Cuando se pierde la fe, parece perderse también el deseo y el impulso de alcanzar cosas, de comunicarse y luchar. El individuo siente que no   hay nada que alcanzar y adopta una actitud última de ¿Para qué?
Seguir las reglas es un camino seguro; pero no es el camino del placer ni de la fe en la vida.

martes, 21 de mayo de 2019

¿Qué es la fe? parte 4


El sentimiento de fe
 

El sentimiento de fe es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo de un extremo a otro, desde el centro a la periferia y vuelta de nuevo. El individuo se siente como una unidad, como un continuo. Los diferentes aspectos  de su personalidad están integrados. No es una persona espiritual en tanto que opuesta a una persona sexual; no es sexual el sábado por la noche y espiritual el domingo en la mañana. No tiene dos caras. Su sexualidad es una expresión de su espiritualidad, porque es un acto de amor. Su espiritualidad tiene un sabor terrenal; es el espíritu de la vida, que respeta tal y como se manifiesta en todas las criaturas de la tierra. No es una persona cuya mente domine a su cuerpo, ni un cuerpo sin mente.

Pero igual de importante es su sentido de continuidad. La persona viene del pasado, existe en el presente, pero pertenece al futuro. La vida es un proceso continuo, un constante desvelar posibilidades y potencialidades que están ocultas en el presente. Si no se tuviera alguna esperanza y compromiso hacia el futuro, la propia vida se paralizaría, que es lo que les ocurre a los deprimidos.

El sentido de continuidad también es horizontal. Estamos metabólicamente conectados con todos los seres vivientes de la tierra, desde los gusanos que orean el suelo hasta los animales que nos proporcionan nuestra diaria alimentación. Sentir esta sensación de estar conectado y actuar de acuerdo con ésta, es la característica del hombre de fe, de un hombre que tiene fe en la vida. La propia fe es tan fuerte como la propia vida, porque es una expresión de la fuerza vital dentro de cada persona.

La gente que tiene verdadera fe se distingue por una cualidad que cualquiera reconoce: la gracia. Una persona con fe está llena de gracia en sus movimientos, porque su fuerza vital fluye fácil y libremente a través de su cuerpo, con la vida y con el universo. Su espíritu está encendido y la llama de la vida brilla dentro de ella. Tiene un lugar en su corazón para cada niño, porque cada niño es su futuro, y tiene respeto por los mayores porque ellos son la fuente de su ser y el fundamento de su sabiduría.

La erosión de nuestras raíces

Las condiciones que predisponen a un individuo a la depresión no son privativas de nuestra época. Los niños de antes también sufrían la pérdida del amor de la madre, aunque era menos corriente que ahora. Por otro lado, existía un mayor contacto corporal entre la madre y el niño.
Dice Montagu: “Las prácticas impersonales de crianza que han estado de moda durante mucho tiempo en los Estados Unidos, junto a la ruptura temprana de la unión madre-hijo y a la separación entre madres e hijos por la interposición de biberones, mantas, ropas, cochecitos, cunas y otros objetos físicos, crean individuos que son capaces de vivir solos, aislados, en medio de un mundo superpoblado, materialista y apegado a las cosas”.

Otro aspecto importante es la disminución en frecuencia y duración, del amamantamiento del niño. Reduce la regularidad del contacto corporal entre madre e hijo, que cumple la importante función de estimular el sistema de energía en el niño. El criar al pecho profundiza la respiración del niño y aumenta su metabolismo; además llena las necesidades eróticas orales del niño, proveyéndole de una profunda sensación de placer que se extiende desde los labios y la boca por todo el cuerpo. Con este solo acto, la madre afirma la incipiente fe del niño en el mundo (que a esa edad es la madre) y la suya propia en sus funciones naturales. Erikson  considera que: Si gastáramos una fracción de nuestra energía curativa en acción preventiva -es decir, promoviendo la alimentación al pecho- podríamos evitar muchas de las desgracias y muchos de los problemas que vienen de trastornos emocionales.  

Lo fundamental en la relación madre-hijo no es tanto el amamantar, sino la fe y la confianza. A través de esta relación el niño adquiere, o un sentimiento básico de confianza en el mundo, o la necesidad de luchar contra dudas, ansiedades y culpabilidades sobre su derecho a obtener lo que quiere o lo que necesita. Quien no está seguro de tener ese derecho, dudará también de poder llegar al mundo, y lo hará con precaución y sin una entrega total. La ambivalencia preside sus actuaciones; alcanza algo y se retrae al mismo tiempo. Desgraciadamente, el individuo no es consciente ni de su ambivalencia ni de su desconfianza. Su retraimiento se ha estructurado en tensiones musculares crónicas, que durante mucho tiempo han sido el modelo de sus movimientos.

Cuando un niño pierde la fe en su madre, empieza a perder la fe en sí mismo y a desconfiar de sus sentimientos, de sus impulsos y de su cuerpo. Siente que algo va mal y que no puede confiar en que sus funciones naturales le proporcionen la relación y armonía con el mundo.
Parece que eso es lo que pretende imponer  nuestra civilización occidental con una regulación artificial excesivamente rigurosa de las funciones corporales de los niños pequeños. Implantan el pertinaz metrónomo de la rutina dentro del bebe o del niño pequeño para regular las primeras experiencias con su cuerpo y con su entorno físico inmediato. Después de esta socialización tan mecánica, se le anima a que se desarrolle dentro de un burdo individualismo. Persigue ambiciones, anhelos, pero permanece compulsivamente en carreras estandarizadas. Esto a conducido al dominio de la máquina, pero también a una corriente subterránea de eterno descontento y desorientación individual.

La actitud occidental hacia las funciones corporales cabe describirla como de dominio y control, en oposición a una actitud de reverencia y respeto que es propia de los pueblos primitivos.
El poder no nos ha dejado ver la realidad de nuestra existencia, olvidando que dependemos de esta tierra para nuestro bienestar y para nuestra existencia, y hemos adoptado la misma actitud respecto a nuestros cuerpos. Olvidamos la realidad de que nuestra voluntad y nuestra mente dependen absolutamente del funcionamiento sano y natural del cuerpo.

Trastornos en la relación madre-hijo

Nadie puede comprender a un niño tan bien como su madre. Antes de su nacimiento formó parte  de su cuerpo, fue alimentado por su sangre y estuvo sujeto a las corrientes y a la carga que fluyen por el cuerpo de la madre. Puede comprender al niño tan bien como comprende a su propio cuerpo. El auténtico problema aparece, sin embargo, cuando una madre no esta en contacto con su propio cuerpo y con sus sentimientos. Si una madre no tiene fe en sus propios sentimientos, no tendrá fe en las respuestas de su hijo, o no teniendo fe en ella misma, no la tendrá para transmitírsela a su hijo.

¿En que momento se rompió esa transmisión de la fe? Antes, la unión entre madre e hijo era inmediata, cuerpo con cuerpo. Dar a luz y alimentar eran actividades sagradas. Su amor por el niño se vertía en la leche con que le amamantaba. De acuerdo con el Dr. Newton, una relación madre-hijo sin una lactancia agradable es una posición psicofisiológica similar a un matrimonio sin un coito agradable.

Los peores efectos de la tecnología, el poder , el egoísmo y la objetividad han sido los relativos a los trastornos en la relación normal madre-hijo. A medida que estas fuerzas avanzan, las mujeres se sienten tentadas a abandonar la crianza de los niños.
La mujer que no amamanta debe confiar en los conocimientos de su pediatra para encontrar la receta apropiada. Con este acto ha renunciado a la fe en sí misma. Al transferir su responsabilidad al médico, tendrá que depender de los conocimientos de éste, y no de su innata intuición, para criar al niño, lo cual, coloca una barrera entre madre e hijo al inhibir su reacción espontánea y al forzarla considerar si sus acciones son o no apropiadas. Seguir el consejo del médico le dará la ilusión de que sabe lo que hace, pero no sustituirá a la respuesta amorosa, que es una expresión de fe y de compresión.

Nadie conoce cabalmente a un niño ni sabe como criarlo. Lo que sí puede en comprenderle, comprender su deseo de ser aceptado tal como es, amado por el sólo hecho de ser, y respetado como individuo. Podemos comprenderlo porque todos tenemos los mismos deseos. Podemos entender su deseo de ser libre; todos queremos ser libres. Podemos entender su insistencia en autorregularse; a todos nos molesta que nos digan qué tenemos que hacer, que comer, cuando ir al baño, que vestir, y cosas por el estilo. Podemos comprender a un niño cuando comprendemos que nosotros también somos como niños.
El placer que un padre tiene con su hijo comunica al niño el sentimiento de que su existencia es importante para los que le rodean. Y la satisfacción que un hijo tiene con su padre surte el mismo efecto en este último.

A los niños se les debe enseñar los dominio de una cultura si se quiere que se adapten a ella. Pero -y Erikson opina lo mismo- no se puede hacer a expensas de la viveza y sensibilidad del cuerpo.

Las relaciones antitéticas no tienen porque producir conflicto; el conocer no supone automáticamente falta de comprensión; no tiene por qué ser verdad que el poder destruya el placer o que el ego deba negar al cuerpo del papel que le es propio, y no todas las civilizaciones han sido tan nefastas para la naturaleza como la nuestra. Cuando estas fuerzas opuestas se equilibran armoniosamente, más que un antagonismo lo que crean es una polaridad. En una relación polarizada, cada oponente soporta y potencia al contrario. Un ego enraizado en el cuerpo recibe fuerza de éste y a su vez sostiene y aumenta los intereses del cuerpo. La polaridad más evidente en nuestras vidas es consciencia e inconsciencia o vigilia y sueño. Todos sabemos que un buen sueño nocturno permite funcionar bien durante el día, y que un trabajo satisfactorio durante el día facilita el sueño y el placer de dormir.

El precio que pagamos por una civilización altamente tecnificada es la erosión de nuestros recursos naturales y la destrucción de nuestro entorno natural. Análogamente, un exceso de poder disminuye nuestra capacidad de disfrute. Cuando nos convertimos en perseguidores del poder, perdemos de vista el sencillo disfrute de utilizar nuestros cuerpos. El conceder una importancia  excesiva a nuestro ego acaba siempre en una negación del cuerpo y sus valores.

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martes, 14 de mayo de 2019

¿Qué es la fe? parte 3


El crecimiento de la fe

La fe surge y crece de las experiencias positivas de la persona. Cada vez que se es amado, aumenta la fe, siempre y cuando uno responda a ese amor. Una creencia basada en el sentimiento tiene la cualidad de la verdadera fe.
Anteriormente describí la fe como un puente que conecta el pasado con el futuro. Para cada individuo el pasado representa a sus antepasados y el futuro a sus hijos. Es el puente a través del cual fluye la vida desde los ancestros hasta los descendientes de una forma ordenada. Esta analogía me recuerda a los estolones en las matas de fresas. Cuando una mata de fresas está madura, emite estolones que en ciertos puntos echan raíces en la tierra y dan origen a nuevas plantas, incluso antes de que las raíces estén completamente aseguradas. La planta hija se nutre de la planta madre a través del estolón hasta que está sólidamente establecida; una vez que lo está, los estolones se secan igual que el cordón umbilical cuando el niño empieza a respirar por sí mismo.

 Metafóricamente podríamos  decir, que la llama de la vida pasa de una generación a otra, con la esperanza de que será eterna y de que se hará más brillante en cada paso evolutivo.
Cuando la llama arde con brillo en un organismo, éste irradia el sentimiento de alegría. La fe es el aspecto de esa llama vital que mantiene el espíritu del hombre caliente y vivo contra los fríos vientos de la adversidad. El amor es otro aspecto de esa misma llama. Su calor nos acerca a la gente, mientras que la persona fría es un misántropo.

Biológicamente, la fe en el niño se aviva y se alimenta por el amor y el cariño de sus padres. Este cariño amoroso confirma al niño en el sentimiento de que el mundo es un lugar donde se puede vivir con alegría y satisfacciones. A medida que se expande la conciencia del niño, éste devuelve la fe de sus padres con su propia devoción a las formas de vida y los valores que éstos representan.
El interés de la comunidad en el bienestar de los jóvenes halla su  contrapartida en el hecho de que los jóvenes respeten a sus mayores.
En las comunidades tribales, el papel de los sabios ancianos es el de actuar de guías. No se les abandona y son reverenciados.

En la actualidad, los padres no han logrado transmitir una fe sustentadora a sus hijos. Muchos padres se preocupan más por su nivel de vida que de sus hijos. Pero la razón básica de este fracaso es que a los propios padres les ha faltado fe. Sin fe, su amor era una imagen, no una realidad; una exposición de palabras, no una expresión de sentimientos.

La fe es una cualidad del ser: de estar en contacto con uno mismo, con la vida y con el universo. Por encima de todo, es el sentimiento de sentirse enraizado en el propio cuerpo, en la propia humanidad y de la propia naturaleza animal. Es una manifestación de vida, una expresión de la fuerza vital que une a todos los seres. Es un fenómeno biológico y no una creación de la mente. La piedra de toque de la fe, es el tacto mismo.

  La cuestión principal es entonces cómo restablecer la fe perdida en un individuo o en un pueblo. La cosa no es fácil. La fe no se puede predicar; es como predicar amor, que aunque suena a importante, es un susurro en el viento. Uno no puede dar fe a otra persona; puede compartir su fe con otra, con la esperanza de que una chispa encienda el rescoldo en el alma del otro, y se puede ayudar a otra persona a reencontrar su fe, descubriendo como la perdió. Esto es, por supuesto, lo que he hecho con mis pacientes depresivos. Al compartir mis experiencias contigo, espero compartir también contigo mi fe en la vida.

El animismo

Animismo, tal como lo define el diccionario, es la creencia en que todos los objetos poseen una vida o vitalidad natural o están dotados de almas que moran en ellos. El término se usa para designar la forma más primitiva de religión, la del hombre de la Edad de Piedra. Prefiero usar el término espíritu antes que el de alma, porque los pueblos primitivos hablaban de espíritus. Este espíritu o fuerza se creía que moraba en ambas naturalezas, la animada y la inanimada, tanto en los seres vivientes como en las rocas, herramientas, ríos, montañas y lugares. En esta visión, se reservaba un lugar especial para el espíritu de los muertos, que formaban parte de la comunidad viviente.

La importancia del animismo para lo que aquí nos ocupa es que representaba una forma de vida basada en la fe y en el respeto a la naturaleza. El hombre primitivo sentía que formaba parte de las fuerzas naturales igual que ellas formaban parte de su propio ser. Por lo tanto, no podía actuar destructivamente contra la naturaleza sin ser al mismo tiempo autodestructivo. Por ejemplo, no podía talar un árbol sin hacer un gesto para apaciguar el espíritu del árbol.
Laurens Van Der Post, hizo una visita a los bosquimanos de África, un pueblo que vive prácticamente en la Edad de Piedra. A pesar de sus precarias condiciones, encontró en ellos alegría y encanto, sensibilidad, imaginación y sabiduría. Escribe: Se regían por un sentido natural de la disciplina y de la proporción, curiosamente adaptado a la dura realidad del desierto.

El hombre de la edad de piedra era en cierto modo como un niño. Vivía en términos de su cuerpo, estaba profundamente inmerso en el presente y era muy sensible a todos los matices del sentimiento. Su ego estaba aún identificado con su cuerpo y sus sentimientos.   
¿Somos nosotros más realistas que el hombre de la Edad de Piedra? La realidad estaba limitada a los hombres de la edad de piedra porque no conocía las leyes de causa-efecto que gobiernan la interacción de los objetos materiales. De la misma forma, está limitada para nosotros cuando ignoramos la acción de fuerzas que no obedecen a estas leyes. Las emociones, por ejemplo, son una de esas fuerzas. Todo el mundo sabe que las emociones y los estados de ánimo son contagiosos. Una persona deprimida, deprime a las demás sin haber hecho nada para producir ese efecto. En presencia de una persona feliz, nos sentimos alegres.

Mucha gente comparte la creencia de que el elevar el nivel de vida es la solución a esa infelicidad personal que es tan común. Para una mentalidad primitiva, la importancia que concedemos a los bienes materiales y riquezas sería considerado como poco realista.
Las culturas de la Edad de Piedra fueron paulatinamente reemplazadas. El hombre logró incrementar gradualmente su poder sobre la naturaleza y sobre sus congéneres. El aspecto más significativo de este cambio fue el gradual desplazamiento desde el pensamiento subjetivo al objetivo. 

Cuanto más se separaba el hombre de la naturaleza y se convertía en la especie dominante de la tierra, más centraba todo sentimiento espiritual en sí mismo. No negaba su propia espiritualidad, pero negaba cualquier espiritualidad a otros aspectos de la naturaleza.
Las grandes religiones occidentales que surgieron de este desarrollo representan a un Dios cuyo principal interés son los asuntos humanos. Sólo reconocen al hombre como poseedor de alma, lo cual equivale a asignarlo una posición única en el mundo.
El doble orden que surge de esta visión es la contraposición de lo espiritual contra lo material. Todo aquello a lo que se niega la espiritualidad se convierte en un orden inferior de cosas.

A pesar de todo, la persona religiosa no se ha olvidado de su relación con el mundo. El animismo no está del todo muerto, se ha transformado en la devoción al gran espíritu que impregna todas las cosas. La persona religiosa cree que el espíritu que le mueve es el que mueve al mundo.
Puesto que Dios es la providencia, la persona religiosa tiene fe, pero en este esquema hay también lugar para la voluntad del hombre. Esto crea un dilema: ¿Qué hacer cuando la voluntad personal entra en conflicto con la voluntad de Dios? Este problema nunca se le presentó al hombre de la Edad de Piedra. Para el hombre religioso se convirtió en una prueba de su espiritualidad.

El poder y el conocimiento del hombre se han incrementado enormemente. Pero en esa misma medida ha ido distanciándose cada vez más del orden natural. Escudriñó los cielos descubriendo que Dios no estaba allí. Estudió su mente a través del psicoanálisis y no encontró huella de su supuesta espiritualidad. Nunca se le ocurrió mirar a su cuerpo en busca de ella, porque éste había sido reducido a un objeto material junto con el resto del orden natural. ¿A que conclusión podía llegar el hombre actual sino a la de que Dios había muerto? Fue una conclusión de la que se alegró, porque le liberaba del conflicto de voluntades y ahora la suya sería la suprema.

Desgraciadamente, el poder no distingue entre el bien y el mal y la voluntad sólo ve para sí mismo. Si el criterio de bien y mal reside en el hombre, entonces, para todos los fines prácticos, estamos sujetos al juicio de los hombres que ostentan el poder, ya que el suyo es el único criterio que cuenta.
Al depositar nuestra confianza en el conocimiento y en el poder, hemos traicionado nuestra fe. No tenemos fe en que apoyarnos. Podemos hablar de amor, pero el amor es un sentimiento que pertenece a la esfera del cuerpo, y en nuestra carrera por conseguir el poder y el control hemos perdido el contacto con nuestros cuerpos.

martes, 7 de mayo de 2019

¿Qué es la fe? parte 2


La psicología de la fe.

Al hombre se le ha definido como un animal que construye historia. Esto significa que es consciente de su pasado y le preocupa su futuro. Sabe que es mortal (ningún otro animal tiene esta carga), y también sabe que sus raíces personales vienen de lo profundo de la herencia de su pueblo. Asimismo, está atado al futuro, que es su inmortalidad, sabiendo que a través de él se transferirá esa herencia a los que vengan detrás. Nadie puede vivir por y para sí mismo; tiene que sentir que haga lo que haga, por pequeño que sea, contribuye de alguna manera al futuro de su pueblo. Somos eslabones de la gran cadena de la vida tribal. Cada miembro es un puente viviente que conecta el pasado con el futuro.
Cuando la conexión vital de un pueblo con el pasado y el futuro se desvanece, pierden la fe, fe en ellos mismos y en su destino. Hemos visto que los pueblos primitivos se deprimen cuando se destruye su cultura. Éstos hombres, como cualquier persona deprimida, se dan a la bebida o pierden todo interés o deseo de seguir adelante.

Muchos aspectos de nuestra cultura actual sugieren un fenómeno paralelo. El pasado parece irrelevante. Nadie puede vivir hoy como vivían nuestros abuelos; los coches y los aviones lo hacen físicamente imposible. Pero el cambio ha afectado también a las relaciones humanas. Ha habido un relajamiento de los vínculos familiares y existe una moral sexual radicalmente nueva. Incluso, son distintas las maneras de ganarse la vida. Así, los problemas que surgen en las nuevas generaciones son diferentes de los de las anteriores.
¿Y el futuro? Huelga decir que estamos en un mundo donde los cambios están a la orden del día; el futuro es más incierto que nunca. El peligro de la situación actual es que estamos perdiendo la fe.

Hasta el siglo XX el hombre se había sentido siempre sometido a un poder superior. Hoy en día, ya no es así para mucha gente. El que Dios esté muerto o no, poco importa; está muerto en el pensamiento moderno. El hombre moderno no reconoce ya una autoridad suprema.
Mucha gente cree realmente en la ciencia y en sus posibilidades. Pero creer no es tener fe. Una creencia es un producto de la mente consciente, la auténtica fe es un asunto del corazón. 
A medida que el hombre se ha hecho más consciente de sí mismo como ser único, ha ido cortando los lazos que lo unían a la comunidad. No se siente ya parte de un orden superior del que depende su supervivencia. Sabe que la comunidad está ahí, pero la ve sólo como medio para sus fines. Es una sociedad que cultiva la filosofía de cada cual para sí mismo, el sentido de comunidad no existe como fuerza poderosa.

Si cada hombre es un mundo en sí mismo, entonces tiene razón al creer que en su mundo personal él es dios. Nadie puede decirle qué pensar o qué creer. Como los pollos de una incubadora, cada persona vive dentro de su propia cáscara. La gente en una sociedad masificada son como alubias en un saco; sólo cuentan como cantidad. Y aunque en una sociedad masificada cada persona es diferente de cualquier otra, no es un verdadero individuo, ya que no tiene voz en su futuro y no puede responsabilizarse de su destino.

La verdadera individualidad sólo puede existir en una comunidad donde cada miembro es responsable del bienestar del grupo y donde el grupo responde a las necesidades de cada miembro.
En una sociedad masificada sólo importa el sistema, puesto que cualquier persona se puede reemplazar por otra. El individuo masificado, esté arriba o abajo del montón, sólo es importante él mismo. Este sistema obliga a la gente a volverse egoísta y a dedicar sus mayores esfuerzos a ganar reconocimiento.

He dicho que la fe conecta el pasado con el futuro. A través de la fe el individuo queda conectado con la comunidad. Las comunidades se formaron con individuos que tenían una fe común, y cuando esa fe se perdió, aquéllas se desintegraron.
Una persona religiosa se siente parte de una comunidad humana, pertenece a la comunidad de la naturaleza y participa de la comunidad con Dios o con el Universo. Toda persona que siente de esta manera es religiosa, sea o no sea miembro de una iglesia. Puede decirse que todo individuo que tiene sentido de su respuesta y responsabilidad es religioso.

Las instituciones religiosas pierden su efectividad cuando dejan de satisfacer la necesidad del hombre de pertenecer a algo y de expresarse. En esta situación surgirán nuevos sistemas de pensamiento que satisfagan esas necesidades. Puede que no se llamen religiones, pero tendrán un componente religioso si se encuentra en ellos un sentimiento de comunidad y de responsabilidad. Para mucha gente la experiencia grupal de la terapia, especialmente el análisis bioenergético, que promueve los valores espirituales del cuerpo, satisface esas necesidades. Alguien cree que la terapia es la religión del futuro. Proporcionan a la persona un sentimiento de pertenencia, identidad, capacidad de autoexpresión y fe en la vida.

Egoísmo y fe son diametralmente opuestos. A un hombre egoísta sólo le importa su imagen; a un hombre con fe le importa la vida. Un egoísta se orienta hacia la consecución del poder. Un hombre con fe se orienta hacia el disfrute de la vida, y el placer que le da el vivir lo comparte con los que tiene alrededor. Para un egoísta, la imagen lo es todo, su única realidad. La verdadera fe es una entrega a la vida del espíritu -el espíritu que vive en el cuerpo de la persona- que se manifiesta a través del sentimiento y que se expresa en los movimientos del cuerpo.

Nuestra cultura, nuestra educación y nuestras instituciones sociales favorecen la posición del ego. Lo que se esconde detrás de la mayor parte de la publicidad es una llamada al ego. La educación promueve la postura del ego por su gran y (yo creo) exagerado énfasis en el pensamiento abstracto.
Los peligros que corremos con esta engañosa reducción de nuestra fe son dobles: al individuo le impone la amenaza de la depresión; dentro de la sociedad provoca la desintegración de aquellas fuerzas espirituales  y comunitarias que dan sentido y realzan la vida humana. Y lo probable es que la situación empeore.

La fe no se puede legislar, ni fabricar ni ensañar. Se puede forzar la sumisión a dogmas, pero cada acto de sumisión alimenta la llama interna de la rebelión, que inevitablemente acabará en cataclismo.
La afirmación de que no puede ensañarse quizás resulta chocante, porque realmente creemos en el poder de la educación. Pero la educación no intenta alcanzar el corazón de las personas; su finalidad es formar la mente, de modo que puede alterar las creencias sin afectar para nada la fe.

Aunque las creencias son un producto del pensamiento y la fe es un sentimiento del mismo genero que el amor, cabeza y corazón no tienen porque estar desconectados y lo que uno piensa puede reflejarse inmediatamente en lo que uno siente. Otras veces no es así.
Un hombre que proclama su creencia en Dios puede tener poca fe, como atestiguaría, por ejemplo, el hecho de que se deprime. Por otro lado, un ateo puede ser un hombre con una gran fe. Puede que no crea en un Dios sobrehumano que rige los destinos, pero su fe podrá estar relacionada con su identidad, con el amor a sus compañeros y con el amor por la vida.

Cuando las creencias surgen de una experiencia personal, sin estar influidas por ningún dogma, entonces tienen un impacto en la propia fe. El efecto de la experiencia sobre la fe puede ser positivo o negativo. Será positivo si abre el corazón y negativo si lo cierra.


martes, 30 de abril de 2019

¿Qué es la fe?


¿Qué es la fe?

Si los padres confían en su forma de vida, y esa forma de vida está basada en la fe, sus reglas y límites reflejarán esa confianza. Esto no lleva a preguntarnos ¿Qué es la fe?
Todo acto basado en la fe es una manifestación de amor. Una madre o un padre amoroso no es ni permisivo ni disciplinario; el calificativo que mas le cuadra es el de comprensivo. Comprende la necesidad que tienen el niño de un amor y una aceptación incondicional. Comprende también que no es una cuestión de palabras sino de sentimientos expresados en acciones.
Una madre amorosa es quién se da, quién da su tiempo, su atención, su interés. Para saber cuánto quiere una madre a su hijo, sólo es necesario saber el tiempo que le dedica y cuanto placer le da a su hijo. El placer que siente una madre con su hijo es exactamente igual al que siente el hijo por su madre. El amor está basado en un placer compartido. El placer de una persona aumenta el placer de la otra, hasta que el sentimiento entre ambos es de alegría.

Los padres amorosos quieren ver a su hijo feliz. Quieren que disfrute de la vida. Esta actitud y los sentimientos que la acompañan, dan al niño fe en la vida: primero fe en sus padres, después fe en él mismo y por último, fe en el mundo. Los padres pueden hacer esto por un hijo si ellos mismos tienen fe. Pero poca gente la tiene, nuestra civilización la margina. Hablamos del amor pero veneramosancia el poder.

La importancia de la fe

 ¿Qué importancia tiene la fe? ¿Puede el hombre vivir sin ella? Esta cuestión merece una atención seria, ya que la supervivencia del hombre no está garantizada y su vida no está libre de la desesperación. ¿Qué es la fe? Como todas las palabras, puede usarse con ligereza. Es muy fácil decir: Debes tener fe, como se podría decir tienes que amar. Pero un momento de reflexión basta para darse cuenta de que ni las palabras ni las afirmaciones pueden añadir estas cualidades esenciales a la vida de una persona.

El sentimiento de fe es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo de un extremo a otro, desde el centro a la periferia y vuelta de nuevo. El individuo se siente como una unidad, como un continuo. Los diferentes aspectos  de su personalidad están integrados.

Existe una conexión íntima entre la enfermedad y la pérdida de fe. Estamos asistiendo a un aumento en la incidencia de la depresión por un lado y la correspondiente desilusión y pérdida de fe por el otro. La persecución frenética de la diversión y la demanda continua de estimulantes apoyan esta observación.
Vemos un deterioro constante de los valores morales, un debilitamiento progresivo de los lazos religiosos y comunitarios que ligan el bienestar de un hombre con el del otro, una disminución de la espiritualidad junto con un aumento del énfasis en el dinero y en el poder. ¿A dónde va este mundo?. La opinión general diría que estamos viviendo tiempos depresivos, y realmente es así.

Son depresivos, no porque sean difíciles, sino porque nuestra fe se ha visto minada progresivamente. La gente ha vivido tiempos más difíciles sin deprimirse.
Cuando se pierde la fe, parece perderse también el deseo y el impulso de alcanzar cosas, de comunicarse y luchar. El individuo siente que no hay nada que alcanzar y adopta una actitud última de ¿Para qué?
Seguir las reglas es un camino seguro; pero no es el camino del placer ni de la fe en la vida.

 Al tratar de comprender la relación del hombre consigo mismo y con su mundo no podemos olvidar el concepto de fe.
La fe pertenece a un orden de experiencia diferente de del conocimiento. Es más profunda que éste, puesto que ha menudo le precede cómo base de acción y continúa afectando el comportamiento incluso cuando su contenido es negado por el conocimiento objetivo. Rezar es un buen ejemplo. Muchos de los que rezan saben que su oración no es capaz de modificar el curso de las cosas; pero el saberlo no los detiene, porque para ellos rezar es una expresión de fe. Sienten que esa expresión tiene un efecto positivo y que gracias a ello son capaces de soportar la carga. Para rezar no es necesario creer en una deidad omnipotente. El poder de la oración se basa en la fe que la persona manifiesta. Se dice que la fe obra milagros, y veremos que existen buenas razones para creerlo.

Un acto de amor también es una expresión de fe. En el acto de amor uno abre el corazón a otro y al mundo. Esta acción, que llena al mundo de una alegría inexplicable, le expone también a un daño profundo. Por consiguiente sólo puede hacerla quien tiene fe en la humanidad del hombre y en toda la naturaleza. La persona que no tiene fe no puede amar.

Si no tuviéramos fe en que nuestro esfuerzo va a ser recompensado, faltaría la motivación para esforzarse. La necesidad no es un incentivo suficiente. Los pacientes depresivos tienen la misma necesidad de funcionar que todo el mundo, pero eso no les mueve. Se han rendido; han perdido la fe y se han resignado a morir.

La íntima conexión entre pérdida de fe y muerte aparece clara en situaciones de crisis. En asuntos de vida o muerte la fuerza de la fe puede ser el factor decisivo que empuje a un hombre a sobrevivir allí donde otros mueren.
Una prueba de fe realmente extraordinaria fueron los campos de concentración en la Alemania nazi. Para los que parecía un milagro sobrevivir a aquel horror. Pero el caso es que muchos sobrevivieron, entre ellos Victor Frankl, un psiquiatra austriaco. La observación de sus compañeros le condujo a la conclusión de que los únicos que sobrevivían eran las personas para las que la vida tenía algún significado. Aquellos a los que les faltaba esa convicción se abandonaban y morían. Les faltaba la voluntad de seguir luchando ante la tortura, la crueldad, traiciones, privaciones y degradaciones.

La fe de una persona es la expresión de su vitalidad interior como ser viviente, igual que su vitalidad es una medida de su fe en la vida; ambas incumben a procesos biológicos dentro del organismo.
La fe es la fuerza que sostiene la vida, tanto en el individuo como en la sociedad, y la que la mantiene en movimiento. Es, por tanto, la fuerza que une al hombre con su futuro. Cuando se tiene fe, se puede albergar confianza en el futuro, aún en periodos en los que los sueños o esperanzas no parece que vayan a cumplirse. Y sin embargo, no es el vínculo a un futuro personal lo que es esencial en la fe. Muchas personas han sacrificado su futuro individual en aras de su fe, que han preferido morir antes que renunciar a ella. Lo cual sólo puede indicar que para ellos la supervivencia sin fe no valía la pena.

El poder frente a la fe

¿Cómo puede ser que la fe tenga un valor mayor que la vida? Esta aparente contradicción sólo puede resolverse si aceptamos la idea de que lo que está en juego no es la vida individual. Una persona puede decidirse a sacrificar su vida en aras de otras vidas o de la humanidad. Si tenemos fe, es la vida en general la que nos parece valiosa. Si perdemos el sentido de que cualquier vida es valiosa, renegamos de nuestra humanidad, con el inevitable resultado de que nuestra propia vida se vuelva vacía y falta de sentido.

Ahora bien, en nombre de la fe (religiosa, nacional o política) los hombres han hecho la guerra, han destruido vidas y violado la naturaleza. Este extraño comportamiento requiere una explicación, que debemos buscar en la propia naturaleza de la fe. El hecho es que la fe tiene un aspecto dual, uno consciente y otro inconsciente. El aspecto consciente está conceptualizado en una serie de creencias o dogmas. El inconsciente es un sentimiento de confianza o fe en la vida, que subyace al dogma y que infunde vitalidad y sentido a la imagen. Ajena a esta relación, la gente ve al dogma como la fuente de su fe y se sienten impulsados a apoyarlo contra todo aquello que cuestione su validez. A los que defienden otra creencia se les considera como infieles y menos humanos. Tal actitud parece que para algunos es motivo suficiente para destruir a otros.

Pero aunque las diferencias de fe se pueden utilizar como justificación y racionalización para guerras y conquistas, la motivación real hay que buscarla en la lucha por el poder.
El hombre necesita seguridad, y cree encontrarla en el poder; a mayor poder, mayor sensación de seguridad.
La gente que pone su confianza en el poder nunca parece tener el suficiente para estar absolutamente seguro. El motivo es que la seguridad tal no existe, y nuestro poder sobre la naturaleza y sobre nuestros propios cuerpos está estrictamente limitado. La confianza en que el poder garantiza la seguridad es una ilusión que mina la verdadera fe en la vida y conduce inevitablemente a la destrucción.

Además de que nunca es suficiente el poder que se puede conseguir, existe también la posibilidad de perderlo. A diferencia de la fe, el poder es una fuerza impersonal y no una parte del ser de la persona, por lo cual es susceptible de que se lo apropie otra persona u otra nación. Como la gente codicia el poder, el hombre que lo posee es envidiado y por tanto no puede descansar seguro, ya que sabe que los demás están intentando o intrigando como arrebatárselo. El poder crea así una extraña contradicción: mientras por un lado parece proveer un grado de seguridad externa, por otro crea un estado de inseguridad tanto a nivel individual como en su relación con los demás.

Las ciudades-estado de los antiguos griegos surgieron de la fe que tenían los griegos en sí mismos y en su destino y que se refleja claramente en su mitología y en las leyendas de Homero. A medida que crecieron, aumento su poder, lo cual les permitió crecer aún más. Pero allí donde la fe une, el poder divide. La lucha de poder entre las grandes ciudades dio como resultado la guerra, destruyendo una fe que anteriormente había unido. Su destino fue ser destruida por un pueblo joven, poseedor de una fe no contaminada por el largo ejercicio del poder.

Un ego inflado, sea personal o nacional, precede y puede ser responsable de la ruptura de la estructura social o de la personalidad individual.
El anhelo de poder limita la experiencia del placer, que proporciona la energía y motivación necesaria para el proceso creativo.
En individuos débiles, las sensación de poder es fácil que infle artificialmente el ego, produciendo una disociación entre el ego y los valores espirituales inherentes al cuerpo; entre éstos están los sentimientos de unidad con el prójimo y con la naturaleza, el placer de la capacidad de respuesta espontánea, que es la base de la actividad creativa, y la fe en uno mismo y en la vida.

Los valores del ego son individualidad, control y conocimiento. A través del conocimiento logramos mayor control y nos volvemos más individuales. Pero cuando estos valores se alían  con el poder y dominan la personalidad, se disocian de los valores espirituales del cuerpo, lo cual transforma una postura sana del ego en otra patológica.

La antítesis entre los valores del ego y los valores del cuerpo no tiene por qué acabar en un antagonismo que escinda la personalidad. En virtud de su relación polar, los dos conjuntos de valores pueden estimular y enriquecer la personalidad. Así, el hombre que es realmente un individuo puede ser agudamente consciente de su hermandad con otros hombres y de su dependencia de la naturaleza y el universo. Su control rebela que es dueño de sí mismo; posee autocontrol y su conocimiento le sirve para reforzar su fe en la vida, no para minarla ni negarla.

A un verdadero individuo, en contacto con su cuerpo y seguro de su fe, se le puede confiar poder. No se le subirá a la cabeza, porque no juega un papel importante en su vida personal. Y la persona que cree en el poder y la gusta, se volverá un demagogo (o semidios) que sólo puede actuar destructivamente, no creativamente.

El mundo se halla actualmente en un punto peligroso y desesperado porque tenemos demasiado poder y muy poca fe.
La violencia y la depresión son dos reacciones al sentimiento de impotencia. Otra es volcarse en las drogas y el alcohol; el consumidor de drogas contrarresta el sentimiento de impotencia a través de sus efectos narcóticos y alucinatorios. Pero ninguno de estos caminos de resultado. La única salvación está en la fe.