martes, 25 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 5


El concepto del Sí-mismo en Carl Jung
 
Carl Jung difiere de la teoría de Freud, pues no considera que el ello freudiano sea movido únicamente por fuerzas libidinales caóticas capaces de irrumpir en el consciente y producir síntomas lamentables.
El inconsciente jungiano se muestra menos pesimista. Está constituido de arquetipos, núcleos de energía psíquica que se encarnan en la realidad para darle sentido. Estas formas universales gravitan idealmente en torno a un centro que es el Sí-mismo.

Mientras que Freud opta por la represión y pide al yo que tenga una actitud defensiva respecto del inconsciente y le encarga levantar murallas para contenerle, Jung propone, por el contrario, una colaboración entre el yo consciente y el inconsciente.
El descubrimiento del Sí-mismo le llevó a concebir para la persona un proceso de maduración cuyo objetivo es llegar a ser Sí misma, encontrar su propia identidad, y, con este fin, liberar a la persona de las influencias sociales inoperantes .

Su planteamiento influirá en todas las escuelas de psicología transpersonal, que reconocerán el papel determinante de lo espiritual en la salud y en la evolución de la persona.
El Sí-mismo, una realidad imposible de conocer directamente, se deja  descubrir, sin embargo, por el consciente a través de símbolos, los sueños, los mitos y las leyendas.

Entre las imágenes simbólicas que representan más particularmente al Sí-mismo se cuentan ante todo las que expresan la totalidad y el infinito, como: el diamante indestructible, el agua viva, el fénix que resurge de sus cenizas, el elixir de la inmortalidad, la piedra filosofal, y el reino interior. Todos estos símbolos remiten a la idea de totalidad, perfección y finalidad del Sí-mismo, considerado como el alma humana habitada por lo divino.
En un intento de describir al Sí-mismo, Jung se figura: El alma es un santuario en el interior de la persona en el que se encuentra una fresca cascada en el seno de una selva tropical, un remanso de paz y serenidad que da cobijo a un gran sabio. Este sabio vive desde tiempo inmemorial. No es un anciano, no; digamos mejor que no tiene edad. Sabe vivir: sabe lo que es bueno para él. No se equivoca. Sabe gozar de la vida, sacando lecciones y adquiriendo poder a partir de ella. Es el centro del Sí-mismo  “generativo”.


La vida espiritual

No hay que tener miedo de la pobreza ni del exilio
ni de la cárcel ni de la muerte,
pero sí hay que tener miedo al miedo.
                                                                                                                 Epicteto

La vida espiritual consiste en explorar sin descanso la propia interioridad, en prestar atención al flujo de nuestra vida en su totalidad , es decir: incluir el mundo personal de las imágenes, los sueños y las visiones creativas; las ensoñaciones; en prestar atención también a los diálogos interiores y finalmente, a las propias emociones y sentimientos.
No es fácil entrar en uno mismo y dejar llegar a la conciencia las oleadas invasoras y  perturbadoras de las imágenes, palabras y emociones. La mayoría de la gente se resiste a acoger estos mensajes; se distraen con la agitación y se apartan de sí mismos; se las ingenian para acallar los estados de ánimo que estorbarían sus hábitos o deseos.
Hacerse espiritual es ir eliminando progresivamente los miedos. El ego vive constantemente en el miedo: miedo a carecer de lo esencial, miedo a no ser aceptado ni querido, ni amado. Y su mayor terror es morir.

Alex Lowen nos aclara: El alma es el nombre que le damos al sistema energético humano que anima a todo organismo. Si sentimos odio, el corazón se contrae y el alma se encoge. Si somos amables el corazón se expande y el alma se ensancha. El brillo de una sonrisa amistosa proviene de un corazón pleno de buenos sentimientos. No se puede ser amable y compulsivo al mismo tiempo. Una persona sociable es lo bastante paciente como para establecer un vínculo sincero y cálido con todos aquellos con quienes tiene contacto.

La persona  que ama tiene conciencia de la existencia de algo más grande y más poderoso que ella misma. Un orden superior. Sin esa fuerza, ¿qué existe que pueda frenar la egolatría y la codicia del hombre, que lo llevan a ver a la Tierra y a sus habitantes como cosas a ser explotadas en provecho de los deseos propios? Al entregarse a su codicia, el hombre destruye la tierra misma de la que depende su propia existencia. 

El camino espiritual es también imposible sin una renuncia continua. La vida humana está repleta de incidencias. Desde el nacimiento hasta la muerte, la persona pasa por una sucesión de pérdidas: algunas inevitables, con motivo de las distintas transiciones en la vida;  además de daños imprevistas, causadas por las enfermedades, las separaciones, los accidentes y otros.
Vivir bien esas pérdidas exige una fuerte autoestima. Si el duelo no se vive adecuadamente, suele llevar a trastornos de orden físico y psicológico. Quedándose, por ejemplo, demasiado aferrados a los seres desaparecidos y al pasado; su vida parece haberse detenido, su crecimiento psicológico se bloquea y su evolución espiritual se estanca.
No es igual en la persona que se ama y confía en sí misma, que si es capaz de desprenderse de los seres queridos y de las situaciones pasadas. No los olvida, como es natural, pero si construye una relación nueva y sana con ellos. En este tipo de persona, el proceso de duelo sirve para establecer nuevos lazos espirituales con los desaparecidos.

En su gran mayoría, las personas de hoy estamos suspendidas entre el cielo y el infierno Podemos experimentar momentos de júbilo, pero con demasiada frecuencia sentimos que podríamos caer en un abismo. La única salida a esta situación es hacer lo que hizo Dante, en La Divina Comedia . Explorar el infierno personal, descender a las profundidades del propio ser con la luz de la conciencia. Así, se elimina el infierno, que sólo puede existir en la obscuridad. De manera similar, cuando los sentimientos suprimidos son atraídos a la conciencia y aceptados, ya no pueden seguir atormentándonos. 

En opinión del Doctor Lowen: Concebimos el infierno como un lugar en lo más hondo de las entrañas de la tierra. Nuestro infierno personal se sitúa en lo más profundo de las entrañas del cuerpo, en la cavidad pélvica que aprisiona la sexualidad. Aquí se encuentran las raíces de nuestra verdadera espiritualidad. Aquí, en la matriz, es donde empieza la vida y donde experimentamos por primera vez la gloria del paraíso.
Cuando llegamos al mundo,es como si fuéramos expulsados del paraíso. Podemos recuperar esa sensación de gloria cuando, en la seguridad de los brazos de nuestra madre, nos prendemos de su pecho. También la podemos tener cuando, en la seguridad del amor de nuestro compañero, nos unimos a él en un abrazo sexual.

Hay otras ocasiones en las que experimentamos el júbilo de la plenitud, pero eso depende de que estemos en contacto con la parte más profunda de nosotros mismos. Reconocemos ese contacto cuando notamos esa onda de excitación fluir a través del cuerpo. 
Las religiones orientales reconocen la importancia de que el individuo salga de su cabeza y descienda a las profundidades de su ser. La técnica usada es la meditación. El aquietar los ruidos parásitos de la mente nos permite escuchar los sonidos del alma. La clave de la meditación consiste en respirar profundamente, lo que ayuda al individuo a relajarse.

La alegría es un sentimiento, no un pensamiento

En el centro de cada uno de nosotros hay un alma animal en armonía con la naturaleza, con el mundo y con el universo. Si nos separamos de ella, nuestra mente sigue funcionando lógicamente, pero nuestros pensamientos tienen poco valor humano. Saul Bellow escribió: En la más grande de las confusiones sigue habiendo un canal abierto al alma. Puede ser difícil de encontrar… pero el canal está siempre allí, y nos compete a nosotros mantenerlo siempre abierto, tener acceso a la parte más profunda de nosotros mismos… a esa parte que es consciente de un estado superior de conciencia.
Ese canal no existe en la mente. Existe, en cambio, en el cuerpo, y es el canal a través del cual pasan las ondas de excitación a la pelvis. 

La aseveración de que no sólo de pan vive el hombre implica que una persona necesita tener fe, además de pan, para sobrevivir. Mientras que el pan basta por sí solo para sustentar el cuerpo, el animal humano necesita otro sustento para su espíritu. Ese alimento   es el amor, que consiste en una profunda y sentida conexión con otra u otras personas, con otra criatura, con la naturaleza y con Dios. Yo no creo que los seres humanos sean los únicos que tienen esa necesidad. El espíritu de un animal languidece si se le aísla del contacto con la vida. 

¿Los animales tienen fe? La respuesta se contesta según hablemos de la fe como un sistema de creencias o como una actitud corporal. La distinción es muy importante pues es posible que un individuo proclame su fe y sin embargo actúe de modo que desmienta esa aseveración.
Si el amor es una sensación corporal y la fe es una actitud , podemos decir que un animal es capaz de sentir amor y tener fe.
Esa era la condición del hombre en los primeros días de su existencia, antes de adquirir conciencia de sí mismo. 

En vez de tener fe, los occidentales hemos depositado nuestra confianza en la ciencia, que representa el poder de la mente humana para superar todas las dificultades que nos rodean. La ilusión de superioridad frente a la naturaleza destruye la conexión que da su significado a la vida, la excitación y su alegría. Esa ilusión niega la naturaleza espiritual del hombre.
Necesitamos establecer un equilibrio y una armonía apropiados entre la mente racional y el cuerpo animal, entre la aspiración a volar y la necesidad de arraigarnos a la realidad de la dependencia de la tierra, de la que extraemos alimento y sustento.

En Oriente, por amor de sus creencias animistas, la gente mantiene la fe en el poder curativo del cuerpo. En muchos casos comprobados, la fe ha convertido un diagnóstico fatal en una cura aparentemente milagrosa. Esto no se debe a la acción de fuerzas misteriosas del exterior. La fe opera desde dentro, aunque se puede invocar a través de la experiencia del amor. Cuando alguien establece una conexión con lo universal, su energía se eleva al punto de inundar su cuerpo, y se irradia en un estado de gozo . Y como esa excitación o energía es la fuente de la vida, puede superar los efectos destructivos de la enfermedad.

La fe puede definirse, entonces, como el estado de una actitud abierta y el resultado de la excitación que fluye libremente por el cuerpo. 

Por desgracia, muchas personas se encuentran parcialmente cerradas a la vida y al amor debido a las traiciones que sufrieron en su infancia, y que las obligaron a contraer el cuerpo, reduciendo su energía y debilitando su fe. Estas personas adquirieron tensiones musculares crónicas que pueden compararse con una armadura. Y es precisamente  esta defensa la que perjudica su salud y lo torna vulnerable a la enfermedad.

Como el hombre nunca puede someter por entero a la naturaleza, está en constante lucha con ella. Esta lucha, que se refleja en el conflicto entre el yo y el cuerpo, priva al hombre de la tranquilidad de espíritu que necesita para experimentar el gozo que ofrece la vida. Sólo los niños pequeños y los animales salvajes conocen ese gozo, que Dostoievsky describió como el regalo de Dios.

El individuo no encontrará seguridad en ningún proceso de pensamiento disociado de sus raíces, que se arraigan en las sensaciones del cuerpo.
Cuando no hay bloqueos que perturben el flujo, las emociones tienen un signo o calidad positivo. El sentimiento de fe, recordemos, es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo, de un extremo a otro. Tal estado de vivacidad es la base física de la experiencia de alegría, que es una experiencia religiosa. Pertenece al ámbito de los sentimientos corporales positivos. No es una actitud mental. Pertenece al mundo animal, y no al mundo de los intelectuales civilizados. 

Con amor por nosotros mismos, podemos alcanzar las tres formas de armonía que una vez definió Aldous Huxley: La armonía animal, es decir, la integridad mantenida por el pleno y libre flujo de excitación en el cuerpo; la humana, por la vía de vivir según el principio Se franco contigo mismo y de extender este principio a nuestro prójimo a través de una conducta bondadosa; y la espiritual, por medio de la conexión con un orden superior. Sólo a través de la integración de la personalidad en estos tres niveles podemos alcanzar la trascendencia que denominamos el estado de   plenitud.

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