martes, 14 de mayo de 2019

¿Qué es la fe? parte 3


El crecimiento de la fe

La fe surge y crece de las experiencias positivas de la persona. Cada vez que se es amado, aumenta la fe, siempre y cuando uno responda a ese amor. Una creencia basada en el sentimiento tiene la cualidad de la verdadera fe.
Anteriormente describí la fe como un puente que conecta el pasado con el futuro. Para cada individuo el pasado representa a sus antepasados y el futuro a sus hijos. Es el puente a través del cual fluye la vida desde los ancestros hasta los descendientes de una forma ordenada. Esta analogía me recuerda a los estolones en las matas de fresas. Cuando una mata de fresas está madura, emite estolones que en ciertos puntos echan raíces en la tierra y dan origen a nuevas plantas, incluso antes de que las raíces estén completamente aseguradas. La planta hija se nutre de la planta madre a través del estolón hasta que está sólidamente establecida; una vez que lo está, los estolones se secan igual que el cordón umbilical cuando el niño empieza a respirar por sí mismo.

 Metafóricamente podríamos  decir, que la llama de la vida pasa de una generación a otra, con la esperanza de que será eterna y de que se hará más brillante en cada paso evolutivo.
Cuando la llama arde con brillo en un organismo, éste irradia el sentimiento de alegría. La fe es el aspecto de esa llama vital que mantiene el espíritu del hombre caliente y vivo contra los fríos vientos de la adversidad. El amor es otro aspecto de esa misma llama. Su calor nos acerca a la gente, mientras que la persona fría es un misántropo.

Biológicamente, la fe en el niño se aviva y se alimenta por el amor y el cariño de sus padres. Este cariño amoroso confirma al niño en el sentimiento de que el mundo es un lugar donde se puede vivir con alegría y satisfacciones. A medida que se expande la conciencia del niño, éste devuelve la fe de sus padres con su propia devoción a las formas de vida y los valores que éstos representan.
El interés de la comunidad en el bienestar de los jóvenes halla su  contrapartida en el hecho de que los jóvenes respeten a sus mayores.
En las comunidades tribales, el papel de los sabios ancianos es el de actuar de guías. No se les abandona y son reverenciados.

En la actualidad, los padres no han logrado transmitir una fe sustentadora a sus hijos. Muchos padres se preocupan más por su nivel de vida que de sus hijos. Pero la razón básica de este fracaso es que a los propios padres les ha faltado fe. Sin fe, su amor era una imagen, no una realidad; una exposición de palabras, no una expresión de sentimientos.

La fe es una cualidad del ser: de estar en contacto con uno mismo, con la vida y con el universo. Por encima de todo, es el sentimiento de sentirse enraizado en el propio cuerpo, en la propia humanidad y de la propia naturaleza animal. Es una manifestación de vida, una expresión de la fuerza vital que une a todos los seres. Es un fenómeno biológico y no una creación de la mente. La piedra de toque de la fe, es el tacto mismo.

  La cuestión principal es entonces cómo restablecer la fe perdida en un individuo o en un pueblo. La cosa no es fácil. La fe no se puede predicar; es como predicar amor, que aunque suena a importante, es un susurro en el viento. Uno no puede dar fe a otra persona; puede compartir su fe con otra, con la esperanza de que una chispa encienda el rescoldo en el alma del otro, y se puede ayudar a otra persona a reencontrar su fe, descubriendo como la perdió. Esto es, por supuesto, lo que he hecho con mis pacientes depresivos. Al compartir mis experiencias contigo, espero compartir también contigo mi fe en la vida.

El animismo

Animismo, tal como lo define el diccionario, es la creencia en que todos los objetos poseen una vida o vitalidad natural o están dotados de almas que moran en ellos. El término se usa para designar la forma más primitiva de religión, la del hombre de la Edad de Piedra. Prefiero usar el término espíritu antes que el de alma, porque los pueblos primitivos hablaban de espíritus. Este espíritu o fuerza se creía que moraba en ambas naturalezas, la animada y la inanimada, tanto en los seres vivientes como en las rocas, herramientas, ríos, montañas y lugares. En esta visión, se reservaba un lugar especial para el espíritu de los muertos, que formaban parte de la comunidad viviente.

La importancia del animismo para lo que aquí nos ocupa es que representaba una forma de vida basada en la fe y en el respeto a la naturaleza. El hombre primitivo sentía que formaba parte de las fuerzas naturales igual que ellas formaban parte de su propio ser. Por lo tanto, no podía actuar destructivamente contra la naturaleza sin ser al mismo tiempo autodestructivo. Por ejemplo, no podía talar un árbol sin hacer un gesto para apaciguar el espíritu del árbol.
Laurens Van Der Post, hizo una visita a los bosquimanos de África, un pueblo que vive prácticamente en la Edad de Piedra. A pesar de sus precarias condiciones, encontró en ellos alegría y encanto, sensibilidad, imaginación y sabiduría. Escribe: Se regían por un sentido natural de la disciplina y de la proporción, curiosamente adaptado a la dura realidad del desierto.

El hombre de la edad de piedra era en cierto modo como un niño. Vivía en términos de su cuerpo, estaba profundamente inmerso en el presente y era muy sensible a todos los matices del sentimiento. Su ego estaba aún identificado con su cuerpo y sus sentimientos.   
¿Somos nosotros más realistas que el hombre de la Edad de Piedra? La realidad estaba limitada a los hombres de la edad de piedra porque no conocía las leyes de causa-efecto que gobiernan la interacción de los objetos materiales. De la misma forma, está limitada para nosotros cuando ignoramos la acción de fuerzas que no obedecen a estas leyes. Las emociones, por ejemplo, son una de esas fuerzas. Todo el mundo sabe que las emociones y los estados de ánimo son contagiosos. Una persona deprimida, deprime a las demás sin haber hecho nada para producir ese efecto. En presencia de una persona feliz, nos sentimos alegres.

Mucha gente comparte la creencia de que el elevar el nivel de vida es la solución a esa infelicidad personal que es tan común. Para una mentalidad primitiva, la importancia que concedemos a los bienes materiales y riquezas sería considerado como poco realista.
Las culturas de la Edad de Piedra fueron paulatinamente reemplazadas. El hombre logró incrementar gradualmente su poder sobre la naturaleza y sobre sus congéneres. El aspecto más significativo de este cambio fue el gradual desplazamiento desde el pensamiento subjetivo al objetivo. 

Cuanto más se separaba el hombre de la naturaleza y se convertía en la especie dominante de la tierra, más centraba todo sentimiento espiritual en sí mismo. No negaba su propia espiritualidad, pero negaba cualquier espiritualidad a otros aspectos de la naturaleza.
Las grandes religiones occidentales que surgieron de este desarrollo representan a un Dios cuyo principal interés son los asuntos humanos. Sólo reconocen al hombre como poseedor de alma, lo cual equivale a asignarlo una posición única en el mundo.
El doble orden que surge de esta visión es la contraposición de lo espiritual contra lo material. Todo aquello a lo que se niega la espiritualidad se convierte en un orden inferior de cosas.

A pesar de todo, la persona religiosa no se ha olvidado de su relación con el mundo. El animismo no está del todo muerto, se ha transformado en la devoción al gran espíritu que impregna todas las cosas. La persona religiosa cree que el espíritu que le mueve es el que mueve al mundo.
Puesto que Dios es la providencia, la persona religiosa tiene fe, pero en este esquema hay también lugar para la voluntad del hombre. Esto crea un dilema: ¿Qué hacer cuando la voluntad personal entra en conflicto con la voluntad de Dios? Este problema nunca se le presentó al hombre de la Edad de Piedra. Para el hombre religioso se convirtió en una prueba de su espiritualidad.

El poder y el conocimiento del hombre se han incrementado enormemente. Pero en esa misma medida ha ido distanciándose cada vez más del orden natural. Escudriñó los cielos descubriendo que Dios no estaba allí. Estudió su mente a través del psicoanálisis y no encontró huella de su supuesta espiritualidad. Nunca se le ocurrió mirar a su cuerpo en busca de ella, porque éste había sido reducido a un objeto material junto con el resto del orden natural. ¿A que conclusión podía llegar el hombre actual sino a la de que Dios había muerto? Fue una conclusión de la que se alegró, porque le liberaba del conflicto de voluntades y ahora la suya sería la suprema.

Desgraciadamente, el poder no distingue entre el bien y el mal y la voluntad sólo ve para sí mismo. Si el criterio de bien y mal reside en el hombre, entonces, para todos los fines prácticos, estamos sujetos al juicio de los hombres que ostentan el poder, ya que el suyo es el único criterio que cuenta.
Al depositar nuestra confianza en el conocimiento y en el poder, hemos traicionado nuestra fe. No tenemos fe en que apoyarnos. Podemos hablar de amor, pero el amor es un sentimiento que pertenece a la esfera del cuerpo, y en nuestra carrera por conseguir el poder y el control hemos perdido el contacto con nuestros cuerpos.

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