martes, 7 de mayo de 2019

¿Qué es la fe? parte 2


La psicología de la fe.

Al hombre se le ha definido como un animal que construye historia. Esto significa que es consciente de su pasado y le preocupa su futuro. Sabe que es mortal (ningún otro animal tiene esta carga), y también sabe que sus raíces personales vienen de lo profundo de la herencia de su pueblo. Asimismo, está atado al futuro, que es su inmortalidad, sabiendo que a través de él se transferirá esa herencia a los que vengan detrás. Nadie puede vivir por y para sí mismo; tiene que sentir que haga lo que haga, por pequeño que sea, contribuye de alguna manera al futuro de su pueblo. Somos eslabones de la gran cadena de la vida tribal. Cada miembro es un puente viviente que conecta el pasado con el futuro.
Cuando la conexión vital de un pueblo con el pasado y el futuro se desvanece, pierden la fe, fe en ellos mismos y en su destino. Hemos visto que los pueblos primitivos se deprimen cuando se destruye su cultura. Éstos hombres, como cualquier persona deprimida, se dan a la bebida o pierden todo interés o deseo de seguir adelante.

Muchos aspectos de nuestra cultura actual sugieren un fenómeno paralelo. El pasado parece irrelevante. Nadie puede vivir hoy como vivían nuestros abuelos; los coches y los aviones lo hacen físicamente imposible. Pero el cambio ha afectado también a las relaciones humanas. Ha habido un relajamiento de los vínculos familiares y existe una moral sexual radicalmente nueva. Incluso, son distintas las maneras de ganarse la vida. Así, los problemas que surgen en las nuevas generaciones son diferentes de los de las anteriores.
¿Y el futuro? Huelga decir que estamos en un mundo donde los cambios están a la orden del día; el futuro es más incierto que nunca. El peligro de la situación actual es que estamos perdiendo la fe.

Hasta el siglo XX el hombre se había sentido siempre sometido a un poder superior. Hoy en día, ya no es así para mucha gente. El que Dios esté muerto o no, poco importa; está muerto en el pensamiento moderno. El hombre moderno no reconoce ya una autoridad suprema.
Mucha gente cree realmente en la ciencia y en sus posibilidades. Pero creer no es tener fe. Una creencia es un producto de la mente consciente, la auténtica fe es un asunto del corazón. 
A medida que el hombre se ha hecho más consciente de sí mismo como ser único, ha ido cortando los lazos que lo unían a la comunidad. No se siente ya parte de un orden superior del que depende su supervivencia. Sabe que la comunidad está ahí, pero la ve sólo como medio para sus fines. Es una sociedad que cultiva la filosofía de cada cual para sí mismo, el sentido de comunidad no existe como fuerza poderosa.

Si cada hombre es un mundo en sí mismo, entonces tiene razón al creer que en su mundo personal él es dios. Nadie puede decirle qué pensar o qué creer. Como los pollos de una incubadora, cada persona vive dentro de su propia cáscara. La gente en una sociedad masificada son como alubias en un saco; sólo cuentan como cantidad. Y aunque en una sociedad masificada cada persona es diferente de cualquier otra, no es un verdadero individuo, ya que no tiene voz en su futuro y no puede responsabilizarse de su destino.

La verdadera individualidad sólo puede existir en una comunidad donde cada miembro es responsable del bienestar del grupo y donde el grupo responde a las necesidades de cada miembro.
En una sociedad masificada sólo importa el sistema, puesto que cualquier persona se puede reemplazar por otra. El individuo masificado, esté arriba o abajo del montón, sólo es importante él mismo. Este sistema obliga a la gente a volverse egoísta y a dedicar sus mayores esfuerzos a ganar reconocimiento.

He dicho que la fe conecta el pasado con el futuro. A través de la fe el individuo queda conectado con la comunidad. Las comunidades se formaron con individuos que tenían una fe común, y cuando esa fe se perdió, aquéllas se desintegraron.
Una persona religiosa se siente parte de una comunidad humana, pertenece a la comunidad de la naturaleza y participa de la comunidad con Dios o con el Universo. Toda persona que siente de esta manera es religiosa, sea o no sea miembro de una iglesia. Puede decirse que todo individuo que tiene sentido de su respuesta y responsabilidad es religioso.

Las instituciones religiosas pierden su efectividad cuando dejan de satisfacer la necesidad del hombre de pertenecer a algo y de expresarse. En esta situación surgirán nuevos sistemas de pensamiento que satisfagan esas necesidades. Puede que no se llamen religiones, pero tendrán un componente religioso si se encuentra en ellos un sentimiento de comunidad y de responsabilidad. Para mucha gente la experiencia grupal de la terapia, especialmente el análisis bioenergético, que promueve los valores espirituales del cuerpo, satisface esas necesidades. Alguien cree que la terapia es la religión del futuro. Proporcionan a la persona un sentimiento de pertenencia, identidad, capacidad de autoexpresión y fe en la vida.

Egoísmo y fe son diametralmente opuestos. A un hombre egoísta sólo le importa su imagen; a un hombre con fe le importa la vida. Un egoísta se orienta hacia la consecución del poder. Un hombre con fe se orienta hacia el disfrute de la vida, y el placer que le da el vivir lo comparte con los que tiene alrededor. Para un egoísta, la imagen lo es todo, su única realidad. La verdadera fe es una entrega a la vida del espíritu -el espíritu que vive en el cuerpo de la persona- que se manifiesta a través del sentimiento y que se expresa en los movimientos del cuerpo.

Nuestra cultura, nuestra educación y nuestras instituciones sociales favorecen la posición del ego. Lo que se esconde detrás de la mayor parte de la publicidad es una llamada al ego. La educación promueve la postura del ego por su gran y (yo creo) exagerado énfasis en el pensamiento abstracto.
Los peligros que corremos con esta engañosa reducción de nuestra fe son dobles: al individuo le impone la amenaza de la depresión; dentro de la sociedad provoca la desintegración de aquellas fuerzas espirituales  y comunitarias que dan sentido y realzan la vida humana. Y lo probable es que la situación empeore.

La fe no se puede legislar, ni fabricar ni ensañar. Se puede forzar la sumisión a dogmas, pero cada acto de sumisión alimenta la llama interna de la rebelión, que inevitablemente acabará en cataclismo.
La afirmación de que no puede ensañarse quizás resulta chocante, porque realmente creemos en el poder de la educación. Pero la educación no intenta alcanzar el corazón de las personas; su finalidad es formar la mente, de modo que puede alterar las creencias sin afectar para nada la fe.

Aunque las creencias son un producto del pensamiento y la fe es un sentimiento del mismo genero que el amor, cabeza y corazón no tienen porque estar desconectados y lo que uno piensa puede reflejarse inmediatamente en lo que uno siente. Otras veces no es así.
Un hombre que proclama su creencia en Dios puede tener poca fe, como atestiguaría, por ejemplo, el hecho de que se deprime. Por otro lado, un ateo puede ser un hombre con una gran fe. Puede que no crea en un Dios sobrehumano que rige los destinos, pero su fe podrá estar relacionada con su identidad, con el amor a sus compañeros y con el amor por la vida.

Cuando las creencias surgen de una experiencia personal, sin estar influidas por ningún dogma, entonces tienen un impacto en la propia fe. El efecto de la experiencia sobre la fe puede ser positivo o negativo. Será positivo si abre el corazón y negativo si lo cierra.


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