viernes, 28 de diciembre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte 10

  Poder y Control

La lucha por el poder y el control caracterizan a todos los narcisistas. No todos los narcisistas obtienen poder ni todas las personas que tienen poder son narcisistas, pero la necesidad de poder es parte del conflicto narcisista.
En el capítulo anterior, vimos que el narcisismo se desarrolla a partir de la negación del sentimiento. Aunque la negación de sentimientos afecta a todos los sentimientos, especialmente dos emociones se someten a una severa inhibición : la tristeza y el miedo. Se singularizan porque su expresión hace que la persona se sienta vulnerable.
La expresión de la tristeza provoca una conciencia de pérdida y evoca la añoranza. La negación del miedo tiene un objetivo similar. Si uno no tiene miedo, no se siente vulnerable; supuestamente uno no podría ser herido. La negación de la tristeza y el miedo permite que la persona proyecte una imagen de independencia, valor y fuerza. Esta imagen oculta la vulnerabilidad de la persona. Pero la imagen por sí misma no tiene ninguna fuerza .Ésta, reside en la fuerza de los sentimientos de la persona.

Como carece de la verdadera fuerza de los sentimientos fuertes, el narcisista necesita y busca poder para compensar la deficiencia. El poder aparentemente fortalece la imagen del narcisista, le confiere una potencia que de otra manera no tendría. Con una bomba o una pistola, la gente más débil puede considerarse como una fuerza poderosa en el mundo.
Todos somos vulnerables a que nos lastimen, nos rechacen o nos humillen. Sin embargo, no todos negamos nuestros sentimientos, ni tratamos de proyectar una imagen de invulnerabilidad y superioridad ni luchamos por obtener poder. La diferencia puede radicar en nuestras experiencias infantiles.

 En la infancia, los narcisistas sufren un golpe a la autoestima que deja una cicatriz y moldea sus personalidades. Esta herida conlleva humillación, particularmente la experiencia de no tener poder mientras que la otra goza del ejercicio del poder y el control sobre uno. Una sola experiencia no moldea el carácter, pero cuando el niño está expuesto constantemente a la humillación de una manera u otra, el miedo a la humillación se integra en el cuerpo y en la mente. Una persona que haya pasado por esto fácilmente podrá decir: Cuando sea grande voy a tener poder y ni tú ni nadie podrá volver a hacerme esto.
Esto sucede frecuentemente ya que los padres utilizan el poder para controlar a sus hijos en función de sus propias metas.
El poder y el control son dos caras de la misma moneda. Juntas sirven para proteger a la persona de que se sienta vulnerable, de que se sienta sin poder para impedir una posible humillación.

Además del castigo físico, es frecuente que se critique a los niños de una manera que los hace sentir indignos, inadecuados o estúpidos. Este tipo de críticas no cumple ningún propósito útil; pretende, en mi opinión, demostrar la superioridad del padre. Algunos padres se ríen o se burlan de su hijo cuando comete un error o no logra dar una respuesta que los padres consideran que su hijo debería saber. Cuando el niño llora, los padres tal vez descarten los sentimientos del niño como si fueran falsos, haciendo un comentario sarcástico sobre las lagrimas de cocodrilo.

Es inevitable que surja la siguiente pregunta: ¿Por qué los padres se comportan de este modo? Los niños aprenden mejor mediante la comprensión y la ternura que mediante la fuerza y el castigo. Y si el castigo es necesario, puede hacerse en una forma que no humille al niño.
Los padres que se sienten sin poder ante el mundo pueden compensar este sentimiento siendo dictatoriales con sus hijos.

El énfasis en el poder paternal conduce inevitablemente a la rebelión o sumisión de los hijos. La sumisión cubre una rebelión y una hostilidad internas. El niño que se somete aprende que las relaciones se gobiernan mediante el poder, lo que establece el escenario para una lucha por el poder cuando sea adulto. Los niños aprenden rápidamente a jugar el mismo juego de sus padres -el juego del poder. La mejor manera de ganar poder sobre uno de los padres consiste en hacer algo que le moleste, como dejar de comer, ir mal en la escuela o fumar. Una vez que se establece la lucha por el poder entre uno de los padres y el hijo, ninguno cede y ninguno gana.

El conflicto entre padre e hijo generalmente surge del deseo que el padre tiene de formar al niño de acuerdo con alguna imagen que está en la mente del padre, así como de la oposición del niño a este esfuerzo. El empleo de una fuerza superior por el padre sólo es una de las tácticas empleadas en esta lucha. Al comienzo de su vida, fácilmente se les puede controlar mediante cualquier expresión fuerte de desaprobación paterna o mediante la fuerza física y el castigo. Con los niños de más edad, es posible que se utilice más la seducción como medio para mantener el control.

 El hijo a quien se le hace sentir especial se vuelve centro de la lucha por el poder entre los padres, y su posición se vuelve especialmente crítica durante el periodo edípico. Se encuentra atrapado en una situación desesperada. Siempre está el peligro de la hostilidad del progenitor del mismo sexo, por una parte, u por la otra el temor del incesto o del rechazo humillante si responde sexualmente a la seducción. 

Desafortunadamente, la única salida para el niño consiste en suprimir los sentimientos sexuales. El niño no suprime lo genital, sino la sexualidad, es decir, las sensaciones de fusión en la pelvis, que constituyen la base del amor sexual. Esta supresión del sentimiento equivale a una castración psicológica y deja a la persona impotente ante lo orgástico. Creo firmemente que esta impotencia es la base, en el nivel más profundo, de la búsqueda del poder.

Estar sujeto al poder de otra persona es una experiencia humillante. Este insulto al ego de una persona generalmente pretende borrarse revirtiendo la situación -es decir ganando poder sobre la persona que provocó la herida narcisista. Por supuesto, una persona puede someterse a la dominación, pero dicha sumisión encubre un odio profundo. Obviamente, no puede haber amor en una relación cuando el poder desempeña un papel importante.

Estas consideraciones nos ayudan a comprender las luchas por el poder que ocurren en el seno familiar. En estas luchas, rara vez el detonador es lo correcto o incorrecto de una acción, se trata más bien de ver quien se sale con la suya. En los primeros años de la vida de un niño, los padres son más fuertes y por lo general ganan. Sin embargo, en muchos casos, al crecer y ganar fuerza, el niño reta una y otra vez a su padre o a su madre. Estas luchas son extremadamente destructivas, empero, en tanto que el poder sea importante en la familia, son inevitables.
Los regímenes dictatoriales siguen un razonamiento similar para justificar el uso del poder para controlar a la gente.
En el mismo grado en que la cultura occidental contemporánea fomenta el narcisismo, en ese mismo grado es una cultura cuyo motor y cuya obsesión es el poder.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte 9

Supresión frente a negación de los sentimientos

Una emoción es un movimiento, - moción - significa acción y efecto de moverse o ser movido; el prefijo -e-  indica que el movimiento es en dirección hacia fuera. Todo movimiento se produce desde el centro hacia la periferia, donde se expresa en una acción. El sentimiento de amor, por ejemplo, se experimenta como un impulso para llegar hasta alguien; la ira, como el impulso de golpear; la tristeza, como el impulso de llorar. El impuso de la emoción debe alcanzar la superficie del cuerpo para que se pueda experimentar como un sentimiento. Sin embargo, cuando no es así, se produce una acción abierta.

La inhibición del movimiento a causa de la tensión muscular  crónica tiene el efecto de ahogar los sentimientos. Tal tensión produce una rigidez en el cuerpo, una muerte parcial del mismo. No es sorprendente que los soldados tengan que ponerse firmes y rígidos cuando se requiere su atención. Como hemos visto, un buen soldado tiene que suprimir gran parte de sus sentimientos y convertirse en realidad, en una máquina de matar.
Puede saberse cuales son los sentimientos que se han reprimido estudiando el patrón de las tensiones. Cuando ésta se concentra, por ejemplo, en los músculos de la mandíbula, se está inhibiendo el impulso de morder. Sin embargo, tales impulsos pueden salir a la superficie en forma de un sarcasmo mordaz. Una mandíbula apretada puede también bloquear el impuso de succionar, reprimiendo así el deseo de cercanía y contacto. El nudo que oprime la garganta impide llorar y así la persona ahoga los sentimientos de tristeza. La rigidez de la espalda y los hombros disminuye la intensidad de una reacción de ira.

La rigidez corporal general mata el cuerpo al restringir la respiración y disminuir la motilidad. Sin embargo, muchos narcisistas tienen un cuerpo bastante ágil y flexible. Su cuerpo aparenta tener vida y gracia, pero actúan sin sentimientos, lo que significa que para recortar los sentimientos existe otro mecanismo distinto al bloqueo del movimiento. Éste es el bloqueo de la función perceptiva.
Puesto que la percepción es una función de la conciencia, está generalmente sujeta al control del ego. Normalmente percibimos aquellas cosas que nos interesan e ignoramos las demás. También centramos deliberadamente la atención en ciertos objetos o situaciones cuando queremos percibirlos con mayor claridad. Pero, por el mismo proceso, rechazamos verlos o los ignoramos. A menudo ésta es una decisión subliminal, al margen de la conciencia. Por ejemplo, pocos son los padres que advierten la infelicidad en la cara de sus hijos. Y los niños aprenden con rapidez a no ver la ira y la hostilidad en los ojos de sus padres. No queremos ver la expresión de nuestra propia cara cuando nos miramos al espejo. Es posible que un hombre se recorte el bigote sin ver cuán apretados y crueles son los labios que hay debajo. En efecto, no vemos lo que no queremos ver.

No queremos ver aquellos problemas que nos parecen sin solución. Verlos nos colocaría en un intolerable estado de estrés y de dolor, que representaría una amenaza  para nuestra salud mental. De hecho, bloqueamos o negamos ciertos aspectos de la realidad a modo de autodefensa. Sin embargo, esta negación implica un reconocimiento previo de la situación. En primer lugar, vemos la situación que nos resulta dolorosa y, después, nos damos cuenta de que no podemos estar a su favor ni tampoco cambiarla, así que negamos su existencia. Cerramos los ojos a ella.
Al principio, pues, la negación es consciente. No obstante, con el tiempo, esa negación se vuelve inconsciente. En su lugar, creamos una imagen de una situación feliz o agradable, que nos permite ir tirando como si todo fuera estupendamente. El punto clave de tal tensión está en la base del cráneo, en los músculos que ligan la cabeza al cuello. Dicha tensión parece bloquear el flujo de las emociones que va desde el cuerpo hasta el interior de la cabeza, que queda así desconectada del sentimiento corporal.

La terapia es un proceso mediante el cual se amplía la conciencia, la expresión y la posesión del yo, que es la capacidad de contener y mantener los sentimientos intensos. La rigidez y las tensiones corporales tienen que irse reduciendo gradualmente, de forma que el cuerpo llegue a tolerar el alto nivel emocional que va asociado a la intensidad de los sentimientos. La mejor forma de enfocar este objetivo es combinar el análisis con el trabajo corporal intensivo.

El grado de sentimiento  

 La expresión de los sentimientos en los individuos narcisistas suele tomar dos formas: la rabia irracional y la sensiblería o sentimentalismo.
Probablemente, los padres que maltratan físicamente a sus hijos han pasado ellos mismos por una situación similar cuando eran niños. Han negado los sentimientos que generó aquella experiencia y por eso no los tienen ante sus hijos.

La terapia es un proceso de conexión con el yo. El enfoque que tradicionalmente se ha utilizado para ello ha sido el análisis. Toda terapia debe incluir un análisis exhaustivo de la historia del paciente para poder descubrir las experiencias que han moldeado su personalidad y determinado su conducta. Por desgracia, trazar la línea de la historia no es fácil. La supresión y negación de los sentimientos también lleva consigo la represión de los recuerdos significativos. La fachada que levanta una persona esconde su verdadero yo ante sí misma y ante el mundo. No obstante, el análisis puede trabajar con otras cosas, además de con los recuerdos. El análisis de los sueños es una forma de conseguir más información. Y también está el análisis de la conducta actual.

Conectar con el yo requiere algo más que el análisis. El yo no es un constructo mental, sino un fenómeno corporal. Estar conectado con el yo significa ser consciente de los sentimientos y conectar con ellos. Para conocer los propios sentimientos hay que experimentarlos en toda su intensidad, y esto sólo se consigue cuando se expresan. Si la expresión de los sentimientos está bloqueada o inhibida, estos se suprimen o se minimizan. Una cosa es hablar del miedo y otra sentirlo. Decir Estoy enfadado, no es lo mismo que notar como esta emoción agita el cuerpo. Para poder sentir plenamente la tristeza, por ejemplo,  hay que llorar.

martes, 11 de diciembre de 2018

¿qué nos hace falta?, parte 8


LA NEGACIÓN DE LOS SENTIMIENTOS

¿Qué significa no sentir? Para explicarlo, empecemos con un ejemplo extremo: un hombre en estado catatónico permanece parado en una esquina, inmóvil como una estatua durante horas. Ha suprimido todo sentimiento, incluyendo el dolor, y por eso puede permanecer estático durante largos periodos de tiempo. Este hombre se ha matado a sí mismo y de esta forma se ha anestesiado contra el dolor.
Todos los neuróticos, incluyendo los narcisistas, utilizan este mecanismo de aniquilación de partes de su cuerpo para suprimir los sentimientos. Se puede, por ejemplo, contraer la mandíbula para evitar el impulso de llorar. También se puede suprimir la cólera congelando, con una tensión que se convierte en crónica, los músculos de la parte superior de la espalda y los hombros.
Con todo, aunque los narcisistas utilizan este mecanismo, hay otra defensa típica de este trastorno que es mucho más importante: la negación de los sentimientos.

El sentimiento es la percepción de un cierto movimiento o suceso corporal interno. Si no existe tal suceso, no hay sentimiento porque no hay nada que percibir. Así, inhibiendo el movimiento, una persona se puede matar a sí misma, de una forma muy parecida a como le sucede al catatónico descrito anteriormente.
No obstante, hay otra forma de cortarles el acceso a la conciencia a los impulsos y a las acciones: bloqueando la función de percepción. Éste es el mecanismo que se usa para negar los sentimientos.
La necesidad de proyectar y mantener una imagen fuerza a la persona a bloquear el acceso a la conciencia de cualquier sentimiento que pueda estar en conflicto con la imagen. En las personas normales, las acciones van ligadas a los sentimientos que las motivan. Sin embargo, el los individuos narcisistas, la acción disociada del sentimiento o impulso, está justificada por la imagen.

Cómo afecta a la relación con los demás

Donde más se evidencia la negación de los sentimientos es en su forma de comportarse con los demás. Pueden actuar de manera cruel, explotadora, sádica o destructiva con otra persona, porque son insensibles al sufrimiento o a los sentimientos de ésta. Tal carencia de sensibilidad se deriva de la insensibilidad hacia sus propios sentimientos. Cuando no es posible sentir la alegría o el dolor de los demás, no se puede responder en consecuencia, y puede que incluso se acabe dudando de los sentimientos de la otra persona. Cuando uno niega los propios, niega también los de los demás.

Sólo así se puede explicar la cruel conducta de algunos narcisistas, como por ejemplo, ciertos altos ejecutivos que son implacables con sus empleados y los someten a una política de terror basada en la indiferencia por la sensibilidad humana y en los despidos indiscriminados, dejando al margen los sentimientos de la gente. Por supuesto, son igual de duros consigo mismos; su meta de alcanzar el poder y el éxito les exige idéntico sacrificio de su propia sensibilidad y sentimientos. Estos ejecutivos se consideran generales de su propia guerra, y la victoria está representada por el éxito en los negocios. Con tal imagen de sí mismos, el ansia de ganar sólo puede llevarles a tratar a sus empleados como soldados de usar y tirar.

Una de las formas de favorecer el narcisismo que tiene nuestra cultura es exagerar la importancia de ganar. Vencer es lo único que importa, reza un dicho popular. Tal actitud minimiza los valores humanos y subordina los sentimientos de los demás a un objetivo que esta por encima de todo: ganar, estar en la cumbre, ser el número uno. Sin embargo, el compromiso por esta meta también exige el sacrificio o negación de los propios sentimientos, porque nada debe obstaculizar el camino hacia el éxito.

Desde la violencia contra personas indefensas y la violación de mujeres desamparadas hasta la seducción y la explotación hay una línea que se extiende como un continuo. Lo que tienen en común un violador y un seductor, aunque no en el mismo grado, es la carencia de sensibilidad hacia su víctima o su compañera sexual, la inversión exagerada en su ego y la falta de sentimiento sexual desde el punto de vista corporal. Incapaz de acercarse a una mujer cuando está relajado, el violador se ve impulsado a una acción violenta, que a su vez expresa una intensa hostilidad hacia las mujeres. De manera similar, el seductor depende de una imagen para obtener excitación sexual: la imagen de un amante irresistible, dominante, controlador. Ambos tipos ejemplifican la conducta narcisista, porque no ven a sus víctimas como personas por derecho propio sino como imágenes.

Si nos desplazamos a lo largo de la línea hacia grados menores de narcisismo, encontramos al ejecutivo que seduce a su secretaria. Para el ejecutivo -seductor, el deseo sexual es a menudo intenso, porque considera que está en una posición social superior o dominante. La imagen de tal posición alivia el temor que siente hacia las mujeres y le permite sentirse muy excitado a nivel genital. Con todo, la carencia de sentimiento o de afecto hacia su pareja, la falta de respeto por los sentimientos de ella como ser humano, hace que el acto sea en gran medida una expresión narcisista. Se puede considerar una explotación.
El sexo para un hombre así tiene dos propósitos: aliviar la excitación del pene y estimular un ego inflado y débil por medio de la conquista y humillación de una mujer. Por supuesto, descargar la excitación sexual sienta bien, pero el placer de alivio es local, limitado a los genitales. El sentimiento sexual, al contrario de la excitación genital, es un sentimiento corporal total de excitación, calidez y fusión ante la perspectiva de contacto e intimidad con otra persona. Cuando todo el cuerpo responde sexualmente, el orgasmo se experimenta como un sentimiento de felicidad o de éxtasis.

martes, 4 de diciembre de 2018

¿Qué nos hace falta?, parte 7


La historia de Dorian Gray

El Retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, aun siendo un relato de ficción, es un estudio clásico de una personalidad narcisista. Del mismo modo que Narciso, Dorian Gray era un joven sumamente agraciado. Además, la belleza de su apariencia coincidía con la de su carácter. Era amable, considerado y se preocupaba por los demás. Quiso el destino que el físico de Dorian llamase la atención de un renombrado artista, y éste emprendió la tarea de pintar su retrato. También atrajo el interés del diletante Lord Henry, que se encargó de enseñar a Dorian los modos y maneras para desenvolverse en un mundo de sofisticación.
Con halagos, Lord Henry sedujo a Dorian y le hizo creer que era muy especial debido a su excepcional belleza física. Convenció al joven de que estaba obligado a conservarla. Una forma de proteger su hermosura era no permitir que ningún sentimiento intenso perturbara la paz de su mente ni dejara huellas en su rostro ni en su cuerpo.
Que pena, pensó, que la imagen del cuadro siempre le mostraría como un joven radiante, feliz y guapo, mientras que él envejecería y se iría deteriorando. Ojalá fuera al revés, rogaba él, y eso fue lo que sucedió.
El retrato envejecía por él y mostraba la fealdad de una existencia vivida sin sentimientos. Pero Dorian escondió el retrato y nunca lo miraba.

A falta de sentimientos, Dorian pasó su vida buscando sensaciones. Seducía a las mujeres y después las abandonaba. Inició en vicios y drogas a jóvenes que le admiraban, arruinando así sus vidas. Y todas esas cosas no generaban en él remordimiento alguno. Nunca miraba el retrato, no se enfrentaba con la realidad de su vida.
Cuando el artista quiso ver de nuevo el retrato, Dorian lo asesinó. Para ocultar su crimen, se sirvió del chantaje para obligar a un admirador suyo a deshacerse del cadáver , y éste acabó suicidándose. No obstante, al final Dorian sí quiso ver el retrato, no pudo resistir por más tiempo la curiosidad que sentía ni la inquietud creciente que le atormentaba por dentro. Se arriesgó a ir hasta el lugar oculto donde lo había escondido y descorrió el velo que lo cubría. La expresión retorcida y torturada del rostro envejecido que vio le causó tal horror que cogió un puñal y rasgó el lienzo. A la mañana siguiente, uno de sus sirvientes encontró a Dorian caído en el suelo frente al cuadro, con un puñal clavado en el corazón. (lo que halló fue un anciano con la expresión del rostro retorcida y torturada)

¿Cómo pudo un hombre tan hermoso llegar a tener un carácter tan horrible?
Se puede seducir al inocente con promesas de amor, de poseer riquezas o de alcanzar cierta posición social. Este tipo de seducción se produce constantemente en nuestra sociedad, y favorece así el desarrollo de la personalidad narcisista.
A pesar de que la historia de Dorian Gray es imaginaria, es la idea de que una persona pueda tener una apariencia que sea pura contradicción con su estado interior es perfectamente válida. A menudo me sorprende que la mayoría de narcisistas parece mucho más joven de lo que es. Este tipo de personas no permite que la vida les toque -es decir, no consciente que aspectos internos vitales afloren a la superficie física y mental. Esto es lo que yo llamo negar los sentimientos.

Cerramos los ojos a la carencia de armonía de las diversas partes del cuerpo y a la falta de gracia de los movimientos. Nos enseñan muy pronto a ocultar los sentimientos y a poner buena cara ante el mundo.
El papel que juega la imagen es compensar el socavado sentido del yo, pero el efecto conseguido es el contrario. Al dirigir todas las energías hacia el mantenimiento de la imagen, empequeñece el verdadero yo.

La imagen es realmente parte del yo. Es la parte del yo que se enfrenta al mundo, y toma su forma a partir de los aspectos superficiales del cuerpo ( la postura, los movimientos, las expresiones faciales, etc.). Debido a que esta parte del cuerpo está sujeta al control consciente por medio de la voluntad o del ego, puede modificarse para conformar una imagen concreta. Así, el trastorno básico es un conflicto entre la imagen y el yo corporal.

En mi enfoque terapéutico, llamado análisis bioenergético, la conexión del individuo con su yo corporal se consigue por medio de trabajar directamente el cuerpo. Se utilizan ejercicios especiales para ayudar a que la persona sienta las diferentas partes de su cuerpo, en las que la tensión muscular crónica bloquea la conciencia y la expresión de los sentimientos.
La gente que tiene problemas necesita llorar. El excesivo desarrollo muscular produce un cuerpo duro, tenso, que inhibe eficazmente la conciencia y la
expresión de sentimientos suaves o tiernos. En estos casos hay que trabajar mucho la respiración, para poder suavizar el cuerpo hasta el punto en que se produzca el llanto. Una vez que la persona se deja llevar y llora, ya no le resulta difícil evocar la cólera que ha reprimido.

El verdadero yo es el yo de los sentimientos, pero es un yo negado y escondido. Dado que el yo superficial representa la sumisión y la conformidad, el yo interior se siente indignado y desea rebelarse. Esta ira y deseo de rebelión que subyacen nunca se pueden suprimir del todo, porque son una expresión de la fuerza vital de la persona. Sin embargo, debido al mecanismo de negación, no se pueden expresar directamente y por esa razón se reflejan en el comportamiento impulsivo del narcisista, y se convierten entonces en una forma perversa.
Por tanto, la distinción más importante se halla entre la persona que se mueve en términos de imagen y la que se mueve en términos de sus sentimientos. La pérdida de sentimientos se debe a un mecanismo especial que yo llamo la negación de los sentimientos


martes, 27 de noviembre de 2018

¿Qué nos hace falta?, parte 6


EL PAPEL DE LA IMAGEN 

Lo corriente es pensar que el narcisismo es un amor desmesurado que siente la persona hacia sí misma, con la correspondiente falta de interés y de sentimientos hacia los demás. Sin embargo, esta descripción es sólo parcialmente correcta. Sí es cierto que los narcisistas muestran una falta de preocupación por los demás, pero también es verdad que son igualmente insensibles a sus propias necesidades reales. Con frecuencia su conducta es autodestructiva. Tiene un pobre sentido de yo; sus actividades no van dirigidas a su yo, sino a potenciar su imagen, y como consecuencia el yo se resiente.
Cabe hacer una distinción entre la sana preocupación por el aspecto físico, basada en un sentido del yo, y el desplazamiento de la identidad del yo hasta la imagen, característica del estado narcisista.

El mito de Narciso

Según el mito griego, Narciso era un apuesto joven de Tespias, de quien se enamoró la ninfa Eco. Hera, la esposa de Zeus, había privado del habla a Eco, y ésta tan sólo podía repetir las sílabas de las palabras que oía. Incapaz de expresarle su amor a Narciso, éste la desdeñó. A Eco se le rompió el corazón y murió. Por haberla tratado con tanta crueldad, los dioses castigaron entonces a Narciso haciendo que se enamorase de su propia imagen.  Tiresias, el vidente, predijo que Narciso viviría hasta que pudiese verse a sí mismo. Un día, se hallaba él inclinado sobre las aguas límpidas de una fuente, y entonces vio su propia imagen reflejada en el agua. Se enamoró apasionadamente de ella y ya no quiso marcharse de aquel lugar. Languideció y murió. Se convirtió después en una flor -en el narciso que crece al borde del agua.

Es significativo que Narciso se enamorase de su propia imagen tan sólo después de haber rechazado el amor de Eco. En le mito se entiende el enamoramiento de la propia imagen -esto es, convertirse en narcisista- como una forma de castigo por ser incapaz de amar. Pero vayamos un poco más allá de la leyenda. ¿Quién es Eco? Podría ser nuestra propia voz cuyo sonido vuelve a nosotros. Así, si Narciso fuese capaz de decir Te amo, Eco repetiría esas palabras y él se sentiría amado. La incapacidad de pronunciarlas identifica al narcisista. Como no dirigen su libido hacia la gente que le rodea, los narcisistas están condenados a enamorarse de su propia imagen (esto es, a dirigir su libido hacia su ego)

Hay otra posible interpretación que es interesante. Al rechazar a Eco, Narciso rechaza también su propia voz, reniega de su ser interior a favor de su apariencia externa. Maniobra típica de los narcisistas.

 EL YO Y EL EGO

Considero que el niño nace con un yo, que es un fenómeno biológico, no psicológico. En cambio el ego es una organización mental que se desarrolla a medida que el niño crece. El yo se puede definir entonces como aquellos aspectos del cuerpo que tienen que ver con los sentimientos.
No hay que confundir o identificar el yo con el ego. El ego no es el yo, aunque el ego sea la parte de la personalidad que percibe el yo. Se podría decir que los ordenadores son capaces de pensar, pero lo que no pueden hacer es sentir.
Al disociar el ego del cuerpo o yo, los narcisistas separan la conciencia de lo que es su fundamento vivo.

La mayor parte del yo la forma el cuerpo y sus funciones, la mayoría de las cuales se realiza por debajo del nivel consciente. El inconsciente es como la parte sumergida de un iceberg. Las funciones que no dependen de la voluntad, como por ejemplo la circulación de la sangre, la digestión y la respiración, tienen un profundo efecto sobre el consciente, porque determinan el estado del organismo. Según el funcionamiento del cuerpo, una persona se puede sentir sana o enferma, con ánimo o desanimada, vital o deprimida, sexualmente excitada o impotente.

Una persona sana tiene una conciencia dual, sin que eso sea un problema para ella, porque la imagen del yo y la experiencia directa del yo coinciden. Lo que este estado presupone es la aceptación del yo -una aceptación o una identificación con el cuerpo y los sentimientos que se derivan de él-.
Es la aceptación del yo lo que les falta a los individuos narcisistas, que han disociado sus cuerpos de forma que han invertido su libido en el ego y no en su cuerpo o yo. Sin la aceptación del yo, no puede existir el amor al yo. Si una persona no se ama a sí misma, tampoco puede amar a los demás. Amar es compartir el yo con otra persona.

Sin la aprobación y la admiración de los demás, el ego del narcisista se desinfla, porque no esta conectado al yo y por tanto no puede alimentarse de él. Por otro lado, la admiración que pueda recibir el narcisista sólo hincha su ego, no le sirve para nada al yo. Entonces, al final el narcisista acaba por rechazar a los admiradores, del mismo modo que ha rechazado a su verdadero yo.
Sentimos y pensamos. Nuestra identidad dual se apoya en la capacidad para formar una imagen del yo y en la conciencia del yo corporal. En una persona sana, las dos identidades son congruentes. La imagen encaja en la realidad del cuerpo como un guante. El narcisista, al no permitir que los sentimientos intensos alcancen el nivel de la conciencia, tratan al cuerpo como un objeto sujeto a la voluntad del individuo.
Si se niegan los sentimientos corporales, se corta la relación que a través de los sentimientos se mantiene con el mundo.
Si el éxito o los logros alcanzados hinchan al ego de una persona, la congruencia con la realidad de su cuerpo se pierde. Entonces, la confusión sólo se puede evitar negando el cuerpo y sus sentimientos.

Imagen y cuerpo

El hecho de que la gente esté tan volcada en su imagen es un síntoma de la tendencia narcisista de nuestra cultura. Estoy firmemente convencido de que necesitamos sentir el cuerpo y realizar actividades físicas que potencien la energía y la vitalidad. Pero la meta que persiguen muchas personas que siguen un programa de acondicionamiento físico no es sentirse mejor, sino mejorar su aspecto de acuerdo con el ideal en boga. El culturismo representa un ejemplo extremo.
Nada de lo dicho niega el valor de tener un buen aspecto, cuando es una expresión de sentirse bien con el propio cuerpo. En este caso, el buen aspecto se manifiesta en el brillo de los ojos , en una piel resplandeciente y suave, en una expresión facial  agradable, y en un cuerpo que se mueve con gracia y vibrante vitalidad. Si una persona no se siente bien con su cuerpo, sólo puede proyectar la imagen de cómo cree que debe ser su físico. Cuanto más se centra uno en la imagen, menos a gusto se siente con su propio cuerpo. Al final, la imagen demuestra ser tan sólo una pobre mascara que ya no puede esconder la tragedia de la vida vacía que se oculta tras ella.

martes, 20 de noviembre de 2018

¿Qué nos hace falta?, parte 5


EL ESPECTRO DEL NARCISISMO

La acción sin sentimientos es, como veremos, el conflicto básico de la personalidad narcisista. En el lenguaje común, describimos al narcisista como la persona que se preocupa de sí mismo por encima de cualquiera. El narcisista se vuelve su propio mundo y considera que el mundo completo es él. Los narcisistas presentan diversas combinaciones de ambición intensa, fantasías grandiosas, sentimientos de inferioridad y una dependencia excesiva de la admiración y el aplauso externos. También es característico de ellos, la incertidumbre e insatisfacción crónicas respecto a sí mismos, la explotación consciente o inconsciente y la crueldad para con los demás.

Sin embargo, este análisis descriptivo de la conducta narcisista sólo nos ayuda a identificar al narcisista, no ha comprenderlo. La pregunta es: ¿ Qué hace que una persona sea explotadora y cruel con los demás y que a la vez sufra de incertidumbre e insatisfacción crónicas?

Los psicoanalistas reconocen que el problema se desarrolla en las primeras etapas de la infancia. El narcisista se identifica con la imagen idealizada. No funcionan en términos de la imagen real porque para ellos es inaceptable. Su conducta no está motivada por el sentimiento. ¿Por qué decide alguien negar el sentimiento? Y ¿Por qué los conflictos narcisistas son tan comunes hoy en día? 

NARCISISMO VERSUS  HISTERIA

En términos generales, el patrón de conducta neurótica en cualquier época refleja la interacción de fuerzas culturales. Por ejemplo, en la era victoriana la neurosis típica era la histeria. La reacción histórica se deriva de la condenación de la excitación sexual. La consecuencia de todo esto fue generar en mucha gente un superyó estricto y severo que limitaba la expresión de la sexualidad  y provocaba un fuerte sentimiento de culpa y de ansiedad.

Actualmente, casi un siglo después, el cuadro cultural ha tenido un giro de casi 180 grados. Nuestra cultura está marcada por un resquebrajamiento de la autoridad tanto dentro como fuera del hogar. Las costumbres sexuales parecen bastante más tolerantes. Vemos menos gente que sufra inconscientemente de culpa o ansiedad por lo sexual.
Frecuentemente se describe a los histéricos como hipersensibles, que están exagerando sus sentimientos. Por su parte, los narcisistas minimizan sus sentimientos con el propósito de ser impertérritos”(demostrar que nada les llega). De manera similar, los histéricos parecen cargar un pesado sentimiento de culpa del cual los narcisistas parecen estar liberados. La predisposición narcisista es la depresión, una sensación de vacío o de no sentir nada, en tanto que en la histeria la predisposición es a la ansiedad. Sin embargo, estas diferencias son teóricas. Es frecuente encontrar una mezcla de ansiedad y depresión porque están presentes elementos tanto de la histeria como del narcisismo.
Podría también decirse que la cultura victoriana ponía énfasis en el amor sin sexo, en tanto que nuestra cultura actual pone énfasis en el sexo sin amor.

Aún si tomamos en cuenta que estas afirmaciones son generalizaciones burdas, de hecho revelan el problema central del narcisismo: la negación del sentimiento y su relación con la falta de límites. Los negocios se manejan como si no hubiera límite al crecimiento económico, e incluso en la ciencia nos topamos con la idea de que podemos vencer la muerte, es decir, transformar a la naturaleza a nuestra imagen. El poder, el desempeño y la productividad se han vuelto los valores dominantes y han desplazado a virtudes tan pasadas de moda como la dignidad, la integridad y el respeto de sí mismo.     
A mi juicio, el narcisismo es el resultado de una distorsión en el desarrollo. Hay que averiguar que le hicieron los padres al niño, en lugar de simplemente buscar qué es lo que no le hicieron. Desgraciadamente, los niños a menudo están sujetos a ambos tipos de trauma: los padres no les proporcionan suficientes cuidados y apoyo a nivel emocional, al no reconocer y respetar la individualidad de la criatura, pero a la vez intentan seducirlo para moldearlo según la imagen que ellos tienen de cómo debe ser el niño.

LOS DIFERENTES TIPOS DE TRASTORNOS NARCISISTAS

El narcisismo cubre un amplio espectro comportamental: existen diversos grados de alteración o pérdida del yo.
Estos son los cinco tipos, en orden ascendente según el grado de narcisismo:
1. Carácter fálico-narcisista
2. Carácter narcisista
3. Personalidad límite
4. Personalidad psicopática
5. Personalidad paranoide

Cuanto más narcisista es un individuo, menos se identifica con sus sentimientos. En otras palabras, existe una correlación entre la negación o la carencia de sentimientos, y la falta de un sentido del yo.

El carácter fálico-narcisista

Su narcisismo consiste en una preocupación desmesurada por su imagen sexual. Su narcisismo se manifiesta como una demostración exagerada de confianza en sí mismo, de dignidad y de superioridad
El homólogo femenino del carácter fálico-narcisista es el tipo de carácter histérico. Su narcisismo se expresa en la tendencia a ser seductora y a medir su valor en función de su atractivo sexual basado en sus encantos femeninos. Están más entregadas a una imagen de superioridad que a un yo con sentimientos.

El carácter narcisista

Este individuo no se cree mejor, sino el mejor. Estos individuos tienen necesidad de ser perfectos y de que los demás también les consideren perfectos. El individuo de este tipo, esta totalmente fuera de lugar en el mundo de los sentimientos y no sabe relacionarse con otras personas de una forma real, humana.

La personalidad límite

Este tipo de narcisista puede o no mostrar abiertamente los síntomas típicos del narcisismo. Algunos proyectan una imagen de éxito, competencia y poderío en el mundo, que de hecho se apoya en logros alcanzados en el terreno de los negocios o del espectáculo. Sin embargo, esta fachada se derrumba fácilmente bajo presión emocional, y la persona deja ver entonces el niño asustado e indefenso que hay en su interior. Otras personalidades límite muestran una imagen de persona necesitada, hacen hincapié en su propia vulnerabilidad y a menudo se pegan a los demás. En estos casos, la arrogancia y la fantasía de grandeza que albergan están ocultas, porque no hay éxitos que puedan apoyarlas.

Las demostraciones de grandiosidad del carácter narcisista son una defensa relativamente efectiva ante la depresión, y por ello es difícil socavar la fachada de superioridad de que se valen. Por el contrario, en el caso de la personalidad límite, la ostentación de los éxitos conseguidos no les sirve como protección.
La personalidad límite se encuentra atrapada entre dos visiones contradictorias: o es totalmente genial o totalmente inútil. La fantasía de una genialidad secreta puede llegar a ser una verdadera necesidad para contrarrestar la amenaza de inutilidad que representa la realidad.
Pueden buscarse las causas de las ideas de grandeza en la forma de relacionarse los padres con el niño, más que en la forma de relacionarse el niño con los padres. El niño no se cree un príncipe por un fallo del desarrollo normal. Si cree que lo es, es debido a que le educaron en esa creencia. La forma de verse a sí mismo de un niño refleja cómo lo ven y lo tratan sus padres.

La personalidad psicopática.

Todas las personalidades psicopáticas se consideran a sí mismos individuos superiores a los demás y muestran un grado de arrogancia que raya en el desprecio por los seres humanos corrientes. Una característica específica es la tendencia a actuar siguiendo sus impulsos, a menudo de manera antisocial. Mienten, engañan, roban, incluso matan, sin que se vea en ellos signo alguno de culpabilidad o remordimiento. Esta falta extrema de empatía hace muy difícil el tratamiento.
El impulso que subyace bajo esta conducta procede de las experiencias de la infancia, que fueron tan traumáticas y tan aplastantes que el niño no pudo integrarlas en el ego que se estaba desarrollando. Como resultado, los sentimientos asociados con aquellos impulsos están más allá de la percepción del ego. Se actúa entonces sin sentimientos conscientes. El asesinato a sangre fría es un ejemplo extremo de la actuación psicopática. Pero actuar impulsivamente de por sí no es algo limitado a la conducta antisocial. El alcoholismo, la drogadicción y la conducta sexual promiscua se pueden considerar también formas de conducta impulsiva.

Cabe añadir, que la personalidad psicopática no son necesariamente lo que la sociedad llama perdedores. Hay psicópatas con mucho éxito. Son brillantes, no tienen remordimientos, su inteligencia es fría como el hielo, son incapaces de sentir amor o culpabilidad, y tienen malas intenciones con respecto al resto del mundo. Un individuo así puede ser un abogado competente, un ejecutivo o un político. En lugar de asesinar personas, este tipo de individuo puede llegar a ser el presidente de una empresa que despide a la gente en lugar de matarla y corta a trozos sus funciones en lugar de su cuerpo. Irónicamente, la clave de este tipo de éxito es la falta de sentimientos de la persona -que es a su vez la clave de todos los trastornos narcisistas-. Como hemos visto, cuanto más niega sus sentimientos, más narcisista es el individuo que sufre el trastorno.

La personalidad paranoide
 
Este tipo de individuos no sólo cree que la gente les mira sino que además habla de ellos, incluso conspira en su contra, debido a que ellos son tan extraordinarios e importantes. Puede que incluso crean que tienen poderes fuera de lo normal. Cuando llega un punto en que son incapaces de distinguir la fantasía de la realidad, su locura es clara. En este caso, estamos hablando de paranoia pura y dura.

Si la salud se mide en base a la congruencia de la propia imagen del ego con la realidad del yo o cuerpo, entonces es posible postular que hay un grado de enfermedad en cada trastorno narcisista.

martes, 13 de noviembre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte 4


Conocerse a sí mismo es conectarse con el cuerpo

Si se quiere que la alegría caracterice a la propia vida, ella no puede depender de ninguna experiencia especial. Estoy seguro de que todos han conocido momentos de gozo como resultado de la irrupción de alguna emoción intensa, que origina un sentimiento de libertad  o de liberación. Es como cuando el sol irrumpe a través de las nubes durante un corto tiempo, y luego vuelve a cubrirse. Admitamos que no es posible que el sol brille todo el tiempo….pero nos gustaría que por lo menos lo hiciese la mayor parte de la vida.
 Demasiadas personas viven en medio de las tinieblas de su pasado, causadas por imágenes aterradoras que no ven con claridad y que asedian su inconsciente produciéndoles sueños perturbadores en la noche y vagas ansiedades durante el día. Es esencial en toda terapia traer a la conciencia estos recuerdos reprimidos a fin de hacer su abreacción y descargarlos. Para que el sol pueda brillar y calentarnos, debe precederlo el amanecer.

Conocerse a sí mismo es conectarse con el cuerpo. Muchas personas no se conectan con su cuerpo, o a lo sumo sólo lo hacen con algunas partes de él. No están enraizadas en la realidad de su cuerpo. Las partes con las que uno no se conecta contienen los sentimientos aterradores que son el equivalente de las imágenes mentales aterradoras. Por ejemplo, la mayoría de la gente no siente su espalda, pese a que ésta desempeña un papel trascendental al  respaldar al individuo y sustentarlo cuando sufre presiones.
La tensión muscular crónica es el equivalente del temor. Como éste inmoviliza al individuo, inmovilización es sinónimo de temor. Si uno percibe su rigidez o tensión, puede darse cuenta de su temor, lo que liberará sus recuerdos infantiles.

Sea cual fuere el grado en que una persona está desconectada de su cuerpo, de lo que está desconectada es del sentimiento vinculado con la movilidad de esa parte. Una mandíbula o una garganta contraídas impedirán sentir tristeza, porque el sujeto no podrá llorar. Si todo el cuerpo está rígido, no tendrá sentimiento alguno de ternura. En un plano más profundo, mucha gente carece de sentimientos amorosos porque sus corazones  están encerrados en una rígida caja torácica que bloquea la conciencia del corazón y la expresión de los sentimientos cariñosos.

El viaje de autodescubrimiento

El objetivo de la terapia  es el autodescubrimiento, que implica recuperar el alma propia y liberar el espíritu. A ese objetivo se llega en tres etapas. La primera es la conciencia de sí, que significa percibir todas las partes del cuerpo y los sentimientos que en ellas puedan surgir. Me sorprende comprobar cuánta gente ignora la expresión de su rostro y su mirada, pese a que se mira en el espejo todos los días. Por supuesto, la razón es que no quieren verse. Piensan que no pueden hacerse frente, y que los demás tampoco podrán. Se ponen entonces una máscara, una sonrisa estereotipada que proclama al mundo que todo anda bien, cuando no es así. Si dejan caer la máscara, generalmente se asiste a una expresión de tristeza, dolor, depresión o temor. En la medida en que la llevan puesta no pueden sentir su propio rostro, pues está congelado en la sonrisa fija. Sentir dicha tristeza, dolor o temor no produce gozo, pero si esas emociones suprimidas no se sienten, tampoco se las podrá liberar. Uno queda aprisionado detrás de una fachada que impide que el sol llegue a su corazón.
Cuando el individuo avanza y deja atrás esa obscura celda, tal vez al principio el sol sea enceguecedor para él, pero una vez que se habitúa, ya no quiere volver más a su prisión tenebrosa.

La segunda etapa es la expresión de sí. Si los sentimientos no se expresan, se los suprime y uno pierde contacto con sí mismo. Cuando a los niños se les veda expresar ciertos sentimientos, como la ira, o se les castiga si lo hacen; los ocultan y a la larga pasan a formar parte del sombrío mundo subterráneo de la personalidad. Gran cantidad de gente está aterrada de sus propios sentimientos, a los que considera peligrosos, atemorizantes o alocados. Muchos tienen una furia asesina que, según piensan,  deben mantener sepultada por el temor a su destructividad potencial. Esta furia es como una bomba que no ha explotado y uno no se atreve a tocar; pero tan pronto se le hace estallar en un sitio seguro, se torna inocua; uno puede liberar los sentimientos asesinos en el seguro medio terapéutico. Una vez liberada, la furia puede manejarse por vía racional.

La tercera etapa es el adueñamiento de sí. Implica que el individuo conoce lo que siente, que está en contacto consigo mismo. Que es capaz además de expresarse adecuadamente para promover sus mejores intereses. Que es dueño de sí. Han desaparecido los controles inconscientes que provenían del temor a ser él mismo. Han desaparecido la vergüenza y la culpa sobre lo que él es o siente. Han desaparecido las tensiones musculares de su cuerpo que bloqueaban su expresión  y limitaban su conciencia de sí. En su lugar hay autoaceptación y  libertad para ser.
La terapia es un viaje de autodescubrimiento. No es rápido ni sencillo, y en él no faltan los momentos de miedo. En algunos casos puede llevar toda la vida, pero su retribución es saber que no se ha vivido ésta en vano. Uno descubre el sentido de la vida en la experiencia profunda del gozo.

martes, 6 de noviembre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte3

Sentirnos... El camino hacia una convivencia sana

La Entrega al Cuerpo

La idea de entrega no goza de popularidad entre los individuos modernos, que conciben la vida como una batalla, una lucha o al menos una situación competitiva. Para muchos, la vida es una actividad que apunta a alguna realización o logro, algún éxito. La identidad está más ligada a la actividad que uno realiza que a su propio ser.
Esto es típico de una cultura narcisista en la que la imagen es más importante que la realidad. En una cultura narcisista el éxito perece aumentar la autoestima, pero sólo lo hace porque agranda el ego. El fracaso tiene el efecto opuesto: achica el ego. En esta atmósfera, la palabra entrega se equipara con derrota, pero en rigor, sólo es una derrota del ego narcisista.
Sin una entrega del ego narcisista, no hay entrega al amor, y sin esta entrega, el gozo es imposible.


Debemos admitir que el cuerpo posee una sabiduría derivada de miles de millones de años de historia evolutiva, que la mente consciente apenas puede imaginar. El misterio del amor, por ejemplo, está más allá del alcance del conocimiento científico. La afirmación de Pascal, El corazón tiene razones que la razón no conoce, es cierta.
La parte obscura e inconsciente de nuestro cuerpo es la que mantiene el fluir de la vida. No vivimos por obra de nuestra voluntad. La voluntad es impotente para regular o coordinar los complicados procesos bioquímicos y biofísicos del cuerpo. Este concepto es muy tranquilizador, ya que si ocurriera lo inverso, ante la primera falla de la voluntad la vida acabaría.

Pero entonces,¿ por qué  cuando nos deprimimos,  no nos curamos en forma espontánea?
La razón es que persiste la causa subyacente. Esa causa es la inhibición de la expresión de los propios sentimientos de temor, tristeza o ira. La supresión de estos sentimientos y la tensión concomitante reducen la motilidad del cuerpo, lo que origina una merma de la vivacidad.

La depresión desaparecería si uno  pudiera sentir y expresar lo que siente. La expresión del sentimiento alivia la tensión, permitiendo que el cuerpo recobre su motilidad y por tanto aumente su vivacidad. Este es el aspecto mecánico del proceso terapéutico. Por el lado psicológico, es preciso develar la ilusión y comprender su origen infantil y su papel como mecanismo de sobrevivencia.
Ligado a ello, está la ilusión de que uno será amado por ser bueno, obediente, exitoso, etc. Esta ilusión contribuye a mantener el ánimo del individuo en su afán por conquistar el amor ajeno, pero como el verdadero amor no puede adquirirse ni ganarse con ninguna actuación, tarde o temprano la ilusión se derrumba y el individuo se deprime.

Todos los pacientes padecen de alguna ilusión, en diverso grado. Algunos tienen la ilusión de que la riqueza les traerá felicidad, o de que la fama les asegurará el amor, o de que la sumisión los protege contra una posible violencia. Nos forjamos estas ilusiones en una época temprana de nuestra vida, como medio de sobrevivir a una situación infantil penosa, y ya adultos tememos renunciar a ellas.
Las ilusiones son defensas del ego contra la realidad, y si bien nos ahorran el dolor que puede causarnos una realidad aterradora, nos hacen prisioneros de la irrealidad. La salud emocional consiste en la capacidad para aceptar la realidad, no para huir de ella.

Y nuestra realidad básica es nuestro cuerpo. Para conocernos, tenemos que sentir nuestro cuerpo. La pérdida de sentimiento en algún lugar del cuerpo es la pérdida de una parte de nosotros. En nuestra cultura casi todos estamos disociados de ciertas partes del cuerpo. Algunos no tienen sensación alguna de su espalda (en especial aquellos de quienes se dice carecen de espina dorsal; otros no sienten sus vísceras (los que revelan su falta de coraje). Cuando todas las partes están cargadas de energía y vibran, nos sentimos más vivos y gozosos. Pero para que esto ocurra tenemos que entregarnos al cuerpo y sus sentimientos.
Dicha entrega implica permitir que el cuerpo esté plenamente vivo y libre. Implica no controlarlo, no hacer con él como si fuera una máquina que uno debe poner en marcha o detener. El cuerpo tiene una mente y sabe lo que debe hacer. De hecho, lo que entregamos es la ilusión del poder de la mente.

Para comenzar, lo mejor es hacerlo por la respiración. La respiración es quizá la función corporal más importante, se caracteriza por ser una actividad natural involuntaria pero al mismo tiempo sujeta al control consciente.
Los estados emocionales afectan en forma directa la respiración. Cuando una persona se enoja mucho, su respiración se acelera. El temor tiene el efecto opuesto: hace que la persona retenga la respiración. Si el temor se convierte en pánico, la respiración se vuelve rápida y muy superficial. En estados de terror, uno apenas respira, ya que el terror tiene sobre el cuerpo un efecto paralizante. En estados de placer, la respiración es lenta y profunda. Estudiando la respiración de una persona, el terapeuta comprende su estado emocional.

Enraizamiento y realidad.

La entrega al cuerpo se asocia a la renuncia a las ilusiones y al descender a la tierra y la realidad. De un individuo muy conectado con la realidad suele decirse que tiene los pies sobre la tierra. Esto significa que siente la conexión existente entre sus pies y el suelo donde está parado. Los sujetos excesivamente  erguidos o colgados de los hombros no experimentan este contacto con el suelo porque sus pies están relativamente entumecidos. Han retirado esa energía excitatoria de la parte inferior del cuerpo como reacción frente al temor. Si éste es muy intenso, la persona retirará de hecho todos sus sentimientos del cuerpo, y su conciencia se limitará a la cabeza. Vivirá entonces en un mundo de fantasía.
Muchas personas viven más en su cabeza que en su cuerpo a fin de evitar sentir el dolor o el terror que éste alberga.

El contacto con la realidad no es un estado de todo o nada. Algunos estamos en mayor contacto y otros estamos más escindidos. Dicho contacto con la realidad es la condición de la cordura, y por lo tanto también de la salud física y emocional;  pero muchos se confunden acerca de la realidad, equiparándola con la norma cultural más que lo que siente en su cuerpo. Por supuesto, si falta el sentimiento o éste se encuentra muy reducido, uno busca el sentido de la vida en el mundo exterior.
Los individuos cuyo cuerpo está vivo y vibrante pueden experimentar la realidad de su ser, el ser de una persona que siente. El grado de vivacidad y de sentimiento que uno tiene, mide su contacto con la realidad. Los seres que sienten son personas con los pies sobre la tierra. Decimos que están enraizadas.

Estar enraizados, pues, significa tener los pies sobre la tierra. Casi todos los adultos los tienen, en el sentido mecánico de que sus pies los sustentan y desplazan; pero cuando el contacto es puramente mecánico, no se experimenta la relación con el suelo o la tierra de un modo vivo y significativo, ni se siente que las relaciones con los demás procedan de los sentimientos. No se siente tampoco el cuerpo dotado de vida y significación. Uno se vincula con él como con su automóvil, como un objeto que le es esencial para su actividad y movilidad. Quizás lo cuide, como lo haría con su auto, pero no se identifica con él. Tal vez tenga grandes triunfos en la vida, pero ésta será irreal. Quizá goce de las satisfacciones que brindan el poder y el dinero, pero no sentirá alegría. No estará enraizado en  la realidad, como no lo está su automóvil. La capacidad de gozo depende de este enraizamiento, ó sea, literalmente, de tener los pies sobre la tierra y de estar en contacto con ésta.

Para sentir la tierra, las piernas y los pies tienen que estar cargados de energía. Tienen que estar vivos y móviles, es decir, presentar ciertos movimientos espontáneos e involuntarios, como las vibraciones. Si los pies de una persona parecen carentes de vida y sus piernas se mantienen fijas e inmóviles, es que no tienen contacto con el suelo. Cuando en cambio, están plenamente vivos, el individuo puede sentir que fluye por ellos una corriente de excitación, calentándolos y haciéndolos vibrar.

El enraizamiento es un proceso energético en el que la excitación fluye a lo largo de todo el cuerpo de la cabeza a los pies. Si ese flujo es intenso y pleno, la persona siente su cuerpo, su sexualidad y la tierra sobre la cual está parada: está en contacto con la realidad. El flujo de la excitación se asocia con las ondas respiratorias, de tal modo que cuando la respiración es libre y profunda, la excitación fluye análogamente. Si la respiración o el flujo se bloquean, la persona no siente su cuerpo por debajo del lugar en que ese bloqueo se produjo. Limitado el flujo, se reduce el sentimiento. Como el flujo de excitación es pulsátil ( o sea, baja hasta los pies y luego sube a la cabeza, al igual que las oscilaciones del péndulo), excita los diversos sectores del cuerpo: cabeza, corazón, genitales y piernas. Dado que al descender atraviesa la región pelviana, toda perturbación sexual importante bloqueará ese fluir hacia las piernas y los pies. Si el individuo está desenraizado, también lo estará su comportamiento sexual.
Estar enraizado implica pararse sobre sus propios pies y denota asimismo, un estado de independencia y madurez.

martes, 30 de octubre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte 2

En busca del hombre nuevo

Es preferible que la  primera competencia sea con uno mismo.  

Estamos aquí, para ayudarnos en nuestro proceso de autodescubrimiento. En nuestro tránsito hacia una convivencia civil pacífica y solidaria. En nuestra conexión con el orden universal, y con la Vida en general.
Así como es necesario el amor a uno mismo para amar a los demás, para el cambio social es necesario el cambio individual.

Nos configuramos a través de un doble proceso: por un lado, la sociedad actúa  sobre nosotros con su educación tanto directa como indirectamente; y por otro lado, comenzamos un proceso de autoeducación, un proceso de conciencia singular.
Desde esta perspectiva, una transformación radical de la sociedad consumista debe estar acompañada de una transformación profunda de las estructuras mentales de los individuos.

Es preciso desarrollar un monumental esfuerzo educativo en el pueblo, para que éste se eduque así mismo, transforme sus valores y relaciones sociales. El camino al comunismo, decía Ernesto Guevara, implica un proceso mucho más complejo que una distribución material de bienes menos desigual; implica la construcción de un hombre nuevo, radicalmente distinto de los hombres y mujeres formados en los marcos morales e ideológicos propios de la sociedad de consumo.
La transformación de las condiciones y de los propios hombres, su conciencia y su moral, deben efectuarse simultáneamente una en relación con la otra; una reforzando la otra, en un proceso de reciprocidad dialéctica.

Para el Che, el elemento movilizador fundamental debe ser de orden ético y no económico-individual, porque solo a través de ese camino se puede arribar al futuro comunista y a la creación del hombre nuevo.
Guevara es atraído no tanto por los problemas estrictamente económicos, sino por la problemática de la liberación del hombre, y del comunismo como resolución de las contradicciones de la enajenación humana. Sabe que sin la intervención conciente y organizada del pueblo, no puede tener lugar una revolución. 

El hombre nuevo, será el sujeto con capacidad de revolucionar el orden social existente y abolir la sociedad de clases; esto es, emancipar a la humanidad y posibilitar su pleno desarrollo consciente.

El Narcisismo, la enfermedad de nuestro tiempo

Los problemas de la personalidad de la gente han cambiado en forma notoria los últimos cuarenta años. Las neurosis de antes, constituidas por culpas, ansiedades, fobias u obsesiones incapacitadoras, comúnmente no se ven hoy en día. En vez de eso, me encuentro con más gente que se queja de depresión; esas personas describen una carencia de respuesta afectiva, un vacío interno, una profunda sensación de frustración y falta de realización. Muchas de esas personas tienen bastante éxito en su trabajo, lo que sugiere un rompimiento entre su desempeño laboral y lo que sienten por dentro. Su desempeño en el plano laboral, sexual y social, parece demasiado eficiente, mecánico y perfecto para ser humano. Funcionan más como máquinas que como personas.

A los narcisistas se les reconoce por su falta de humanidad. No sufren por la tragedia de un mundo amenazado por el quebranto ecológico, no sienten la tragedia de una vida que transcurre en el intento de demostrar su valor ante un mundo indiferente. Cuando la careta de superioridad se rompe y permite que se vuelva consciente el sentimiento de pérdida y tristeza, a veces ya es demasiado tarde. A un dirigente de una gran compañía le dijeron que tenía cáncer en su fase terminal. Ahora que su vida llegaba al término, descubrió cual era su sentido. Antes nunca me fijé en las flores -explicaba- , ni en el brillo del sol, ni en los campos. Me pasé la vida tratando de demostrar a mi padre que había triunfado. El amor no tenía cabida en mi vida. Por primera vez, ya adulto, este hombre pudo llorar y dirigirse a su esposa e hijos en busca de ayuda.

Hay algo de locura en un patrón de conducta que valora el éxito por encima de la necesidad de amar y ser amado. Hay una cierta locura cuando una persona está desconectada de la realidad de su ser -el cuerpo y sus respuestas afectivas- . Y hay también algo de locura en una cultura que contamina el aire, el agua y la tierra, en nombre de un mejor nivel de vida.
Personalmente, considero que la frenética actividad de la gente en las grandes ciudades -para ganar más dinero, obtener más poder, ir a la cabeza- resulta un tanto loca.

Para entender la enfermedad que subyace en el fondo del narcisismo es necesaria una visión más amplia de los problemas de la personalidad. Necesitamos entender qué fuerzas de la cultura provocan el problema y qué factores de la personalidad humana predisponen al narcisismo. Y necesitamos saber ¿qué es ser humano? si queremos evitar ser narcisistas.
El tratamiento con pacientes narcisistas consiste en ayudarlos a entrar en contacto con sus cuerpos, a recuperar las respuestas afectivas que habían suprimido y a volver a tener las características de humanidad que había perdido. Este enfoque supone trabajar para reducir la tensión muscular y la rigidez que bloquean los sentimientos de la persona. Sin embargo, nunca he considerado como lo principal las técnicas específicas que utilizo. La clave de la terapia es la comprensión. Sin comprensión, ningún enfoque o técnica terapéutica tiene sentido ni sirve de nada en un nivel profundo.

Los héroes y los líderes de la paz de nuestro tiempo son aquellos hombres y mujeres que tienen el valor de sumergirse en las tinieblas de su propia personalidad y zambullirse en la oscuridad del psiquismo colectivo en busca de su enemigo interno. La psicología profunda nos ha proporcionado la evidencia incuestionable de que fabricamos al enemigo con las partes negadas de nuestro propio yo. Por tanto, el mandamiento «ama a tu enemigo como a tí mismo» nos señala el camino que conduce al autoconocimiento y a la paz. De hecho, amamos y odiamos a nuestros enemigos en la misma medida que nos amamos y nos odiamos a nosotros mismos. En el rostro del enemigo encontramos pues el espejo en el que contemplar nítidamente nuestro verdadero semblante.

martes, 23 de octubre de 2018

¿Qué es lo que nos hace falta?, parte 1


¿Qué es lo que nos falta?
El ser humano se halla a medio camino entre los Dioses y las bestias

Plotino 

Carl Sagan (1934-1996), este  brillante científico norteamericano,  comparte, en el primer capítulo de su libro Los Dragones del Edén, una reflexión  concerniente a El calendario Cósmico. Ahí, comprime los quince mil millones de años que se supone tiene el Universo (al menos a partir del Big Bang) al intervalo de  un año. De tal forma que, cada mil millones de años correspondería a 24 días de este imaginario calendario, y un segundo, a 475 vueltas de la Tierra alrededor del  Sol. En base a esta escala temporal, tendremos que la historia de nuestra especie ocupa solo los últimos segundos del 31 de Diciembre. Esta visión debe inclinarnos forzosamente a la humildad.
Así, sorprende que: la aparición de la Tierra no surja sino hasta los primeros días de Septiembre; que los dinosaurios aparezcan en Nochebuena; que las flores no broten sino hasta el 28 de diciembre y que el ser humano no haga acto de presencia sino hasta las 22:30 de la víspera del Año Nuevo. La historia escrita ocupa solo los últimos diez segundos del 31 de diciembre.
Sin embargo, a pesar del poco tiempo que tenemos en las estrellas, es indudable que lo que acontezca en este planeta a partir de ahora, tendrá responsabilidad en nosotros.

Nos hallamos ante una disyuntiva y en una fase de inestable tregua... con esporádicas escaramuzas y raros combates. Cualquier sugerencia de cambio se acoge con miedo. Sin embargo, llega un momento en que es preciso que las sociedades cambien.
La resistencia al cambio, se debe en gran medida a grupos que tienen intereses creados en el status quo. Las personas que tienen privilegios por  ocupar el pináculo de la jerarquía se niegan a ceder. Pero, por otro lado, tenemos que reconocer que somos una especie apenas naciente y que nos falta mucho camino por  recorrer. El siguiente paso evolutivo debe de ser aprendido. Tenemos la responsabilidad de nuestra propia educación. Tomemos consciencia del compromiso que adquirimos al representar millones de años de lenta y continua evolución.

 Hoy en día, cada vez que abrimos un periódico o vemos la TV, tropezamos cara a cara con los aspectos más tenebrosos de la naturaleza humana. Los mensajes emitidos por los medios de difusión de masas a toda nuestra aldea global electrónica evidencian de continuo las secuelas más lamentables de la inconsciencia humana.
Nuestra época nos ha forzado a ser testigos de este dantesco espectáculo. No hay modo de eludir el espantoso y sombrío fantasma conjurado por la corrupción política, el desastre ecológico y los criminales de cuello blanco. Nuestro apetito interno de totalidad nos exige hacer frente a la conflictiva hipocresía que se extiende por doquier.

De este modo, mientras que muchos individuos y grupos viven los aspectos socialmente más benignos de la existencia, otros, en cambio, padecen sus facetas más desagradables y terminan convirtiéndose en el objeto de las proyecciones grupales negativas de sombra colectiva (véase si no, fenómenos tales como la caza de brujas, el racismo o el proceso de creación de enemigos, por ejemplo).

Sólo disponemos de una forma de protegernos de la maldad humana representada por la fuerza inconsciente de las masas: desarrollar nuestra conciencia individual. Si desperdiciamos esta oportunidad para aprender o fracasamos en actualizar lo que nos enseña el espectáculo de la conducta humana, perderemos nuestra capacidad de cambiarnos a nosotros mismos y, consecuentemente, de cambiar también al mundo.
En 1959 Jung dijo: Es inminente un gran cambio en nuestra actitud psicológica. El único peligro que existe reside en el mismo ser humano. Nosotros somos el único peligro pero lamentablemente somos inconscientes de ello.

La evolución espiritual

 Erich Fromm escribr en el Arte de Amar: Hasta donde se tiene conocimiento, el desarrollo de la raza humana se caracteriza por la emergencia del hombre de la naturaleza, de la madre, de los lazos de la sangre y el suelo. En el comienzo de la historia humana, si bien el hombre se encuentra expulsado de la unidad original con la naturaleza, aún se aferra todavía a esos lazos primarios. Muchas  religiones primitivas son manifestaciones de esa etapa evolutiva. Un animal se transforma en un tótem; se usan máscaras de animales en los actos religiosos o en la guerra. En la etapa siguiente, cuando la habilidad humana alcanza la del artesano o el artista, cuando el hombre no depende ya exclusivamente de los dones de la naturaleza, el hombre transforma el producto de su propia mano en un dios. Es la etapa de la adoración de ídolos hechos de arcilla, plata u oro.

En una etapa ulterior, el hombre da a sus dioses la forma de seres humanos. Esto sucede cuando el hombre se ha tornado más consciente de sí mismo, y se descubre como el bien supremo en su mundo. En esta fase de un dios antropomórfico, encontramos una evolución de dos dimensiones. Una se refiere a la naturaleza femenina o masculina de los dioses, la otra al grado de madurez alcanzado por el hombre, y que se refleja en la naturaleza de sus dioses y la naturaleza de su amor a ellos.
Hablemos en primer término del paso de las religiones matriarcales a las patriarcales. En la fase matriarcal, el ser superior es la madre. Es la diosa, y asimismo la autoridad en la familia y la sociedad. Para comprender la esencia de la religión matriarcal basta recordar lo dicho sobre la esencia del amor materno. Es incondicional, omniprotector y envolvente. Su presencia da a la persona amada la sensación de dicha; su ausencia produce un sentimiento de abandono y profunda desesperación. El amor materno se basa en le igualdad, ya que una madre ama a todos sus hijos por igual. Todos los hombres son iguales puesto que todos son hijos de una madre, porque todos son hijos de la Madre Tierra.

En la siguiente etapa patriarcal, la madre pierde su posición suprema y el padre se convierte en el ser supremo, tanto en la religión como en la sociedad. La naturaleza del amor del padre le hace tener exigencias, establecer principios y leyes, y a que el amor al hijo dependa de la obediencia de éste a sus demandas. (El desarrollo de la sociedad patriarcal es paralelo al desarrollo de la propiedad privada). Así, la igualdad de los hermanos se transforma en competencia. Sin embargo, puesto que es imposible arrancar del corazón humano el anhelo de amor materno, no es sorprendente que la figura de la madre amante perdure. En la religión católica, por ejemplo, la Iglesia y la Virgen simbolizan a la Madre.
 Así pues, el carácter del amor a Dios, depende de la respectiva gravitación de los aspectos matriarcales y patriarcales en la religión. Sin embargo, dicha diferencia es sólo uno de los factores que determinan la naturaleza de ese amor; el otro factor es el grado de madurez alcanzado por el individuo.

Al comienzo de la religión patriarcal, encontramos a un Dios despótico, celoso, que considera que el hombre que ha creado es de su propiedad, es la fase en la que Dios decide destruir la raza humana mediante el diluvio. Pero al mismo tiempo comienza una nueva etapa; Dios hace un pacto con Noé, por el cual le promete no volver a destruir la raza humana, un pacto en el que compromete su propio sentido de justicia. Pero le evolución va más allá, tiende a que Dios deje de ser la figura de un padre y se convierta en el símbolo de sus principios, los de justicia, verdad y amor. En ese desarrollo, Dios deja de ser una persona, un hombre, un padre; se convierte en el símbolo del principio de unidad detrás de todas las cosas, de la visión de la flor que crecerá de la semilla espiritual que alberga el hombre en su interior. Dios no puede tener un nombre. ¿Cómo puede tenerlo si no es una persona ni una cosa?. Dios se convierte en el Uno sin nombre; Dios se torna verdad, amor, justicia. Dios es yo, en la medida en que soy humano. La persona verdaderamente religiosa, no ama a Dios como un niño a su padre o a su madre; ha adquirido la humildad necesaria para percibir sus limitaciones, hasta el punto de saber que no sabe nada acerca de Dios. Dios se convierte para ella en un símbolo del reino del mundo espiritual, del amor, la verdad, la justicia.

En todas las religiones, existe el supuesto de la realidad del reino espiritual, que trasciende al hombre, que da significado y validez a los poderes espirituales del hombre y a sus esfuerzos por alcanzar el nacimiento interior.
El reino del amor, la razón y la justicia existe como una realidad únicamente porque el hombre ha podido desenvolver esos poderes en sí mismo a través del proceso de evolución. En tal concepción, el hombre está completamente solo, salvo en la medida en que ayuda a otro.

Otra dimensión del amor a Dios que conviene analizar, es la diferencia fundamental en la actitud religiosa entre Oriente (China e India) y Occidente.
Para Oriente, el amor a Dios no es el conocimiento de Dios mediante el pensamiento, ni el pensamiento del propio amor a Dios, sino el acto de experimentar la unidad con Dios. Por lo tanto, lo más importante es la forma correcta de vivir. La finalidad fundamental de las religiones orientales no es la creencia correcta, sino la acción correcta. Tal actitud llevó a la tolerancia por un lado, y a dar más importancia al hombre en transformación que al desarrollo del dogma, y de la ciencia. La tarea religiosa del hombre no consiste en pensar bien, sino en obrar bien, y en llegar a ser uno con lo Uno en el acto de la meditación concentrada.

En lo que toca a la corriente principal del pensamiento occidental, cabe afirmar lo contrario. Puesto que se espera encontrar la verdad fundamental en el pensamiento correcto, se otorga especial importancia al pensar, aunque también se valora la acción correcta. Tal actitud condujo a la formación de dogmas, y a la intolerancia frente al no creyente o hereje. Así, la persona que creía en Dios --aunque no viviera a Dios-- sentíase superior a los que vivían a Dios, pero no creían en él.

Podemos volver ahora a un importante paralelo entre el amor a los padres y el amor a Dios. Al comienzo, el niño está ligado a la madre como fuente de toda su existencia. Luego se vuelca hacia el padre como nuevo centro de sus afectos. En la etapa de plena madurez, se ha liberado de las personas de la madre y el padre como poderes, ha establecido en sí mismo los principios materno y paterno. Se ha convertido en su propio padre y madre; es  padre y madre. En la historia de la raza humana observamos idéntico desarrollo desde el comienzo del amor a Dios como la desamparada relación con una Diosa madre, a través de la obediencia a un Dios paternal, hasta una etapa madura en la que Dios deja de ser un poder exterior, en la que el hombre ha incorporado en sí mismo los principios de amor y justicia, en la que se ha hecho uno con Dios.
De tales consideraciones se deduce que el amor a Dios no puede separarse del amor a los padres. Si una persona no emerge de la relación incestuosa con la madre, el clan, la nación, si mantiene su dependencia infantil de un padre que castiga y recompensa, o de cualquier otra autoridad, no puede desarrollar un amor maduro a Dios; su religión corresponde entonces, a la primera fase, en la que se experimenta a Dios como a una madre protectora o un padre que castiga y recompensa.

Así también, cada individuo conserva en sí mismo, en su inconsciente, todas las etapas desde la de infante desvalido en adelante. La cuestión es hasta que punto se ha desarrollado. Una cosa es segura: la naturaleza de su amor a Dios corresponde a la naturaleza de su amor al hombre.
El amor al hombre, además, si bien directamente arraigado en sus relaciones con su familia, está determinado, en última instancia, por la estructura de la sociedad en que vive. Si la estructura social es de sumisión a la autoridad, su concepto de Dios será infantil y estará muy alejado del concepto maduro.


jueves, 18 de octubre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 12


CAPÍTULO VIII
Caminos hacia la salud mental

La transformación política (continuación)

 El arte colectivo es un arte compartido: permite al hombre sentirse identificado con los demás de un modo significativo, rico, productivo. No es una ocupación individual de ratos libres, añadida a la vida, es una parte integrante de la vida.
Corresponde a una necesidad humana fundamental, y si esa necesidad no se satisface, el hombre se siente tan inseguro y angustiado como si no se realizara la necesidad de una concepción mental significativa del mundo. Para salir de la orientación receptiva y entrar en la productiva, el hombre debe relacionarse con el mundo artísticamente, y no sólo filosófica o científicamente.
Si una cultura no ofrece esa realización, la persona corriente no se desarrolla más allá de su orientación receptiva o mercantil.

¿Dónde estamos nosotros? Los rituales religiosos tienen poca importancia. Somos una cultura de consumidores. Absorbemos las películas, los reportajes de crímenes, los licores, las diversiones. No hay una participación activa productiva, una experiencia común unificadora, una realización significativa de respuestas importantes a la vida. ¿Qué esperamos de nuestra generación joven? ¿Qué pueden hacer cuando no tienen oportunidades para desarrollar actividades artísticas significativas, compartidas? ¿Qué otra cosa pueden hacer sino refugiarse en la bebida, en los sueños del cine, en el delito, la neurosis y la locura?
¿De qué sirve no tener casi analfabetos, tener la educación superior más amplia que haya existido en cualquier tiempo, si no tenemos una expresión colectiva de la totalidad de nuestras personalidades, ni un arte ni un ritual comunes? Indudablemente, una aldea relativamente primitiva en que todavía hay verdaderas fiestas, expresiones artísticas comunes compartidas, y en que nadie sabe leer, está más adelantada culturalmente y más sana mentalmente que nuestra cultura de enseñanza pública, de lectura de periódicos y de escuchar la radio.

No puede levantarse ninguna sociedad sana sobre la mezcla de conocimientos meramente intelectuales y una ausencia casi total de experiencia artística compartida, de Universidad y fútbol, de historias de crímenes y fiestas del Cuatro de Julio, intercalando, por buena medida, el día de las madres y el de los padres y los de Navidad. Al estudiar cómo podemos formar una sociedad sana, debemos reconocer que la necesidad de crear un arte y un ritual colectivos sobre bases no clericales es, por lo menos, tan importante como el alfabetismo y la enseñanza superior. La transformación de una sociedad atomística en una sociedad comunitaria depende de que se cree de nuevo la oportunidad para las gentes de cantar juntas, de pasear, danzar y admirar juntas: juntas, y no como individuos de una muchedumbre solitaria, para decirlo en los sucintos términos de Riesman.

En general, nuestro ritual moderno está empobrecido y no satisface la necesidad humana de arte y ritual colectivos, ni aun en el sentido más remoto, ni por su calidad ni por su importancia cuantitativa en la vida.
¿Qué haremos? ¿Podemos inventar rituales. ¿Puede crearse artificialmente arte colectivo? ¡Naturalmente que no! Pero una vez que se reconozca su necesidad, una vez que se empiece a cultivarlos, las semillas germinarán, y aparecerán personas bien dotadas que añadirán formas nuevas a las viejas, y se manifestarán talentos nuevos, que hubieran permanecido desconocidos sin esta nueva orientación.

El arte colectivo empezará con los juegos de los niños en el kindergarten y proseguirá en la escuela y en la vida subsiguiente. Tendremos danzas, coros, teatro, música y bandas en común, que no reemplazarán por completo a los deportes contemporáneos, pero los reducirán al papel de una de las muchas actividades desinteresadas.
También aquí, lo mismo que en la organización industrial y política, el factor decisivo es la descentralización: grupos concretos en que las personas se relacionen directamente, y participación activa y responsable. En la fábrica, en la escuela, en los pequeños grupos de discusiones políticas, en la aldea, pueden crearse formas diversas de actividades artísticas comunes; pueden
ser estimuladas cuanto sea necesario por la ayuda y las sugestiones de corporaciones artísticas centrales, pero de ningún modo alimentadas por éstas. Al mismo tiempo, las técnicas modernas de la televisión y de la radio brindan posibilidades maravillosas para llevar a grandes auditorios la música y la literatura mejores. No es necesario decir que no puede confiarse a empresas de negocios ofrecer esas posibilidades, sino que deben incorporarse a nuestros recursos educativos, que no son una fuente de utilidades para nadie.

Quizás se arguya que la idea de un renacimiento en gran escala del ritual y el arte colectivos es una idea romántica, que se acomoda a una época de artesanía, y no a una época de producción mecánica. Si esta objeción fuera exacta, también tendríamos que resignamos nosotros a que nuestra manera de vivir no tardará en destruirse a sí misma, por su falta de equilibrio y de salud mental. Pero, en realidad, la objeción no tiene mas fuerza que las que se hicieron a la "posibilidad" de los ferrocarriles y de máquinas de volar más pesadas que el aire. No hay en ella más que un punto válido: el modo en que estamos atomizados, enajenados, sin el menor sentido de comunidad, no nos permitirá crear formas nuevas de arte y ritual colectivos.

Pero eso es precisamente lo que yo he venido señalando constantemente. No puede separarse el cambio de nuestra organización industrial y política del de la estructura de nuestra vida educativa y cultural. Ningún intento serio de cambio y reconstrucción tendrá éxito si no se emprende en todas esas esferas simultáneamente.

¿Puede hablarse de transformación espiritual de la sociedad sin mencionar la religión? Evidentemente, las enseñanzas de las grandes religiones monoteístas propugnan los objetivos humanísticos que informan también la orientación productiva. Los fines del cristianismo y del judaísmo son los de la dignidad del hombre como objetivo y fin en sí mismo, del amor fraternal, de la razón y de la supremacía de los valores espirituales sobre los materiales. Esos fines éticos se relacionan con ciertas concepciones de Dios en que los creyentes de las diferentes religiones discrepan entre sí, y que son inaceptables para millones de hombres. Pero fue un error de los incrédulos enfocar sus ataques sobre la idea de Dios; su verdadero objetivo debió consistir en exigir a los creyentes que tomaran en serio su religión, y en especial el concepto de Dios; esto significaría la práctica verdadera del espíritu del amor fraterno, de la verdad y de la justicia y, en consecuencia, sería la crítica más radical de la sociedad presente.

Pero mientras no podemos decir lo que es Dios, podemos afirmar lo que no es. ¿No es hora de dejar de discutir sobre Dios y de unirse, por el contrario, para desenmascarar las formas contemporáneas de idolatría? Hoy no es Baal y Astarté, sino la deificación del estado y de la fuerza en los países totalitarios, y la deificación de la máquina y del éxito en nuestra propia cultura; es la invasora enajenación que amenaza a las cualidades espirituales del hombre. Seamos creyentes o no, creamos en la necesidad de una religión nueva o en la continuidad de la tradición judeo-cristiana, en la medida en que nos interesemos en  la esencia y no por la corteza, por la experiencia y no por la palabra, por el hombre y no por la institución, podemos unimos en una firme negación de la idolatría y encontrar quizá en esta negación más elementos de una fe común que en cualesquiera aseveraciones acerca de Dios. Seguramente encontraremos más humildad y más amor fraterno.

Esto sigue siendo cierto aunque se crea, como creo yo, que los conceptos teísticos están llamados a desaparecer en el desenvolvimiento futuro de la humanidad. En realidad, para quienes ven en las religiones monoteístas sólo una de las estaciones de la evolución de la especie humana, no es ninguna insensatez creer que aparecerá una nueva religión en un término de pocos siglos, religión que corresponda al desarrollo de la especie humana; la característica más importante de esa religión será su carácter universalista, correspondiente a la unificación de la humanidad que se está operando en esta época; comprenderá todas las enseñanzas humanistas comunes a todas las grandes religiones de Oriente y Occidente; sus doctrinas no contradecirán  las nociones racionales que la humanidad posee hoy, y dará más importancia a la práctica de la vida que a las creencias doctrinales.

Esa religión creará nuevos rituales y nuevas formas artísticas de expresión, conducentes al espíritu de reverencia para la vida y a la solidaridad de los hombres. Es evidente que la religión no puede inventarse. Tomará existencia con la aparición de un nuevo gran maestro, lo mismo que aparecieron en siglos pasados, cuando los tiempos ya estaban maduros. Entretanto, quienes creen en Dios expresarían su fe viviéndolo, y quienes no creen, viviendo según los preceptos del amor y la justicia y esperando.

martes, 9 de octubre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 11

Capítulo VIII

CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL


LA TRANSFORMACIÓN POLÍTICA (continuación)

Los futuros progresos del sistema democrático exigen nuevos pasos. En primer lugar, hay que reconocer que no pueden tomarse verdaderas decisiones en un ambiente de votación en masa, sino únicamente en los grupos relativamente pequeños, correspondientes quizá a las antiguas asambleas electorales locales, y que comprendían no más de quinientas personas, digamos. En esos grupos reducidos, las cuestiones pueden discutirse a fondo, cada individuo puede expresar sus ideas y puede escuchar y discutir razonablemente los argumentos de los otros. Las personas entran en contacto directo unas con otras, lo cual hace más difícil que influyan en sus mentes factores demagógicos e irracionales.
En segundo lugar, el ciudadano individual debe conocer datos fundamentales que le permitan adoptar una decisión razonable. En tercer lugar, sea cualquiera su decisión, él, como miembro de un grupo pequeño y en que la gente actúa cara a cara, debe tener una influencia directa en la adopción de decisiones. Si no fuera así, el ciudadano seguiría siendo tan estúpido políticamente como lo es hoy.

Una posibilidad es organizar toda la población en pequeños grupos de quinientas personas, digamos, de acuerdo con su residencia o el lugar en que trabajan; y en la medida de lo posible, dichos grupos debieran tener cierta diversificación en cuanto a su composición social.
Se reunirían periódicamente, una vez al mes, por ejemplo; elegirían sus funcionarios y comisiones, que se renovarían todos los años. Su programa consistiría en la discusión de las principales cuestiones políticas, tanto de interés local como de interés nacional.
Según el principio arriba formulado, esa discusión, si ha de ser razonable, requiere una buena cantidad de información objetiva sobre los hechos. ¿Cómo puede darse dicha información? Parece cosa perfectamente factible que una agencia cultural, políticamente independiente, desempeñe la misión de preparar y publicar datos objetivos que se usarían como material en esas discusiones.

Pueden imaginarse, por ejemplo, arreglos mediante los cuales personalidades de las esferas del arte, de la ciencia, de la religión, de los negocios y de la política, cuyos sobresalientes trabajos y cuya integridad moral estén fuera de toda duda, fuesen elegidas para formar una agencia cultural no política.
Diferirían en opiniones políticas, pero puede suponerse que coincidirían razonablemente en lo que debiera considerarse información objetiva sobre los hechos. En caso de desacuerdo, se presentarían a los ciudadanos diferentes series de hechos, explicando los fundamentos de sus diferencias.

Después de haber recibido la información y haber discutido las cosas, los pequeños grupos procederían a votar; con ayuda de los recursos técnicos que tenemos hoy en día, sería muy fácil registrar el resultado total de las votaciones en poco tiempo, y después el problema estaría en el modo de hacer llegar las decisiones adoptadas al gobierno central, y de hacerlas efectivas en el campo de las resoluciones definitivas.
Con la discusión y las votaciones en pequeños grupos, desaparecería gran parte del carácter irracional y abstracto de las resoluciones, y los problemas políticos interesarían de verdad a los ciudadanos. Se invertiría el proceso de enajenación, en que el ciudadano individual entrega su voluntad política mediante el rito de votar poderes que están fuera de él; y cada individuo recobraría su papel como participante en la vida de la comunidad.

Ninguna sociedad socialista alcanzaría la meta de la fraternidad, la justicia y el individualismo, a menos de que sus ideas sean capaces de llenar los corazones de los hombres de un espíritu nuevo.
No necesitamos ideales nuevos ni metas espirituales nuevas. Los grandes maestros de la humanidad han postulado las normas para una vida sana. Es cierto que hablaron idiomas diferentes, que señalaron aspectos diferentes y que sustentaron opiniones diferentes sobre ciertas cosas; pero, en conjunto, esas diferencias son pequeñas; el hecho de que las grandes religiones y los grandes sistemas éticos hayan luchado unos contra otros con tanta frecuencia, y hayan subrayado sus diferencias y no sus analogías, se debió a la influencia de quienes erigieron iglesias, jerarquías y organizaciones políticas sobre los sencillos cimientos de la verdad puestos por los hombres de espíritu.

Desde que la especie humana rompió definitivamente con su enraizamiento en la naturaleza y en la existencia animal, para hallar un nuevo hogar en la conciencia y en la solidaridad fraternal; desde que por primera vez concibió la idea de la unidad de la especie humana y de su destino para nacer plenamente, las ideas y los ideales han seguido siendo los mismos.
En todos los centros de cultura se han predicado los mismos ideales y se han descubierto las mismas verdades, en gran parte sin ninguna influencia mutua. Hoy en día, nosotros, que tenemos fácil acceso a todas esas ideas, que somos todavía los herederos inmediatos de las grandes enseñanzas humanísticas, no necesitamos conocimientos nuevos acerca de cómo vivir cuerdamente, pero sí necesitamos mucho tomar en serio las cosas en que creemos, las cosas que predicamos y enseñamos.

La revolución de nuestros corazones no exige una sabiduría nueva, sino una seriedad y una dedicación nuevas. La tarea de imprimir en las gentes los ideales y las normas que guían a nuestra civilización es, ante todo, tarea que incumbe a la educación. ¡Pero qué miserablemente inadecuado es nuestro sistema educativo para esa tarea! Su finalidad es, primordialmente, proporcionar al individuo los conocimientos que necesita para actuar en una civilización industrializada, y formar su carácter dentro del molde que se necesita: ambicioso y competidor, pero cooperativo dentro de ciertos límites; respetuoso de la autoridad, pero deseablemente independiente, como dicen algunos certificados escolares; cordial, pero no profundamente afecto a nadie ni a nada.
Nuestras escuelas y colegios superiores prosiguen la tarea de dar a sus estudiantes los conocimientos que deben tener para realizar sus tareas prácticas en la vida, y los rasgos de carácter que se desean en el mercado de personalidades. Ciertamente que han tenido poco éxito en inculcarles la facultad del pensamiento crítico y los rasgos de carácter que corresponden a los ideales que se reconocen como los de nuestra civilización.

El hecho de que tendemos primordialmente a la utilidad de nuestros ciudadanos para los fines de la maquinaria social, y no a su desenvolvimiento humano, se manifiesta en que consideramos necesaria la instrucción únicamente hasta la edad de catorce, dieciocho o, todo lo más, veinte años. ¿Por qué la sociedad ha de sentirse responsable únicamente de la educación de los niños, y no de la de todos los adultos de todas las edades?
En realidad, según ha dicho Alvin Johnson de manera tan convincente, la edad comprendida entre los seis y los dieciocho años está lejos de ser tan propicia para aprender como generalmente se supone. Es, desde luego, la mejor edad para aprender a leer, escribir, cuentas e idiomas, pero, indudablemente, la comprensión de la historia, la filosofía, la religión, la literatura, la psicología, etc., es limitada en esa edad temprana y, en realidad, no es completa ni aun a los veinte años, que es la edad en que esas materias se estudian en la Universidad. En muchos casos, para comprender realmente los problemas de esas disciplinas, una persona necesita tener mucha más experiencia de la vida de la que tenía en la edad en que asistía a las aulas.

Para muchas personas, la edad de treinta o cuarenta años es mucho más apropiada para aprender que la edad de la escuela o la Universidad, y en muchos casos el interés general es también mayor en una edad más avanzada que en la inquieta edad juvenil. Asimismo, es a esta edad cuando una persona debía tener libertad para cambiar por completo de ocupación
y tener, en consecuencia, una nueva oportunidad para estudiar, la misma oportunidad que hoy concedemos sólo a nuestros jóvenes.
Una sociedad sana debe ofrecer posibilidades para la educación de los adultos, lo mismo que hoy las ofrece para la escolaridad de los niños. Este principio encuentra expresión actualmente en el número cada vez mayor de cursos para la educación de adultos, pero todas estas medidas privadas abarcan sólo un pequeño segmento de la población, y el principio debe aplicarse a la población en general.

La enseñanza escolar, ya sea trasmisión de conocimientos o formación del carácter, es sólo una parte, y quizás no la más importante, de la educación, empleando la palabra educación en su sentido literal y más fundamental de e-ducere, sacar lo que está dentro del hombre. Aunque el hombre posea conocimientos, aunque ejecute bien su trabajo, aunque sea decente y honrado y no tenga dificultades en lo que respecta a sus necesidades materiales, no se siente satisfecho, ni puede sentirse.

Para sentirse a gusto en el mundo, el hombre debe percibirlo no sólo con la cabeza, sino con todos sus sentidos, con los ojos y los oídos, con todo su cuerpo. Debe realizar con su cuerpo lo que piensa con su cerebro. El cuerpo y el alma no pueden estar separados en éste, ni en ningún otro aspecto. Si el hombre capta el mundo y de esa suerte se une con él por el pensamiento, crea filosofía, teología, mito y ciencia. Si expresa su percepción del mundo por medio de sus sentidos, crea arte y rito, crea la canción, la danza, el drama, la pintura, la escultura.
 Al emplear la palabra arte, estamos influidos por su uso en el sentido moderno, como un sector independiente de la vida. Tenemos, de un lado, el artista, una profesión especializada y, del otro, el admirador y consumidor de arte. Pero esta separación es un fenómeno moderno. No es que no haya habido artistas en todas las grandes civilizaciones. La creación de las grandes esculturas egipcia, griega o italiana, fue obra de artistas extraordinariamente dotados que se especializaron en su arte; también lo fueron los creadores del teatro griego o los de la música desde el siglo XVII.

Pero ¿qué sucede con una catedral gótica, con el ritual católico, con una danza india de la lluvia, con un arreglo floral japonés, con una danza popular, con un coro? ¿Son arte popular? La dificultad está aquí, naturalmente, en que comporta un sentido religioso, que lo sitúa también en una esfera separada. A falta de un nombre mejor, diré arte colectivo, que significa lo mismo que ritual: responder al mundo con nuestros sentidos de un modo significativo, diestro, productivo, activo, compartido
 El arte colectivo es un arte compartido: permite al hombre sentirse identificado con los demás de un modo significativo, rico, productivo. No es una ocupación individual de ratos libres, añadida a la vida, es una parte integrante de la vida.


martes, 2 de octubre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 10


CAPITULO VIII
Caminos hacia la Salud Mental (continuación)

Estrechamente relacionado con este problema está el de la ayuda económica de los países industrializados a las regiones del mundo menos desarrolladas económicamente. Resulta del todo claro que ha terminado el tiempo de la explotación colonial, que las diferentes partes del mundo están ahora tan próximas entre sí como lo estaban hace cien años las regiones de un continente, y que para la parte más rica del mundo la paz depende del progreso económico de la parte más pobre. En el mundo occidental no pueden coexistir, a la larga, la paz y la libertad con el hambre y las enfermedades en África y en China. La reducción del consumo innecesario en los países industrializados es un deber, si quieren ayudar a los países no industrializados, y deben querer ayudarlos si desean la paz.
Examinemos algunos hechos. Según H. Brown, un programa de fomento mundial que  cubriera cincuenta años aumentaría la producción industrial hasta tal punto, que todos los hombres podrían recibir alimentación suficiente y conduciría a una industrialización de las regiones ahora poco desarrolladas, análoga a la del Japón antes de la guerra. El desembolso anual de los Estados Unidos para realizar ese programa ascendería a unos cuatro o cinco mil millones de dólares durante los primeros treinta años, y después a menos. Cuando comparamos esto con nuestro ingreso nacional — dice el autor —, con nuestro presupuesto federal actual, con los fondos que se emplean en armamento y con el costo de los salarios de guerra, aquella cantidad no parece excesiva. Cuando la comparamos con las ganancias potenciales que pueden resultar de un programa desarrollado con éxito, aún parece menor. Y cuando comparamos ese costo con el de la inacción y con las consecuencias de mantener el statu quo, es verdaderamente insignificante.

El problema anterior no es sino una parte del problema más general relativo a la medida en que se les puede permitir a los intereses de un capital invertible provechosamente manipular las necesidades públicas de un modo nocivo e insano. Los ejemplos más obvios son nuestra industria cinematográfica, la industria de los libros cómicos y las páginas de crímenes de nuestros periódicos. Para ganar todo lo más posible, se estimulan artificialmente los instintos más bajos y se envenena el alma del público.
En una sociedad en que el único objetivo sea el desenvolvimiento del hombre y en que las necesidades materiales estén subordinadas a las necesidades espirituales, no será difícil encontrar medios legales y económicos para conseguir los cambios necesarios.

Por lo que respecta a la situación económica del ciudadano individual, la idea de la igualdad del ingreso no ha sido nunca un postulado socialista y no es, por muchas razones, ni práctica ni deseable. Lo necesario es un ingreso que sirva de base a una existencia humana digna. Por lo que afecta a las desigualdades de ingreso, parece que no deben rebasar el punto en que las diferencias en el ingreso conducen a diferencias en la experiencia de la vida. El individuo con un ingreso de millones, que puede satisfacer cualquier capricho sin ni siquiera detenerse a pensarlo, siente la vida de un modo distinto al hombre que, para satisfacer un deseo costoso, tiene que sacrificar otro. El individuo que no puede viajar nunca más allá del término de su población, que no puede permitirse nunca ningún lujo (es decir, algo que no sea necesario), también siente la vida de un modo diferente a su vecino, que puede hacerlo. Pero aun con ciertas diferencias de ingreso, la experiencia básica de la vida puede ser la misma, siempre que dichas diferencias no pasen de cierto límite. Lo que importa no es tanto un ingreso mayor o menor como tal, sino el punto en que las diferencias cuantitativas de ingreso se convierten en diferencias cualitativas de experiencia de la vida.

Todo individuo sólo puede obrar como agente libre y responsable si se suprime uno de los principales motivos de la actual falta de libertad: la amenaza económica del hambre, que obliga a las gentes a aceptar condiciones de trabajo que de otro modo no aceptarían. No habrá libertad mientras el propietario de capital pueda imponer su voluntad al hombre que no posee otra cosa que su vida, porque este último, no teniendo capital, no tiene más trabajo que el que le ofrece el capitalista.
Si nadie fuera obligado nunca más a aceptar el trabajo para no morirse de hambre, el trabajo tendría que ser suficientemente interesante y atractivo para inducir a uno a aceptarlo. La libertad de contratación sólo es posible si ambas partes son libres para aceptar o rechazar el contrato, y no es éste el caso en el actual régimen capitalista.
Tampoco debiera olvidarse que en un sistema que restablece  para todo el mundo el interés por la vida y por el trabajo, la productividad del trabajador individual estaría muy por encima de la que se registra hoy como resultado de unos pocos cambios favorables en la situación de trabajo; además, serían considerablemente menores nuestros gastos ocasionados por la delincuencia y por las enfermedades mentales o psicosomáticas.

LA TRANSFORMACIÓN POLÍTICA

En un capítulo anterior procuré demostrar que la democracia no puede funcionar en una sociedad enajenada, y que el modo como está organizada nuestra democracia contribuye al proceso general de enajenación. Si democracia quiere decir que el individuo expresa sus convicciones y hace valer su voluntad, la premisa es que ese individuo tiene convicciones y tiene una voluntad. Pero los hechos dicen que el individuo moderno enajenado tiene opiniones y prejuicios, pero no convicciones, que tiene preferencias y aversiones, pero no voluntad. Sus opiniones y prejuicios, sus preferencias y aversiones, son manipulados, lo mismo que lo son sus gustos, por poderosas maquinarias de propaganda, las cuales podrían no ser eficaces, si el individuo no estuviera ya condicionado para esas influencias por la publicidad y por todo su modo enajenado de vivir.

También es bastante mal informado el elector ordinario. Aunque lee regularmente su periódico, la totalidad del mundo está tan enajenada de él, que nada tiene verdadero sentido ni verdadera significación. Lee que se están gastando miles de millones de dólares, que se están matando millones de hombres: cifras, abstracciones, que no se interpretan de ningún modo en un cuadro concreto y significativo del mundo. Todo es irreal, ilimitado, impersonal. Los hechos son otros tantos ítem de un libro de notas, como las piezas de un rompecabezas, no son elementos de los que dependen su vida y la vida de sus hijos.
El elector expresa simplemente sus preferencias entre dos candidatos que compiten por su voto. Se encuentra ante varias máquinas políticas, ante una burocracia política que fluctúa entre la buena voluntad favorable a lo mejor para el país, y el interés profesional de mantenerse en el poder o de volver a él. Esta burocracia política, como necesita votos, se ve obligada, naturalmente, a prestar atención hasta cierto punto a la voluntad del elector. Mas, aparte de la influencia restrictiva o impulsora que el electorado tiene sobre las decisiones de la burocracia política, y que es una influencia más indirecta que directa, es poco lo que puede hacer el ciudadano individual para participar en la adopción de decisiones. Una vez que ha depositado su voto, ha abdicado su voluntad política en su representante, quien la ejercita de acuerdo con la mezcla de responsabilidad y de interés profesional egoísta que lo caracteriza, y el ciudadano individual puede hacer muy poco, salvo votar en las elecciones siguientes, lo que le ofrece una oportunidad para mantener a su representante en el poder o para echar a la calle a los granujas. El proceso de la votación en las grandes democracias toma cada vez más el carácter de un plebiscito en el que el elector no puede hacer mucho más que registrar su acuerdo o su desacuerdo con los poderosos mecanismos políticos, a uno de los cuales entregará su voluntad política.