miércoles, 19 de diciembre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte 9

Supresión frente a negación de los sentimientos

Una emoción es un movimiento, - moción - significa acción y efecto de moverse o ser movido; el prefijo -e-  indica que el movimiento es en dirección hacia fuera. Todo movimiento se produce desde el centro hacia la periferia, donde se expresa en una acción. El sentimiento de amor, por ejemplo, se experimenta como un impulso para llegar hasta alguien; la ira, como el impulso de golpear; la tristeza, como el impulso de llorar. El impuso de la emoción debe alcanzar la superficie del cuerpo para que se pueda experimentar como un sentimiento. Sin embargo, cuando no es así, se produce una acción abierta.

La inhibición del movimiento a causa de la tensión muscular  crónica tiene el efecto de ahogar los sentimientos. Tal tensión produce una rigidez en el cuerpo, una muerte parcial del mismo. No es sorprendente que los soldados tengan que ponerse firmes y rígidos cuando se requiere su atención. Como hemos visto, un buen soldado tiene que suprimir gran parte de sus sentimientos y convertirse en realidad, en una máquina de matar.
Puede saberse cuales son los sentimientos que se han reprimido estudiando el patrón de las tensiones. Cuando ésta se concentra, por ejemplo, en los músculos de la mandíbula, se está inhibiendo el impulso de morder. Sin embargo, tales impulsos pueden salir a la superficie en forma de un sarcasmo mordaz. Una mandíbula apretada puede también bloquear el impuso de succionar, reprimiendo así el deseo de cercanía y contacto. El nudo que oprime la garganta impide llorar y así la persona ahoga los sentimientos de tristeza. La rigidez de la espalda y los hombros disminuye la intensidad de una reacción de ira.

La rigidez corporal general mata el cuerpo al restringir la respiración y disminuir la motilidad. Sin embargo, muchos narcisistas tienen un cuerpo bastante ágil y flexible. Su cuerpo aparenta tener vida y gracia, pero actúan sin sentimientos, lo que significa que para recortar los sentimientos existe otro mecanismo distinto al bloqueo del movimiento. Éste es el bloqueo de la función perceptiva.
Puesto que la percepción es una función de la conciencia, está generalmente sujeta al control del ego. Normalmente percibimos aquellas cosas que nos interesan e ignoramos las demás. También centramos deliberadamente la atención en ciertos objetos o situaciones cuando queremos percibirlos con mayor claridad. Pero, por el mismo proceso, rechazamos verlos o los ignoramos. A menudo ésta es una decisión subliminal, al margen de la conciencia. Por ejemplo, pocos son los padres que advierten la infelicidad en la cara de sus hijos. Y los niños aprenden con rapidez a no ver la ira y la hostilidad en los ojos de sus padres. No queremos ver la expresión de nuestra propia cara cuando nos miramos al espejo. Es posible que un hombre se recorte el bigote sin ver cuán apretados y crueles son los labios que hay debajo. En efecto, no vemos lo que no queremos ver.

No queremos ver aquellos problemas que nos parecen sin solución. Verlos nos colocaría en un intolerable estado de estrés y de dolor, que representaría una amenaza  para nuestra salud mental. De hecho, bloqueamos o negamos ciertos aspectos de la realidad a modo de autodefensa. Sin embargo, esta negación implica un reconocimiento previo de la situación. En primer lugar, vemos la situación que nos resulta dolorosa y, después, nos damos cuenta de que no podemos estar a su favor ni tampoco cambiarla, así que negamos su existencia. Cerramos los ojos a ella.
Al principio, pues, la negación es consciente. No obstante, con el tiempo, esa negación se vuelve inconsciente. En su lugar, creamos una imagen de una situación feliz o agradable, que nos permite ir tirando como si todo fuera estupendamente. El punto clave de tal tensión está en la base del cráneo, en los músculos que ligan la cabeza al cuello. Dicha tensión parece bloquear el flujo de las emociones que va desde el cuerpo hasta el interior de la cabeza, que queda así desconectada del sentimiento corporal.

La terapia es un proceso mediante el cual se amplía la conciencia, la expresión y la posesión del yo, que es la capacidad de contener y mantener los sentimientos intensos. La rigidez y las tensiones corporales tienen que irse reduciendo gradualmente, de forma que el cuerpo llegue a tolerar el alto nivel emocional que va asociado a la intensidad de los sentimientos. La mejor forma de enfocar este objetivo es combinar el análisis con el trabajo corporal intensivo.

El grado de sentimiento  

 La expresión de los sentimientos en los individuos narcisistas suele tomar dos formas: la rabia irracional y la sensiblería o sentimentalismo.
Probablemente, los padres que maltratan físicamente a sus hijos han pasado ellos mismos por una situación similar cuando eran niños. Han negado los sentimientos que generó aquella experiencia y por eso no los tienen ante sus hijos.

La terapia es un proceso de conexión con el yo. El enfoque que tradicionalmente se ha utilizado para ello ha sido el análisis. Toda terapia debe incluir un análisis exhaustivo de la historia del paciente para poder descubrir las experiencias que han moldeado su personalidad y determinado su conducta. Por desgracia, trazar la línea de la historia no es fácil. La supresión y negación de los sentimientos también lleva consigo la represión de los recuerdos significativos. La fachada que levanta una persona esconde su verdadero yo ante sí misma y ante el mundo. No obstante, el análisis puede trabajar con otras cosas, además de con los recuerdos. El análisis de los sueños es una forma de conseguir más información. Y también está el análisis de la conducta actual.

Conectar con el yo requiere algo más que el análisis. El yo no es un constructo mental, sino un fenómeno corporal. Estar conectado con el yo significa ser consciente de los sentimientos y conectar con ellos. Para conocer los propios sentimientos hay que experimentarlos en toda su intensidad, y esto sólo se consigue cuando se expresan. Si la expresión de los sentimientos está bloqueada o inhibida, estos se suprimen o se minimizan. Una cosa es hablar del miedo y otra sentirlo. Decir Estoy enfadado, no es lo mismo que notar como esta emoción agita el cuerpo. Para poder sentir plenamente la tristeza, por ejemplo,  hay que llorar.

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