martes, 13 de noviembre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte 4


Conocerse a sí mismo es conectarse con el cuerpo

Si se quiere que la alegría caracterice a la propia vida, ella no puede depender de ninguna experiencia especial. Estoy seguro de que todos han conocido momentos de gozo como resultado de la irrupción de alguna emoción intensa, que origina un sentimiento de libertad  o de liberación. Es como cuando el sol irrumpe a través de las nubes durante un corto tiempo, y luego vuelve a cubrirse. Admitamos que no es posible que el sol brille todo el tiempo….pero nos gustaría que por lo menos lo hiciese la mayor parte de la vida.
 Demasiadas personas viven en medio de las tinieblas de su pasado, causadas por imágenes aterradoras que no ven con claridad y que asedian su inconsciente produciéndoles sueños perturbadores en la noche y vagas ansiedades durante el día. Es esencial en toda terapia traer a la conciencia estos recuerdos reprimidos a fin de hacer su abreacción y descargarlos. Para que el sol pueda brillar y calentarnos, debe precederlo el amanecer.

Conocerse a sí mismo es conectarse con el cuerpo. Muchas personas no se conectan con su cuerpo, o a lo sumo sólo lo hacen con algunas partes de él. No están enraizadas en la realidad de su cuerpo. Las partes con las que uno no se conecta contienen los sentimientos aterradores que son el equivalente de las imágenes mentales aterradoras. Por ejemplo, la mayoría de la gente no siente su espalda, pese a que ésta desempeña un papel trascendental al  respaldar al individuo y sustentarlo cuando sufre presiones.
La tensión muscular crónica es el equivalente del temor. Como éste inmoviliza al individuo, inmovilización es sinónimo de temor. Si uno percibe su rigidez o tensión, puede darse cuenta de su temor, lo que liberará sus recuerdos infantiles.

Sea cual fuere el grado en que una persona está desconectada de su cuerpo, de lo que está desconectada es del sentimiento vinculado con la movilidad de esa parte. Una mandíbula o una garganta contraídas impedirán sentir tristeza, porque el sujeto no podrá llorar. Si todo el cuerpo está rígido, no tendrá sentimiento alguno de ternura. En un plano más profundo, mucha gente carece de sentimientos amorosos porque sus corazones  están encerrados en una rígida caja torácica que bloquea la conciencia del corazón y la expresión de los sentimientos cariñosos.

El viaje de autodescubrimiento

El objetivo de la terapia  es el autodescubrimiento, que implica recuperar el alma propia y liberar el espíritu. A ese objetivo se llega en tres etapas. La primera es la conciencia de sí, que significa percibir todas las partes del cuerpo y los sentimientos que en ellas puedan surgir. Me sorprende comprobar cuánta gente ignora la expresión de su rostro y su mirada, pese a que se mira en el espejo todos los días. Por supuesto, la razón es que no quieren verse. Piensan que no pueden hacerse frente, y que los demás tampoco podrán. Se ponen entonces una máscara, una sonrisa estereotipada que proclama al mundo que todo anda bien, cuando no es así. Si dejan caer la máscara, generalmente se asiste a una expresión de tristeza, dolor, depresión o temor. En la medida en que la llevan puesta no pueden sentir su propio rostro, pues está congelado en la sonrisa fija. Sentir dicha tristeza, dolor o temor no produce gozo, pero si esas emociones suprimidas no se sienten, tampoco se las podrá liberar. Uno queda aprisionado detrás de una fachada que impide que el sol llegue a su corazón.
Cuando el individuo avanza y deja atrás esa obscura celda, tal vez al principio el sol sea enceguecedor para él, pero una vez que se habitúa, ya no quiere volver más a su prisión tenebrosa.

La segunda etapa es la expresión de sí. Si los sentimientos no se expresan, se los suprime y uno pierde contacto con sí mismo. Cuando a los niños se les veda expresar ciertos sentimientos, como la ira, o se les castiga si lo hacen; los ocultan y a la larga pasan a formar parte del sombrío mundo subterráneo de la personalidad. Gran cantidad de gente está aterrada de sus propios sentimientos, a los que considera peligrosos, atemorizantes o alocados. Muchos tienen una furia asesina que, según piensan,  deben mantener sepultada por el temor a su destructividad potencial. Esta furia es como una bomba que no ha explotado y uno no se atreve a tocar; pero tan pronto se le hace estallar en un sitio seguro, se torna inocua; uno puede liberar los sentimientos asesinos en el seguro medio terapéutico. Una vez liberada, la furia puede manejarse por vía racional.

La tercera etapa es el adueñamiento de sí. Implica que el individuo conoce lo que siente, que está en contacto consigo mismo. Que es capaz además de expresarse adecuadamente para promover sus mejores intereses. Que es dueño de sí. Han desaparecido los controles inconscientes que provenían del temor a ser él mismo. Han desaparecido la vergüenza y la culpa sobre lo que él es o siente. Han desaparecido las tensiones musculares de su cuerpo que bloqueaban su expresión  y limitaban su conciencia de sí. En su lugar hay autoaceptación y  libertad para ser.
La terapia es un viaje de autodescubrimiento. No es rápido ni sencillo, y en él no faltan los momentos de miedo. En algunos casos puede llevar toda la vida, pero su retribución es saber que no se ha vivido ésta en vano. Uno descubre el sentido de la vida en la experiencia profunda del gozo.

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