viernes, 28 de diciembre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte 10

  Poder y Control

La lucha por el poder y el control caracterizan a todos los narcisistas. No todos los narcisistas obtienen poder ni todas las personas que tienen poder son narcisistas, pero la necesidad de poder es parte del conflicto narcisista.
En el capítulo anterior, vimos que el narcisismo se desarrolla a partir de la negación del sentimiento. Aunque la negación de sentimientos afecta a todos los sentimientos, especialmente dos emociones se someten a una severa inhibición : la tristeza y el miedo. Se singularizan porque su expresión hace que la persona se sienta vulnerable.
La expresión de la tristeza provoca una conciencia de pérdida y evoca la añoranza. La negación del miedo tiene un objetivo similar. Si uno no tiene miedo, no se siente vulnerable; supuestamente uno no podría ser herido. La negación de la tristeza y el miedo permite que la persona proyecte una imagen de independencia, valor y fuerza. Esta imagen oculta la vulnerabilidad de la persona. Pero la imagen por sí misma no tiene ninguna fuerza .Ésta, reside en la fuerza de los sentimientos de la persona.

Como carece de la verdadera fuerza de los sentimientos fuertes, el narcisista necesita y busca poder para compensar la deficiencia. El poder aparentemente fortalece la imagen del narcisista, le confiere una potencia que de otra manera no tendría. Con una bomba o una pistola, la gente más débil puede considerarse como una fuerza poderosa en el mundo.
Todos somos vulnerables a que nos lastimen, nos rechacen o nos humillen. Sin embargo, no todos negamos nuestros sentimientos, ni tratamos de proyectar una imagen de invulnerabilidad y superioridad ni luchamos por obtener poder. La diferencia puede radicar en nuestras experiencias infantiles.

 En la infancia, los narcisistas sufren un golpe a la autoestima que deja una cicatriz y moldea sus personalidades. Esta herida conlleva humillación, particularmente la experiencia de no tener poder mientras que la otra goza del ejercicio del poder y el control sobre uno. Una sola experiencia no moldea el carácter, pero cuando el niño está expuesto constantemente a la humillación de una manera u otra, el miedo a la humillación se integra en el cuerpo y en la mente. Una persona que haya pasado por esto fácilmente podrá decir: Cuando sea grande voy a tener poder y ni tú ni nadie podrá volver a hacerme esto.
Esto sucede frecuentemente ya que los padres utilizan el poder para controlar a sus hijos en función de sus propias metas.
El poder y el control son dos caras de la misma moneda. Juntas sirven para proteger a la persona de que se sienta vulnerable, de que se sienta sin poder para impedir una posible humillación.

Además del castigo físico, es frecuente que se critique a los niños de una manera que los hace sentir indignos, inadecuados o estúpidos. Este tipo de críticas no cumple ningún propósito útil; pretende, en mi opinión, demostrar la superioridad del padre. Algunos padres se ríen o se burlan de su hijo cuando comete un error o no logra dar una respuesta que los padres consideran que su hijo debería saber. Cuando el niño llora, los padres tal vez descarten los sentimientos del niño como si fueran falsos, haciendo un comentario sarcástico sobre las lagrimas de cocodrilo.

Es inevitable que surja la siguiente pregunta: ¿Por qué los padres se comportan de este modo? Los niños aprenden mejor mediante la comprensión y la ternura que mediante la fuerza y el castigo. Y si el castigo es necesario, puede hacerse en una forma que no humille al niño.
Los padres que se sienten sin poder ante el mundo pueden compensar este sentimiento siendo dictatoriales con sus hijos.

El énfasis en el poder paternal conduce inevitablemente a la rebelión o sumisión de los hijos. La sumisión cubre una rebelión y una hostilidad internas. El niño que se somete aprende que las relaciones se gobiernan mediante el poder, lo que establece el escenario para una lucha por el poder cuando sea adulto. Los niños aprenden rápidamente a jugar el mismo juego de sus padres -el juego del poder. La mejor manera de ganar poder sobre uno de los padres consiste en hacer algo que le moleste, como dejar de comer, ir mal en la escuela o fumar. Una vez que se establece la lucha por el poder entre uno de los padres y el hijo, ninguno cede y ninguno gana.

El conflicto entre padre e hijo generalmente surge del deseo que el padre tiene de formar al niño de acuerdo con alguna imagen que está en la mente del padre, así como de la oposición del niño a este esfuerzo. El empleo de una fuerza superior por el padre sólo es una de las tácticas empleadas en esta lucha. Al comienzo de su vida, fácilmente se les puede controlar mediante cualquier expresión fuerte de desaprobación paterna o mediante la fuerza física y el castigo. Con los niños de más edad, es posible que se utilice más la seducción como medio para mantener el control.

 El hijo a quien se le hace sentir especial se vuelve centro de la lucha por el poder entre los padres, y su posición se vuelve especialmente crítica durante el periodo edípico. Se encuentra atrapado en una situación desesperada. Siempre está el peligro de la hostilidad del progenitor del mismo sexo, por una parte, u por la otra el temor del incesto o del rechazo humillante si responde sexualmente a la seducción. 

Desafortunadamente, la única salida para el niño consiste en suprimir los sentimientos sexuales. El niño no suprime lo genital, sino la sexualidad, es decir, las sensaciones de fusión en la pelvis, que constituyen la base del amor sexual. Esta supresión del sentimiento equivale a una castración psicológica y deja a la persona impotente ante lo orgástico. Creo firmemente que esta impotencia es la base, en el nivel más profundo, de la búsqueda del poder.

Estar sujeto al poder de otra persona es una experiencia humillante. Este insulto al ego de una persona generalmente pretende borrarse revirtiendo la situación -es decir ganando poder sobre la persona que provocó la herida narcisista. Por supuesto, una persona puede someterse a la dominación, pero dicha sumisión encubre un odio profundo. Obviamente, no puede haber amor en una relación cuando el poder desempeña un papel importante.

Estas consideraciones nos ayudan a comprender las luchas por el poder que ocurren en el seno familiar. En estas luchas, rara vez el detonador es lo correcto o incorrecto de una acción, se trata más bien de ver quien se sale con la suya. En los primeros años de la vida de un niño, los padres son más fuertes y por lo general ganan. Sin embargo, en muchos casos, al crecer y ganar fuerza, el niño reta una y otra vez a su padre o a su madre. Estas luchas son extremadamente destructivas, empero, en tanto que el poder sea importante en la familia, son inevitables.
Los regímenes dictatoriales siguen un razonamiento similar para justificar el uso del poder para controlar a la gente.
En el mismo grado en que la cultura occidental contemporánea fomenta el narcisismo, en ese mismo grado es una cultura cuyo motor y cuya obsesión es el poder.

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