martes, 6 de noviembre de 2018

¿Qué nos hace falta? parte3

Sentirnos... El camino hacia una convivencia sana

La Entrega al Cuerpo

La idea de entrega no goza de popularidad entre los individuos modernos, que conciben la vida como una batalla, una lucha o al menos una situación competitiva. Para muchos, la vida es una actividad que apunta a alguna realización o logro, algún éxito. La identidad está más ligada a la actividad que uno realiza que a su propio ser.
Esto es típico de una cultura narcisista en la que la imagen es más importante que la realidad. En una cultura narcisista el éxito perece aumentar la autoestima, pero sólo lo hace porque agranda el ego. El fracaso tiene el efecto opuesto: achica el ego. En esta atmósfera, la palabra entrega se equipara con derrota, pero en rigor, sólo es una derrota del ego narcisista.
Sin una entrega del ego narcisista, no hay entrega al amor, y sin esta entrega, el gozo es imposible.


Debemos admitir que el cuerpo posee una sabiduría derivada de miles de millones de años de historia evolutiva, que la mente consciente apenas puede imaginar. El misterio del amor, por ejemplo, está más allá del alcance del conocimiento científico. La afirmación de Pascal, El corazón tiene razones que la razón no conoce, es cierta.
La parte obscura e inconsciente de nuestro cuerpo es la que mantiene el fluir de la vida. No vivimos por obra de nuestra voluntad. La voluntad es impotente para regular o coordinar los complicados procesos bioquímicos y biofísicos del cuerpo. Este concepto es muy tranquilizador, ya que si ocurriera lo inverso, ante la primera falla de la voluntad la vida acabaría.

Pero entonces,¿ por qué  cuando nos deprimimos,  no nos curamos en forma espontánea?
La razón es que persiste la causa subyacente. Esa causa es la inhibición de la expresión de los propios sentimientos de temor, tristeza o ira. La supresión de estos sentimientos y la tensión concomitante reducen la motilidad del cuerpo, lo que origina una merma de la vivacidad.

La depresión desaparecería si uno  pudiera sentir y expresar lo que siente. La expresión del sentimiento alivia la tensión, permitiendo que el cuerpo recobre su motilidad y por tanto aumente su vivacidad. Este es el aspecto mecánico del proceso terapéutico. Por el lado psicológico, es preciso develar la ilusión y comprender su origen infantil y su papel como mecanismo de sobrevivencia.
Ligado a ello, está la ilusión de que uno será amado por ser bueno, obediente, exitoso, etc. Esta ilusión contribuye a mantener el ánimo del individuo en su afán por conquistar el amor ajeno, pero como el verdadero amor no puede adquirirse ni ganarse con ninguna actuación, tarde o temprano la ilusión se derrumba y el individuo se deprime.

Todos los pacientes padecen de alguna ilusión, en diverso grado. Algunos tienen la ilusión de que la riqueza les traerá felicidad, o de que la fama les asegurará el amor, o de que la sumisión los protege contra una posible violencia. Nos forjamos estas ilusiones en una época temprana de nuestra vida, como medio de sobrevivir a una situación infantil penosa, y ya adultos tememos renunciar a ellas.
Las ilusiones son defensas del ego contra la realidad, y si bien nos ahorran el dolor que puede causarnos una realidad aterradora, nos hacen prisioneros de la irrealidad. La salud emocional consiste en la capacidad para aceptar la realidad, no para huir de ella.

Y nuestra realidad básica es nuestro cuerpo. Para conocernos, tenemos que sentir nuestro cuerpo. La pérdida de sentimiento en algún lugar del cuerpo es la pérdida de una parte de nosotros. En nuestra cultura casi todos estamos disociados de ciertas partes del cuerpo. Algunos no tienen sensación alguna de su espalda (en especial aquellos de quienes se dice carecen de espina dorsal; otros no sienten sus vísceras (los que revelan su falta de coraje). Cuando todas las partes están cargadas de energía y vibran, nos sentimos más vivos y gozosos. Pero para que esto ocurra tenemos que entregarnos al cuerpo y sus sentimientos.
Dicha entrega implica permitir que el cuerpo esté plenamente vivo y libre. Implica no controlarlo, no hacer con él como si fuera una máquina que uno debe poner en marcha o detener. El cuerpo tiene una mente y sabe lo que debe hacer. De hecho, lo que entregamos es la ilusión del poder de la mente.

Para comenzar, lo mejor es hacerlo por la respiración. La respiración es quizá la función corporal más importante, se caracteriza por ser una actividad natural involuntaria pero al mismo tiempo sujeta al control consciente.
Los estados emocionales afectan en forma directa la respiración. Cuando una persona se enoja mucho, su respiración se acelera. El temor tiene el efecto opuesto: hace que la persona retenga la respiración. Si el temor se convierte en pánico, la respiración se vuelve rápida y muy superficial. En estados de terror, uno apenas respira, ya que el terror tiene sobre el cuerpo un efecto paralizante. En estados de placer, la respiración es lenta y profunda. Estudiando la respiración de una persona, el terapeuta comprende su estado emocional.

Enraizamiento y realidad.

La entrega al cuerpo se asocia a la renuncia a las ilusiones y al descender a la tierra y la realidad. De un individuo muy conectado con la realidad suele decirse que tiene los pies sobre la tierra. Esto significa que siente la conexión existente entre sus pies y el suelo donde está parado. Los sujetos excesivamente  erguidos o colgados de los hombros no experimentan este contacto con el suelo porque sus pies están relativamente entumecidos. Han retirado esa energía excitatoria de la parte inferior del cuerpo como reacción frente al temor. Si éste es muy intenso, la persona retirará de hecho todos sus sentimientos del cuerpo, y su conciencia se limitará a la cabeza. Vivirá entonces en un mundo de fantasía.
Muchas personas viven más en su cabeza que en su cuerpo a fin de evitar sentir el dolor o el terror que éste alberga.

El contacto con la realidad no es un estado de todo o nada. Algunos estamos en mayor contacto y otros estamos más escindidos. Dicho contacto con la realidad es la condición de la cordura, y por lo tanto también de la salud física y emocional;  pero muchos se confunden acerca de la realidad, equiparándola con la norma cultural más que lo que siente en su cuerpo. Por supuesto, si falta el sentimiento o éste se encuentra muy reducido, uno busca el sentido de la vida en el mundo exterior.
Los individuos cuyo cuerpo está vivo y vibrante pueden experimentar la realidad de su ser, el ser de una persona que siente. El grado de vivacidad y de sentimiento que uno tiene, mide su contacto con la realidad. Los seres que sienten son personas con los pies sobre la tierra. Decimos que están enraizadas.

Estar enraizados, pues, significa tener los pies sobre la tierra. Casi todos los adultos los tienen, en el sentido mecánico de que sus pies los sustentan y desplazan; pero cuando el contacto es puramente mecánico, no se experimenta la relación con el suelo o la tierra de un modo vivo y significativo, ni se siente que las relaciones con los demás procedan de los sentimientos. No se siente tampoco el cuerpo dotado de vida y significación. Uno se vincula con él como con su automóvil, como un objeto que le es esencial para su actividad y movilidad. Quizás lo cuide, como lo haría con su auto, pero no se identifica con él. Tal vez tenga grandes triunfos en la vida, pero ésta será irreal. Quizá goce de las satisfacciones que brindan el poder y el dinero, pero no sentirá alegría. No estará enraizado en  la realidad, como no lo está su automóvil. La capacidad de gozo depende de este enraizamiento, ó sea, literalmente, de tener los pies sobre la tierra y de estar en contacto con ésta.

Para sentir la tierra, las piernas y los pies tienen que estar cargados de energía. Tienen que estar vivos y móviles, es decir, presentar ciertos movimientos espontáneos e involuntarios, como las vibraciones. Si los pies de una persona parecen carentes de vida y sus piernas se mantienen fijas e inmóviles, es que no tienen contacto con el suelo. Cuando en cambio, están plenamente vivos, el individuo puede sentir que fluye por ellos una corriente de excitación, calentándolos y haciéndolos vibrar.

El enraizamiento es un proceso energético en el que la excitación fluye a lo largo de todo el cuerpo de la cabeza a los pies. Si ese flujo es intenso y pleno, la persona siente su cuerpo, su sexualidad y la tierra sobre la cual está parada: está en contacto con la realidad. El flujo de la excitación se asocia con las ondas respiratorias, de tal modo que cuando la respiración es libre y profunda, la excitación fluye análogamente. Si la respiración o el flujo se bloquean, la persona no siente su cuerpo por debajo del lugar en que ese bloqueo se produjo. Limitado el flujo, se reduce el sentimiento. Como el flujo de excitación es pulsátil ( o sea, baja hasta los pies y luego sube a la cabeza, al igual que las oscilaciones del péndulo), excita los diversos sectores del cuerpo: cabeza, corazón, genitales y piernas. Dado que al descender atraviesa la región pelviana, toda perturbación sexual importante bloqueará ese fluir hacia las piernas y los pies. Si el individuo está desenraizado, también lo estará su comportamiento sexual.
Estar enraizado implica pararse sobre sus propios pies y denota asimismo, un estado de independencia y madurez.

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