jueves, 29 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 16



La muerte de Dios

A medida que los pueblos ganan conocimiento y poder, su creencia y respeto por las deidades declina. Las situaciones que antes requerían la intercesión divina ya no la necesitan. Mucha gente continúa rezando, pero muy poca cree que Dios interviene directamente en los asuntos humanos. El punto de vista sofisticado es que rezar ayuda a la persona que reza a sentirse mejor, aunque tiene poco o ningún impacto en el curso de los acontecimientos humanos.
A medida que el poder humano aumentó, disminuyó el de Dios. Hemos depositado nuestra confianza en el poder de la razón de la mente humana. El hombre moderno parece creer que con un conocimiento y poder suficiente puede alcanzar la omnipotencia.

El orgullo cae antes de la caída, y hoy estamos siendo testigos del principio de la caída. Nos estamos dando cuenta que el poder y la potencia es un arma de dos filos, que tiene aspectos constructivos y destructivos. Nos estamos dando cuenta de que el hombre no puede alterar a voluntad el delicado equilibrio ecológico de la naturaleza sin pagar un precio. Parece claro que cuanta más potencia producimos mayor contaminación creamos. La obsesión por la potencia puede crear una espiral descendente que puede acabar con un desastre para la raza humana.

Si queremos invertir este proceso, debemos entender primero cómo llegó el hombre a este dilema. ¿En qué momento perdió su fe? ¿Cuándo y cómo se adjudicó el derecho de controlar la vida? Son preguntas importantes que, desgraciadamente, no puedo intentar contestar aquí. Lo que si me gustaría examinar es el papel que ha jugado el psicoanálisis en este desarrollo.
Por un lado, nos proporcionó los medios para descubrir las fuerzas que se esconden detrás de la fachada de la racionalización y de la conducta social aceptada. Freud nos demostró que el organismo busca el placer a través de la satisfacción de sus pulsiones, y cuando estas pulsiones entran en conflicto con la realidad de la situación social son reprimidas o sublimadas.

La represión de un impulso conduce a un conflicto interno que lastra la personalidad. El impulso se vuelve contra uno mismo, y la energía del impulso se utiliza para bloquea su expresión. En la sublimación, sin embargo, la energía del impulso se supone que se canaliza en un modo aceptable de liberación que no sólo evita los conflictos, sino que además se convierte en una expresión creativa que nutre el proceso cultural.

El psicoanálisis decía ser la ciencia de lo irracional o inconsciente, porque reconocía claramente que el inconsciente ejerce una influencia fuertemente determinante en la conciencia y en la conducta. Pero Freud entendía que existe un conflicto irreconciliable entre estas dos fuerzas, racionalidad e irracionalidad, o entre los aspectos conscientes e inconscientes de la condición humana y también creía que parte de este conflicto podía resolverse con la técnica analítica, cuya finalidad era hacer consciente el inconsciente.
Desde este punto de vista, lo irracional del hombre se ve sólo en sus aspectos negativos; inmaduros, egoístas, destructivos y hostiles.
 
El fallo de la técnica psicoanalítica fue que no profundizó lo suficiente. Trabajó exclusivamente con la mente, olvidándose del corazón y del cuerpo. Comenzando con la premisa de que no se debe confiar en el ello, Freud acaba diciendo: “Donde estaba el ello pongamos el yo”. Dada su prevención contra lo irracional, el psicoanálisis no puede llegar a otra conclusión que la de que el niño es una criatura amoral, pecadora y pervertida a la que hay que educar para que se convierta en ser civilizado.

Entonces, si a la racionalidad se le da un valor positivo, a la irracionalidad se le debe asignar un valor negativo. Si el razonamiento y la lógica son formas superiores de funcionamiento, la sensibilidad emocional es una forma inferior. Si el funcionamiento mental es el modo superior de ser, el funcionamiento corporal es un modo inferior. Tales juicios no son exclusivos del psicoanálisis; impregnan la civilización occidental.

Aunque hay que reconocer las contribuciones que ha hecho el psicoanálisis para comprender la condición humana, debemos darnos cuenta también de sus efectos negativos. Ha tendido a aumentar la escisión entre el ego y el cuerpo o entre civilización y naturaleza al insistir en el antagonismo entre estos dos aspectos polares de la vida e ignorar su unidad. Tiende a alimentar la ilusión de que la mente es el aspecto más importante en el funcionamiento humano. En la práctica, esto conduce a concentrarse y enfrascarse en palabras e imágenes mentales, en detrimento de las formas no verbales de expresión. Un sistema de intelectualizaciones que ha perdido su conexión esencial con la naturaleza animal del hombre. El psicoanálisis tiene un fuerte sesgo contra el sentimiento, contra el cuerpo y contra el concepto de fe.

Freud también se cegó a los importantes hallazgos de Carl Jung y principalmente al descubrimiento de Johann Bachofen de que el matriarcado y las sociedades matriarcales han precedido en todas partes al establecimiento de la sociedad patriarcal. En esas civilizaciones, frustración, represión y neurosis eran desconocidas, pero no excluían la religión ni las deidades. Adoraban Diosas, figuras maternas o de la tierra.

Erich Fromm hace una interesante comparación entre el principio matriarcal y el patriarcal. “El principio matriarcal es el del amor incondicional, igualdad natural, énfasis en los vínculos de la sangre y la tierra, compasión y clemencia; el principio patriarcal es el del amor condicionado, estructura jerárquica, pensamiento abstracto, leyes hechas por los hombres, el estado y la justicia. En último análisis, la clemencia y la justicia representan respectivamente esos dos principios.

Estos dos principios también se pueden equiparar al ego y al cuerpo respectivamente, o a la razón y al sentimiento. En su extensión natural, el principio patriarcal representa al ego, la razón, la creencia y la cultura, mientras que el principio matriarcal representa el cuerpo, el sentimiento, la fe y la naturaleza. Es verdad que el principio patriarcal está hoy en estado de crisis. Se ha hipertrofiado en manos de la ciencia y la tecnología y está a punto de quebrar; pero hasta que esto ocurra y se restablezca el principio del matriarcado en el lugar que le corresponde cómo valor igual y polar, se puede anticipar que la depresión será endémica en nuestra civilización.

martes, 27 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 15


La sobreestimulación

Los problemas causados por la sobreestimulación en niños y adultos creo que no han tenido la atención que merece. A una persona se le sobreestimula cuando el número y la clase de impresiones que recibe del mundo exterior excede de su capacidad para responder completamente a ellas.
El  efecto es que se mantiene en un estado de excitación o carga de energía del que no puede fácilmente bajar, o relajarse. Se queda “colgado” y su capacidad de descargar la excitación en el placer se reduce. Se siente frustrado, se vuelve irritable e inquieto, lo cual lo lleva a buscar mayor estimulación con la intención de superar ese estado desagradable y evadirse. Se crea así una espiral viciosa que lanza a la persona cada vez más arriba, con efectos letales sobre su comportamiento, que le pueden llevar a las drogas -prescritas o ilegales- o al alcohol para amortiguar su sensibilidad y disminuir su frustración.

 La sobreestimulación aleja a la persona de su cuerpo porque perturba su armonía y ritmos interiores. Como consecuencia, hay una incapacidad de estar tranquilamente sentado sin hacer nada o de estar a solas; en otras palabras, estar en sí mismo. Puede observarse a la gente en continua actividad. Los maridos no tienen tiempo para sus mujeres, las madres no tienen tiempo para sus hijos, y los amigos no tienen tiempo los unos para los otros. El lema es “deprisa, deprisa, no pararse”, y al final la mayoría de la gente no tiene tiempo ni para respirar.

Inexorablemente, el fenómeno de la sobreestimulación se nos ha metido de  súbito en casa, a través de la radio y la televisión, a través de miles de cosas; juguetes, latas de bebidas, comidas preparadas y toda suerte de artilugios caseros que se introducen constantemente para variar la rutina.
Es bien sabido que los anuncios promueven o crean “deseos” que a menudo no tienen ninguna relación con las necesidades personales. Pero para mí, el daño real lo ha perpetrado la economía tecnológica, que iguala el vivir bien con las cosas materiales.

Los niños son más fácilmente sobreestimulados que los adultos, porque su sensibilidad está más a flor de piel y su capacidad de tolerancia es menor. Un niño demasiado mimado con juguetes no parará  de pedir otros nuevos. Si se le da permiso de ver la televisión, querrá verla todo el tiempo. Si se le permite estar levantado hasta tarde, será difícil mandarle a la cama.
Pero a un niño también le sobreestimula el tener al lado unos padres inquietos e hiperactivos. Una madre en estado de tensión se la transfiere a su hijo. Desgraciadamente, los padres piensan que cuanta más actividad desarrolle el niño, más pronto aprenderá y crecerá. La intensidad de este impulso inconsciente hacia “arriba”, hacia la cabeza, el ego y el dominio es alarmante. Estar “abajo”, tranquilo, con tiempo para sentir y para pensar, es una forma de vida casi desconocida.

Todos los pacientes depresivos que he tratado eran personas que habían perdido su infancia. Habían abandonado la posición infantil en un intento de aliviar a sus padres de la carga que suponía cuidarle, madurando rápidamente en un esfuerzo por conseguir la aprobación y aceptación al cumplir las expectativas de sus padres. Se habían convertido -o al menos habían intentado convertirse- en dinámicos y triunfadores, para darse cuenta finalmente que este triunfo no tendría sentido y que lo habían conseguido a expensas de su ser; al final, incapaces de ser e incapaces de hacer, caían en la depresión.

La depresión sobrevendrá a cualquier persona a la que le falte la fe en sí misma y que deba compensarlo haciendo cosas, ya sea para conseguir una ambición personal o para corregir una injusticia social. Así, el hombre de negocios exitoso es tan vulnerable a la depresión como el militante que busca dar la vuelta al sistema.
Más allá del sistema, lo que está en juego es un modo de vida en el que el individuo se ve a sí mismo como parte de un orden más amplio y alcanza su individualidad al sentirse que pertenece y participa en él. Esto contrasta con una individualidad basada en el ego y en su imagen, que enfatiza en demasía el yo a expensas de las relaciones personales con las grandes fuerzas de la vida que han hecho posible su existencia y continúan ayudándole frente a su avaricia y glotonería.  



viernes, 23 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 14


Una epidemia de depresión    

La depresión será una epidemia en las próximas décadas. Hay una incidencia creciente de reacciones depresivas entre los jóvenes, cuando antes era “considerada como una enfermedad emocional de la madurez y tercera edad”,como resultado de la acumulación de pérdidas y decepciones. Se relaciona este fenómeno con el colapso de la ética protestante, con su énfasis en la propiedad, la productividad y el poder y con la ausencia de una filosofía de valores que atraiga a los jóvenes. Se cree igualmente, que las aspiraciones de los jóvenes son “excesivas, quieren demasiado, y la consiguiente decepción al ver los resultados abona el terreno donde florece la depresión.”
Pero la decepción de no lograr algo no es la condición que predispone a la depresión, aunque puede ser la causa desencadenante. Una persona con fe puede tolerar la decepción; el individuo sin fe es vulnerable.

La familia y el hogar eran valores equivalentes en generaciones pasadas. El hogar familiar ha representado siempre la seguridad, la estabilidad, y cierta sensación de pertenencia. Era un refugio contra las presiones del mundo y un lugar de abrigo. Un lugar donde la corriente de la vida fluía relativamente calma y suave.

El conceder una importancia excesiva a la individualidad, especialmente a los aspectos relacionados con el ego, es el factor responsable de la incapacidad de la familia moderna para dar a los niños la estabilidad y seguridad que necesitan.

De los factores que han influido en la destrucción de la familia, el más importante es el coche, cuyo efecto es difícil de valorar en su justa medida. El automóvil rompió la antigua familia y los grupos comunitarios y promovió la familia nuclear: dos padres con sus hijos, sin abuelos ni familiares. La familia nuclear es una unidad aislada, no sólo en el espacio sino también en el tiempo. Vive exclusivamente en términos de su propia existencia.
La enorme inversión de energía y de tiempo en los aspectos materiales de la vida doméstica dejan a menudo poco tiempo y energía para los aspectos más humanos. Hay tanto que comprar y tanto que trabajar para amueblar una casa moderna, que el hogar pierde su carácter de retiro y se torna, en cambio, parte del mundo exterior.

El carácter de retiro se ve aminorado también por la intromisión del mundo a través de la radio y la televisión. Ambos constituyen una estimulación de las funciones del ego y obligan al individuo a enfrentarse mentalmente con el estrés y los conflictos que le transmiten. El hogar moderno raramente es un lugar para una vida tranquila y feliz.

La satisfacción del hacer, es la salsa que acompaña al verdadero plato fuerte: la satisfacción del ser. El plato sin salsa puede saciar nuestra hambre; la salsa sola no nos llena, y uno se siente tentado a hacer más cosas, a una actividad mayor y a involucrarse más profundamente en el mundo. La exigencia de nuestra época es que tenemos que hacer más cosas, una exigencia que ignora la simple verdad de que sólo siendo plenamente lo que uno es se puede llenar la propia existencia.
La filosofía del hacer es insidiosa y perniciosa. Es insidiosa porque está basada en los términos racionales de “hay que hacer lo más que se pueda”. Y es una filosofía perniciosa porque se les aplica a los niños antes incluso de poder saborear el placer de ser ellos mismos, seres libres e inocentes que pueden jugar a sus anchas bajo la protección del hogar y de sus padres.

No son sólo las aspiraciones de los jóvenes las que abonan el terreno de su posterior enfermedad, sino también las expectativas y las exigencias de los padres. Se espera de ellos que crezcan rápido, que sean pronto independientes, que sean razonables, responsables y que sean adultos cooperativos cuando todavía son niños.
Y las exigencias aumentan a medida que el niño crece. Se espera de él que trabaje en la escuela al tope de sus posibilidades, que consiga reconocimiento y, si es posible, que sobresalga en alguna actividad. La mente del niño, todavía tierna, se ve expuesta muy pronto al mundo y a sus crisis.

Dice un viejo proverbio que un árbol nunca es más fuerte que sus raíces. Un buen jardinero retrasa el crecimiento de un árbol para dar impulso al desarrollo de su sistema de raíces. Nosotros hacemos justo lo contrario con nuestro hijos. Los estimulamos en exceso para que crezcan rápido pero no damos el apoyo y alimento que fortalecerían sus raíces. Empujamos a nuestro hijos como nos empujamos a nosotros mismos, sin darnos cuenta de que forzándolos a crecer y a hacer cosas, minamos su fe y su seguridad.





miércoles, 21 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 13

La madre-manager

Pero estamos decididos a acumular más poder. Nuestra civilización tecnológica es voraz. La gente tendrá más poder para moverse a más velocidad, ir más lejos y hacer más cosas. El ritmo se acelerará a pesar de que ya es frenético. Cabe anticipar que las oportunidades y la capacidad de disfrute disminuirá progresivamente. La mecanización propicia la disociación entre el ego y el cuerpo, reduce la consciencia del cuerpo y debilita el sentimiento de identidad basado en esa consciencia.

A medida que la vida sencilla desaparece, también desaparecen las funciones naturales que forman parte de esa vida. Al entrar en las casas ya no se huelen aquellos ricos aromas del pan en el horno y de la comida que se está cocinando. Cortar y apilar leña para en fuego, tejer y coser la ropa o alimentar pollos y cerdos son actividades que pocos de nuestros niños conocen. Sin embargo, la pérdida más importante es la función maternal: la transmisión de la fe y del sentimiento a través del amamantar, mecer y acunar. La cuna se ha convertido en una antigualla, la mecedora en una reliquia, y el pecho se ha transformado en un símbolo sexual.

La natural función de la madre se ha visto reemplazada por la de madre-manager. Bajo el consejo de los pediatras, con sus recetas y reglas, su papel ha pasado de ser el suelo donde el bebé hecha sus primeras raíces (el enraizarse se describe aquí como los movimientos de cabeza del niño para alcanzar el pecho) a ser una organizadora y administradora. En cierto modo, está ahí para su hijo, pero no en su naturaleza esencial de mujer.

Administrar una casa reduce a los niños a nivel de objetos. Todos mis pacientes depresivos han tenido la sensación, a veces profundamente soterrada, de haber sido objetos a los que se había cuidado y educado para poder presumir de ellos o al menos para que no crearan problemas.
Aprendieron muy pronto que habían venido al mundo para llenar las necesidades emocionales de sus padres y que sus deseos debían subordinarse a ellas. Ese fue el modelo de sus vidas, resultando una conducta pasiva y la necesidad de agradar.
Ninguno de mis pacientes depresivos sentía que tenía derecho a pedir nada, ni a afirmar sus deseos, ni a alcanzar y coger la satisfacción que deseaba. Su capacidad física para alcanzar algo quedó limitada.

Se nos ha descrito como un pueblo alienado y desarraigado. La erosión de nuestras raíces comienza muy al principio de la vida. Cuando nace el niño, se le separa de su madre y se le lleva al nido; en casa se le alimenta bajo horario; sólo se le coge en brazos ocasionalmente, según convenga a los padres. Es como una planta de invernadero, que parece que florece, pero cuyas raíces no se hunden profundamente en la tierra.

Muchos jóvenes se han dado cuenta de esta situación, es decir, comprenden que un mayor poder, amenaza el verdadero sentido de la existencia; de ahí que se muevan espontáneamente hacia formas de vida comunitarias, más sencillas, intentando reestablecer nuestras raíces en el orden natural y en la naturaleza. Este movimiento no se ha limitado a jóvenes aunque son ellos la vanguardia. Y desde luego nunca será “una vuelta a la naturaleza” en el sentido de Rousseau. No podemos dar marcha atrás, debemos ir hacia adelante, hacia una comprensión más profunda de la naturaleza humana y hacia una nueva fe basada en la apreciación de la fuerza divina que vive dentro del cuerpo.

   


lunes, 19 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 12

Trastornos en la relación madre-hijo

Nadie puede comprender a un niño tan bien como su madre. Antes de su nacimiento formó parte  de su cuerpo, fue alimentado por su sangre y estuvo sujeto a las corrientes y a la carga que fluyen por el cuerpo de la madre. Puede comprender al niño tan bien como comprende a su propio cuerpo. El auténtico problema aparece, sin embargo, cuando una madre no esta en contacto con su propio cuerpo y con sus sentimientos. Si una madre no tiene fe en sus propios sentimientos, no tendrá fe en las respuestas de su hijo, o no teniendo fe en ella misma, no la tendrá para transmitírsela a su hijo.

¿En que momento se rompió esa transmisión de la fe? Antes, la unión entre madre e hijo era inmediata, cuerpo con cuerpo. Dar a luz y alimentar eran actividades sagradas. Su amor por el niño se vertía en la leche con que le amamantaba. De acuerdo con el Dr. Newton, “una relación madre-hijo sin una lactancia agradable es una posición psicofisiológica similar a un matrimonio sin un coito agradable”.

Los peores efectos de la tecnología, el poder , el egoísmo y la objetividad han sido los relativos a los trastornos en la relación normal madre-hijo. A medida que estas fuerzas avanzan, las mujeres se sienten tentadas a abandonar la crianza de los niños.

La mujer que no amamanta debe confiar en los conocimientos de su pediatra para encontrar la receta apropiada. Con este acto ha renunciado a la fe en sí misma. Al transferir su responsabilidad al médico, tendrá que depender de los conocimientos de éste, y no de su innata intuición para criar al niño, lo cual, coloca una barrera entre madre e hijo al inhibir su reacción espontánea y al forzarla considerar si sus acciones son o no apropiadas. Seguir el consejo del médico le dará la ilusión de que sabe lo que hace, pero no sustituirá a la respuesta amorosa, que es una expresión de fe y de compresión.

Nadie conoce cabalmente a un niño ni sabe como criarlo. Lo que sí puede en comprenderle, comprender su deseo de ser aceptado tal como es, amado por el sólo hecho de ser, y respetado como individuo. Podemos comprenderlo porque todos tenemos los mismos deseos. Podemos entender su deseo de ser libre; todos queremos ser libres. Podemos entender su insistencia en autorregularse; a todos nos molesta que nos digan qué tenemos que hacer, que comer, cuando ir al baño, que vestir, y cosas por el estilo. Podemos comprender a un niño cuando comprendemos que nosotros también somos como niños.
El placer que un padre tiene con su hijo comunica al niño el sentimiento de que su existencia es importante para los que le rodean. Y la satisfacción que un hijo tiene con su padre surte el mismo efecto en este último.

A los niños se les debe enseñar los dominios de una cultura si se quiere que se adapten a ella. Pero -y Erikson opina lo mismo- no se puede hacer a expensas de la viveza y sensibilidad del cuerpo.

Las relaciones antitéticas no tienen porque producir conflicto; el conocer no supone automáticamente falta de comprensión; no tiene por qué ser verdad que el poder destruya el placer o que el ego deba negar al cuerpo del papel que le es propio, y no todas las civilizaciones han sido tan nefastas para la naturaleza como la nuestra. Cuando estas fuerzas opuestas se equilibran armoniosamente, más que un antagonismo lo que crean es una polaridad. En una relación polarizada, cada oponente soporta y potencia al contrario. Un ego enraizado en el cuerpo recibe fuerza de éste y a su vez sostiene y aumenta los intereses del cuerpo. La polaridad más evidente en nuestras vidas es consciencia e inconsciencia o vigilia y sueño.Todos sabemos que un buen sueño nocturno permite funcionar bien durante el día, y que un trabajo satisfactorio durante el día facilita el sueño y el placer de dormir.

El precio que pagamos por una civilización altamente tecnificada es la erosión de nuestros recursos naturales y la destrucción de nuestro entorno natural. Análogamente, un exceso de poder disminuye nuestra capacidad de disfrute. Cuando nos convertimos en perseguidores del poder, perdemos de vista el sencillo disfrute de utilizar nuestros cuerpos. El conceder una importancia  excesiva a nuestro ego acaba siempre en una negación del cuerpo y sus valores.

Creo que el equilibrio se ha desplazado perceptiblemente contra las fuerzas naturales de la vida: comprensión, placer, cuerpo, naturaleza y el inconsciente. Buscamos cada vez más información, sin preocuparnos de comprender mejor. La investigación, reducida a la mera recogida de información y manipulación de estadísticas engañosas ha pasado a ser la meta suprema de nuestros programas de educación universitarios. El efecto insidioso de esta obsesión por los datos es una progresiva pérdida de fe en lo natural, capacidad del ser humano para comprenderse a sí mismo, a sus compañeros y a su mundo. No necesitamos estadísticas para saber lo que no funciona, sentimos la infelicidad a nuestro alrededor, olemos la contaminación del aire, vemos la basura y la desintegración de nuestras grandes ciudades. Podemos y debemos confiar en nuestros sentidos para conseguir aclarar la confusión de nuestra existencia.

viernes, 16 de mayo de 2014

Las basas biológicas de la fe y la realidad, parte 11

8. La Pérdida de la fe

La erosión de nuestras raíces

Hasta ahora hemos seguido dos líneas paralelas de investigación. La primera relacionaba el problema de la depresión personal con la pérdida del contacto amoroso con la madre y con la consiguiente incapacidad de lanzarse al mundo y satisfacer sus necesidades. La segunda se ocupa de la importancia de la fe como fuerza cohesiva y promotora de la vida en sociedad y demostraba que en su ausencia se estanca la sociedad. Ahora es necesario unir estas dos líneas de pensamiento y mostrar que en ambos fenómenos, el personal y el social, operan las mismas fuerzas, que se pueden describir como tecnología, poder, egoísmo y objetividad. Su efecto ha sido alejar al hombre de sus congéneres, de la naturaleza y de su cuerpo, un alejamiento que empieza muy pronto en la vida con la relación entre madre e hijo. Volvamos sobre el problema de la depresión.

Las condiciones que predisponen a un individuo a la depresión no son privativas de nuestra época. Los niños de antes también sufrían la pérdida del amor de la madre, aunque era menos corriente que ahora. Por otro lado, existía un mayor contacto corporal entre la madre y el niño.
Dice Montagu: “Las prácticas impersonales de crianza que han estado de moda durante mucho tiempo en los Estados Unidos, junto a la ruptura temprana de la unión madre-hijo y a la separación entre madres e hijos por la interposición de biberones, mantas, ropas, cochecitos, cunas y otros objetos físicos, crean individuos que son capaces de vivir solos, aislados, en medio de un mundo superpoblado, materialista y apegado a las cosas”.

Otro aspecto importante es la disminución en frecuencia y duración, del amamantamiento del niño. Reduce la regularidad del contacto corporal entre madre e hijo, que cumple la importante función de estimular el sistema de energía en el niño. El criar al pecho profundiza la respiración del niño y aumenta su metabolismo; además llena las necesidades eróticas orales del niño, proveeyéndole de una profunda sensación de placer que se extiende desde los labios y la boca por todo el cuerpo. Con este solo acto, la madre afirma la incipiente fe del niño en el mundo (que a esa edad es la madre) y la suya propia en sus funciones naturales. Erikson  considera que: “Si gastáramos una fracción de nuestra energía curativa en acción preventiva -es decir, promoviendo la alimentación al pecho- podríamos evitar muchas de las desgracias y muchos de los problemas que vienen de trastornos emocionales”.

Lo fundamental en la relación madre-hijo no es tanto el amamantar, sino la fe y la confianza. A través de esta relación el niño adquiere, o un sentimiento básico de confianza en el mundo, o la necesidad de luchar contra dudas, ansiedades y culpabilidades sobre su derecho a obtener lo que quiere o lo que necesita. Quien no está seguro de tener ese derecho, dudará también de poder llegar al mundo, y lo hará con precaución y sin una entrega total. La ambivalencia preside sus actuaciones; alcanza algo y se retrae al mismo tiempo. Desgraciadamente, el individuo no es consciente ni de su ambivalencia ni de su desconfianza. Su retraimiento se ha estructurado en tensiones musculares crónicas, que durante mucho tiempo han sido el modelo de sus movimientos.

Cuando un niño pierde la fe en su madre, empieza a perder la fe en sí mismo y a desconfiar de sus sentimientos, de sus impulsos y de su cuerpo. Siente que algo va mal y que no puede confiar en que sus funciones naturales le proporcionen la relación y armonía con el mundo.
Parece que eso es lo que pretende imponer  nuestra civilización occidental con una regulación artificial excesivamente rigurosa de las funciones corporales de los niños pequeños. Implantan el pertinaz metrónomo de la rutina dentro del bebe o del niño pequeño para regular las primeras experiencias con su cuerpo y con su entorno físico inmediato. Después de esta socialización tan mecánica, se le anima a que se desarrolle dentro de un burdo individualismo. Persigue ambiciones, anhelos, pero permanece compulsivamente en carreras estandarizadas. Esto a conducido al dominio de la máquina, pero también a una corriente subterránea de eterno descontento y desorientación individual.

La actitud occidental hacia las funciones corporales cabe describirla como de dominio y control, en oposición a una actitud de reverencia y respeto que es propia de los pueblos primitivos.
El poder no nos ha dejado ver la realidad de nuestra existencia, olvidando que dependemos de esta tierra para nuestro bienestar y para nuestra existencia, y hemos adoptado la misma actitud respecto a nuestros cuerpos. Olvidamos la realidad de que nuestra voluntad y nuestra mente dependen absolutamente del funcionamiento sano y natural del cuerpo.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 10

El sentimiento de fe
 
La pulsación y relación entre los dos polos puede mostrarse con un esquema, en términos del cuerpo, o dialécticamente. En el cuerpo, estas dos direcciones de flujo se localizan en el movimiento de la sangre, que después de salir del corazón, fluye hacia arriba, a través de la aorta ascendente y hacia abajo por la aorta descendente. Sabemos que en un momento de enfado,  o excitación muy fuerte la sangre se agolpa en la cabeza y cuando hay una excitación genital se agolpa en esa zona. Se sabe que si no llega riego suficiente de sangre a la cabeza puede causar la pérdida de la conciencia. Las figuras 1 y 2 muestran algunas de estas relaciones:



Si nos imaginamos que el cuerpo está dividido en su sección central por un anillo de tensión en el área diafragmática, los dos polos se transformarían en campos opuestos, en vez de ser dos extremos opuestos de una sola pulsación que se mueve en ambas direcciones simultáneamente o como los puntos extremos de un balanceo pendular que se mueve entre ellos. Pues bien, es una realidad que la mayoría de la gente tiene cierto grado de tensión diafragmática. Ya lo señalé anteriormente al referirme a la pérdida de sensaciones en el vientre, hara, debido a tener restringida la respiración abdominal profunda. Y también es cierto que casi todos los occidentales tienen cierto grado de “escisión”. El efecto de esta división, es una pérdida de la percepción de la unidad. Las dos direcciones opuestas de flujo se transforman en dos fuerzas antagónicas. La sexualidad se experimenta como un peligro para la espiritualidad, igual que la espiritualidad se contemplaría como una negación del placer sexual.
Se ha introducido un bloque en las figuras 3 y 4 para simular  donde se interrumpe el flujo de excitación.



Cuando no hay bloqueos que perturben el flujo, las emociones tienen un signo o calidad positivo. Cuando el flujo es bloqueado por tensiones musculares crónicas, dentro de cada zona hay un estancamiento de la excitación, que produce sentimientos de flujo negativo.

El sentimiento de fe es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo de un extremo a otro, desde el centro a la periferia y vuelta de nuevo. El individuo se siente como una unidad, como un continuo. Los diferentes aspectos  de su personalidad están integrados. No es una persona espiritual en tanto que opuesta a una persona sexual; no es sexual el sábado por la noche y espiritual el domingo en la mañana. No tiene dos caras. Su sexualidad es una expresión de su espiritualidad, porque es un acto de amor. Su espiritualidad tiene un sabor terrenal; es el espíritu de la vida, que respeta tal y como se manifiesta en todas las criaturas de la tierra. No es una persona cuya mente domine a su cuerpo, ni un cuerpo sin mente.

Pero igual de importante es su sentido de continuidad. La persona viene del pasado, existe en el presente, pero pertenece al futuro. La vida es un proceso continuo, un constante desvelar posibilidades y potencialidades que están ocultas en el presente. Si no se tuviera alguna esperanza y compromiso hacia el futuro, la propia vida se paralizaría, que es lo que les ocurre a los deprimidos. Biológicamente cada organismo está comprometido con el futuro a través de las células germinales que lleva en su cuerpo.

El sentido de continuidad también es horizontal. Estamos metabólicamente conectados con todos los seres vivientes de la tierra, desde los gusanos que orean el suelo hasta los animales que nos proporcionan nuestra diaria alimentación. Sentir esta sensación de estar conectado y actuar de acuerdo de acuerdo con él es la característica del hombre de fe, de un hombre que tiene fe en la vida. La propia fe es tan fuerte como la propia vida, porque es una expresión de la fuerza vital dentro de cada persona.

La gente que tiene verdadera fe se distingue por una cualidad que cualquiera reconoce: la gracia. Una persona con fe está llena de gracia en sus movimientos, porque su fuerza vital fluye fácil y libremente a través de su cuerpo, con la vida y con el universo. Su espíritu está encendido y la llama de la vida brilla dentro de ella. Tiene un lugar en su corazón para cada niño, porque cada niño es su futuro, y tiene respeto por los “mayores” porque ellos son la fuente de su ser y el fundamento de su sabiduría.


lunes, 12 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 9


La Vida espiritual, la vida interna del cuerpo

¿Qué extraña malignidad impele al hombre a volverse contra sí mismo y dividir la unidad de su ser en dos aspectos disociados?
Si logramos reconciliarnos con la misteriosa verdad de que el espíritu es el cuerpo viviente visto desde dentro y que el cuerpo es la manifestación exterior del espíritu viviente - las dos cosas son en realidad una-, entonces comprenderíamos por qué al intentar trascender nuestro actual nivel de conciencia tenemos que pagar su deuda al cuerpo.

Se hace patente,  que lo que se llama vida espiritual es en realidad la vida interna del cuerpo, en oposición al mundo material, que es la vida exterior del cuerpo.
Para llenar el vacío espiritual de la civilización occidental, la gente recurre cada vez más a las filosofías orientales. Oriente y Occidente han representado dos enfoques diferentes de la vida. Oriente se volvió hacia adentro, para explorar la vida espiritual de la persona. El hombre occidental se volcó hacia el exterior y exploró el espacio y la naturaleza.
Oriente está ávido de la pericia técnica de Occidente, pero tal progreso tecnológico se ha hecho a expensas de su vida interior. Aquí en occidente, se ha puesto de moda hacer ejercicios de yoga. Pero aunque estas prácticas son muy valiosas, lo que aquí encontramos es una mezcla, no una integración de ideas y valores.

El oriental se siente atraído por el estilo de vida occidental, también por su deseo de alcanzar el sentido de individualidad y autoexpresión que ofrece la cultura occidental. Pero si Oriente compra nuestra producción (individualidad en serie) harán un mal negocio. El oriental, en su lucha por una individualidad, tiene que tener mucho cuidado de no sacrificar sus sentimientos a cambio de una imagen del ego.

El sentimiento es la vida interior, la expresión es la vida exterior. Una vida plena requiere una rica vida interior (rica en sentimientos) y una vida exterior libre (libre para expresarse). Ninguna de las dos puede ser totalmente satisfactoria por separado. Pensemos en el amor. El sentimiento amoroso es un sentimiento muy rico, pero su expresión en palabras o hechos es un gozo.
Una espiritualidad divorciada del cuerpo se transforma en abstracción, igual que un cuerpo que rechaza su espiritualidad se convierte en un objeto.

Y cuando hablamos acerca de la espiritualidad y de la vida interior, ¿no estamos hablando sobre el sentimiento de amor que une al hombre a sus compañeros, a toda la vida, al universo y a Dios? Sin embargo, la mayoría de la gente no lo ve así. Considera el amor a Dios como un sentimiento espiritual, mientras que el amor a una mujer sería un sentimiento carnal.
Cuando el amor a Dios no se manifiesta también en amor hacia los propios hombres y hacia todas las criaturas, no es verdadero amor. Y si el amor no se manifiesta en hechos y conducta, no es verdadero amor sino una imagen del amor.

Cada impulso se puede ver como una ola de excitación que comienza en algún centro del organismo y que fluye a lo largo de un camino designado, que es su fin, y hacia un objeto del mundo exterior, que es su meta. Pero también es cierto que cada impulso es una expresión del espíritu humano, puesto que es el espíritu lo que nos mueve.
Cuando el flujo va hacia la cabeza, el sentimiento tiene una cualidad espiritual. Nos sentimos elevados y excitados. El flujo descendente tiene una cualidad sensual o carnal, ya que en esta dirección lleva la carga hacia el vientre y hacia la tierra, dándonos la sensación de estar relajados, enraizados y liberados.

La vida humana oscila entre estos dos polos, uno localizado en la cabeza y otro en la parte inferior. Se puede equiparar el movimiento hacia arriba como un estirarse hacia el cielo, y el movimiento hacia abajo con un hundirse en la tierra. Se puede comparar el extremo de la cabeza con las ramas y hojas de un árbol, y el extremo inferior con sus raíces. Puesto que el movimiento ascendente es hacia la luz, y el descendente hacia la obscuridad, se puede relacionar el extremo superior con lo consciente y el inferior con lo inconsciente

viernes, 9 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 8


La espiritualidad del cuerpo

El cerebro humano es único en el mundo animal. La capacidad del hombre para razonar y pensar en abstracto aún nos impone respeto. Parecería lógico, pues, que el hombre identificara su mente con Dios. El conocimiento fue tan importante para el desarrollo de la civilización, que parecía justificado negarle al cuerpo la igualdad con la mente. Ahora empezamos a descubrir que fue un grave error. El hombre es el único animal perfectamente equilibrado cuando está erecto, debido al desarrollo de los glúteos; de manera que las ventajas que se derivaron de ésta postura hay que acreditárselas, al menos en parte, al trasero. La mano del hombre no sólo se distingue por su pulgar oponible, sino que su sensibilidad y flexibilidad son también sorprendentes. Cuando vemos tocar a un buen pianista da la impresión de que sus manos tienen vida propia.

Hoy estamos viendo cómo surge un nuevo respeto hacia el cuerpo, alejándonos poco a poco de la vieja dicotomía que veía a la mente y al cuerpo como entidades separadas y diferentes. Los Griegos decían: una mente sana en un cuerpo sano. Por esa misma razón, a una mente embotada le acompañará un cuerpo embotado, mientras que a una mente animada le acompañará un cuerpo animado. La espiritualidad de una persona no es una cuestión únicamente de la mente sino de todo su ser. El sentimiento de espiritualidad, como cualquier otro sentimiento, es un fenómeno corporal.

No obstante, tenemos que reconocer que ideas y sentimientos no siempre coinciden, que mente y cuerpo no siempre van juntos en un nivel superficial. Una persona puede comprometer su mente consciente en una actividad sin involucrar a su cuerpo. Como también puede ejecutar un movimiento corporal sin que la mente consciente se de cuenta de ello. Sabemos que la mente consciente puede actuar directamente sobre el cuerpo y que el cuerpo puede influir en la mente. La reconciliación de estas dos versiones de la relación mente-cuerpo, la dualidad superficial la unidad subyacente, la consiguió Reich a través de un concepto dialéctico que explica tanto la antítesis como la unidad en todo fenómeno psicosomático. El siguiente diagrama muestra esta reconciliación:


En la superficie, la psique y el soma actúan el uno sobre el otro. Sin embargo, en un nivel más profundo, no hay ni psique ni soma, sino solamente un organismo unitario que en su núcleo tiene una fuente de energía biológica. El flujo de esta energía o excitación carga a ambos, psique y soma, cada uno a su manera. El soma responde a la excitación con alguna actividad o movimiento; la psique responde creando imágenes que pueden ser conscientes o inconscientes.
Es fácil ver lo que le sucedería a un individuo que no estuviera en contacto con los procesos energéticos de su cuerpo: dejaría de percatarse de la conexión entre el núcleo de su ser y la superficie. Representaré ese corte como un bloque situado en el punto donde diverge la corriente de excitación.



El bloque separa y aísla la esfera psíquica de la somática. El bloqueo crea una escisión en la unidad de la personalidad. Separa los fenómenos superficiales de sus raíces en las profundidades del organismo. Y en términos de experiencia, aísla al hombre del niño que fue otrora; es decir, coloca una barrera entre el presente y el pasado.

Esta escisión no se puede superar por el sólo conocimiento de los procesos energéticos del cuerpo. El conocimiento en sí mismo, es un fenómeno superficial que pertenece a la esfera del ego. Hay que sentir el flujo y notar el discurrir de la excitación dentro del cuerpo. Para conseguirlo hay que abandonar el rígido control del ego, de forma que las profundas sensaciones del cuerpo puedan llegar a la superficie. Todo esto parece más fácil de lo que es, porque ese control está ahí precisamente para evitar que eso ocurra. Ni el neurótico ni el esquizoide están preparados para dejar que la vida entre en funciones; le asustan enormemente las consecuencias en concreto, la sensación de desamparo que supone el abandonar el poder y el control.

Para abandonarse hay que tener fe, pero la fe es precisamente de lo que carecen estas personas. Ante la ausencia de fe hay que controlar. Recordemos que todo adulto a pasado antes por una fase de desamparo en su niñez y primera infancia. Si no se hubiera abusado de ese desamparo y si su supervivencia no hubiera estado amenazada, no habrían tenido que montar esa especie de control de ego que impide a la persona sentir las profundidades de su ser. Ahora bien, el vivir sólo en la superficie carece relativamente de significado, por lo cual todo el mundo quiere abrirse camino a través de la barrera. Si no encuentran otro camino, utilizarán el alcohol o las drogas para restablecer algún contacto, aunque sea momentáneo, con su ser interno.

Además del miedo a la indefensión hay otros temores que fortifican la barrera. La gente tiene miedo a sentir la profundidad de su tristeza, que en muchos casos roza la desesperación. Tienen miedo de su rabia reprimida y del pánico y el terror que han suprimido también. Estas emociones, agazapadas detrás de la barrera, acechan como demonios, y nos aterra enfrentarnos a ellas. El objeto de la terapia es ayudar al paciente a enfrentarse a estos terrores desconocidos y a darse cuenta de que no son tan amenazadores como parecen. En realidad siguen contemplándolos con ojos de niño.

Abandonar el control del ego significa ceder al cuerpo en su aspecto involuntario, significa dejar que el cuerpo tome las riendas. Pero eso es lo que el paciente es incapaz de hacer. Siente que el cuerpo le va a traicionar. No confía ni tiene fe en él, teme que si el cuerpo toma las riendas, mostrará su debilidad, demolerá sus ilusiones, revelará su tristeza y ventilará su furia. Y en efecto, eso es lo que hará; destruir las fachadas que la gente levanta para esconder su verdadero yo ante sí mismos y ante el mundo. Pero también abrirá una nueva profundidad a la existencia y añadirá una nueva riqueza a la vida al lado de la cual la riqueza mundana es una mera bagatela.
Esta riqueza es una plenitud de espíritu que sólo el cuerpo puede ofrecer. Este pensamiento es nuevo, pues estamos acostumbrados a pensar que el espíritu está separado del cuerpo. 

miércoles, 7 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 7


La libido y la energía 

Freud comprendió en seguida que los trastornos sexuales eran la raíz de muchos de los problemas que él veía como médico. En 1892 escribió: “No existe neurastenia ni ninguna neurosis parecida sin que haya alguna perturbación de la función sexual”.
La libido describe la fuerza que hay detrás de cualquier tendencia hacia el placer. Según Jung, “es la energía o fuerza motriz o tendencia derivada del impulso primario o global de vivir”. Dicho en otras palabras, es la fuerza que mueve el espíritu del hombre. ¿Es mental o física?

Wilhem Reich retomó la cuestión ahí donde Freud la dejaba. Sabiendo que la ansiedad era un síntoma somático, Reich comprendió que sólo podría ser causada por una disfunción física, es decir, alguna perturbación de la función sexual en el nivel corporal. Lo cual significaba que en toda neurosis donde estuviera presente la ansiedad , como lo está en toda psiconeurosis, también tiene que haber alguna perturbación sexual. Si la excitación sexual no se descarga totalmente, ya sea por razones psíquicas u otras, habrá una “acumulación de tensión” y el individuo experimentará ansiedad. De lo cual se deduce lógicamente que si se descarga totalmente esa tensión, no hay ansiedad. Teniendo en cuenta que una neurosis sin ansiedad es un contrasentido, la neurosis desaparecería ante una plena satisfacción sexual.

Reich confirmó esta hipótesis tanto en su trabajo con pacientes como observando a la gente. Reich comprobó también, que sólo aquellos pacientes que conseguían mantener la capacidad de descarga orgásmica permanecían libres de perturbaciones neuróticas. Este hallazgo lo llevó a formular el principio de que la función del orgasmo era la de descargar todo exceso de energía o excitación del organismo y de esta forma mantener la salud emocional al prevenir la acumulación de tensiones.

Este principio franqueo el camino hacia el cuerpo. La excitación sexual en el nivel somático no era distinta que esa misma excitación en el nivel psíquico. Cada conflicto psíquico tenía su contrapartida en una perturbación física y, como corolario, mente y cuerpo son dos aspectos de la totalidad del individuo.
Otra conclusión importante, es que la libido o excitación sexual no es un fenómeno mental; es una auténtica fuerza o energía física. No se la puede limitar a la sexualidad, tiene que concebirse como una fuerza vital en general, como decía Jung. La libido está al servicio de todas las necesidades del organismo, ya sean libidinales o agresivas, motoras o sensoriales.

Consumimos energía con el movimiento y la descargamos en la relación sexual. La cantidad disponible para la descarga sexual es la que sobra después de mantener el proceso vital. Reich postuló que la función del orgasmo era descargar este exceso de energía, que en su trayectoria hacia la salida genital se experimentaba como excitación sexual. La descarga total de esta excitación o energía se experimenta como un orgasmo pleno, profundamente satisfactorio e inmensamente placentero. Una descarga parcial, igual que una evacuación intestinal parcial, carece de esa sensación de satisfacción total.

La excitación o energía sin descargar se convierte en una fuerza perturbadora dentro del organismo. No tiene donde ir, ni puede salir. Puede incluso excitar el corazón, produciendo palpitaciones, o el estómago, dando lugar a esa sensación tan conocida de hormigueo en el vientre. Es lo que se denomina “ansiedad flotante”. También es la base de sentimientos de culpabilidad, ya que la falta de satisfacción hace que el individuo se sienta mal, o lo que es lo mismo, se sienta malo o culpable.

El cuerpo es un sistema energético. Se me preguntará que pruebas tengo de esa energía. Antes de responder a esta cuestión, permitanme decir que la objetividad no es el único criterio de realidad. Hay una realidad subjetiva basada en los sentimientos de cada uno, y esta realidad no se puede ignorar ni negar. No nos cuestionamos la realidad del amor, y sin embargo, es imposible medirlo objetivamente. También sabemos que ni la psicología ni la bioquímica pueden explicar este sentimiento. De la misma forma, cuando una persona dice: “me siento bajo de energía”, es una realidad válida para esta persona, aunque sea una realidad subjetiva.
La vida puede contemplarse como un fenómeno excitatorio. No somos simples trozos de arcilla, sino una substancia infundida de espíritu o cargada de energía. Cuando nos excitamos mucho, es como si nos encendiéramos o ilumináramos y resplandeciéramos.

Alrededor del cuerpo humano hay un campo energético que se ha descrito con el nombre de aura o resplandor. Ha sido observado y estudiado por mucha gente y en especial por mi colega El Dr. John Pierrakos. Voy a citar algunas de sus observaciones: “Las energías del interior del cuerpo fluyen también fuera del cuerpo, de la misma forma que una onda de calor sale de un objeto metálico incandescente".
El campo refleja el nivel de excitación y la intensidad del sentimiento en el cuerpo. Se observan diferentes cambios de color en las capas exteriores del cuerpo, que corresponden a diferentes emociones. Puesto que el campo refleja los procesos energéticos que operan en el organismo, puede utilizarse para diagnosticar perturbaciones en el funcionamiento del cuerpo.

El campo energético no es un hecho subjetivo como lo puede ser una sensación corporal. Tiene una objetividad en la medida en que diferentes observadores coinciden en el mismo fenómeno visual. De hecho, en condiciones adecuadas de iluminación casi todo el mundo puede ver el fenómeno del campo.
El ser humano no es el único organismo que tiene campo energético; todos los seres vivos tienen esta propiedad. Existe un campo visible de energía alrededor de los árboles, en el que se fundamenta, en mi parecer, la creencia animista de que un árbol tiene espíritu. Sin embargo, el mismo fenómeno puede observarse en las montañas, en el agua del océano y en los cristales.

Es fácil caer en la misticismo al hablar de los fenómenos vitales, y es que aquí hay misterios que desafían a la ciencia. El mismo hombre es parte del gran misterio de la vida. Si el hombre, al querer ver la vida de una manera objetiva, se distancia de sí mismo y limita su participación, no entenderá lo que significa ser parte de ese orden más amplio, compartir sus secretos y sentir que pertenece plenamente a la vida y a la naturaleza.
Aunque tampoco hay necesidad de adoptar una postura mística sobre la vida y sus procesos, pues hay una alternativa a la dicotomía entre lo místico y lo mecanicista: la de reconocer que hay procesos energéticos en la vida y en la naturaleza que, si bien no pueden explicarse de una manera mecanicista, tampoco necesitan ser vistos como místicos.

Todos hemos experimentado oleadas de rabia, la dulce sensación del amor y el fluir del placer. Estos movimientos internos no son ni mecanicistas ni místicos; son la esencia de la vida, que se manifiesta en todo proceso vital; en el fluir de la savia en un árbol, en la extensión de un seudópodo de una ameba y en la reacción de los brazos del bebé hacia su madre. Todo ello refleja la carga de energía dentro de un organismo vivo.
La carga de energía dentro del organismo es el origen de su campo de energía. Estos campos se extienden entre 60 y 120 cm. Por el exterior del cuerpo. Así pues, en muchas situaciones estamos expuestos y entramos en contacto con los campos de energía de otras personas. Cuando los campos están en contacto, su brillo es más intenso. Las personas pueden excitarse entre sí, pero también pueden deprimirse mutuamente. Una persona vibrante, con un campo fuerte, tiene una influencia positiva en las personas que hay en su alrededor; de esta persona se dice que irradia buenos sentimientos.
Por esa misma razón, los niños que crecen en una casa cargada de buenos sentimientos llegan a tener unos cuerpos más cargados y vibrantes.

Hay otro aspecto de este fenómeno de energía que nos importa aquí. Se nos ha hablado de lo fundamental que es, para niños y adultos, el tocar y el contacto de la piel; sin embargo, tendemos a pensar en la acción de tocar como algo mecánico. El tocar una mano puede ser una experiencia negativa o positiva. Cuando la mano que nos toca está cargada de energía y sentimientos respondemos positivamente. El tocar tiene dos vertientes; la mano que toca también es excitada por el contacto. El sentimiento es un estado de excitación incrementada; solamente estamos en contacto con otro cuando la energía de nuestro organismo está en contacto y excita la energía del otro organismo. Sólo estamos en contacto con la vida cuando nuestra energía o sentimiento sale fuera a encontrarse con la vida que nos rodea. Entonces sentimos el placer y la alegría que nos da este contacto y nos damos cuenta de lo que es el sentimiento de fe.

lunes, 5 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 6




10. La fe en la vida

El animismo

Animismo, tal como lo define el diccionario, es “la creencia en que todos los objetos poseen una vida o vitalidad natural o están dotados de almas que moran en ellos”. El término se usa “para designar la forma más primitiva de religión”, la del hombre de la Edad de Piedra. Prefiero usar el término “espíritu” antes que el de “alma”, porque los pueblos primitivos hablaban de espíritus. Este espíritu o fuerza se creía que moraba en ambas naturalezas, la animada y la inanimada, tanto en los seres vivientes como en las rocas, herramientas, ríos, montañas y lugares. En esta visión, se reservaba un lugar especial para el espíritu de los muertos, que formaban parte de la comunidad viviente.

La importancia del animismo para lo que aquí nos ocupa es que representaba una forma de vida basada en la fe y en el respeto a la naturaleza. El hombre primitivo sentía que formaba parte de las fuerzas naturales igual que ellas formaban parte de su propio ser. Por lo tanto, no podía actuar destructivamente contra la naturaleza sin ser al mismo tiempo autodestructivo. Por ejemplo, no podía talar un árbol sin hacer un gesto para apaciguar el espíritu del árbol.
Laurens Van Der Post, hizo una visita a los bosquimanos de Africa, un pueblo que vive prácticamente en la Edad de Piedra. A pesar de sus precarias condiciones, encontró en ellos alegría y encanto, sensibilidad, imaginación y sabiduría. Escribe: “Se regían por un sentido natural de la disciplina y de la proporción, curiosamente adaptado a la dura realidad del desierto“.

El hombre de la edad de piedra era en cierto modo como un niño. Vivía en términos de su cuerpo, estaba profundamente inmerso en el presente y era muy sensible a todos los matices del sentimiento. Su ego estaba aún identificado con su cuerpo y sus sentimientos.  
¿Somos nosotros más realistas que el hombre de la Edad de Piedra? La realidad estaba limitada a los hombres de la edad de piedra porque no conocía las leyes de causa-efecto que gobiernan la interacción de los objetos materiales. De la misma forma, está limitada para nosotros cuando ignoramos la acción de fuerzas que no obedecen a estas leyes. Las emociones, por ejemplo, son una de esas fuerzas. Todo el mundo sabe que las emociones y los estados de ánimo son contagiosos. Una persona deprimida, deprime a las demás sin haber hecho nada para producir ese efecto. En presencia de una persona feliz, nos sentimos alegres.

Mucha gente comparte la creencia de que el elevar el nivel de vida es la solución a esa infelicidad personal que es tan común. Para una mentalidad primitiva, la importancia que concedemos a los bienes materiales y riquezas sería considerado como poco realista.

Las culturas de la Edad de Piedra fueron paulatinamente reemplazadas. El hombre logró incrementar gradualmente su poder sobre la naturaleza y sobre sus congéneres. El aspecto más significativo de este cambio fue el gradual desplazamiento desde el pensamiento subjetivo al objetivo. Para ser objetivo, el hombre tenía que elevarse por encima del nivel de participación mística y convertirse en observador de los acontecimientos. Desde esa posición, podía desarrollar el concepto y función de la voluntad.
Cuanto más se separaba el hombre de la naturaleza y se convertía en la especie dominante de la tierra, más centraba todo sentimiento espiritual en sí mismo. No negaba su propia espiritualidad, pero negaba cualquier espiritualidad a otros aspectos de la naturaleza.
Las grandes religiones occidentales que surgieron de este desarrollo representan a un Dios cuyo principal interés son los asuntos humanos. Sólo reconocen al hombre como poseedor de alma, lo cual equivale a asignarlo una posición única en el mundo.
El doble orden que surge de esta visión es la contraposición de lo espiritual contra lo material. Todo aquello a lo que se niega la espiritualidad se convierte en un orden inferior de cosas.

A pesar de todo, la persona religiosa no se ha olvidado de su relación con el mundo. El animismo no está del todo muerto, se ha transformado en la devoción al gran espíritu que impregna todas las cosas. La persona religiosa cree que el espíritu que le mueve es el que mueve al mundo.
Puesto que Dios es la providencia, la persona religiosa tiene fe, pero en este esquema hay también lugar para la voluntad del hombre. Esto crea un dilema: ¿Qué hacer cuando la voluntad personal entra en conflicto con la voluntad de Dios? Este problema nunca se le presentó al hombre de la Edad de Piedra. Para el hombre religioso se convirtió en una prueba de su espiritualidad.

El poder y el conocimiento del hombre se han incrementado enormemente. Pero en esa misma medida ha ido distanciándose cada vez más del orden natural. Escudriño los cielos descubriendo que Dios no estaba allí. Estudió su mente a través del psicoanálisis y no encontró huella de su supuesta espiritualidad. Nunca se le ocurrió mirar a su cuerpo en busca de ella, porque éste había sido reducido a un objeto material junto con el resto del orden natural. ¿A que conclusión podía llegar el hombre actual sino a la de que Dios había muerto? Fue una conclusión de la que se alegró, porque le liberaba del conflicto de voluntades y ahora la suya sería la suprema.

Desgraciadamente, el poder no distingue entre el bien y el mal y la voluntad sólo ve el “sí mismo”. Si el criterio de bien y mal reside en el hombre, entonces, para todos los fines prácticos, estamos sujetos al juicio de los hombres que ostentan el poder, ya que el suyo es el único criterio que cuenta.
Al depositar nuestra confianza en el conocimiento y en el poder, hemos traicionado nuestra fe. No tenemos fe en que apoyarnos. Podemos hablar de amor, pero el amor es un sentimiento que pertenece a la esfera del cuerpo, y en nuestra carrera por conseguir el poder y el control hemos perdido el contacto con nuestros cuerpos.

viernes, 2 de mayo de 2014

Las basas biológicas de la fe y la realidad, parte 5


El crecimiento de la fe

La fe surge y crece de las experiencias positivas de la persona. Cada vez que se es amado, aumenta la fe, siempre que uno responda a ese amor. Una creencia basada en el sentimiento tiene la cualidad de la verdadera fe.
Anteriormente describí la fe como un puente que conecta el pasado con el futuro. Para cada individuo el pasado representa a sus antepasados y el futuro a sus hijos. Es el puente a través del cual fluye la vida desde los ancestros hasta los descendientes de una forma ordenada. Esta analogía me recuerda a los estolones en las matas de fresas. Cuando una mata de fresas está madura, emite estolones que en ciertos puntos echan raíces en la tierra y dan origen a nuevas plantas, incluso antes de que las raíces estén completamente aseguradas. La planta hija se nutre de la planta madre a través del estolón hasta que está sólidamente establecida; una vez que lo está, los estolones se secan igual que el cordón umbilical cuando el niño empieza a respirar por sí mismo.

La fe empieza en el proceso de la concepción. Metafóricamente podríamos , decir que la llama de la vida pasa de una generación a otra, con la esperanza de que será eterna y de que se hará más brillante en cada paso sucesivo. Cuando la llama arde con brillo en un organismo, éste irradian sentimiento de alegría. La fe es el aspecto de esa llama vital que mantiene el espíritu del hombre caliente y vivo contra los fríos vientos de la adversidad que amenazan su existencia. El amor es otro aspecto de esa misma llama. Su calor nos acerca a la gente, mientras que la persona fría es un misántropo.

Biológicamente, la fe en el niño se aviva y se alimenta por el amor y el cariño de sus padres. Este cariño amoroso confirma al niño en el sentimiento de que el mundo es un lugar donde se puede vivir con alegría y satisfacciones. A medida que se expande la conciencia del niño, éste devuelve la fe de sus padres con su propia devoción a las formas de vida y los valores que éstos representan.
El interés de la comunidad en el bienestar de los jóvenes halla su  contrapartida en el hecho de que los jóvenes respeten a sus mayores.
En las comunidades tribales, el papel de los sabios ancianos es el de actuar de guías. No se les abandona y son reverenciados.

En la actualidad, los padres no han logrado transmitir una fe sustentadora a sus hijos. Muchos padres se preocupan más por su nivel de vida que de sus hijos. Pero la razón básica de este fracaso es que a los propios padres les ha faltado fe. Sin fe, su amor era una imagen, no una realidad; una exposición de palabras, no una expresión de sentimientos.

La fe es una cualidad del ser: de estar en contacto con uno mismo, con la vida y con el universo. Por encima de todo, es el sentimiento de sentirse enraizado en el propio cuerpo, en la propia humanidad y de la propia naturaleza animal. Es una manifestación de vida, una expresión de la fuerza vital que une a todos los seres. Es un fenómeno biológico y no una creación de la mente. La piedra de toque de la fe, es el tacto mismo.

La cuestión principal es entonces cómo restablecer la fe perdida en un individuo o en un pueblo. La cosa no es fácil y no tengo una respuesta inmediata. La fe no se puede predicar; es como predicar amor, que aunque suena a importante, es un susurro en el viento. Uno no puede dar fe a otra persona; puede compartir su fe con otra, con la esperanza de que una chispa encienda el rescoldo en el alma del otro, y se puede ayudar a otra persona a reencontrar su fe, descubriendo como la perdió. Esto es, por supuesto, lo que he hecho con mis pacientes depresivos. Al compartir mis experiencias contigo, espero compartir también contigo mi fe en la vida.