jueves, 29 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 16



La muerte de Dios

A medida que los pueblos ganan conocimiento y poder, su creencia y respeto por las deidades declina. Las situaciones que antes requerían la intercesión divina ya no la necesitan. Mucha gente continúa rezando, pero muy poca cree que Dios interviene directamente en los asuntos humanos. El punto de vista sofisticado es que rezar ayuda a la persona que reza a sentirse mejor, aunque tiene poco o ningún impacto en el curso de los acontecimientos humanos.
A medida que el poder humano aumentó, disminuyó el de Dios. Hemos depositado nuestra confianza en el poder de la razón de la mente humana. El hombre moderno parece creer que con un conocimiento y poder suficiente puede alcanzar la omnipotencia.

El orgullo cae antes de la caída, y hoy estamos siendo testigos del principio de la caída. Nos estamos dando cuenta que el poder y la potencia es un arma de dos filos, que tiene aspectos constructivos y destructivos. Nos estamos dando cuenta de que el hombre no puede alterar a voluntad el delicado equilibrio ecológico de la naturaleza sin pagar un precio. Parece claro que cuanta más potencia producimos mayor contaminación creamos. La obsesión por la potencia puede crear una espiral descendente que puede acabar con un desastre para la raza humana.

Si queremos invertir este proceso, debemos entender primero cómo llegó el hombre a este dilema. ¿En qué momento perdió su fe? ¿Cuándo y cómo se adjudicó el derecho de controlar la vida? Son preguntas importantes que, desgraciadamente, no puedo intentar contestar aquí. Lo que si me gustaría examinar es el papel que ha jugado el psicoanálisis en este desarrollo.
Por un lado, nos proporcionó los medios para descubrir las fuerzas que se esconden detrás de la fachada de la racionalización y de la conducta social aceptada. Freud nos demostró que el organismo busca el placer a través de la satisfacción de sus pulsiones, y cuando estas pulsiones entran en conflicto con la realidad de la situación social son reprimidas o sublimadas.

La represión de un impulso conduce a un conflicto interno que lastra la personalidad. El impulso se vuelve contra uno mismo, y la energía del impulso se utiliza para bloquea su expresión. En la sublimación, sin embargo, la energía del impulso se supone que se canaliza en un modo aceptable de liberación que no sólo evita los conflictos, sino que además se convierte en una expresión creativa que nutre el proceso cultural.

El psicoanálisis decía ser la ciencia de lo irracional o inconsciente, porque reconocía claramente que el inconsciente ejerce una influencia fuertemente determinante en la conciencia y en la conducta. Pero Freud entendía que existe un conflicto irreconciliable entre estas dos fuerzas, racionalidad e irracionalidad, o entre los aspectos conscientes e inconscientes de la condición humana y también creía que parte de este conflicto podía resolverse con la técnica analítica, cuya finalidad era hacer consciente el inconsciente.
Desde este punto de vista, lo irracional del hombre se ve sólo en sus aspectos negativos; inmaduros, egoístas, destructivos y hostiles.
 
El fallo de la técnica psicoanalítica fue que no profundizó lo suficiente. Trabajó exclusivamente con la mente, olvidándose del corazón y del cuerpo. Comenzando con la premisa de que no se debe confiar en el ello, Freud acaba diciendo: “Donde estaba el ello pongamos el yo”. Dada su prevención contra lo irracional, el psicoanálisis no puede llegar a otra conclusión que la de que el niño es una criatura amoral, pecadora y pervertida a la que hay que educar para que se convierta en ser civilizado.

Entonces, si a la racionalidad se le da un valor positivo, a la irracionalidad se le debe asignar un valor negativo. Si el razonamiento y la lógica son formas superiores de funcionamiento, la sensibilidad emocional es una forma inferior. Si el funcionamiento mental es el modo superior de ser, el funcionamiento corporal es un modo inferior. Tales juicios no son exclusivos del psicoanálisis; impregnan la civilización occidental.

Aunque hay que reconocer las contribuciones que ha hecho el psicoanálisis para comprender la condición humana, debemos darnos cuenta también de sus efectos negativos. Ha tendido a aumentar la escisión entre el ego y el cuerpo o entre civilización y naturaleza al insistir en el antagonismo entre estos dos aspectos polares de la vida e ignorar su unidad. Tiende a alimentar la ilusión de que la mente es el aspecto más importante en el funcionamiento humano. En la práctica, esto conduce a concentrarse y enfrascarse en palabras e imágenes mentales, en detrimento de las formas no verbales de expresión. Un sistema de intelectualizaciones que ha perdido su conexión esencial con la naturaleza animal del hombre. El psicoanálisis tiene un fuerte sesgo contra el sentimiento, contra el cuerpo y contra el concepto de fe.

Freud también se cegó a los importantes hallazgos de Carl Jung y principalmente al descubrimiento de Johann Bachofen de que el matriarcado y las sociedades matriarcales han precedido en todas partes al establecimiento de la sociedad patriarcal. En esas civilizaciones, frustración, represión y neurosis eran desconocidas, pero no excluían la religión ni las deidades. Adoraban Diosas, figuras maternas o de la tierra.

Erich Fromm hace una interesante comparación entre el principio matriarcal y el patriarcal. “El principio matriarcal es el del amor incondicional, igualdad natural, énfasis en los vínculos de la sangre y la tierra, compasión y clemencia; el principio patriarcal es el del amor condicionado, estructura jerárquica, pensamiento abstracto, leyes hechas por los hombres, el estado y la justicia. En último análisis, la clemencia y la justicia representan respectivamente esos dos principios.

Estos dos principios también se pueden equiparar al ego y al cuerpo respectivamente, o a la razón y al sentimiento. En su extensión natural, el principio patriarcal representa al ego, la razón, la creencia y la cultura, mientras que el principio matriarcal representa el cuerpo, el sentimiento, la fe y la naturaleza. Es verdad que el principio patriarcal está hoy en estado de crisis. Se ha hipertrofiado en manos de la ciencia y la tecnología y está a punto de quebrar; pero hasta que esto ocurra y se restablezca el principio del matriarcado en el lugar que le corresponde cómo valor igual y polar, se puede anticipar que la depresión será endémica en nuestra civilización.

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