miércoles, 7 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 7


La libido y la energía 

Freud comprendió en seguida que los trastornos sexuales eran la raíz de muchos de los problemas que él veía como médico. En 1892 escribió: “No existe neurastenia ni ninguna neurosis parecida sin que haya alguna perturbación de la función sexual”.
La libido describe la fuerza que hay detrás de cualquier tendencia hacia el placer. Según Jung, “es la energía o fuerza motriz o tendencia derivada del impulso primario o global de vivir”. Dicho en otras palabras, es la fuerza que mueve el espíritu del hombre. ¿Es mental o física?

Wilhem Reich retomó la cuestión ahí donde Freud la dejaba. Sabiendo que la ansiedad era un síntoma somático, Reich comprendió que sólo podría ser causada por una disfunción física, es decir, alguna perturbación de la función sexual en el nivel corporal. Lo cual significaba que en toda neurosis donde estuviera presente la ansiedad , como lo está en toda psiconeurosis, también tiene que haber alguna perturbación sexual. Si la excitación sexual no se descarga totalmente, ya sea por razones psíquicas u otras, habrá una “acumulación de tensión” y el individuo experimentará ansiedad. De lo cual se deduce lógicamente que si se descarga totalmente esa tensión, no hay ansiedad. Teniendo en cuenta que una neurosis sin ansiedad es un contrasentido, la neurosis desaparecería ante una plena satisfacción sexual.

Reich confirmó esta hipótesis tanto en su trabajo con pacientes como observando a la gente. Reich comprobó también, que sólo aquellos pacientes que conseguían mantener la capacidad de descarga orgásmica permanecían libres de perturbaciones neuróticas. Este hallazgo lo llevó a formular el principio de que la función del orgasmo era la de descargar todo exceso de energía o excitación del organismo y de esta forma mantener la salud emocional al prevenir la acumulación de tensiones.

Este principio franqueo el camino hacia el cuerpo. La excitación sexual en el nivel somático no era distinta que esa misma excitación en el nivel psíquico. Cada conflicto psíquico tenía su contrapartida en una perturbación física y, como corolario, mente y cuerpo son dos aspectos de la totalidad del individuo.
Otra conclusión importante, es que la libido o excitación sexual no es un fenómeno mental; es una auténtica fuerza o energía física. No se la puede limitar a la sexualidad, tiene que concebirse como una fuerza vital en general, como decía Jung. La libido está al servicio de todas las necesidades del organismo, ya sean libidinales o agresivas, motoras o sensoriales.

Consumimos energía con el movimiento y la descargamos en la relación sexual. La cantidad disponible para la descarga sexual es la que sobra después de mantener el proceso vital. Reich postuló que la función del orgasmo era descargar este exceso de energía, que en su trayectoria hacia la salida genital se experimentaba como excitación sexual. La descarga total de esta excitación o energía se experimenta como un orgasmo pleno, profundamente satisfactorio e inmensamente placentero. Una descarga parcial, igual que una evacuación intestinal parcial, carece de esa sensación de satisfacción total.

La excitación o energía sin descargar se convierte en una fuerza perturbadora dentro del organismo. No tiene donde ir, ni puede salir. Puede incluso excitar el corazón, produciendo palpitaciones, o el estómago, dando lugar a esa sensación tan conocida de hormigueo en el vientre. Es lo que se denomina “ansiedad flotante”. También es la base de sentimientos de culpabilidad, ya que la falta de satisfacción hace que el individuo se sienta mal, o lo que es lo mismo, se sienta malo o culpable.

El cuerpo es un sistema energético. Se me preguntará que pruebas tengo de esa energía. Antes de responder a esta cuestión, permitanme decir que la objetividad no es el único criterio de realidad. Hay una realidad subjetiva basada en los sentimientos de cada uno, y esta realidad no se puede ignorar ni negar. No nos cuestionamos la realidad del amor, y sin embargo, es imposible medirlo objetivamente. También sabemos que ni la psicología ni la bioquímica pueden explicar este sentimiento. De la misma forma, cuando una persona dice: “me siento bajo de energía”, es una realidad válida para esta persona, aunque sea una realidad subjetiva.
La vida puede contemplarse como un fenómeno excitatorio. No somos simples trozos de arcilla, sino una substancia infundida de espíritu o cargada de energía. Cuando nos excitamos mucho, es como si nos encendiéramos o ilumináramos y resplandeciéramos.

Alrededor del cuerpo humano hay un campo energético que se ha descrito con el nombre de aura o resplandor. Ha sido observado y estudiado por mucha gente y en especial por mi colega El Dr. John Pierrakos. Voy a citar algunas de sus observaciones: “Las energías del interior del cuerpo fluyen también fuera del cuerpo, de la misma forma que una onda de calor sale de un objeto metálico incandescente".
El campo refleja el nivel de excitación y la intensidad del sentimiento en el cuerpo. Se observan diferentes cambios de color en las capas exteriores del cuerpo, que corresponden a diferentes emociones. Puesto que el campo refleja los procesos energéticos que operan en el organismo, puede utilizarse para diagnosticar perturbaciones en el funcionamiento del cuerpo.

El campo energético no es un hecho subjetivo como lo puede ser una sensación corporal. Tiene una objetividad en la medida en que diferentes observadores coinciden en el mismo fenómeno visual. De hecho, en condiciones adecuadas de iluminación casi todo el mundo puede ver el fenómeno del campo.
El ser humano no es el único organismo que tiene campo energético; todos los seres vivos tienen esta propiedad. Existe un campo visible de energía alrededor de los árboles, en el que se fundamenta, en mi parecer, la creencia animista de que un árbol tiene espíritu. Sin embargo, el mismo fenómeno puede observarse en las montañas, en el agua del océano y en los cristales.

Es fácil caer en la misticismo al hablar de los fenómenos vitales, y es que aquí hay misterios que desafían a la ciencia. El mismo hombre es parte del gran misterio de la vida. Si el hombre, al querer ver la vida de una manera objetiva, se distancia de sí mismo y limita su participación, no entenderá lo que significa ser parte de ese orden más amplio, compartir sus secretos y sentir que pertenece plenamente a la vida y a la naturaleza.
Aunque tampoco hay necesidad de adoptar una postura mística sobre la vida y sus procesos, pues hay una alternativa a la dicotomía entre lo místico y lo mecanicista: la de reconocer que hay procesos energéticos en la vida y en la naturaleza que, si bien no pueden explicarse de una manera mecanicista, tampoco necesitan ser vistos como místicos.

Todos hemos experimentado oleadas de rabia, la dulce sensación del amor y el fluir del placer. Estos movimientos internos no son ni mecanicistas ni místicos; son la esencia de la vida, que se manifiesta en todo proceso vital; en el fluir de la savia en un árbol, en la extensión de un seudópodo de una ameba y en la reacción de los brazos del bebé hacia su madre. Todo ello refleja la carga de energía dentro de un organismo vivo.
La carga de energía dentro del organismo es el origen de su campo de energía. Estos campos se extienden entre 60 y 120 cm. Por el exterior del cuerpo. Así pues, en muchas situaciones estamos expuestos y entramos en contacto con los campos de energía de otras personas. Cuando los campos están en contacto, su brillo es más intenso. Las personas pueden excitarse entre sí, pero también pueden deprimirse mutuamente. Una persona vibrante, con un campo fuerte, tiene una influencia positiva en las personas que hay en su alrededor; de esta persona se dice que irradia buenos sentimientos.
Por esa misma razón, los niños que crecen en una casa cargada de buenos sentimientos llegan a tener unos cuerpos más cargados y vibrantes.

Hay otro aspecto de este fenómeno de energía que nos importa aquí. Se nos ha hablado de lo fundamental que es, para niños y adultos, el tocar y el contacto de la piel; sin embargo, tendemos a pensar en la acción de tocar como algo mecánico. El tocar una mano puede ser una experiencia negativa o positiva. Cuando la mano que nos toca está cargada de energía y sentimientos respondemos positivamente. El tocar tiene dos vertientes; la mano que toca también es excitada por el contacto. El sentimiento es un estado de excitación incrementada; solamente estamos en contacto con otro cuando la energía de nuestro organismo está en contacto y excita la energía del otro organismo. Sólo estamos en contacto con la vida cuando nuestra energía o sentimiento sale fuera a encontrarse con la vida que nos rodea. Entonces sentimos el placer y la alegría que nos da este contacto y nos damos cuenta de lo que es el sentimiento de fe.

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