martes, 27 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 15


La sobreestimulación

Los problemas causados por la sobreestimulación en niños y adultos creo que no han tenido la atención que merece. A una persona se le sobreestimula cuando el número y la clase de impresiones que recibe del mundo exterior excede de su capacidad para responder completamente a ellas.
El  efecto es que se mantiene en un estado de excitación o carga de energía del que no puede fácilmente bajar, o relajarse. Se queda “colgado” y su capacidad de descargar la excitación en el placer se reduce. Se siente frustrado, se vuelve irritable e inquieto, lo cual lo lleva a buscar mayor estimulación con la intención de superar ese estado desagradable y evadirse. Se crea así una espiral viciosa que lanza a la persona cada vez más arriba, con efectos letales sobre su comportamiento, que le pueden llevar a las drogas -prescritas o ilegales- o al alcohol para amortiguar su sensibilidad y disminuir su frustración.

 La sobreestimulación aleja a la persona de su cuerpo porque perturba su armonía y ritmos interiores. Como consecuencia, hay una incapacidad de estar tranquilamente sentado sin hacer nada o de estar a solas; en otras palabras, estar en sí mismo. Puede observarse a la gente en continua actividad. Los maridos no tienen tiempo para sus mujeres, las madres no tienen tiempo para sus hijos, y los amigos no tienen tiempo los unos para los otros. El lema es “deprisa, deprisa, no pararse”, y al final la mayoría de la gente no tiene tiempo ni para respirar.

Inexorablemente, el fenómeno de la sobreestimulación se nos ha metido de  súbito en casa, a través de la radio y la televisión, a través de miles de cosas; juguetes, latas de bebidas, comidas preparadas y toda suerte de artilugios caseros que se introducen constantemente para variar la rutina.
Es bien sabido que los anuncios promueven o crean “deseos” que a menudo no tienen ninguna relación con las necesidades personales. Pero para mí, el daño real lo ha perpetrado la economía tecnológica, que iguala el vivir bien con las cosas materiales.

Los niños son más fácilmente sobreestimulados que los adultos, porque su sensibilidad está más a flor de piel y su capacidad de tolerancia es menor. Un niño demasiado mimado con juguetes no parará  de pedir otros nuevos. Si se le da permiso de ver la televisión, querrá verla todo el tiempo. Si se le permite estar levantado hasta tarde, será difícil mandarle a la cama.
Pero a un niño también le sobreestimula el tener al lado unos padres inquietos e hiperactivos. Una madre en estado de tensión se la transfiere a su hijo. Desgraciadamente, los padres piensan que cuanta más actividad desarrolle el niño, más pronto aprenderá y crecerá. La intensidad de este impulso inconsciente hacia “arriba”, hacia la cabeza, el ego y el dominio es alarmante. Estar “abajo”, tranquilo, con tiempo para sentir y para pensar, es una forma de vida casi desconocida.

Todos los pacientes depresivos que he tratado eran personas que habían perdido su infancia. Habían abandonado la posición infantil en un intento de aliviar a sus padres de la carga que suponía cuidarle, madurando rápidamente en un esfuerzo por conseguir la aprobación y aceptación al cumplir las expectativas de sus padres. Se habían convertido -o al menos habían intentado convertirse- en dinámicos y triunfadores, para darse cuenta finalmente que este triunfo no tendría sentido y que lo habían conseguido a expensas de su ser; al final, incapaces de ser e incapaces de hacer, caían en la depresión.

La depresión sobrevendrá a cualquier persona a la que le falte la fe en sí misma y que deba compensarlo haciendo cosas, ya sea para conseguir una ambición personal o para corregir una injusticia social. Así, el hombre de negocios exitoso es tan vulnerable a la depresión como el militante que busca dar la vuelta al sistema.
Más allá del sistema, lo que está en juego es un modo de vida en el que el individuo se ve a sí mismo como parte de un orden más amplio y alcanza su individualidad al sentirse que pertenece y participa en él. Esto contrasta con una individualidad basada en el ego y en su imagen, que enfatiza en demasía el yo a expensas de las relaciones personales con las grandes fuerzas de la vida que han hecho posible su existencia y continúan ayudándole frente a su avaricia y glotonería.  



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