lunes, 12 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 9


La Vida espiritual, la vida interna del cuerpo

¿Qué extraña malignidad impele al hombre a volverse contra sí mismo y dividir la unidad de su ser en dos aspectos disociados?
Si logramos reconciliarnos con la misteriosa verdad de que el espíritu es el cuerpo viviente visto desde dentro y que el cuerpo es la manifestación exterior del espíritu viviente - las dos cosas son en realidad una-, entonces comprenderíamos por qué al intentar trascender nuestro actual nivel de conciencia tenemos que pagar su deuda al cuerpo.

Se hace patente,  que lo que se llama vida espiritual es en realidad la vida interna del cuerpo, en oposición al mundo material, que es la vida exterior del cuerpo.
Para llenar el vacío espiritual de la civilización occidental, la gente recurre cada vez más a las filosofías orientales. Oriente y Occidente han representado dos enfoques diferentes de la vida. Oriente se volvió hacia adentro, para explorar la vida espiritual de la persona. El hombre occidental se volcó hacia el exterior y exploró el espacio y la naturaleza.
Oriente está ávido de la pericia técnica de Occidente, pero tal progreso tecnológico se ha hecho a expensas de su vida interior. Aquí en occidente, se ha puesto de moda hacer ejercicios de yoga. Pero aunque estas prácticas son muy valiosas, lo que aquí encontramos es una mezcla, no una integración de ideas y valores.

El oriental se siente atraído por el estilo de vida occidental, también por su deseo de alcanzar el sentido de individualidad y autoexpresión que ofrece la cultura occidental. Pero si Oriente compra nuestra producción (individualidad en serie) harán un mal negocio. El oriental, en su lucha por una individualidad, tiene que tener mucho cuidado de no sacrificar sus sentimientos a cambio de una imagen del ego.

El sentimiento es la vida interior, la expresión es la vida exterior. Una vida plena requiere una rica vida interior (rica en sentimientos) y una vida exterior libre (libre para expresarse). Ninguna de las dos puede ser totalmente satisfactoria por separado. Pensemos en el amor. El sentimiento amoroso es un sentimiento muy rico, pero su expresión en palabras o hechos es un gozo.
Una espiritualidad divorciada del cuerpo se transforma en abstracción, igual que un cuerpo que rechaza su espiritualidad se convierte en un objeto.

Y cuando hablamos acerca de la espiritualidad y de la vida interior, ¿no estamos hablando sobre el sentimiento de amor que une al hombre a sus compañeros, a toda la vida, al universo y a Dios? Sin embargo, la mayoría de la gente no lo ve así. Considera el amor a Dios como un sentimiento espiritual, mientras que el amor a una mujer sería un sentimiento carnal.
Cuando el amor a Dios no se manifiesta también en amor hacia los propios hombres y hacia todas las criaturas, no es verdadero amor. Y si el amor no se manifiesta en hechos y conducta, no es verdadero amor sino una imagen del amor.

Cada impulso se puede ver como una ola de excitación que comienza en algún centro del organismo y que fluye a lo largo de un camino designado, que es su fin, y hacia un objeto del mundo exterior, que es su meta. Pero también es cierto que cada impulso es una expresión del espíritu humano, puesto que es el espíritu lo que nos mueve.
Cuando el flujo va hacia la cabeza, el sentimiento tiene una cualidad espiritual. Nos sentimos elevados y excitados. El flujo descendente tiene una cualidad sensual o carnal, ya que en esta dirección lleva la carga hacia el vientre y hacia la tierra, dándonos la sensación de estar relajados, enraizados y liberados.

La vida humana oscila entre estos dos polos, uno localizado en la cabeza y otro en la parte inferior. Se puede equiparar el movimiento hacia arriba como un estirarse hacia el cielo, y el movimiento hacia abajo con un hundirse en la tierra. Se puede comparar el extremo de la cabeza con las ramas y hojas de un árbol, y el extremo inferior con sus raíces. Puesto que el movimiento ascendente es hacia la luz, y el descendente hacia la obscuridad, se puede relacionar el extremo superior con lo consciente y el inferior con lo inconsciente

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