miércoles, 21 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 13

La madre-manager

Pero estamos decididos a acumular más poder. Nuestra civilización tecnológica es voraz. La gente tendrá más poder para moverse a más velocidad, ir más lejos y hacer más cosas. El ritmo se acelerará a pesar de que ya es frenético. Cabe anticipar que las oportunidades y la capacidad de disfrute disminuirá progresivamente. La mecanización propicia la disociación entre el ego y el cuerpo, reduce la consciencia del cuerpo y debilita el sentimiento de identidad basado en esa consciencia.

A medida que la vida sencilla desaparece, también desaparecen las funciones naturales que forman parte de esa vida. Al entrar en las casas ya no se huelen aquellos ricos aromas del pan en el horno y de la comida que se está cocinando. Cortar y apilar leña para en fuego, tejer y coser la ropa o alimentar pollos y cerdos son actividades que pocos de nuestros niños conocen. Sin embargo, la pérdida más importante es la función maternal: la transmisión de la fe y del sentimiento a través del amamantar, mecer y acunar. La cuna se ha convertido en una antigualla, la mecedora en una reliquia, y el pecho se ha transformado en un símbolo sexual.

La natural función de la madre se ha visto reemplazada por la de madre-manager. Bajo el consejo de los pediatras, con sus recetas y reglas, su papel ha pasado de ser el suelo donde el bebé hecha sus primeras raíces (el enraizarse se describe aquí como los movimientos de cabeza del niño para alcanzar el pecho) a ser una organizadora y administradora. En cierto modo, está ahí para su hijo, pero no en su naturaleza esencial de mujer.

Administrar una casa reduce a los niños a nivel de objetos. Todos mis pacientes depresivos han tenido la sensación, a veces profundamente soterrada, de haber sido objetos a los que se había cuidado y educado para poder presumir de ellos o al menos para que no crearan problemas.
Aprendieron muy pronto que habían venido al mundo para llenar las necesidades emocionales de sus padres y que sus deseos debían subordinarse a ellas. Ese fue el modelo de sus vidas, resultando una conducta pasiva y la necesidad de agradar.
Ninguno de mis pacientes depresivos sentía que tenía derecho a pedir nada, ni a afirmar sus deseos, ni a alcanzar y coger la satisfacción que deseaba. Su capacidad física para alcanzar algo quedó limitada.

Se nos ha descrito como un pueblo alienado y desarraigado. La erosión de nuestras raíces comienza muy al principio de la vida. Cuando nace el niño, se le separa de su madre y se le lleva al nido; en casa se le alimenta bajo horario; sólo se le coge en brazos ocasionalmente, según convenga a los padres. Es como una planta de invernadero, que parece que florece, pero cuyas raíces no se hunden profundamente en la tierra.

Muchos jóvenes se han dado cuenta de esta situación, es decir, comprenden que un mayor poder, amenaza el verdadero sentido de la existencia; de ahí que se muevan espontáneamente hacia formas de vida comunitarias, más sencillas, intentando reestablecer nuestras raíces en el orden natural y en la naturaleza. Este movimiento no se ha limitado a jóvenes aunque son ellos la vanguardia. Y desde luego nunca será “una vuelta a la naturaleza” en el sentido de Rousseau. No podemos dar marcha atrás, debemos ir hacia adelante, hacia una comprensión más profunda de la naturaleza humana y hacia una nueva fe basada en la apreciación de la fuerza divina que vive dentro del cuerpo.

   


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