viernes, 23 de mayo de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 14


Una epidemia de depresión    

La depresión será una epidemia en las próximas décadas. Hay una incidencia creciente de reacciones depresivas entre los jóvenes, cuando antes era “considerada como una enfermedad emocional de la madurez y tercera edad”,como resultado de la acumulación de pérdidas y decepciones. Se relaciona este fenómeno con el colapso de la ética protestante, con su énfasis en la propiedad, la productividad y el poder y con la ausencia de una filosofía de valores que atraiga a los jóvenes. Se cree igualmente, que las aspiraciones de los jóvenes son “excesivas, quieren demasiado, y la consiguiente decepción al ver los resultados abona el terreno donde florece la depresión.”
Pero la decepción de no lograr algo no es la condición que predispone a la depresión, aunque puede ser la causa desencadenante. Una persona con fe puede tolerar la decepción; el individuo sin fe es vulnerable.

La familia y el hogar eran valores equivalentes en generaciones pasadas. El hogar familiar ha representado siempre la seguridad, la estabilidad, y cierta sensación de pertenencia. Era un refugio contra las presiones del mundo y un lugar de abrigo. Un lugar donde la corriente de la vida fluía relativamente calma y suave.

El conceder una importancia excesiva a la individualidad, especialmente a los aspectos relacionados con el ego, es el factor responsable de la incapacidad de la familia moderna para dar a los niños la estabilidad y seguridad que necesitan.

De los factores que han influido en la destrucción de la familia, el más importante es el coche, cuyo efecto es difícil de valorar en su justa medida. El automóvil rompió la antigua familia y los grupos comunitarios y promovió la familia nuclear: dos padres con sus hijos, sin abuelos ni familiares. La familia nuclear es una unidad aislada, no sólo en el espacio sino también en el tiempo. Vive exclusivamente en términos de su propia existencia.
La enorme inversión de energía y de tiempo en los aspectos materiales de la vida doméstica dejan a menudo poco tiempo y energía para los aspectos más humanos. Hay tanto que comprar y tanto que trabajar para amueblar una casa moderna, que el hogar pierde su carácter de retiro y se torna, en cambio, parte del mundo exterior.

El carácter de retiro se ve aminorado también por la intromisión del mundo a través de la radio y la televisión. Ambos constituyen una estimulación de las funciones del ego y obligan al individuo a enfrentarse mentalmente con el estrés y los conflictos que le transmiten. El hogar moderno raramente es un lugar para una vida tranquila y feliz.

La satisfacción del hacer, es la salsa que acompaña al verdadero plato fuerte: la satisfacción del ser. El plato sin salsa puede saciar nuestra hambre; la salsa sola no nos llena, y uno se siente tentado a hacer más cosas, a una actividad mayor y a involucrarse más profundamente en el mundo. La exigencia de nuestra época es que tenemos que hacer más cosas, una exigencia que ignora la simple verdad de que sólo siendo plenamente lo que uno es se puede llenar la propia existencia.
La filosofía del hacer es insidiosa y perniciosa. Es insidiosa porque está basada en los términos racionales de “hay que hacer lo más que se pueda”. Y es una filosofía perniciosa porque se les aplica a los niños antes incluso de poder saborear el placer de ser ellos mismos, seres libres e inocentes que pueden jugar a sus anchas bajo la protección del hogar y de sus padres.

No son sólo las aspiraciones de los jóvenes las que abonan el terreno de su posterior enfermedad, sino también las expectativas y las exigencias de los padres. Se espera de ellos que crezcan rápido, que sean pronto independientes, que sean razonables, responsables y que sean adultos cooperativos cuando todavía son niños.
Y las exigencias aumentan a medida que el niño crece. Se espera de él que trabaje en la escuela al tope de sus posibilidades, que consiga reconocimiento y, si es posible, que sobresalga en alguna actividad. La mente del niño, todavía tierna, se ve expuesta muy pronto al mundo y a sus crisis.

Dice un viejo proverbio que un árbol nunca es más fuerte que sus raíces. Un buen jardinero retrasa el crecimiento de un árbol para dar impulso al desarrollo de su sistema de raíces. Nosotros hacemos justo lo contrario con nuestro hijos. Los estimulamos en exceso para que crezcan rápido pero no damos el apoyo y alimento que fortalecerían sus raíces. Empujamos a nuestro hijos como nos empujamos a nosotros mismos, sin darnos cuenta de que forzándolos a crecer y a hacer cosas, minamos su fe y su seguridad.





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