viernes, 16 de mayo de 2014

Las basas biológicas de la fe y la realidad, parte 11

8. La Pérdida de la fe

La erosión de nuestras raíces

Hasta ahora hemos seguido dos líneas paralelas de investigación. La primera relacionaba el problema de la depresión personal con la pérdida del contacto amoroso con la madre y con la consiguiente incapacidad de lanzarse al mundo y satisfacer sus necesidades. La segunda se ocupa de la importancia de la fe como fuerza cohesiva y promotora de la vida en sociedad y demostraba que en su ausencia se estanca la sociedad. Ahora es necesario unir estas dos líneas de pensamiento y mostrar que en ambos fenómenos, el personal y el social, operan las mismas fuerzas, que se pueden describir como tecnología, poder, egoísmo y objetividad. Su efecto ha sido alejar al hombre de sus congéneres, de la naturaleza y de su cuerpo, un alejamiento que empieza muy pronto en la vida con la relación entre madre e hijo. Volvamos sobre el problema de la depresión.

Las condiciones que predisponen a un individuo a la depresión no son privativas de nuestra época. Los niños de antes también sufrían la pérdida del amor de la madre, aunque era menos corriente que ahora. Por otro lado, existía un mayor contacto corporal entre la madre y el niño.
Dice Montagu: “Las prácticas impersonales de crianza que han estado de moda durante mucho tiempo en los Estados Unidos, junto a la ruptura temprana de la unión madre-hijo y a la separación entre madres e hijos por la interposición de biberones, mantas, ropas, cochecitos, cunas y otros objetos físicos, crean individuos que son capaces de vivir solos, aislados, en medio de un mundo superpoblado, materialista y apegado a las cosas”.

Otro aspecto importante es la disminución en frecuencia y duración, del amamantamiento del niño. Reduce la regularidad del contacto corporal entre madre e hijo, que cumple la importante función de estimular el sistema de energía en el niño. El criar al pecho profundiza la respiración del niño y aumenta su metabolismo; además llena las necesidades eróticas orales del niño, proveeyéndole de una profunda sensación de placer que se extiende desde los labios y la boca por todo el cuerpo. Con este solo acto, la madre afirma la incipiente fe del niño en el mundo (que a esa edad es la madre) y la suya propia en sus funciones naturales. Erikson  considera que: “Si gastáramos una fracción de nuestra energía curativa en acción preventiva -es decir, promoviendo la alimentación al pecho- podríamos evitar muchas de las desgracias y muchos de los problemas que vienen de trastornos emocionales”.

Lo fundamental en la relación madre-hijo no es tanto el amamantar, sino la fe y la confianza. A través de esta relación el niño adquiere, o un sentimiento básico de confianza en el mundo, o la necesidad de luchar contra dudas, ansiedades y culpabilidades sobre su derecho a obtener lo que quiere o lo que necesita. Quien no está seguro de tener ese derecho, dudará también de poder llegar al mundo, y lo hará con precaución y sin una entrega total. La ambivalencia preside sus actuaciones; alcanza algo y se retrae al mismo tiempo. Desgraciadamente, el individuo no es consciente ni de su ambivalencia ni de su desconfianza. Su retraimiento se ha estructurado en tensiones musculares crónicas, que durante mucho tiempo han sido el modelo de sus movimientos.

Cuando un niño pierde la fe en su madre, empieza a perder la fe en sí mismo y a desconfiar de sus sentimientos, de sus impulsos y de su cuerpo. Siente que algo va mal y que no puede confiar en que sus funciones naturales le proporcionen la relación y armonía con el mundo.
Parece que eso es lo que pretende imponer  nuestra civilización occidental con una regulación artificial excesivamente rigurosa de las funciones corporales de los niños pequeños. Implantan el pertinaz metrónomo de la rutina dentro del bebe o del niño pequeño para regular las primeras experiencias con su cuerpo y con su entorno físico inmediato. Después de esta socialización tan mecánica, se le anima a que se desarrolle dentro de un burdo individualismo. Persigue ambiciones, anhelos, pero permanece compulsivamente en carreras estandarizadas. Esto a conducido al dominio de la máquina, pero también a una corriente subterránea de eterno descontento y desorientación individual.

La actitud occidental hacia las funciones corporales cabe describirla como de dominio y control, en oposición a una actitud de reverencia y respeto que es propia de los pueblos primitivos.
El poder no nos ha dejado ver la realidad de nuestra existencia, olvidando que dependemos de esta tierra para nuestro bienestar y para nuestra existencia, y hemos adoptado la misma actitud respecto a nuestros cuerpos. Olvidamos la realidad de que nuestra voluntad y nuestra mente dependen absolutamente del funcionamiento sano y natural del cuerpo.

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