jueves, 29 de diciembre de 2016

El Gozo, parte 28


9. El miedo: la emoción paralizante

¡Me estas volviendo loco! 


Todos los pacientes en terapia son individuos atemorizados. Algunos son conscientes de su temor, otros lo niegan, pero muy pocos están en contacto con la profundidad de ese temor. En los capítulos anteriores, señalé que los pacientes tienen miedo a sus emociones de amor, ira y tristeza. Tienen el mismo miedo, o tal vez más, temen a su miedo, aunque el miedo no es una emoción amenazadora; es una emoción paralizante, sobre todo cuando es muy grande como en el caso del terror. Un organismo aterrorizado se congela y no puede moverse.  Cuando el temor no es tan grande, siente pánico y huye, pero el pánico es una reacción histérica y por lo tanto ineficaz para afrontar el peligro.

Cuando los niños tienen miedo a. sus padres, que pueden ser irracionales y violentos, no tienen a donde huir. Se aterrorizan. Quedan congelados por el temor; En la selva, cuando un animal se aterroriza y no puede huir de otro que lo ataca, por lo general muere bajo sus garras. Si logra escapar, el temor cede rápidamente y el animal vuelve a la normalidad. El niño que teme a sus padres no tiene escapatoria; por  consiguiente debe hacer algo para superar su estado de parálisis. Tiene que negar y suprimir el temor. Moviliza su voluntad en contra de ese sentimiento. Aprieta los músculos de la mandíbula, como expresión de su determinación; equivale a “No voy a tener miedo”. Al mismo tiempo, se disocia en alguna medida del cuerpo y de la realidad y niega el hecho de que sus padres sean hostiles y amenazadores. Estas son medidas de supervivencia que, por un lado, permiten que el niño madure y se libere de la posibilidad de verse atacado por sus padres y, por el otro, se convierten en una forma de vida, puesto que se estructuran en el cuerpo. El niño, lo sienta o no, vive en estado de temor.

Aunque la mayoría de los pacientes no sienten el grado de su temor, no resulta difícil apreciarlo. Todo músculo con una tensión crónica se encuentra en estado de temor, pero éste se ve con más claridad en las mandíbulas apretadas; en los hombros levantados en los ojos bien abiertos y en la rigidez general del cuerpo. Puede decirse que el individuo esta rígido de miedo.

Decir que el temor esta estructurado en el cuerpo no significa que no se lo pueda liberar. Para liberar al cuerpo de ese estado de temor es preciso que la persona tome conciencia de él y halle alguna forma de descargar la tensión. En el capitulo anterior señale que la ira es el antídoto del temor. El paciente tiene que enojarse, pero enojarse tanto como para volverse un poco loco, es decir, un poco fuera de control. Esto despierta el fantasma de la locura, el temor de que “Si dejase de controlarme, me volvería loco”  Todos los pacientes tienen miedo de volverse locos si dejan de controlarse. En este capitulo, me ocupare de este temor y explicare como lo trato en el análisis bioenergético.

Sin duda, el estrés que provoca criar a un niño en nuestra cultura hiperactiva puede resultar abrumador, sobre todo en el caso de los padres que al mismo tiempo están estresados por sus propios conflictos emocionales y matrimoniales, que nunca faltan. El estrés, si es lo suficientemente fuerte y continuo, puede hacer que un individuo sufra un colapso mental, pero a los padres esto no les sucede, puesto que su estrés tiene una salida. Los padres pueden gritarle a su hijo y hasta pegarle. El niño no cuenta con esa salida; tiene que soportar el maltrato, aunque muchos han intentado huir. Para soportar un estrés intolerable, el individuo debe adormecerse, disociarse de su cuerpo. Los niños se repliegan físicamente en su cuarto, y psicológicamente en su imaginación. Este repliegue divide la unidad de la personalidad y constituye una reacción esquizofrénica.

La cuestión es si el niño puede mantenerse entero y no quebrarse o derrumbarse. Es probable que un niño más grande, de entre tres y cinco anos, haya desarrollado un ego lo bastante fuerte como para resistir y no quebrarse. La resistencia se manifiesta en forma de rigidez, que le permite retener un sentimiento de integridad e identidad. Esa rigidez se convierte entonces en el mecanismo psicológico de supervivencia. La idea de aflojarla provoca temor.

El objetivo de cualquier tipo de tortura es quebrantar el espíritu, la mente o el cuerpo de una persona. No necesariamente produce daños físicos. Uno de los métodos mas eficaces de tortura consiste en impedir el sueño. La mente no tiene forma de recuperarse de los estímulos que recibe, lo que exige un continuo gasto de energía. Tarde o temprano, la persona se quiebra, la mente se escinde de una realidad intolerable.

El ejemplo clásico es un método de tortura chino en el que se entierra a un individuo hasta el cuello y se lo somete a un goteo constante de agua que le cae sobre la cabeza. Llega un momento en el que el estimulo resulta excesivo y, como no hay escapatoria posible, se vuelve intolerable. En este punto, la victima comienza a gritar para descargar la excitación, pero si no recibe ningún alivio, puede perder la cordura; pierde todo control y su mente deja de tener sentido de la realidad.
El maltrato físico puede quebrantarlo y sabemos que es muy común, pero más común todavía es el maltrato verbal o emocional. A muchos niños se los critica constantemente, lo que termina por quebrantar su espíritu. Todo lo que hacen está mal, nada de lo que hagan merece aprobación. El niño siente la hostilidad del padre/madre, una hostilidad profunda que no puede evitar ni comprender.

Algunas personas efectivamente pierden el control y matan a otras o se matan a si mismas. Eso puede ocurrir si el ego es demasiado débil porque se disocio del cuerpo y de sus sentimientos para contener la ira suprimida. Es como si estos individuos anduviesen por todas partes con una granada viva, de la que son totalmente inconscientes. Hacerlos conscientes de esta ira asesina que tienen suprimida reduce el peligro de que explote de modo espontáneo y produzca un efecto mortal. Aceptar nuestros sentimientos fortalece el ego y promueve el control consciente de los impulsos.
Aceptar un sentimiento implica algo más que tener conciencia intelectual de su existencia. Debemos experimentar el sentimiento y hacemos amigos de él. Un día, cuando yo era niño, un perro muy grande corrió hacia mi y me dio mucho miedo. Para que pudiera superar ese temor, mi madre me compro un perro de peluche al que yo mimaba; esto me sirvió, pero nunca supere el temor a los perros hasta que conviví con ellos.

Uno de los principales objetivos de la terapia consiste en ayudar a los pacientes a que aprendan a convivir con su ira de una manera saludable.
En una u otra medida, todos los pacientes son esquizofrénicos controlados. Todos tienen temor de perder el control, de perder la cordura, porque de niños casi los volvieron locos.

Cualquier forma de sobrestimulación, si se prolonga durante el tiempo suficiente, puede llevar a un niño a la demencia. Una de estas formas es la estimulación sexual del niño ya sea mediante el contacto físico o mediante un comportamiento seductor. El niño no tiene forma de descargar esta excitación, que entonces actúa como un elemento irritante permanente en el cuerpo.

Cuando miro el cuerpo de mis pacientes, veo el dolor provocado por las tensiones, que los atan y restringen. Las bocas apretadas, las mandíbulas duras, los hombros levantados, los cuellos duros, los pechos inflados, los vientres hacia adentro, las pelvis inmóviles, las piernas pesadas, los pies angostos, son todas muestras del temor a soltarse, de una existencia dolorosa. Mis pacientes no suelen quejarse de dolor, aunque algunos sientan dolores ocasionales en diferentes partes del cuerpo (como en la parte inferior de la espalda). De lo que si se quejan es de algún malestar emocional que los hace comenzar la terapia; pero al principio, la mayoría supone que la aflicción es psicológica. Casi todas las personas temen al dolor físico, ante el cual reaccionan como lo hacían de niños. Quieren que el dolor se vaya. 245

Volver al cuerpo es un proceso doloroso, pero al reexperimentar el dolor, nos volvemos a conectar con la vida y los sentimientos que habíamos suprimido con el fin de sobrevivir. Al no ser ya niños ni seres dependientes y desamparados, podemos aceptar y expresar esos sentimientos en la segura situación de la terapia. Sin embargo, aun en esta situación, los pacientes tienen demasiado temor al principio como para entregar el control del ego, que les aseguro la supervivencia.

Entregarse al cuerpo implica abandonar el control del ego sobre los sentimientos, pero no significa perder el control sobre las acciones o el comportamiento. No obstante, esto puede ocurrir en los casos en que los sentimientos son demasiado fuertes y el ego demasiado débil. Cuando la mente consciente de un individuo se ve abrumada por una excitación que no puede manejar, puede perder la capacidad de controlar el comportamiento. El individuo queda entonces a merced de sentimientos, como una ira asesina o una lujuria incestuosa, que podrían conducirlo a actos peligrosos y destructivos. Cualquier persona que actúe esos impulsos seria considerada loca o demente y podría terminar en un hospital para enfermos mentales. Pero el temor a la demencia es algo más que el temor a cometer un acto abominable: es el temor a perder el self. Si la mente consciente se ve abrumada por cualquier sentimiento, se pierden los limites del self. Cuando un río inunda las márgenes, no podemos distinguir el río en la masa de agua. El río perdió su identidad, que es lo que le sucede a un individuo que se ve inundado por sus sentimientos. La perdida de la identidad constituye uno de los signos de la demencia. 

lunes, 26 de diciembre de 2016

El Gozo, parte 27

Capítulo 8 (continuación)

Los varones pequeños sufren abusos físicos no solo por parte de los padres sino también de las madres. Vimos un caso en el que la madre abusaba físicamente de su hijo con la intención, consciente o inconsciente, de quebrantar su espíritu para someterlo a ella. Ningún niño es capaz de enfrentarse a la violencia de su madre o de su padre y es inevitable que esta experiencia lo quebrante. Sin embargo, el quebrantamiento no suele ser total, ya que de lo contrario el niño se moriría (aunque sabemos que esos excesos existen) .En lo profundo del cuerpo del niño, queda un núcleo de resistencia que mantiene la vida y le proporciona algún sentido de identidad. La fortaleza de ese núcleo depende de la manera en que el padre/madre se haya relacionado con su hijo. Por ejemplo, es posible que una madre, luego de descargar su furia suprimida, sienta un profundo amor por el hijo del que acaba de abusar. En la medida en que el niño siente este amor, el efecto dañino del abuso se reduce en forma parcial. Si el niño siente que la madre le es hostil al punto de rechazarlo con frialdad, podría convertirse en un esquizofrénico. Los niños son conscientes en algún nivel de que son preferibles los golpes o el abuso físico antes que el rechazo frío, que es la muerte emocional.

 El axioma que los individuos tienden a actuar sobre los demás lo que les hicieron a ellos nos ayuda a entender el comportamiento aparentemente irracional de una madre hacia su hijo. Si de niña la humillaron por alguna expresión sexual, tenderá a hacer lo mismo con sus hijos. La única manera de evitar esta tendencia a actuar sobre seres inferiores e indefensos es que el individuo tenga clara conciencia de lo que le hicieron y un profundo conocimiento del efecto destructivo que eso tuvo sobre su personalidad y su vida, conocimiento que implica poder sentir ira contra el padre/madre por el abuso o violación. Una madre que se avergüence de sus sentimientos sexuales avergonzará a su hija ante cualquier expresión de dichos sentimientos. Las madres se identifican con sus hijas y proyectan en ellas los aspectos negativos de su propia personalidad. Así, una madre es capaz de considerar lascivo el comportamiento sexual de su hija porque a ella la consideraban así de niña. Al criticar a su hija por ser sexual le esta diciendo: “Tu eres la mala, la impura. Yo estoy limpia”.

Por otro lado, también puede proyectar sobre su hija sus deseos sexuales insatisfechos deseando inconscientemente que su hija los actúe para obtener una excitación indirecta a partir de las  acciones de su hija. En realidad una madre puede tener las dos actitudes: una consciente, que degrada a la hija por ser sexual, y otra inconsciente, que la incita a actuar sexualmente. Esta identificación sexual inconsciente de madre e hija tiene un aspecto homosexual, que, de no ser visto, puede convertirse en una obsesión, impidiendo encaminar al paciente hacia su independencia y satisfacción.
El abusado se convierte en el abusador por una identificación inconsciente con él. Esta es la otra cara de la moneda que el paciente debe reconocer y aceptar para lograr una autoaceptación plena.

El abuso sexual produce en el niño excitación y miedo. A todos los niños pequeños les fascinan los genitales de sus padres ya que, por un lado, les dieron vida y por otro, son las llaves para entrar a su propio submundo de placeres y miedos secretos. Sin embargo, el miedo hace que se suprima el abuso y la excitación que produce y queden solo sus huellas. La persona siente una fuerte tentación de repetir la experiencia, a menudo en calidad de abusador pero también de abusado. Creo que esta es la forma en que nace en el adulto la obsesión por tener relaciones sexuales con niños. El desarrollo de su libido se ve obstaculizado porque parte de la energía y de la excitación esta encapsulada en el recuerdo reprimido y los sentimientos a el asociados. El primer paso para liberar la energía contenida es traer estos incidentes a la conciencia.

Al sacar a la luz la experiencia enterrada, se reduce la vergüenza, lo que le permite al individuo sentir su herida y su miedo. La aceptación de estos sentimientos le permitiría, por un lado, llorar y así liberar el dolor y, por otro, enojarse y así restablecer su integridad. Para purificar y liberar el espíritu es necesario que la ira sea real e intensa.

Las madres están en una posición privilegiada para actuar sexualmente sobre sus hijos porque tienen más contacto con el cuerpo del niño que los padres. En la forma de tocar el cuerpo del niño puede estar implícito un elemento sexual, al igual que en el miedo a tocarlo, porque puede despertar sentimientos sexuales. Una madre comentó refiriéndose a su hijo de dos anos: “Su pene es una cosita tan linda que me lo pondría en la boca”. Sin duda el sentimiento presente en este comentario se transmite al niño cuando sus genitales están al descubierto. Su sentido de privacidad con respecto al órgano desaparece. El sentimiento de la madre invade la pelvis del niño y se apodera de sus genitales. Lo que perturba al niño no es el simple hecho de que miren sus genitales, sino que los miren con conciencia o interés sexual.

En toda relación entre un progenitor y su hijo existe el peligro de que el vinculo tenga un fuerte elemento sexual, que ambos niegan y suprimen pero que afecta al niño en forma devastadora.

Los que inician una terapia son afortunados, pues tienen la oportunidad de penetrar en sus problemas y obsesiones y encontrar el verdadero sentido de la vida. No es un viaje fácil ni rápido, como veremos en el próximo capitulo. Yo lo describiría como un viaje al submundo donde yacen enterrados nuestros mas grandes temores, como el miedo a la demencia y a la muerte. Si uno tiene el coraje de enfrentar esos temores, regresara a un nuevo mundo de luz donde se han esfumado las nubes del pasado.

martes, 29 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 26


8.
El abuso sexual

 EL abuso sexual es una forma muy infame de traición al  amor, ya que normalmente la sexualidad es una expresión de amor. La persona que abusa de otra se acerca a su victima como si le estuviera ofreciendo amor pero luego se aprovecha de su inocencia y/o desamparo para satisfacer su necesidad personal. El aspecto mas dañino de este delito es la traición a la confianza, pero la violación física agrega a esta acción destructiva una dimensión importante de miedo y dolor. Los individuos que sufrieron abusos o maltratos sexuales de cualquier tipo llevan las  cicatrices de esa experiencia durante toda su vida. Lo más grave es la supresión de la experiencia por parte de la victima debido a la vergüenza y repugnancia por lo sucedido. Sin embargo, cuando se suprimen estos sentimientos, el individuo se queda con una profunda sensación de vacío interior y confusión.

Las victimas de abuso sexual no pueden entregarse a su cuerpo ni al amor, lo cual implica que no tienen posibilidades de encontrar satisfacción en su vida. El viaje de autodescubrimiento les resulta una aventura aterradora.

¿Cuál es la frecuencia del abuso sexual? Depende de lo que consideremos abuso o maltrato sexual. Según estudios estadísticos basados en cuestionarios enviados a adultos, entre el 30 y el 50 por ciento de los que respondieron declararon haber sufrido abusos durante la niñez. Si se considera abuso sexual a toda violación de la privacidad del niño con respecto a su cuerpo y sexualidad, la proporción podría superar el 90 por ciento. Una paciente recordó la vergüenza y la humillación que sintió cuando a los tres años su familia la hizo posar desnuda para un fotógrafo. Los comentarios en publico sobre la sexualidad en desarrollo de un niño bien pueden considerarse una forma de abuso sexual. El hecho de que un padre le pegue en las nalgas desnudas a su pequeña hija es, para mi, un acto de abuso sexual además de un maltrato físico. Considero que el padre obtiene de sus acciones una excitación sexual que el niño percibe. Una mujer contó que le pedía a su esposo que le pegara en las nalgas desnudas porque le provocaba tal excitación sexual que el coito que le sucedía era el mejor que hubiera experimentado. Este es un típico comportamiento masoquista.

Las practicas masoquistas o sádicas relacionadas con el sexo derivan de experiencias infantiles que quedan grabadas en la personalidad del niño. Muchas mujeres se valen de fantasías masoquistas, como estar atadas durante el acto sexual, para llegar al clímax. Hasta me animaría a decir que en todos los casos en que un adulto le pega a un niño hay un elemento sexual implícito.

En la actualidad, sabemos que en muchos casos de abuso sexual hay un contacto directo entre un adulto o adolescente y un niño. También los consideramos una forma de incesto. En dichos casos, el contacto directo tiene un efecto muy destructivo sobre la personalidad del niño, cuya gravedad guarda una relación inversa con la edad; es decir, cuanto más pequeño es el niño, mas grave es el daño. Me impresione mucho al enterarme de casos en  los que el niño era muy pequeño. Cuando un niño es victima de abuso sexual a muy corta edad, reprime todo recuerdo de los hechos suprimiendo los sentimientos asociados con ellos. La supresión implica matar una parte del cuerpo. Cuando los sentimientos renacen, el recuerdo se despierta.
El fenómeno de retirarse del cuerpo es un proceso disociativo  típico del estado esquizoide en el cual la mente consciente no se identifica con los hechos corporales.
Cualquier abuso de un niño, físico o sexual, que lo aterrorice lo lleva a disociarse de su cuerpo.

La sumisión elimina la amenaza de fuerza y violencia y niega el miedo. La idea de que ningún hombre lastimará a una mujer si ella cede ante él es un razonamiento falso de las mujeres que sufrieron abusos.
En la personalidad de la mujer que sufrió abusos de niña existe  otro elemento que conforma su comportamiento con tanta fuerza como el miedo y el desamparo asociados con el abuso. Este elemento es una fuerte excitación sexual limitada al aparato  genital y disociada de la personalidad consciente. El abuso sexual temprano asusta y al mismo tiempo excita al niño. No fue una excitación que el cuerpo y el ego inmaduros del niño pudieran integrar, sino que dejó una huella imborrable en su cuerpo y mente. El niño entró momentáneamente al mundo adulto, lo cual quebrantó su inocencia; a partir de ese momento, la sexualidad se transformó en una fuerza irresistible y abrumadora, pero dividida de la personalidad. Marilyn Monroe constituye un ejemplo. Ella encarnaba la sexualidad pero no era una persona sexual. Era como si representara un papel sexual sin identificarse con él a un nivel adulto. Su personalidad adulta estaba dividida entre una mente sofisticada y una dependencia y miedo infantiles. Era sexualmente sofisticada, pero esa sofisticación era muy superficial y tapaba una sensación subyacente de estar perdida, desamparada y asustada.

El abuso sexual sobreexcita el aparato sexual de las victimas en forma prematura. Pese al miedo que sienten, la excitación sexual del contacto queda grabada en la personalidad, pues permanece en el aparato sexual sin que se la descargue. Se sienten atraídas por los hombres de personalidad similar a la del abusador y su sumisión sexual es un intento inconsciente de liberarse de su obsesión reviviendo la situación y completando la descarga; solo que esto nunca ocurre debido a la disociación.

La descarga tiene lugar solo cuando la excitación recorre el cuerpo hacia abajo, entrando en el aparato genital para luego salir de él. La violación a corta edad, es decir, antes de que se desarrolle la capacidad para descargar la excitación por medio del orgasmo, lleva a que esos órganos se carguen con una fuerza sobre la que el individuo no tiene control. A la pequeña literalmente la despojan de sus órganos genitales. La victima de abuso sexual puede recuperar la posesión de sus órganos sexuales permitiendo que la excitación fluya hacia abajo y entre en ellos. Este es el patrón sexual normal pero, en estos casos, está bloqueado físicamente por una franja de tensión alrededor de la cintura y psicológicamente por fuertes sentimientos
de vergüenza respecto de las propias partes sexuales, que se consideran impuras.

Muchas mujeres sienten vergüenza de su sexualidad porque no se le permitió desarrollarse como una expresión de amor; sin embargo, la sexualidad es una expresión de amor, un deseo de estar cerca y unido a otra persona. Por desgracia, muchas veces ese amor está mezclado con su opuesto: la hostilidad. Muchos seres humanos tienen sentimientos ambivalentes a raíz de sus experiencias infantiles, en las que el amor de sus padres estuvo mezclado con sentimientos negativos y hostiles. Este hecho creo que sucede en la mayoría de las relaciones familiares. Es imposible entregarse por completo al amor cuando uno ha sido traicionado por aquellos en los que deposito amor y confianza. He visto varias mujeres, que sufrieron abusos sexuales, con patrones de comportamiento similares. Son mujeres inteligentes cuyas vidas sufrieron graves daños porque las convirtieron en victimas. Todas tienen personalidades múltiples que se originan en el conflicto entre su excitación sexual y su miedo, entre una sensación de ser deseables y un fuerte sentimiento de vergüenza; y, en todos los casos, la sexualidad no esta integrada a su personalidad.

Estos individuos oponen una fuerte resistencia a la descarga de la ira contra el abusador. Esa resistencia tiene su origen, en parte, en un sentimiento de culpa por haber participado en los actos sexuales, ya sea en forma voluntaria o forzada, pero también se origina en el miedo a la ira asesina. Matar a un padre es el delito mas abominable y, sin embargo, la traición partió del padre. La única forma de resolver los conflictos creados por los abusos sexuales es mediante un programa terapéutico que proporcione una situación controlada para la expresión de esa ira.

Esta demostrado que los niños varones sufrieron abusos sexuales casi en la misma proporción que las mujeres. Algunos fueron violados por el padre, por algún otro hombre o por hermanos mayores. Cuando esto ocurre, tiene el mismo efecto sobre la personalidad del niño que sobre la de la niña. Si hay penetración anal, el niño experimentaría un dolor y miedo intensos, lo que podría llevarlo a disociarse de su cuerpo. El abuso sexual de un niño por parte de un varón adulto socava su masculinidad en desarrollo y lo hace sentirse avergonzado y humillado. No creo que esas experiencias creen una tendencia homosexual en la personalidad del niño, pero la consecuente debilidad de su identificación masculina podría predisponerlo a ese patrón de comportamiento sexual.

Lo que daña la personalidad del niño es el impacto emocional de la experiencia. El miedo, la vergüenza y la humillación son sentimientos devastadores para un niño que no tiene manera de liberar por medio de palabras el agravio de este trauma. El abuso físico que el padre hace de un hijo, por ejemplo con repetidas palizas, tiene un efecto similar en la personalidad del niño y, como señale en el capitulo anterior, debe considerárselo una forma de abuso sexual.

El abuso sexual es tanto una expresión de poder como de amor sexual. La sensación de tener poder sobre otra persona actúa como un antídoto para ese sentimiento de humillación que sufrió el abusador cuando abusaron de él en su niñez. La cuestión del poder también impregna la actividad sexual que tiene lugar entre adultos por mutuo acuerdo, como en las practicas sadomasoquistas. El abusador es en general un individuo que se siente impotente para ser un hombre o mujer maduro. Ese sentimiento de impotencia desaparece cuando la victima es un niño, un adulto indefenso o un compañero sumiso. En esta situación el abusador se siente poderoso, lo que implica que también se siente sexualmente potente. Cuando los sentimientos de poder se inmiscuyen en una relación, siempre se convierte en una relación abusiva. Un hombre que necesita sentir poder para ser sexualmente potente inevitablemente abusara de la mujer. Por lo común, cuando el hombre aparenta ser poderoso, la mujer se excita y se vuelve más propensa a entregarse a él. Por supuesto que esto sucede con las mujeres que fueron victimas y se sienten impotentes.

El comportamiento abusivo entre los adultos denota una relación sadomasoquista que le permite al individuo entregarse a su excitación sexual. En el caso del sádico, este efecto lo produce el sentimiento de poder sobre el otro, manifestado en acciones que buscan lastimar o humillar al compañero. En el caso del masoquista, la sumisión al dolor y a la humillación elimina, por un tiempo, la culpa que bloquea la entrega sexual. En la sumisión, se transfiere la culpa al abusador, lo cual permite a la victima simular inocencia.

En un nivel, el comportamiento abusivo expresa odio, el deseo de lastimar al otro, pero debemos reconocer que además existe un elemento de amor. Reich señaló la conexión entre el sadismo y el amor: creía que la acción sádica se origina en un deseo de contacto y cercanía. Comienza como un impulso de amor en el corazón pero, a medida que ese impulso se acerca a la superficie, lo tuercen las tensiones en la musculatura relacionadas con la ira suprimida, convirtiéndolo en un acto dañino. Es posible que la victima sienta esta dinámica, sobre lodo si el abusador es uno de los padres que esta actuando sobre su hijo/a. Lo que quiero decir es que es posible que un niño pequeño, sumamente sensible a los matices emocionales del comportamiento, se de cuenta de que el castigo o el abuso pretende ser un acto de amor. El amor se vuelve sádico cuando no se puede expresar. El reconocimiento de este hecho podría impedir que el niño sienta la plenitud de su ira contra el abusador. El niño también reconoce el dolor que siente el abusador y que le impide expresar amor con facilidad y libertad. Entonces, siente pena por el abusador y se identifica con él.

martes, 22 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 25


Capítulo 7 (continuación)

La mayoría de las relaciones comienzan con placer y sentimientos positivos que acercan a los individuos, pero, lamentable, es poco común que estos sentimientos se desarrollen y profundicen a lo largo de los años. El placer se desvanece, los sentimientos positivos pasan a ser negativos, y crecen los resentimientos, ya que sin la sensación de libertad e igualdad, el individuo se siente insatisfecho y atrapado. El enojo suprimido se actúa de una forma u otra, ya sea de manera psicológica o física, y esto hace que peligre la relación, que en este punto puede romperse, o bien la pareja buscará orientación psicológica con el fin de restablecer los sentimientos positivos que alguna vez existieron entre ellos. No conozco muchos casos en los que dicha orientación haya sido eficaz, ya que en general apunta a que los individuos se comprendan entre sí y hagan un esfuerzo por seguir juntos, pero en realidad mantiene la actitud neurótica de intentar hacer algo. Este intento no hace que amemos ni que nos amen más, no produce placer ni alegría. El amor es una cualidad del ser, del ser abiertos, no del hacer.

Podemos obtener una recompensa por intentar hacer algo, pero el amor no es una recompensa, sino que es la excitación y el placer que encuentran dos personas cuando se entregan a su atracción mutua.
Todas las relaciones amorosas comienzan con una entrega; por lo tanto, lo que impide la continuidad de las relaciones es que la entrega ha sido condicional y no total; a la persona, y no al self.

Escondemos, retenemos y negamos una parte del self por sentir culpa, vergüenza y miedo. Esa parte que retenemos, el enojo y el odio, es como un cáncer en la relación que la corroe lentamente. Es necesario extirpar ese cáncer, tarea de la que se encarga la terapia.
Nadie se merece el maltrato; solo le pasa a la persona que se encuentra en una relación de dependencia. Esta persona se convierte en un objeto fácil sobre el cual el otro individuo puede descargar toda su hostilidad, enojo y frustración, que provienen de sus experiencias tempranas con sus padres. El maltratado puede pasar a ser con mucha facilidad el que maltrata cuando hay un objeto adecuado sobre el que se puede actuar el enojo y el odio suprimidos.

Si de adultos dependemos de otra persona para alcanzar la satisfacción de nuestro ser, es decir, para hallar la felicidad, nos traicionamos a nosotros mismos y nos sentiremos traicionados por el otro. Por el contrario, si buscamos en nosotros mismos los buenos sentimientos que son posibles cuando estamos en contacto con nosotros mismos y nos entregamos al cuerpo, nadie podrá engañamos ni maltratamos. Nadie nos engañará porque no dependemos de otro para tener buenos sentimientos, y el respeto por nosotros mismos no permitirá que aceptemos el maltrato, con esta actitud, todas las relaciones resultan positivas, porque si no es así, les ponemos fin.

Las personas con mucha autoestima  y amor a sí mismas no están ni se sienten solas, ya que los demás se sienten atraídos hacia ellas por la energía y las vibraciones positivas que irradian. Al respetarse a sí mismas, imponen respeto y por lo general se las trata con respeto. Esto no significa que no sufran heridas en la vida. Nadie esta libre del dolor y las heridas, pero estos individuos se apartan de aquellas situaciones en las que se los lastima constantemente.

Si bien reconocemos que la alegría es muy deseable y la actitud de respeto por uno mismo es muy positiva, también debemos tener en cuenta que no son fáciles de lograr. La entrega al self y al cuerpo es un proceso muy doloroso al principio, ya que nos pone en contacto con el dolor que tenemos en el cuerpo. Cada tensión crónica del cuerpo es un área de dolor potencial: el que sentiríamos si intentáramos liberar la tensión. Debido al dolor, hay que trabajar lentamente con el cuerpo. Es un proceso similar al de devolver el calor a un dedo o un pie congelado. Aplicar demasiado calor de golpe haría que fluyera mucha sangre al área afectada, lo que destruiría las células contraídas del tejido y podría dar como resultado una gangrena. La expansión de un área contraída, que equivale a soltarse, no es algo que se logra de un solo golpe, sino de a poco, con tiempo, para que los tejidos y su personalidad puedan adaptarse a un nivel mas alto de excitación y a una mayor libertad de movimiento y expresión. Pero por más que se trabaje con lentitud, el dolor es inevitable, pues cada paso en la expansión o crecimiento implica una experiencia inicial de dolor, que desaparece a medida que la relajación o expansión se integra a la personalidad.

Por lo general, el dolor emocional, que es menos concreto, resulta mas difícil de aceptar y tolerar que el dolor físico, que es más localizado. El dolor emocional se siente en todo el cuerpo, en todo nuestro ser; es siempre la perdida de amor. Podemos recibir diferentes heridas emocionales; nos pueden rechazar, humillar, negar, nos pueden agredir físicamente o con palabras, pero cada uno de estos traumas a la personalidad es en realidad , una perdida de amor. Si alguien con quien no tenemos ninguna conexión emocional nos hiere físicamente, el dolor va a ser solo físico; podemos sentir ese dolor en todo el cuerpo, pero no es tan profundo como el dolor emocional. Cuando se corta una conexión de amor, nos quedamos sin una fuente de vida y excitación placentera. Se contrae todo el organismo, incluso el corazón. Tenemos la sensación de que toda nuestra vida esta amenazada, lo que nos produce miedo. Sobrevivimos a esta amenaza que se cierne sobre nuestra existencia porque no se cortaron absolutamente todas las conexiones de amor. Y, excepto en el caso de los bebés, por lo general se pueden establecer conexiones con otras criaturas, con la naturaleza, con el universo, con Dios. No creo que ningún ser humano pueda sobrevivir sin alguna conexión.

Los individuos que sobrevivieron a la perdida de amor durante la niñez tienen mucho miedo de romper una conexión. Algunos llegan a decir que prefieren una mala relación antes que ninguna. La mera idea de estar solas es aterradora para muchas personas; despierta sentimientos que tenían en la niñez, cuando sobrevivir dependía de formar parte de una familia; y se relaciona con el hecho de que estar solos nos obliga a mantener una relación muy intima con nuestro self. Si nuestro self es débil, inseguro y dubitativo, no nos resultara agradable estar a solas con él. Pero la inseguridad que hace que a una persona le cueste mucho vivir sola también la afecta en su vida con otro. Necesitamos una conexión para reducir el dolor emocional, pero éste nunca se libera a través de otro. Nos volvemos cada vez más dependientes. Y esto termina en el abuso físico, que muchas personas parecen preferir antes que sufrir el dolor emocional de estar solas.

El dolor emocional se descarga llorando, lo que libera al cuerpo del estado de contracción crónica. Para que el llanto sea eficaz, debe ser tan profundo como el dolor, y debe estar ligado a la convicción de que no tiene sentido buscar a alguien para que nos devuelva la dicha de la niñez, la inocencia y la libertad. Al mismo tiempo, debemos construir un self más fuerte energizando el cuerpo y sintiendo nuestro enojo.

El problema de un individuo siempre se manifiesta en el cuerpo, ya que eso es lo que somos. En el análisis bioenergético, la terapia siempre comienza con un análisis del malestar corporal, que después se relaciona con el problema psicológico que presenta la persona. Son pocas las personas que tienen conciencia de la medida en que la dinámica de la energía del cuerpo condiciona el comportamiento y los sentimientos. El primer paso en cualquier terapia integrada (es decir, una terapia en la que participe tanto el cuerpo como la mente) es ayudar al paciente a sentir las tensiones en el cuerpo y a comprender las conexiones entre ellas y su problema psicológico. La mayoría de los pacientes presentan un problema psicológico y tienen muy poca o ninguna conciencia de su conexión con el cuerpo. Solo sentimos alegría cuando somos fieles a nosotros mismos.

Golpear a un niño constituye en cualquier circunstancia un maltrato físico y es algo que nadie debe permitir. Da resultado porque el niño se aterroriza, como le pasaría a cualquiera que se  siente impotente ante el poder destructivo de un superior. Si ese superior es un padre/madre de quien depende el niño, el temor queda arraigado en la personalidad. Cuando el niño se convierte en adulto, tiene dos caminos posibles. Uno de ellos consiste en adoptar una posición pasiva y desde allí esperar ganar reconocimiento y amor por ser bueno, lo que implica hacer cosas buenas a los demás, exigir muy poco y no causar problemas.

El otro camino posible consiste en rebelarse y actuar la rabia que hay adentro, que es el que siguen los individuos que maltratan a sus hijos y parejas. Algunos oscilan entre estos dos modelos según la situación. Los modelos neuróticos se mantienen merced a la ilusión de que alguien pueda damos el amor que deseamos con tanta desesperación. Pero nadie puede amar realmente a estos individuos, que están llenos de culpa y no se aman a sí mismos. Seria como echar agua en un colador. Es difícil amar a alguien que no siente alegría por su propio ser, y por lo tanto, no puede responder a ese amor con alegría.

El fracaso de las relaciones: tiende a hacer que los individuos pasivos se vuelvan mas pasivos y que los que sienten enojo se vuelvan aún más agresivos. Si la persona niega la traición, aunque lo haga en forma inconsciente, se traiciona a sí misma y así se prepara para repetir la experiencia de la niñez.

¿Que motivo puede llevar a un padre a pegarle a su hijo hasta quebrantarle el espíritu?
A lo largo de todo este trabajo, hice hincapié en el hecho de que la culpa está conectada directamente con la supresión del enojo. Esa supresión debilita los buenos sentimientos del cuerpo. En su lugar, sentimos la presencia de un elemento perturbador, que nos molesta. La sensación de que algo está mal constituye la base del sentimiento de culpa. No podemos sentirnos culpables cuando nos sentimos bien con nuestro self. A la sensación de que hay algo que está mal se le suma un juicio que emitimos sobre el self, en el que determinamos que deberíamos hacer más, esforzarnos más, ser más responsables de los demás.

Cuando una mujer suprime su enojo frente a su padre porque éste traicionó su amor, lo trasfiere a todos los hombres. Aunque no realice una actuación consciente de ese enojo, éste emerge en formas sutiles como para destruir la relación. De la misma manera, los hombres que suprimen el enojo hacia su madre, que los dominó o nos los protegió de un padre hostil, proyectan ese enojo sobre todas las mujeres, que representan la madre seductora y, al mismo tiempo, castradora. El hombre no se siente libre de ser él mismo hasta que no exprese su enojo, lo que obstaculiza sus relaciones con mujeres.

Culpamos a nuestra pareja por la falta de satisfacción en la relación, que en realidad proviene de una insatisfacción en nosotros mismos. Culpar a la pareja es traicionar el amor que recibimos. Para que una relación amorosa funcione, tenemos que darle un sentimiento de alegría, y esto exige que no sintamos culpa y así podamos expresar todos los sentimientos en forma directa y apropiada. Para eso, debemos alcanzar un conocimiento profundo de nuestro self, que es el objetivo de la terapia.

martes, 15 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 24


7. La traición al amor


Por lo general, a medida que los pacientes se conectan más con sí mismos y con los acontecimientos de la niñez, toman conciencia de que se sienten traicionados por sus padres, lo que les provoca un enojo intenso. Después de dos años y medio de terapia, María dijo: “¡ Me siento tan traicionada por mi padre! Me uso... Yo lo amaba y el me uso sexualmente. Cuando me conecto con la pelvis, siento como me traicionó. No entiendo porque los hombres hacen eso”. Luego agrego: “Me siento como un animal. Estoy tan enojada. Quiero morder pero me da miedo concentrar ese sentimiento en el pene.”

Aceptar el amor de una mujer sin retribuirlo o sin mostrar respeto es usarla. Este comportamiento, independientemente de que fuera o no abuso sexual, constituía una traición al amor y la confianza que el niño les tiene a los padres. Por supuesto que cada vez que un padre u otro individuo abusa sexualmente de un niño, está traicionando el amor y la confianza de ese niño. Pero también creo que toda traición lleva consigo un elemento de abuso sexual, ya sea actuado abiertamente o sugerido en forma encubierta.

Como vimos en el capitulo sobre el enojo, cada uno actúa sobre los indefensos y dependientes los agravios y traumas que recibió cuando era, el mismo, un niño indefenso y dependiente.
El uso del poder en contra de otro siempre tiene connotaciones sexuales. Los padres usan su poder para disciplinar a su hijo y convertirlo en un “buen” niño” y, mas tarde, en un “buen” adulto. Ser malo, por otra parte, no significa ser negativo u hostil sino ser sexual. Un “buen” niño es sumiso y hace lo que se le dice. Se le promete amor a cambio de ese comportamiento, lo que constituye una promesa falsa ya que todo lo que recibe es aprobación, y no amor. El amor no puede estar condicionado. El amor condicionado no es un amor verdadero.

Debemos admitir, en defensa de los padres, que es necesario imponer alguna disciplina para mantener algún tipo de orden en el hogar y evitar que un niño pequeño se lastime. Pero disciplinar a un niño es una cosa y quebrantarlo es otra. Las personas que vienen a terapia son individuos a quienes les dañaron o les quebrantaron el espíritu, que también es el caso de muchos que no vienen a terapia. Sin darse cuenta, la mayoría los padres tratan a sus hijos de la misma forma en que sus padres los trataron a ellos. En algunos casos, lo hacen a pesar de oír una voz en ellos que les dice que eso no esta bien. Por lo general, un niño que sufrió abusos se convierte en un padre abusivo, ya que la dinámica de ese comportamiento se estructura en su cuerpo. Los niños que fueron tratados con violencia son, en general, violentos con sus propios hijos, que son objetos fáciles sobre quienes liberar el enojo suprimido. Con el tiempo, los niños se identifican con los padres y justifican el comportamiento de estos considerándolo necesario y protector.

Creo que hay algo perverso en el hecho de que una persona siga manteniendo una relación de maltrato. En un nivel, representa la actuación de sentimientos autodestructivos que tienen su origen en una sensación profunda de culpa y vergüenza.
Para María, ella no se merecía el amor verdadero de un hombre porque no es pura. Haber estado expuestas a la sexualidad adulta cuando aun era inocente la “ensució”. Esta culpa tan profunda no les permite entregarse a su propia sexualidad, que es la forma natural de expresar el amor adulto. En lugar de entregarse al self, se entregan a un hombre, lo que les permite experimentar cierta alegría y creer que aman. Pero estas relaciones no funcionan; repiten la experiencia que en la infancia se tuvo con el padre: la entrega y la traición.

La compulsión de repetición, como la llamaba Freud, tiene la fuerza del destino. Ahora esta máxima se ha vuelto muy conocida: “Nos vemos obligados a repetir lo que no recordamos”.

La mujer se ve traicionada por el hecho de que el hombre que ama no es ningún caballero de reluciente armadura sino un varón enojado que, a su vez, se siente traicionado por las mujeres. Su historia revelaría que fue traicionado por su madre que, en nombre del amor, lo usó y abusó de él. Ahora lo usa otra mujer que espera que él sea su salvador, su protector y su proveedor. Al mismo tiempo, él se da cuenta de que la persona con la que tiene un vinculo sexual es una niña y no una mujer. En algún nivel, siente que lo engañaron, lo que desata su enojo, mientras que en otro nivel, siente el poder que tiene de herirla y abusar de ella. Actúa sobre su pareja, en forma consciente o inconsciente, la hostilidad que sentía hacia su madre, y la pareja se somete para demostrarle que no es como su madre y que realmente lo ama.

En casi todos los hombres de nuestra cultura existe el temor a la castración debido a la naturaleza endémica del problema del Edipo. Este temor esta relacionado con la culpa respecto de la sexualidad, pero solo en unos pocos casos la culpa llega a ser tan fuerte que lleva a un individuo a una posición masoquista.

La idea de que se puede amar a la persona que nos hostiga no resulta tan extraña si pensamos que durante la niñez el hostigador es el padre/madre, que al mismo tiempo nos ama.
En el próximo capitulo veremos que esto se aplica hasta en el caso del padre que abusa sexualmente de su hija.
El niño se queda atrapado por esa traición porque siente que es más el resultado de la debilidad que una expresión de agresión. Un niño, con su profunda sensibilidad, percibe el amor de su padre aún cuando éste lo lastime. Percibe los sentimientos que hay debajo de la superficie y confía en ellos. Es como si creyera que el maltrato es una expresión de amor.
“No me lastimarías si yo no te importara” es una convicción muy fuerte en los niños.

Si tenemos en cuenta que el niño es inocente, podemos entender que no pueda comprender ni enfrentar el mal. Sin embargo, seria ingenuo no admitir que el mal existe en el mundo humano. No existe en el mundo natural, ya que sus criaturas no probaron el fruto del árbol del conocimiento y no distinguen entre el bien y el mal, sino que hacen lo que es natural en la especie. El hombre comió el fruto prohibido y está condenado a luchar contra el mal. En algunas personas el mal es tan fuerte que se les nota en los ojos. Hace muchos años, iba con mi esposa en un subterráneo y al mirarle los ojos a una mujer que estaba sentada enfrente nuestro, quedamos impresionados por la maldad que reflejaban.

El odio no es malo, así como el amor no es bueno. Son emociones naturales que resultan apropiadas en determinadas situaciones. Amamos la verdad, odiamos la hipocresía. Amamos lo que nos da placer, odiamos lo que nos causa dolor. Existe una relación polar entre estas dos emociones, al igual que en el caso del enojo y el miedo.  No podemos estar enojados y asustados en el mismo momento, aunque podemos oscilar entre estos dos sentimientos según lo requiera la situación. Así, en un momento dado estamos enojados y preparados para atacar, pero luego ese impulso se diluye y nos asustamos y queremos replegarnos. Por lo tanto, podemos amar y odiar, pero no al mismo tiempo. La anticipación del placer nos inspira y nos abre. Nos expandimos y sentimos calidez. Si aumenta el entusiasmo, sentimos afecto y receptividad. Sufrir una herida cuando nos encontramos en este estado hace que el cuerpo se contraiga y se repliegue. Si la herida es profunda, la contracción puede producir una sensación de frío, de congelamiento en el cuerpo. Para generar una contracción tan fuerte, es necesario que la herida provenga de alguien a quien amamos. Cabe decir, entonces, que el odio es el amor congelado

Cuando nos hiere alguien a quien amamos, nuestra primera reacción es llorar; como hemos visto, ésta seria la respuesta de un bebé ante el dolor y el malestar. La reacción natural de un niño más grande seria enojarse para eliminar la causa del malestar y recuperar un sentimiento positivo en el cuerpo. El objetivo de las dos reacciones es restablecer la conexión de amor con las personas importantes (padres, niñeras y compañeros de juego). Si no se logra esa conexión, el niño permanece en un estado de contracción, y no puede abrirse y salir de si mismo. Su amor está congelado, se convirtió en odio. Si es posible expresar ese odio, se rompe el hielo y se restablece el flujo de sentimientos positivos.

Son pocos los padres que toleran el enojo de un hijo, y muchos menos los que toleran la expresión del odio. Al no poder expresar el odio, el niño se siente mal y se considera malo; no es que se sienta un ser maligno o perverso, sino que no se siente un “buen niño”. Al padre/madre que causó todos estos problemas al hijo se lo considera una persona buena y justa, a quien se le debe obediencia y sumisión. Esta sumisión pasa a sustituir al amor. El niño dice: “Amo a mi madre”, pero es posible ver en su cuerpo la falta de amor, de calidez, de entusiasmo placentero, de apertura. Es un amor que surge de la culpa y no de la alegría. El niño se siente culpable por odiar a su madre.

Creo que ninguna persona puede entregarse por completo al amor a menos que acepte y exprese su odio, que se convierte en una fuerza maligna solo cuando se lo niega y se lo proyecta sobre otras personas inocentes. Predicaren contra del odio es, para mi, inútil, es como pedirle a un témpano que se derrita de amor. Si queremos ayudar a que las personas se liberen de las emociones negativas, es necesario comprender las fuerzas que dan origen a tales emociones; y para eso, primero debemos aceptar la realidad de esos sentimientos y no juzgarlos.

Hay odio en todos mis pacientes y tienen que expresarlo, pero primero tienen que sentirlo y reconocerlo como la respuesta natural a la traición al amor. Deben sentir la profundidad de las heridas psicológicas y físicas para justificar la expresión de ese sentimiento. Cuando el paciente siente realmente la herida y es consciente de la traición, le doy una toalla para que la retuerza cuando está recostado sobre la cama. Le sugiero que mientras la retuerce, la mire y diga: “Me odiabas, no?” Una vez que es capaz de expresar ese sentimiento, no le resulta difícil decir: “Y yo también te odio”. En muchos casos, esto sale espontáneamente.

Al sentir ese odio, es posible movilizar un enojo más fuerte en el ejercicio de los golpes. Pero la expresión, por si sola, no transforma la personalidad. Aceptar todos los sentimientos que uno experimenta, expresarlos, lograr la autorregulación, son hitos a lo largo del camino que recorremos durante nuestro viaje de autodescubrimiento.

En este proceso de autodescubrimiento, el análisis del comportamiento y del carácter es la brújula que nos señala la dirección correcta. Debemos comprender el cómo y el porqué del comportamiento para cambiarlo. Siempre debemos comenzar por reconocer y aceptar la inocencia del niño, que no tiene conocimiento de los complejos problemas psicológicos de la personalidad humana.
El amor que un niño siente por el padre/madre, que es la contracara del amor del padre/madre por su hijo, está tan arraigado en la naturaleza que se necesita bastante sofisticación por parte del niño para cuestionarlo. Hasta ese momento, el niño cree que el abuso y la falta de amor se deben a que él ha hecho algo malo, conclusión a la que no resulta difícil llegar. Por lo general, los conflictos entre los padres se proyectan sobre el niño; uno de los padres acusa al otro de ser demasiado indulgente, lo que hace que el niño se de cuenta de que no puede satisfacer a ambos. A menudo, el niño se convierte en el símbolo, y también en el chivo expiatorio de los problemas matrimoniales, y muchas veces, aunque está en el medio, se ve obligado a ponerse del lado de alguno de sus padres.

Conozco muy pocas personas que dejaron atrás la niñez sin la sensación muy fuerte de que había algo malo en ellos, de que no eran lo que debían ser. Imaginan que si amaran más, si se esforzaran mas, si fueran mas sumisas, todo estaría bien. Estas personas intentan satisfacer al otro y es un gran golpe para ellas ver que eso no funciona.

Las relaciones sanas entre los adultos están basadas en la libertad y la igualdad. La libertad es el derecho que tiene cada uno de expresar sin restricciones sus necesidades y deseos; la igualdad implica que dentro de la relación cada persona existe para sí misma, y no para servir al otro. Si una persona no puede decir lo que siente, no es libre; si tiene que servir a la otra, no está en situación de igualdad. Pero hay demasiadas personas que no sienten que tienen estos derechos. De niños, los censuraron por exigir la satisfacción de sus necesidades y deseos; los calificaron de egoístas y desconsiderados; y los hicieron sentir culpables por dar más prioridad a sus deseos que a los de sus padres.

Como ya  conté anteriormente, cuando una de mis pacientes, de niña, le dijo un día a su madre que estaba triste, la respuesta que recibió fue: “No estamos aquí para ser felices sino para hacer lo que se nos exige”. Esta paciente terminó siendo la madre de su madre, que es algo que les ocurre a muchas niñas y las priva del derecho de realizarse y sentirse felices. Esta traición al amor por parte de uno de los padres provoca en el niño un enojo muy fuerte contra ese padre/madre, y no lo puede expresar. El enojo suprimido congela el amor del niño, que se convierte en odio y hace que el niño se sienta culpable y se vuelva sumiso. Ninguna persona puede sentirse libre e igual si no libera esos sentimientos de enojo y odio, que perduran en las relaciones de adultos. 

martes, 8 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 23

Capítulo 6 (continuación)

Las personas se enamoran genuinamente y experimentan la alegría de la entrega en forma temporaria. No perdura porque era más necesidad que amor, pero esto no explica el hecho de que la persona enamorada lo viva como verdadero cariño. Yo podría explicarlo diciendo que el enamoramiento tiene un componente regresivo que proviene de la infancia, cuando ese amor era un compromiso cabal. La persona vuelve a experimentar el amor que una vez sintió por la madre o el padre, pero al hacerlo retrocede en una parte de su personalidad hasta llegar a ser un niño nuevamente. En este aspecto de su personalidad, busca el apoyo y el estimulo que entonces necesitaba. Así, si bien el sentimiento del amor es genuino, no proviene de una entrega al cuerpo y al self, sino del abandono de la posición adulta, que implica valerse por si mismo, solo, y asumir con responsabilidad los buenos sentimientos propios.

Creo que es responsabilidad del terapeuta confrontar al paciente con la verdad de su actitud, por supuesto, con un sentimiento de empatía, que lo ayude a comprender.

El varón está atrapado en una constelación edípica y se erige como un rival de su padre. Si se entrega de lleno al amor que siente por su madre, se arriesga a que ella se apodere de él y lo convierta en “el bebé de mamá”, apartándolo del padre. Si la rechaza, se arriesga a que se muestre hostil con él y le retire su amor y el apoyo que todavía necesita.

Cuando un hijo se erige como rival de su padre, se vuelve vulnerable a los celos y la ira de este ultimo. Comienza a temerle, porque siente que competir con él provoca su hostilidad. No competir implica perder el amor de su madre. El interés sexual de ésta por él alaba su ego y excita su cuerpo, y resulta muy difícil resistirse, pero ceder a la seducción y entregarse a la excitación lo conduciría a una relación sexual con su madre, perspectiva aterradora y peligrosa. Esto es lo que le sucedió a Edipo, quien ignorando su verdadera identidad, mató a su padre y se caso con su madre. Su sino fue trágico. Para evitar este peligro, el niño debe cortar todo deseo sexual por su madre y, como consecuencia, se siente psicológicamente castrado.

La inocencia perdida no se recobra, pero si se puede eliminar la culpa devolviendo a la autoexpresión su plenitud y libertad, incluso la expresión del deseo sexual.

La conciencia de uno mismo es una fuerza alienante, por cuanto lo obliga a uno a ser consciente de su separatividad. En el hogar uno era parte de la familia y encontró su identidad a partir de la posición que ocupaba en ese grupo. Esa identidad pierde relativamente significado en la escuela, donde el niño es uno más entre muchos. En este ámbito, entablará con uno o más de sus pares nuevos lazos, basados en el hecho de que comparten una situación común e intereses y sentimientos similares. Estos vínculos pueden ser muy fuertes, así como el sentimiento de amor entre dos niños. El niño todavía conserva el apego por su familia, pero este amor, si es sano, lo libera y sostiene en su proceder para entablar relaciones con sus pares. Si el niño está aferrado a su familia, no puede relacionarse con sus pares. Si se vio privado de amor en el hogar, se volverá dependiente e inseguro con sus nuevos amigos. Si lo hicieron sentirse especial en el hogar, competirá con sus nuevas relaciones y buscara dominarlas. En uno u otro caso, sus amistades no le ofrecerán la felicidad que anhela.

El amor en una relación sana y amistosa entre dos niños fortalece el sentido individual del self. Se diferencia del amor que siente el niño por el padre del sexo opuesto, en el cual, como hemos visto, hay una entrega del self. El sexo no está ausente en estas relaciones ya que es un hecho de la vida, pero su impulso se reduce en gran medida, de manera que el nuevo sentido consciente del self puede desarrollarse y alcanzar su madurez.

En los primeros tiempos de la teoría psicoanalítica, Freud postuló la existencia de dos instintos antitéticos que describió como el instinto de autopreservación o instinto egoico y el de preservación de la especie o instinto sexual. No se puede negar que estas dos fuerzas existen en la personalidad, no importan como se las describa. En un adulto, son fuerzas polares que representan una carga energética del cuerpo que palpita entre los polos superior e inferior, entre la cabeza con sus funciones egoicas y la pelvis con sus funciones sexuales. Como cualquier actividad pendular, en ningún extremo la carga puede ser mayor que en el otro. Así, en términos de la carga energética, el ego no puede ser mas fuerte que su contrapartida, la sexualidad.

Este principio parecería refutado por los individuos narcisistas, en quienes un egoísmo exagerado se asocia con una potencia sexual disminuida. Sin embargo, su grandiosidad no demuestra una verdadera fuerza del ego, todo lo contrario. La imagen del ego pomposo se agranda para compensar la impotencia sexual.
La verdadera fuerza del ego se manifiesta en la mirada, que es directa, sostenida y fuerte. Esta mirada proviene de una fuerte carga energética en los ojos y se corresponde con una carga similar en el segmento genital. Dicha equivalencia está expresada en un dicho popular “Ojos ardientes, cola caliente”. Los ojos brillantes también denotan un ego fuerte, que esta enraizado con el cuerpo y que proviene de los sentimientos de placer y gozo que experimenta la persona. Siempre se adivina cuando alguien esta enamorado por el brillo de sus ojos.

El amor adulto no es una entrega del self, sino una entrega al self.  El ego entrega su hegemonía sobre la personalidad al corazón, pero en esta entrega no se ve eliminado. Más bien se ve reforzado, porque sus raíces en el cuerpo se alimentan de la alegría que éste siente. Cuando decimos “(yo)te amo”, el “yo” se vuelve tan fuerte como el sentimiento de amor. Se puede decir que el amor maduro es una autoafirmación.

Es imposible tener una relación amorosa madura a menos que uno sea una persona madura, capaz de valerse por si mismo, solo, si fuera necesario, y de expresar los sentimientos libre y completamente. Este amor no es egoísta, porque la persona se comparte entera. Se centra en el self, pero esto hace que la relación sea apasionante, pues cada una de las partes es un individuo con un self único que comparte con su pareja. En tal relación, la gratificación sexual es mutuamente satisfactoria y agradable.

Este punto de vista va en contra de la famosa idea de que en el amor uno, debe estar siempre dispuesto para el otro. Esto conduce a que ambos se sirvan en lugar de compartirse. Uno comparte con un igual, pero sirve a un superior. Estas relaciones amorosas pierden pronto la excitación y la parte que es servida termina buscando fuera la pasión amorosa que le falta en su matrimonio. Cuando esto ocurre, el cónyuge abandonado intenta con ahínco servir mejor, hacer que la relación funcione, ser lo que su pareja necesita.

La entrega no es algo que uno puede realizar por un acto de la voluntad, ya que requiere renunciar a ella. La voluntad es un mecanismo de supervivencia.
Así como uno se enamora, puede desenamorarse y eso ocurre muy a menudo, porque nos desilusionamos si la otra persona no puede satisfacemos. No nos damos cuenta de que nadie más que nosotros mismos puede satisfacernos y de que nuestra gratificación proviene de estar totalmente abiertos a nosotros mismos y a la vida. Cuando la flecha del amor atraviesa nuestra coraza y llega a nuestro corazón, nos abrimos a la vida y la alegría, pero no nos mantenemos abiertos.

Nuestro ego reafirma su poder con fuerza, cuestiona, desconfía y controla. Vemos la apertura como una brecha o herida en nuestra posición de defensa, que debemos cerrar o sanar. Enamorarse no es la respuesta, si lo es estar enamorado, es decir, estar abierto. Primero es necesario abrimos a nosotros mismos, a nuestros más profundos sentimientos, y para ello necesitamos estar libres de miedo, vergüenza o culpa.

El miedo socava la capacidad para entregarse al amor. No es un miedo racional, sino que se origina y cobra sentido solo en términos de la experiencia individual de la infancia. Sin embargo, seguirá siendo poderoso en tanto sigamos actuando como si nos encontráramos en la misma situación de la niñez.

La madurez es la etapa en la vida en la que uno se conoce y se acepta a si mismo. Conoce sus miedos, debilidades y maniobras, y los acepta. No creo que llegue alguna vez al punto en que se sienta completamente libre de los efectos traumáticos del pasado, pero ya no está pendiente de ellos. Aceptar no significa ser impotente. Debido a que los problemas están estructurados en el cuerpo en forma de tensiones crónicas, uno puede trabajar con el cuerpo para liberarlas. Los diferentes ejercicios bioenergéticos que empleamos en la terapia pueden practicarse en el hogar. Esto es posible si la persona ha trabajado con terapia bioenergética y sabe como aplicarlos. Aceptar también significa que uno pierde toda vergüenza acerca de sus dificultades o problemas.

La vergüenza se asemeja a la culpa en que restringe la libertad de ser uno mismo y de expresarse a si mismo. Todos nosotros, habitantes de países civilizados, sentimos cierta vergüenza de nuestro cuerpo y sus funciones animales, principalmente de la sexualidad, pero son pocos los pacientes que hablan de su vergüenza. Se sienten muy avergonzados de hablar de su vergüenza y, como son seres complicados, la niegan. La expresión de sí mismo no se limita a los sentimientos de tristeza y de rabia. La mayoría de las personas tienen algunos secretos oscuros que tienen vergüenza de revelar, y en ocasiones llegan incluso a esconderlos de sí mismos. Los miedos, la envidia, la aversión, las repulsiones y las atracciones, cuando se esconden por vergüenza, se convierten en importantes barreras que impiden entregarse al amor.

La culpa se diferencia de la vergüenza en que está relacionada con sentimientos y acciones mal vistos moralmente, en lugar de relacionarse con algo sucio o inferior. Pero la mayoría de las personas que vienen a la terapia hoy en día son sofisticadas desde un punto de vista psicológico y niegan todo sentimiento de culpa. Luego de ésta negación, uno no puede hablar de ello, lo cual le vuelve difícil liberarse de sus obsesiones. Se les hace creer a los niños que los sentimientos de ira y sexualidad, cuando se dirigen a los padres, son malos moralmente. El miedo se vincula tanto con la culpa como con la vergüenza.

La entrega al amor involucra la capacidad de compartirse enteramente con el otro. El amor no es una cuestión de dar sino de estar abierto; pero esa apertura tiene que iniciarse por uno mismo, para luego pasar al otro. Implica estar en contacto con los sentimientos mas profundos de uno y expresarlos en forma adecuada.



miércoles, 26 de octubre de 2016

El Gozo, parte 22


6. La entrega al amor

Casi todos hemos experimentado la felicidad de estar enamorados en algún momento de nuestra vida. El amor ha sido descrito como el sentimiento mas fabuloso y el mas tierno, como el misterio que da a la vida su significado más rico. Pero también se lo reconoce como la fuente de nuestro dolor más intenso, cuando el amor que sentimos es rechazado o se pierde. Esto es comprensible ya que el amor es un vinculo vital con una fuente de vida y de gozo, ya sea que esa fuente esté representada por un individuo, una comunidad, la naturaleza, el universo o Dios. La disolución de este vínculo se vive, por lo tanto, como una amenaza a la vida, puesto que el amor también es una apertura y una expansión del self para incluir al mundo; la pérdida del amor trae como consecuencia una contracción y un aislamiento que resultan tan dolorosos como fue gozoso el amor. Al dolor de esta perdida del amor lo he llamado desconsuelo. Desafortunadamente, puede durar y a menudo dura más tiempo que el gozo del amor, porque el individuo se vuelve temeroso de abrirse y buscar el amor otra vez. El anhelo de amor permanece en el corazón pero no se puede satisfacer mientras persiste el miedo a la pérdida o al rechazo .

La relación que mejor simboliza un vinculo amoroso es la que existe entre una madre y su hijo. En el mundo natural una pérdida de este vinculo es fatal para el bebé si no encuentra una madre sustituta. Cuando la relación es segura, el bebé se siente satisfecho en su ser y se convertirá en un adulto que puede establecer un vinculo positivo similar de vida con otro individuo en el proceso de formación de pareja.

Una persona no puede ordenarse a si misma amar ni enamorarse. Sucede de modo espontáneo, cuando los individuos que se encuentran notan de pronto que sus corazones laten al mismo ritmo y sus cuerpos vibran en el mismo grado. Puede ocurrir por contacto visual o de algún otro tipo, pero solo cuando la carga de ese contacto es lo suficientemente fuerte como para hacer que el corazón lata, que se acelere el pulso y vibre el cuerpo con una agradable excitación.
Es la excitación de haber encontrado un paraíso perdido, el paraíso que se perdió cuando el vinculo amoroso con nuestra madre se quebró por primera vez.

Ningún niño puede conservar el vinculo amoroso con su madre en forma indefinida. Su destino lo forzará a separarse, a salir al mundo, a buscar una pareja con la cual restablecer un vínculo amoroso que se verá satisfecho en el abrazo sexual y la llegada de la progenie. El niño satisfecho en su etapa oral estará abierto al amor y pasará con facilidad a la posición genital.

El pasaje a la adultez se produce luego de un periodo latencia durante el cual el individuo establece vínculos positivos con amigos, y luego en la adolescencia, cuando entabla relaciones amorosas románticas con el sexo opuesto. Pero, satisfechos o no, todos debemos pasar a una posición adulta por los imperativos biológicos de nuestra naturaleza. Si estamos insatisfechos o hemos sido profundamente lastimados en nuestra infancia, nuestra actitud hacia una relación amorosa madura y nuestro salir al mundo serán vacilantes, y nuestra apertura a la vida se vera  reducida. Podremos enamorarnos, porque el amor es nuestro recurso vital, pero la entrega será solo temporaria. Un aflojamiento momentáneo del control del ego en nuestra continua lucha por la supervivencia.

Esta falta de capacidad para entregarse al amor, al corazón, es la raíz de todos los problemas emocionales que tienen las personas y que presentan en la terapia. El individuo que salió lastimado en sus primeras relaciones con los padres ha erigido una serie de defensas para no ser lastimado nuevamente. A esta amenaza la percibe como una amenaza a la vida. Esas defensas no se encuentran solo en su vida consciente ya que, si así fuera, él podría renunciar a ellas a voluntad. Como ha convivido con ellas desde su niñez, se han convertido en parte de su personalidad, estructuradas en la dinámica energética de su cuerpo. Se ha encerrado en su coraza como un caballero de antaño para que la flecha del amor no pueda atravesar su corazón.

Para describirlo mejor, podemos decir que vive en un mundo cerrado, como un rey en su castillo, y aparentemente se encuentra seguro y resguardado mientras conserva su poder, pero está aislado del mundo de la naturaleza o los sentimientos naturales. Podrá aventurarse en la vida, pero lo hará como una incursión, acompañado por sus soldados de guardia. No tendrá fe en el amor de su gente porque la amarga experiencia le enseño que la traición es un peligro constante. Como todos los seres humanos, necesita del amor, pero también cree que necesita, en igual o incluso mayor medida, del poder. Para un rey, enamorarse es como caerse del caballo. Si eso ocurre, volverá a montar rápidamente para recobrar su posición de poder.

La analogía es valida, ya que en la jerarquía de las funciones de la personalidad, el ego se ve a sí mismo como un rey. El rey podría decir: “Soy el siervo de mi pueblo”, pero en realidad su pueblo lo sirve a él. El ego debería servir al corazón, pero en la mayoría de los individuos el amor se encuentra al servicio del ego, con el fin de aumentar su poder y su sensación de seguridad. Para mucha gente, el amor es tanto la búsqueda del placer y la felicidad como la búsqueda de la seguridad. Siempre que una persona se siente necesitada, insegura o asustada, su búsqueda del amor se ve contaminada con deseos orales o infantiles insatisfechos, y no comparte el placer y la vida con el corazón.

Por otro lado, existen individuos que renuncian a su ego demasiado pronto. Estas personas no encuentran la gratificación que el amor promete porque se rinden a otra persona, no al self. Sin un ego, la persona se convierte en un niño que ve al otro como a un padre o madre para la satisfacción de sus necesidades, es decir, para su gratificación. Este tipo de entrega se ve en los cultos donde, como señalé con anterioridad, el miembro renuncia a su ego y a su self ante un líder todopoderoso y omnisapiente, que por supuesto es un padre o madre sustituto. Si bien la entrega le permite a la persona sentirse libre y feliz, se basa en su negación de que es un adulto, y el líder del culto, un niño emocional cuyo ego está agrandado con la ilusión de la omnisciencia y la omnipotencia. El derrumbe de este culto es inevitable y deja a todos sus integrantes desolados y desilusionados. Esto también ocurre en los matrimonios y las relaciones amorosas, donde la necesidad que el otro debe satisfacer es un aspecto fundamental del apego. Dichas relaciones son descritas como dependientes o codependientes, ya que cada uno necesita al otro. Esto no significa que no haya amor en ellas, sino que ese amor es infantil.

El miedo a entregarse al amor proviene del conflicto entre el ego y el corazón. Amamos con el corazón pero cuestionamos, dudamos y controlamos con el ego. El corazón puede decir “entrégate”, pero el ego dice “cuidado”, “no te descontroles”, “te abandonaran y te lastimaran”. El corazón, como órgano del amor, es también el órgano de la gratificación. El ego es el órgano de la supervivencia, lo cual es positivo, pero cuando el ego y la supervivencia dominan nuestra conducta, la verdadera entrega se hace imposible. Anhelamos el contacto que hace que nuestro espíritu se eleve, que nuestro corazón palpite más rápido y nuestros pies comiencen a bailar, pero el anhelo no se satisface porque nuestro espíritu está destrozado, nuestro corazón está encerrado y nuestros pies no tienen vida. La excitación y el calor del amor producen un efecto de derretimiento en el cuerpo. Uno puede experimentar de hecho esa sensación de derretimiento en la base del vientre cuando el amor es un componente principal del deseo sexual.

El amor ablanda a una persona; pero ser blando es ser vulnerable. De las personas que no pueden ablandarse con el amor se dice que tienen un corazón de piedra, pero el corazón no puede ser de piedra si debe bombear sangre por todo el cuerpo. La rigidez se encuentra en el sistema de la musculatura voluntaria, que encierra al cuerpo en una armadura como la que usaban los antiguos caballeros, e impide a la persona llorar profundamente, entregarse a su tristeza y, por lo tanto, entregarse al amor. Debido a que los niños pueden llorar profundamente, es que pueden amar en forma completa.

Cuando se nos aleja del niño que fuimos, del niño que hay en nosotros, quedamos aislados de la capacidad de amar. Pero esto no significa que debamos comportarnos como niños.
La entrega del ego representa la renuncia a sus defensas inconscientes, que bloquean la apertura y el salir a la vida. Sin embargo, no creo que exista ningún individuo por completo incapaz de sentir amor.
Mientras el corazón siga latiendo, el amor no esta muerto. El impulso de amar puede estar enterrado muy profundo y fuertemente suprimido, pero no puede estar del todo ausente.

La mayoría de las personas sienten algún deseo de amar y pueden salir en búsqueda de ese amor en alguna medida. Esto les permite sentir amor, pero debido a que su deseo es limitado y su búsqueda vacilante, no se ven colmados de la excitación que los elevaría hacia el gozo. Están demasiado asustados para entregarse por completo aunque, en la mayoría de los casos, no están en contacto con su miedo o su limitación. No son conscientes de la tensión de sus cuerpos, que restringe su capacidad para amar. Lo que sienten es un anhelo de amar, que no es lo mismo que la capacidad para amar.  Cuando conocen a alguien que responde a este anhelo, se aferran a esa persona como un adicto o un miembro de un culto. Sienten y creen que el otro tiene la llave que abrirá la puerta de su gratificación y, a pesar del dolor o la humillación que puedan sufrir en la relación, se les hace muy difícil liberarse. En mi opinión, este es el patrón normal en nuestra cultura, ya que la relación amorosa típica es insegura e incierta. Además, como no cumple la promesa de gozo que el amor ofrece, se convierte a la larga en desilusión y recriminación.

El que busca suele obsesionarse con una persona que se parece en algunos aspectos al “buen” progenitor, pero que también personifica muchas de las características del progenitor “malo”, que rechazó al niño o abuso de él. La gratificación no se puede lograr por medio de la regresión por más que ésta ayude a conectarse con el pasado y el niño que lleva dentro. Sin embargo, una vez que el niño despierta y se libera, debe integrárselo a la vida adulta.

 Para la mayor parte de las personas la cuestión no es si aman o no aman, sino si pueden amar con todo su ser. Eso seria esperar demasiado en una cultura como la nuestra, en la que la entrega al cuerpo es vista como un signo de debilidad. Esta entrega a medias al amor nos frustra pero, en lugar de reconocer la causa de nuestro fracaso, culpamos a nuestra pareja. Cierto es que el compromiso de esa pareja con la relación también fue a medias, por lo cual también ella nos culpara a nosotros. Desafortunadamente, no hay manera de lograr que estas relaciones descubran la felicidad que están buscando .

Las relaciones prosperan solamente cuando cada uno de sus integrantes vuelca un sentimiento de gozo en ellas. Intentar encontrar ese gozo a través de otro nunca funciona, a pesar de todas las canciones de amor que venden ese sueño. Amar es compartir, no es dar. El que ama comparte su propio ser por completo con la persona amada. Esto incluye tanto compartir el gozo como el sufrimiento. Como un placer compartido se duplica, al compartir el gozo el sentimiento se acrecienta hasta llegar al éxtasis en el abrazo sexual. Al compartir el sufrimiento, se divide el dolor. La alegría que uno comparte proviene de la entrega al propio cuerpo, no de la entrega al otro.

lunes, 17 de octubre de 2016

El Gozo, parte 21

Capítulo 5 (continuación)

De hecho, el trabajo bioenergético con las piernas comienza desde el principio de la terapia. Luego de los ejercicios de respiración sobre la banqueta, de inmediato sigue lo que se denomina un ejercicio de enraizamiento, en el cual el paciente se inclina hacia adelante hasta tocar el suelo con las puntas de los  dedos. Hemos descrito este ejercicio en el capitulo 2. Aquí lo menciono una vez más por su importancia para mantener al paciente conectado con su realidad, principalmente el suelo en el cual está parado, su cuerpo y la situación en la que se encuentra.

El enojo es un sentimiento muy vehemente y puede abrumar a algunas personas cuyo ego no es capaz de integrar la fuerte carga. Los pacientes esquizofrénicos pueden quedar escindidos si los desborda un sentimiento de enojo. Los fronterizos pueden volverse muy ansiosos. Esto es evitable si se presta constante atención al enraizamiento del paciente. Cuando siento que la carga emocional del ejercicio se vuelve tan intensa que puede tener dificultad para mantenerse en contacto con su realidad, detengo el ejercicio y lo hago enraizarse. Esto reduce la carga del cuerpo, de la misma manera que un cable a tierra en un circuito eléctrico impide que se funda un fusible.

También podemos usar las piernas para expresar enojo por medio de la patada, pero no es una expresión que empleen los adultos en general. Los niños pequeños patean a sus padres o amigos cuando se enojan, pero los adultos rara vez lo hacen.
Sin embargo, la patada cumple una función más importante, que es la de protestar. Me ocupe de esta acción expresiva en el capitulo 3. Es tan básica para el trabajo bioenergético que practico con mis pacientes que me extenderé sobre ella en este capítulo, ya que también constituye una expresión de enojo. En el lenguaje corriente, “patalear una situación” implica protestar acerca de ella. Todos tenemos muchos motivos para protestar por lo que nos hicieron, y es importante expresar esa protesta.

En la terapia bioenergética, se practica la patada como protesta de la siguiente manera: el paciente se tiende en la cama, estira las piernas, y patea la cama con las pantorrillas manteniendo cierto ritmo, una pierna tras la otra. Por lo general, pido a mis pacientes que utilicen palabras al tiempo que patean. La forma mas simple de protestar es preguntar “¿por qué?” Este sencillo ejercicio demuestra vividamente la capacidad de un paciente para expresar sus sentimientos. A muchos les resulta difícil al principio y algunos practican pero con poco sentimiento.
La incapacidad de estos pacientes para realizar el ejercicio en forma adecuada debe analizarse en términos de su historia. Puede mostrárseles que proviene de una infancia en la cual la expresión de protesta no estaba permitida.

Este ejercicio es fundamental en la terapia bioenergética. Si un individuo no puede protestar contra la violación de su derecho innato de autoexpresión, se transforma en una víctima cuya meta es la supervivencia, no la alegría. Una vez que el paciente acepta que tiene derecho a protestar, el siguiente paso es desarrollar su capacidad para que esa protesta sea efectiva.

Algunos pacientes emplean con fuerza la voz, pero la acción de sus piernas es débil e inoperante. En otros pacientes, la patada es bastante adecuada pero la voz es débil y poco convincente. Esta dificultad para coordinar la voz y el movimiento denota una separación de la personalidad entre el ego y el cuerpo, entre las funciones de la mitad superior del cuerpo y las de la mitad inferior. Ningún ejercicio es tan apto para este problema como el de la patada. Se emplea en forma regular en el transcurso de la terapia para ayudar al paciente a desarrollar la coordinación entre las dos mitades del cuerpo y adquirir libertad para expresar con vigor este sentimiento.

El problema de la apertura de la voz se analizo y se trato en el capitulo 3, donde el foco era la incapacidad para llorar; pero no es menos importante que una persona pueda gritar. A través del llanto, uno puede movilizar sentimientos en la boca del estomago, que vienen de lo mas profundo. Este tipo de llanto tiene gran resonancia y es de un tono bajo, profundo, asociado con la “rendición” o la entrega. El grito es un sonido de gran intensidad y de tono alto, que resuena con fuerza en las cámaras de aire de la cabeza. Es lo opuesto a la entrega y, por lo tanto, pertenece al reino de los sentimientos de enojo.

Al gritar, uno “vuela la cabeza”. La carga energética que asciende y termina en un grito inunda el ego y por un momento lo desborda. Es en ciertos aspectos opuesta a la carga que desciende como excitación sexual y culmina en el orgasmo. En ambas acciones, el cuerpo se libera del control del ego y ambas representan, por tanto, una rendición del mismo. Los niños pequeños no tienen mucho problema para gritar porque sus egos todavía no han asumido el pleno control de sus reacciones. Por igual razón, las mujeres gritan con mas facilidad que los hombres, aunque muchas temen soltar el control del ego. El grito es como una válvula de seguridad que permite la descarga de una excitación que no puede manejarse racionalmente. Puede emplearse de esta manera para reducir un estrés intolerable. Yo les aconsejo a mis pacientes que griten siempre que sientan demasiada presión en su interior.

Sin embargo, el objetivo de la terapia no es solo liberar la voz, sino coordinar la libertad de expresión vocal con una libertad igual de expresión física en el movimiento. El ejercicio de protesta es ideal para este propósito. Se le pide al paciente que patee con firmeza, ritmo y fuerza, al par que pregunta “¿por qué?”, sosteniendo el sonido tanto tiempo como le sea posible. Si se queda sin aire, debe continuar pateando mientras respira dos o tres veces y se prepara para decir nuevamente “¿por qué?”. En esta segunda expresión de su “¿por qué?”, la voz se eleva tanto en tono como en intensidad, y la patada se vuelve mas fuerte. Una vez más, al final de la respiración, continuará pateando mientras recupera el aliento. En la tercera repetición, el sonido del ¿por qué? se eleva hasta convertirse en un grito, mientras la patada llega al máximo de su velocidad y fuerza, con esta acción se busca aflojar la expresión de protesta. Si se lo logra, la liberación es completa y el resultado es un sentimiento de alegría.

No obstante, no es fácil lograrlo; la mayoría de las personas están demasiado asustadas para entregarse por completo al cuerpo. En otros casos, el ego se ve desbordado con rapidez y, si bien el paciente llega a gritar, es una expresión disociada, como una reacción histérica, que lo deja mas asustado aun. En este caso, puede replegarse por un momento, acurrucarse y llorar como un niño, luego de lo cual recobrara el autocontrol. Tal experiencia no es negativa ya que le permite darse cuenta de que su regresión y retraimiento son temporarios y de que necesita trabajar más para fortalecer el ego. Los pacientes que han sufrido abusos sexuales durante su niñez tienden a retraerse o a abandonar el cuerpo cuando los sentimientos se vuelven abrumadores. Si se practica este ejercicio de protesta con regularidad, se fortalece el ego conectándolo mejor al cuerpo, lo cual reduce la tendencia a la escisión.

Si la patada, y el grito se integran, el paciente no se escinde de su cuerpo. Pero para que la patada sea libre y efectiva, las piernas deben encontrarse relativamente libres de tensión crónica. Esto no es común, ya que la mayoría de las personas no sienten lo suficiente en las piernas y los pies y no están bien enraizadas. Su energía queda detenida en la cabeza y usan las piernas en forma mecánica. Caminan sobre las piernas y los pies en lugar de caminar con ellos. Sus piernas son muy delgadas o muy pesadas.

Patear es uno de los mejores ejercicios para obtener mas energía y mayor sensación en las piernas. Como ejercicio, pido a cada uno de mis pacientes que patee en forma regular en su casa como lo hace en mi consultorio donde, tendido en la cama, patea 200 veces rítmicamente, contando cada pierna por separado. Las rodillas se mantienen derechas pero sin rigidez, y la patada se da con la pantorrilla, no con el talón. La pierna debe elevarse tan alto como sea posible antes de cada golpe. Debido a que este es un ejercicio para abrir la pelvis, no es necesario acompañarlo de ninguna expresión vocal. La mayor parte de las personas no pueden ejecutar 200 patadas sin parar, y algunas tienen dificultades para llegar a las 100. Su respiración no es la adecuada para este ejercicio, pero con la practica, se vuelve mas profunda y mas libre y se facilitan los movimientos.

Como al correr, este ejercicio promueve la respiración y, por lo tanto, es aeróbico, pero, a diferencia del correr, no exige sostener peso alguno ni ejerce ninguna presión sobre las rodillas. Además, se puede practicar en la casa. Las personas que lo han realizado con regularidad han notado cambios importantes en las piernas y en el cuerpo. Disminuye la pesadez de los muslos, que muchas mujeres sufren, y las piernas cobran mejor forma. También la respiración mejora en gran medida con este ejercicio.

“¿Por qué?” no es la única frase que puede usarse mientras se patea. Decir “no” de la misma manera en que se dice “¿por qué?” es otro excelente medio para promover la autoexpresión. Muchas personas tienen dificultad para decir “no”, lo cual socava su sentido del self. Al decir “no” se crea un limite que protege el espacio y la integridad propios. Otra buena manera de autoexpresión son las palabras “¡Déjame en paz!”. Esta frase se refiere al sentimiento de muchos pacientes respecto al hecho de que sus padres no les dieron libertad para desarrollarse naturalmente.
Los pacientes que han pasado por tales experiencias necesitan vocalizar su protesta violentamente. Si se pronuncia con fuerza frases como “¡déjame en paz!” y “¿qué pretendes de mi?”, éstas ayudan a devolver a los pacientes el sentimiento de que tienen derecho a ser libres, a ser ellos mismos, a realizar su propio ser y no el de sus padres.

Si no goza de ese derecho, la capacidad de amar de una persona se ve seriamente impedida. Muy a menudo, el amor que los pacientes dicen sentir hacia sus padres deriva de la culpa en lugar del placer y la alegría en su relación con sus padres. Uno no se sentirá gozoso en una relación en la cual no puede ser sincero consigo mismo. Cuando los padres dan a sus hijos esa libertad, reciben a cambio su verdadero amor. Pero solo los padres que sienten gozo en la relación con sus hijos pueden darles el amor que sirva de sostén al niño acompañándolo en su crecimiento hacia la realización de su ser.

Aconsejo a los pacientes no actuar sentimientos negativos contra sus padres, ya que dicha actuación no es adecuada ni los ayuda. Los traumas que sufrieron en la infancia pertenecen al pasado y no se pueden reparar mediante acciones del presente. El pasado no puede cambiarse, pero la terapia puede liberar a una persona de las restricciones y limitaciones de su ser que son consecuencia de los traumas del pasado.

Si bien estas limitaciones pueden reducirse en gran medida liberando y expresando los impulsos aprisionados, ello debe realizarse en un marco terapéutico y no debe volcarse en actuaciones presentes contra los padres u otros. Un individuo que se encuentra física y psicológicamente mutilado debido a la supresión forzada de sus impulsos naturales se libera y siente gozo cuando su cuerpo recupera su libertad y su gracia. Puede entonces amar de verdad y, de hecho, sentir un poco de amor hacia sus padres, que abusaron de él pero también le dieron la vida.

viernes, 7 de octubre de 2016

El Gozo, parte 20

Capítulo 5 (continuación)

Otro ejercicio que utilizo en situaciones grupales consiste en hacer que los participantes dirijan su enojo contra mi. En este caso, el grupo se sienta en circulo mientras yo me paro o me acuclillo ante cada uno por turno, le pido al participante que levante los dos puños, proyecte la mandíbula hacia adelante, abra mucho los ojos y diga, mientras sacude los puños contra mi: “¡Te mataria!”. Este ejercicio apunta a causar una mirada de enojo, que resulta muy difícil a la mayoría de las personas. Si alguien dice que no siente rabia hacia mi, le contesto que no me lo tomo como algo personal. Digamos que es como estar actuando, pero los actores deben poder volcar sentimientos reales en lo que hacen. Nunca nadie me ha atacado, pero me mantengo fuera del alcance de los golpes y el hecho de que ellos estén sentados me ofrece mas protección. Cuando practico este ejercicio incluso estando solo, de inmediato siento que se me eriza el pelo en el cuello y en la cabeza. Las orejas se mueven hacia atrás, mi boca gruñe y siento con cuanta facilidad podría atacar a alguien. Cuando abandono la expresión, al momento el sentimiento se desvanece. Esto me ha convencido de que sentir equivale a activar la musculatura adecuada. La falta de capacidad de algunas personas para movilizar los músculos es lo que provoca la ausencia del sentimiento de enojo. Igualmente cierto es que la falta de capacidad para activar los músculos que producen los sonidos del llanto les dificulta sentir tristeza.

Los ojos cumplen un papel muy importante en el sentimiento del enojo. He comprobado que las personas cuyos ojos lucen relativamente sin vida, es decir, opacos y sin chispa, tienen gran dificultad para sentir enojo. Una vez tuve un paciente que se encontraba en estas condiciones. Era muy difícil despertarle cualquier sentimiento fuerte. Era una persona muy brillante y siempre en pleno dominio de sus actos y palabras. Este rasgo lo había hecho triunfar en su profesión, pero lo llevo a la depresión.
Todo músculo contracturado, toda parte del cuerpo congelada retiene los impulsos de enojo que constituyen, fundamentalmente, la agresión necesaria para restablecer la integridad y la libertad corporal. Los brazos y las manos son nuestros principales órganos agresivos y el niño aprende muy temprano en la vida a usarlos para expresar su enojo. Pero golpear no es la única forma de esa expresión. Se puede arañar y hay muchos niños que lo hacen. Es mas probable que las mujeres expresen su rabia arañando.

 A menudo, para ayudar a un paciente a movilizar la energía y el sentimiento de sus ojos, lo hago mirarme a los ojos mientras me inclino sobre el cuando está tendido en la cama. Puedo cambiar la expresión de mis ojos a voluntad y pasar de una mirada suave a una dura y enojada, de una expresión burlona a una fría. La mayoría de los pacientes reaccionan en forma acorde a estas expresiones. De vez en cuando, cuándo dejo que, frente a una paciente femenina, mis ojos adopten una mirada seductora y burlona o una muy hostil, levantará sus manos como garras y me dirá: “!Te voy a sacar los ojos a arañazos!”. No debemos subestimar el poder de una mirada para asustar a un niño.

Una tercera forma que tiene el niño de expresar rabia es morder. Algunos niños pequeños son mordedores, lo cual en la mayoría de los casos lleva a una reprimenda cortante y dura por parte de los padres. Pueden tolerar que el niño golpee, aunque no lo acepten, pero nunca toleran que muerda. Evoca un miedo muy primitivo en las personas. El niño que muerde es considerado como un animal salvaje que debe ser domesticado. Sin embargo, debemos reconocer que es un impulso sumamente natural y que la mejor manera de controlar a un niño es a través de la educación, no del castigo. Algunos padres incluso muerden a sus niños para que éstos sepan como duele, pero también para asustarlos y que no lo repitan. Así, el miedo a morder queda bloqueado en la personalidad como una tensión crónica en la mandíbula. En el capitulo 3 vimos que esta tensión esta relacionada también con la inhibición del llanto. Es la forma mas común de tensión crónica en las personas y es la causa del dolor en la articulación temporomandibular, del rechinamiento de los dientes y, en mi opinión, de la falta de oído para los tonos. Cuando la tensión en los músculos de la mandíbula es grave, puede afectar tanto la agudeza visual como la auditiva. La tensión en la mandíbula demuestra que hay retención. Colocamos la mandíbula en una actitud resuelta a no soltar, no renunciar, no rendirse.

Si bien se puede disminuir esta tensión por medio de técnicas de relajación, alentar al paciente a que muerda es el enfoque más directo del problema. Con este propósito, facilito una toalla. En algunos casos el hecho de morder la toalla puede provocar bastante dolor en los músculos mandibulares apretados, pero el dolor desaparece tan pronto como se detiene la acción. Este dolor no es una señal negativa. El paciente intenta movilizar músculos espásticos, lo cual es necesariamente doloroso; pero si practica en la casa la acción de morder y de mover la mandíbula hacia adelante y hacia atrás y de un lado al otro, los músculos se ablandan y el dolor se desvanece. Cesa el rechinamiento de dientes durante la noche y los pacientes comprueban que pueden abrir la boca en forma mas completa y con mayor libertad que antes.

A veces me trabo en una competencia con un paciente. Cada uno de nosotros muerde con fuerza con las muelas traseras un extremo de una toalla y, como dos perros, tirábamos y tratamos de arrebatarla uno al otro. Este ejercicio no pone en peligro la dentadura si se muerde con los molares. Por lo general, uno puede sentir como la tensión se extiende desde la articulación temporomandibular a la base del cráneo. Esta tensión es la principal resistencia a la entrega y el principal mecanismo por el cual una persona mantiene el autocontrol. Le impide perder la . cabeza y, por lo tanto, perder el control del ego. Dicho control, cuando es consciente, resulta positivo, pero en la mayoría de los casos es inconsciente y representa una retención del miedo. Por desgracia, el miedo también es inconsciente, lo cual hace que el problema se vuelva inaccesible a un abordaje verbal.

A menudo, pasa cierto tiempo en un proceso terapéutico hasta que el paciente se pone en contacto con su propio enojo o siente el problema que tiene al respecto.
Si una persona sufre una tensión muscular crónica en alguna parte del cuerpo, se mueve de manera tal de no sentir el dolor de la tensión. A medida que uno se pone en contacto con su cuerpo por medio de los ejercicios bioenergéticos, estas partes tensionadas se vuelven conscientes.

El sentimiento de enojo no pueden abrirse si se encuentra bloqueada la agresión sexual. En la medida en que un hombre o una mujer se sienta psicológicamente castrado por haber cercenado su agresividad sexual, su capacidad para expresar el enojo se vera de igual manera impedida. Si bien el enojo, que se expresa golpeando, mordiendo o arañando, es una función de la parte superior del cuerpo, su expresión eficaz requiere una fuerte base de seguridad en si mismo. De una persona que siente que no tiene piernas fuertes sobre las cuales apoyarse, difícilmente se puede esperar que se sienta cómoda con sus sentimientos de enojo. La tensión en la parte inferior de la espalda, que rodea al cuerpo y cercena todo deseo sexual en la pelvis, también interrumpe el flujo de energía hacia las piernas y los pies. 152


viernes, 30 de septiembre de 2016

El Gozo, parte 19

Capítulo 5 (continuación)

 Yo me había dado cuenta en mi trabajo con Reich, de que mi capacidad para expresar enojo era limitada. Por lo general, evitaba las confrontaciones y me retiraba de una pelea a menos que me pusieran contra la pared. Sentía que guardaba bastante miedo dentro de mi y solo podría liberarme de él si aprendía a pelear. Ese miedo era el causante de mi falta de capacidad para mantenerme alegre, como pude experimentarlo durante mi terapia con Reich. Cuando era estudiante de medicina en la Universidad de Ginebra, golpear la cama se convirtió en una practica regular de todas las mañanas. Puedo decir que este ejercicio redujo en gran medida el miedo que de otro modo habría sentido al tener que estudiar y dar mis exámenes en una lengua extranjera, y que, en general, produjo un efecto positivo en mi salud y mi humor, e hizo que mi estadía en Ginebra resultase placentera.

Cuando regrese a Estados Unidos y comencé a desarrollar el análisis bioenergético, continué con la practica de golpear la cama todas las mañanas. Pero este ejercicio no me ayudo mucho, ya que no trataba de lastimar a nadie, ni me sentía enojado. Solo intentaba liberar mis brazos y recobrar mi capacidad para pelear. Suponía que con esa capacidad no me seria difícil expresar mi rabia en forma adecuada.
Mas tarde aprendí que la razón por la cual no sentía rabia era que ésta se encontraba trabada en la parte superior de mi espalda, una parte de mi cuerpo con la que no tenia contacto. Tome conciencia de ella cuando vi unas cintas de video filmadas mientras yo enseñaba y trabajaba con mis pacientes.

De vez en cuando me había descrito a mi mismo como un hombre enojado, pero justificaba mi enojo relacionándolo con la destrucción sin sentido de la naturaleza y el medio ambiente, que realmente me encolerizaba. También me enojaba la dificultad de las personas para ver la verdad de su condición.

Pero ese enojo tenia raíces mas profundas que yo no quería enfrentar. Había intentado demostrar al mundo que tenia razón en mi forma de ver las cosas, que era superior y que debía ser reconocido como tal. Pero tener la razón, sentirme superior y haber alcanzado el éxito no me conducían a la alegría, solo a librar una lucha continua. Y me daba rabia haberme visto forzado a llegar a eso para sobrevivir. Necesitaba aceptar mi fracaso, renunciar a mi ambición, reconocerme y aceptarme a mi mismo. De esta manera seria libre y no me enojaría. Pero esto no ocurrió de la noche a la mañana. Las viejas pautas de conducta y las formas de ser cambian muy lentamente, aunque los cambios lentos pueden tener un efecto notorio.

Al no ser ya una persona que vive enojada, siento que estoy mas moderado, soy mas paciente y más tratable. Pero por extraño que parezca, ha aumentado en gran medida mi capacidad para enojarme, para pelear. Una vez que el enojo se expresa, se desvanece. Una persona enojada es una persona tensionada, lo cual implica que toda persona tensionada está enojada. Si la tensión es crónica, la persona no es consciente de su enojo, aunque puede salir a flote como irritación ante frustraciones pequeñas o como rabia ante las importantes. No se expresa en forma adecuada en las situaciones en que sería necesario . Y también puede volcarse en contra del self en una conducta autodestructiva, o ser negada, y dejar así a la persona en una posición pasiva y sumisa.

Los niños sanos se enojan con facilidad y rápidamente golpean cuando se sienten lastimados o frustrados. A medida que uno crece, puede contener el enojo si es aconsejable y no actuar de inmediato. Además, como ya hemos dicho, el enojo puede expresarse en una mirada o con palabras sin necesidad de recurrir la acción física. La capacidad para contenerlo es la contrapartida de la capacidad para expresarlo de manera efectiva. El control consciente necesario para contenerlo es equivalente a la coordinación y fluidez necesarias para su expresión. En consecuencia, una persona no puede desarrollar la capacidad para controlar a menos que también desarrolle la capacidad para expresar. El ejercicio de golpear la cama puede adaptarse a ambos propósitos.

La contención y el control se desarrollan cuando uno aprende a retener la excitación a un nivel alto antes de descargarla. Esta es una capacidad propia del adulto: Los niños no cuentan con la fuerza de ego o el desarrollo muscular para retener una fuerte carga de energía. Cuando se lastima a un niño sano, su enojo sale en llamaradas y se expresa de inmediato. Los adultos deben contar con la capacidad para retener su enojo hasta que se encuentran en el momento y el lugar adecuados para su expresión.

Para contener el enojo mientras se practica el ejercicio de los golpes en la cama,se mantiene la posición arqueada durante dos o tres respiraciones. Se echa la mandíbula hacia adelante a fin de movilizar el sentimiento agresivo y se abren los ojos. En esta posición, uno inhala profundamente por la boca al tiempo que los codos y los brazos se estiran hacia atrás para dar el golpe. Sin embargo, en lugar de golpear, uno exhala y libera con soltura parte de la tensión de los brazos y los hombros. Con la segunda inhalación, se estira un poco mas y otra vez libera en la exhalación. Cuando inhala por tercera vez, estira al máximo los brazos, contiene la respiración y frena el estiramiento por un momento, y luego deja caer el golpe. No se requiere esfuerzo ya que el golpe es un acto de liberación. Si se pretende golpear con fuerza, surgen tensiones y se reducen la fluidez y la efectividad de la acción. Es importante mantener los codos tan cerca de la cabeza como sea posible durante el estiramiento para involucrar y movilizar los músculos que se encuentran entre los hombros. Si los codos permanecen separados, la acción se ve limitada a los brazos y no libera la tensión de la parte superior de la espalda. Casi todos los pacientes necesitan bastante practica para coordinar los movimientos y llegar a un balanceo libre y suelto en el cual participe todo el cuerpo. Cuando alcanzan este punto, sienten placer y satisfacción al golpear.

Para practicar este ejercicio no es necesario estar enojado. Cuando los boxeadores profesionales practican golpes como parte de su entrenamiento disfrutan del ejercicio; nosotros también podemos encontrar placer en el uso de nuestro cuerpo para expresar nuestras funciones naturales.

No obstante, cuando el ejercicio se emplea en la terapia para restablecer la capacidad de sentir y expresar el enojo, debe ir acompañado de palabras apropiadas. Las palabras exteriorizan el sentimiento y ayudan a realzar la acción. Decir “¡tengo tanto rabia!” cuando uno golpea la cama permite integrar la mente con la acción corporal. También en este caso el tono de la voz refleja y determina la calidad de la experiencia. Si se golpea con fuerza pero se habla débilmente, se nota una escisión en la personalidad. El uso de la voz resuena en el tubo central del cuerpo, lo cual aumenta en gran medida la carga energética de la acción. Desde hace mucho tiempo, los japoneses han estado familiarizados con este efecto y utilizan sonidos fuertes para ejecutar acciones enérgicas. Así, pueden quebrar una pieza sólida de madera con la mano si pronuncian un enérgico “¡Ha!” en el momento del impacto. La energía con la cual uno diga “!Estoy enojado!” determinará la fuerza con que la sienta. No es el volumen del sonido el que produce este efecto, sino la resonancia y la intensidad del tono. “¡Estoy tan enojado!”, dicho con calma pero con intensidad, tiene una mayor carga de sentimiento que un grito fuerte.