martes, 22 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 25


Capítulo 7 (continuación)

La mayoría de las relaciones comienzan con placer y sentimientos positivos que acercan a los individuos, pero, lamentable, es poco común que estos sentimientos se desarrollen y profundicen a lo largo de los años. El placer se desvanece, los sentimientos positivos pasan a ser negativos, y crecen los resentimientos, ya que sin la sensación de libertad e igualdad, el individuo se siente insatisfecho y atrapado. El enojo suprimido se actúa de una forma u otra, ya sea de manera psicológica o física, y esto hace que peligre la relación, que en este punto puede romperse, o bien la pareja buscará orientación psicológica con el fin de restablecer los sentimientos positivos que alguna vez existieron entre ellos. No conozco muchos casos en los que dicha orientación haya sido eficaz, ya que en general apunta a que los individuos se comprendan entre sí y hagan un esfuerzo por seguir juntos, pero en realidad mantiene la actitud neurótica de intentar hacer algo. Este intento no hace que amemos ni que nos amen más, no produce placer ni alegría. El amor es una cualidad del ser, del ser abiertos, no del hacer.

Podemos obtener una recompensa por intentar hacer algo, pero el amor no es una recompensa, sino que es la excitación y el placer que encuentran dos personas cuando se entregan a su atracción mutua.
Todas las relaciones amorosas comienzan con una entrega; por lo tanto, lo que impide la continuidad de las relaciones es que la entrega ha sido condicional y no total; a la persona, y no al self.

Escondemos, retenemos y negamos una parte del self por sentir culpa, vergüenza y miedo. Esa parte que retenemos, el enojo y el odio, es como un cáncer en la relación que la corroe lentamente. Es necesario extirpar ese cáncer, tarea de la que se encarga la terapia.
Nadie se merece el maltrato; solo le pasa a la persona que se encuentra en una relación de dependencia. Esta persona se convierte en un objeto fácil sobre el cual el otro individuo puede descargar toda su hostilidad, enojo y frustración, que provienen de sus experiencias tempranas con sus padres. El maltratado puede pasar a ser con mucha facilidad el que maltrata cuando hay un objeto adecuado sobre el que se puede actuar el enojo y el odio suprimidos.

Si de adultos dependemos de otra persona para alcanzar la satisfacción de nuestro ser, es decir, para hallar la felicidad, nos traicionamos a nosotros mismos y nos sentiremos traicionados por el otro. Por el contrario, si buscamos en nosotros mismos los buenos sentimientos que son posibles cuando estamos en contacto con nosotros mismos y nos entregamos al cuerpo, nadie podrá engañamos ni maltratamos. Nadie nos engañará porque no dependemos de otro para tener buenos sentimientos, y el respeto por nosotros mismos no permitirá que aceptemos el maltrato, con esta actitud, todas las relaciones resultan positivas, porque si no es así, les ponemos fin.

Las personas con mucha autoestima  y amor a sí mismas no están ni se sienten solas, ya que los demás se sienten atraídos hacia ellas por la energía y las vibraciones positivas que irradian. Al respetarse a sí mismas, imponen respeto y por lo general se las trata con respeto. Esto no significa que no sufran heridas en la vida. Nadie esta libre del dolor y las heridas, pero estos individuos se apartan de aquellas situaciones en las que se los lastima constantemente.

Si bien reconocemos que la alegría es muy deseable y la actitud de respeto por uno mismo es muy positiva, también debemos tener en cuenta que no son fáciles de lograr. La entrega al self y al cuerpo es un proceso muy doloroso al principio, ya que nos pone en contacto con el dolor que tenemos en el cuerpo. Cada tensión crónica del cuerpo es un área de dolor potencial: el que sentiríamos si intentáramos liberar la tensión. Debido al dolor, hay que trabajar lentamente con el cuerpo. Es un proceso similar al de devolver el calor a un dedo o un pie congelado. Aplicar demasiado calor de golpe haría que fluyera mucha sangre al área afectada, lo que destruiría las células contraídas del tejido y podría dar como resultado una gangrena. La expansión de un área contraída, que equivale a soltarse, no es algo que se logra de un solo golpe, sino de a poco, con tiempo, para que los tejidos y su personalidad puedan adaptarse a un nivel mas alto de excitación y a una mayor libertad de movimiento y expresión. Pero por más que se trabaje con lentitud, el dolor es inevitable, pues cada paso en la expansión o crecimiento implica una experiencia inicial de dolor, que desaparece a medida que la relajación o expansión se integra a la personalidad.

Por lo general, el dolor emocional, que es menos concreto, resulta mas difícil de aceptar y tolerar que el dolor físico, que es más localizado. El dolor emocional se siente en todo el cuerpo, en todo nuestro ser; es siempre la perdida de amor. Podemos recibir diferentes heridas emocionales; nos pueden rechazar, humillar, negar, nos pueden agredir físicamente o con palabras, pero cada uno de estos traumas a la personalidad es en realidad , una perdida de amor. Si alguien con quien no tenemos ninguna conexión emocional nos hiere físicamente, el dolor va a ser solo físico; podemos sentir ese dolor en todo el cuerpo, pero no es tan profundo como el dolor emocional. Cuando se corta una conexión de amor, nos quedamos sin una fuente de vida y excitación placentera. Se contrae todo el organismo, incluso el corazón. Tenemos la sensación de que toda nuestra vida esta amenazada, lo que nos produce miedo. Sobrevivimos a esta amenaza que se cierne sobre nuestra existencia porque no se cortaron absolutamente todas las conexiones de amor. Y, excepto en el caso de los bebés, por lo general se pueden establecer conexiones con otras criaturas, con la naturaleza, con el universo, con Dios. No creo que ningún ser humano pueda sobrevivir sin alguna conexión.

Los individuos que sobrevivieron a la perdida de amor durante la niñez tienen mucho miedo de romper una conexión. Algunos llegan a decir que prefieren una mala relación antes que ninguna. La mera idea de estar solas es aterradora para muchas personas; despierta sentimientos que tenían en la niñez, cuando sobrevivir dependía de formar parte de una familia; y se relaciona con el hecho de que estar solos nos obliga a mantener una relación muy intima con nuestro self. Si nuestro self es débil, inseguro y dubitativo, no nos resultara agradable estar a solas con él. Pero la inseguridad que hace que a una persona le cueste mucho vivir sola también la afecta en su vida con otro. Necesitamos una conexión para reducir el dolor emocional, pero éste nunca se libera a través de otro. Nos volvemos cada vez más dependientes. Y esto termina en el abuso físico, que muchas personas parecen preferir antes que sufrir el dolor emocional de estar solas.

El dolor emocional se descarga llorando, lo que libera al cuerpo del estado de contracción crónica. Para que el llanto sea eficaz, debe ser tan profundo como el dolor, y debe estar ligado a la convicción de que no tiene sentido buscar a alguien para que nos devuelva la dicha de la niñez, la inocencia y la libertad. Al mismo tiempo, debemos construir un self más fuerte energizando el cuerpo y sintiendo nuestro enojo.

El problema de un individuo siempre se manifiesta en el cuerpo, ya que eso es lo que somos. En el análisis bioenergético, la terapia siempre comienza con un análisis del malestar corporal, que después se relaciona con el problema psicológico que presenta la persona. Son pocas las personas que tienen conciencia de la medida en que la dinámica de la energía del cuerpo condiciona el comportamiento y los sentimientos. El primer paso en cualquier terapia integrada (es decir, una terapia en la que participe tanto el cuerpo como la mente) es ayudar al paciente a sentir las tensiones en el cuerpo y a comprender las conexiones entre ellas y su problema psicológico. La mayoría de los pacientes presentan un problema psicológico y tienen muy poca o ninguna conciencia de su conexión con el cuerpo. Solo sentimos alegría cuando somos fieles a nosotros mismos.

Golpear a un niño constituye en cualquier circunstancia un maltrato físico y es algo que nadie debe permitir. Da resultado porque el niño se aterroriza, como le pasaría a cualquiera que se  siente impotente ante el poder destructivo de un superior. Si ese superior es un padre/madre de quien depende el niño, el temor queda arraigado en la personalidad. Cuando el niño se convierte en adulto, tiene dos caminos posibles. Uno de ellos consiste en adoptar una posición pasiva y desde allí esperar ganar reconocimiento y amor por ser bueno, lo que implica hacer cosas buenas a los demás, exigir muy poco y no causar problemas.

El otro camino posible consiste en rebelarse y actuar la rabia que hay adentro, que es el que siguen los individuos que maltratan a sus hijos y parejas. Algunos oscilan entre estos dos modelos según la situación. Los modelos neuróticos se mantienen merced a la ilusión de que alguien pueda damos el amor que deseamos con tanta desesperación. Pero nadie puede amar realmente a estos individuos, que están llenos de culpa y no se aman a sí mismos. Seria como echar agua en un colador. Es difícil amar a alguien que no siente alegría por su propio ser, y por lo tanto, no puede responder a ese amor con alegría.

El fracaso de las relaciones: tiende a hacer que los individuos pasivos se vuelvan mas pasivos y que los que sienten enojo se vuelvan aún más agresivos. Si la persona niega la traición, aunque lo haga en forma inconsciente, se traiciona a sí misma y así se prepara para repetir la experiencia de la niñez.

¿Que motivo puede llevar a un padre a pegarle a su hijo hasta quebrantarle el espíritu?
A lo largo de todo este trabajo, hice hincapié en el hecho de que la culpa está conectada directamente con la supresión del enojo. Esa supresión debilita los buenos sentimientos del cuerpo. En su lugar, sentimos la presencia de un elemento perturbador, que nos molesta. La sensación de que algo está mal constituye la base del sentimiento de culpa. No podemos sentirnos culpables cuando nos sentimos bien con nuestro self. A la sensación de que hay algo que está mal se le suma un juicio que emitimos sobre el self, en el que determinamos que deberíamos hacer más, esforzarnos más, ser más responsables de los demás.

Cuando una mujer suprime su enojo frente a su padre porque éste traicionó su amor, lo trasfiere a todos los hombres. Aunque no realice una actuación consciente de ese enojo, éste emerge en formas sutiles como para destruir la relación. De la misma manera, los hombres que suprimen el enojo hacia su madre, que los dominó o nos los protegió de un padre hostil, proyectan ese enojo sobre todas las mujeres, que representan la madre seductora y, al mismo tiempo, castradora. El hombre no se siente libre de ser él mismo hasta que no exprese su enojo, lo que obstaculiza sus relaciones con mujeres.

Culpamos a nuestra pareja por la falta de satisfacción en la relación, que en realidad proviene de una insatisfacción en nosotros mismos. Culpar a la pareja es traicionar el amor que recibimos. Para que una relación amorosa funcione, tenemos que darle un sentimiento de alegría, y esto exige que no sintamos culpa y así podamos expresar todos los sentimientos en forma directa y apropiada. Para eso, debemos alcanzar un conocimiento profundo de nuestro self, que es el objetivo de la terapia.

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