martes, 8 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 23

Capítulo 6 (continuación)

Las personas se enamoran genuinamente y experimentan la alegría de la entrega en forma temporaria. No perdura porque era más necesidad que amor, pero esto no explica el hecho de que la persona enamorada lo viva como verdadero cariño. Yo podría explicarlo diciendo que el enamoramiento tiene un componente regresivo que proviene de la infancia, cuando ese amor era un compromiso cabal. La persona vuelve a experimentar el amor que una vez sintió por la madre o el padre, pero al hacerlo retrocede en una parte de su personalidad hasta llegar a ser un niño nuevamente. En este aspecto de su personalidad, busca el apoyo y el estimulo que entonces necesitaba. Así, si bien el sentimiento del amor es genuino, no proviene de una entrega al cuerpo y al self, sino del abandono de la posición adulta, que implica valerse por si mismo, solo, y asumir con responsabilidad los buenos sentimientos propios.

Creo que es responsabilidad del terapeuta confrontar al paciente con la verdad de su actitud, por supuesto, con un sentimiento de empatía, que lo ayude a comprender.

El varón está atrapado en una constelación edípica y se erige como un rival de su padre. Si se entrega de lleno al amor que siente por su madre, se arriesga a que ella se apodere de él y lo convierta en “el bebé de mamá”, apartándolo del padre. Si la rechaza, se arriesga a que se muestre hostil con él y le retire su amor y el apoyo que todavía necesita.

Cuando un hijo se erige como rival de su padre, se vuelve vulnerable a los celos y la ira de este ultimo. Comienza a temerle, porque siente que competir con él provoca su hostilidad. No competir implica perder el amor de su madre. El interés sexual de ésta por él alaba su ego y excita su cuerpo, y resulta muy difícil resistirse, pero ceder a la seducción y entregarse a la excitación lo conduciría a una relación sexual con su madre, perspectiva aterradora y peligrosa. Esto es lo que le sucedió a Edipo, quien ignorando su verdadera identidad, mató a su padre y se caso con su madre. Su sino fue trágico. Para evitar este peligro, el niño debe cortar todo deseo sexual por su madre y, como consecuencia, se siente psicológicamente castrado.

La inocencia perdida no se recobra, pero si se puede eliminar la culpa devolviendo a la autoexpresión su plenitud y libertad, incluso la expresión del deseo sexual.

La conciencia de uno mismo es una fuerza alienante, por cuanto lo obliga a uno a ser consciente de su separatividad. En el hogar uno era parte de la familia y encontró su identidad a partir de la posición que ocupaba en ese grupo. Esa identidad pierde relativamente significado en la escuela, donde el niño es uno más entre muchos. En este ámbito, entablará con uno o más de sus pares nuevos lazos, basados en el hecho de que comparten una situación común e intereses y sentimientos similares. Estos vínculos pueden ser muy fuertes, así como el sentimiento de amor entre dos niños. El niño todavía conserva el apego por su familia, pero este amor, si es sano, lo libera y sostiene en su proceder para entablar relaciones con sus pares. Si el niño está aferrado a su familia, no puede relacionarse con sus pares. Si se vio privado de amor en el hogar, se volverá dependiente e inseguro con sus nuevos amigos. Si lo hicieron sentirse especial en el hogar, competirá con sus nuevas relaciones y buscara dominarlas. En uno u otro caso, sus amistades no le ofrecerán la felicidad que anhela.

El amor en una relación sana y amistosa entre dos niños fortalece el sentido individual del self. Se diferencia del amor que siente el niño por el padre del sexo opuesto, en el cual, como hemos visto, hay una entrega del self. El sexo no está ausente en estas relaciones ya que es un hecho de la vida, pero su impulso se reduce en gran medida, de manera que el nuevo sentido consciente del self puede desarrollarse y alcanzar su madurez.

En los primeros tiempos de la teoría psicoanalítica, Freud postuló la existencia de dos instintos antitéticos que describió como el instinto de autopreservación o instinto egoico y el de preservación de la especie o instinto sexual. No se puede negar que estas dos fuerzas existen en la personalidad, no importan como se las describa. En un adulto, son fuerzas polares que representan una carga energética del cuerpo que palpita entre los polos superior e inferior, entre la cabeza con sus funciones egoicas y la pelvis con sus funciones sexuales. Como cualquier actividad pendular, en ningún extremo la carga puede ser mayor que en el otro. Así, en términos de la carga energética, el ego no puede ser mas fuerte que su contrapartida, la sexualidad.

Este principio parecería refutado por los individuos narcisistas, en quienes un egoísmo exagerado se asocia con una potencia sexual disminuida. Sin embargo, su grandiosidad no demuestra una verdadera fuerza del ego, todo lo contrario. La imagen del ego pomposo se agranda para compensar la impotencia sexual.
La verdadera fuerza del ego se manifiesta en la mirada, que es directa, sostenida y fuerte. Esta mirada proviene de una fuerte carga energética en los ojos y se corresponde con una carga similar en el segmento genital. Dicha equivalencia está expresada en un dicho popular “Ojos ardientes, cola caliente”. Los ojos brillantes también denotan un ego fuerte, que esta enraizado con el cuerpo y que proviene de los sentimientos de placer y gozo que experimenta la persona. Siempre se adivina cuando alguien esta enamorado por el brillo de sus ojos.

El amor adulto no es una entrega del self, sino una entrega al self.  El ego entrega su hegemonía sobre la personalidad al corazón, pero en esta entrega no se ve eliminado. Más bien se ve reforzado, porque sus raíces en el cuerpo se alimentan de la alegría que éste siente. Cuando decimos “(yo)te amo”, el “yo” se vuelve tan fuerte como el sentimiento de amor. Se puede decir que el amor maduro es una autoafirmación.

Es imposible tener una relación amorosa madura a menos que uno sea una persona madura, capaz de valerse por si mismo, solo, si fuera necesario, y de expresar los sentimientos libre y completamente. Este amor no es egoísta, porque la persona se comparte entera. Se centra en el self, pero esto hace que la relación sea apasionante, pues cada una de las partes es un individuo con un self único que comparte con su pareja. En tal relación, la gratificación sexual es mutuamente satisfactoria y agradable.

Este punto de vista va en contra de la famosa idea de que en el amor uno, debe estar siempre dispuesto para el otro. Esto conduce a que ambos se sirvan en lugar de compartirse. Uno comparte con un igual, pero sirve a un superior. Estas relaciones amorosas pierden pronto la excitación y la parte que es servida termina buscando fuera la pasión amorosa que le falta en su matrimonio. Cuando esto ocurre, el cónyuge abandonado intenta con ahínco servir mejor, hacer que la relación funcione, ser lo que su pareja necesita.

La entrega no es algo que uno puede realizar por un acto de la voluntad, ya que requiere renunciar a ella. La voluntad es un mecanismo de supervivencia.
Así como uno se enamora, puede desenamorarse y eso ocurre muy a menudo, porque nos desilusionamos si la otra persona no puede satisfacemos. No nos damos cuenta de que nadie más que nosotros mismos puede satisfacernos y de que nuestra gratificación proviene de estar totalmente abiertos a nosotros mismos y a la vida. Cuando la flecha del amor atraviesa nuestra coraza y llega a nuestro corazón, nos abrimos a la vida y la alegría, pero no nos mantenemos abiertos.

Nuestro ego reafirma su poder con fuerza, cuestiona, desconfía y controla. Vemos la apertura como una brecha o herida en nuestra posición de defensa, que debemos cerrar o sanar. Enamorarse no es la respuesta, si lo es estar enamorado, es decir, estar abierto. Primero es necesario abrimos a nosotros mismos, a nuestros más profundos sentimientos, y para ello necesitamos estar libres de miedo, vergüenza o culpa.

El miedo socava la capacidad para entregarse al amor. No es un miedo racional, sino que se origina y cobra sentido solo en términos de la experiencia individual de la infancia. Sin embargo, seguirá siendo poderoso en tanto sigamos actuando como si nos encontráramos en la misma situación de la niñez.

La madurez es la etapa en la vida en la que uno se conoce y se acepta a si mismo. Conoce sus miedos, debilidades y maniobras, y los acepta. No creo que llegue alguna vez al punto en que se sienta completamente libre de los efectos traumáticos del pasado, pero ya no está pendiente de ellos. Aceptar no significa ser impotente. Debido a que los problemas están estructurados en el cuerpo en forma de tensiones crónicas, uno puede trabajar con el cuerpo para liberarlas. Los diferentes ejercicios bioenergéticos que empleamos en la terapia pueden practicarse en el hogar. Esto es posible si la persona ha trabajado con terapia bioenergética y sabe como aplicarlos. Aceptar también significa que uno pierde toda vergüenza acerca de sus dificultades o problemas.

La vergüenza se asemeja a la culpa en que restringe la libertad de ser uno mismo y de expresarse a si mismo. Todos nosotros, habitantes de países civilizados, sentimos cierta vergüenza de nuestro cuerpo y sus funciones animales, principalmente de la sexualidad, pero son pocos los pacientes que hablan de su vergüenza. Se sienten muy avergonzados de hablar de su vergüenza y, como son seres complicados, la niegan. La expresión de sí mismo no se limita a los sentimientos de tristeza y de rabia. La mayoría de las personas tienen algunos secretos oscuros que tienen vergüenza de revelar, y en ocasiones llegan incluso a esconderlos de sí mismos. Los miedos, la envidia, la aversión, las repulsiones y las atracciones, cuando se esconden por vergüenza, se convierten en importantes barreras que impiden entregarse al amor.

La culpa se diferencia de la vergüenza en que está relacionada con sentimientos y acciones mal vistos moralmente, en lugar de relacionarse con algo sucio o inferior. Pero la mayoría de las personas que vienen a la terapia hoy en día son sofisticadas desde un punto de vista psicológico y niegan todo sentimiento de culpa. Luego de ésta negación, uno no puede hablar de ello, lo cual le vuelve difícil liberarse de sus obsesiones. Se les hace creer a los niños que los sentimientos de ira y sexualidad, cuando se dirigen a los padres, son malos moralmente. El miedo se vincula tanto con la culpa como con la vergüenza.

La entrega al amor involucra la capacidad de compartirse enteramente con el otro. El amor no es una cuestión de dar sino de estar abierto; pero esa apertura tiene que iniciarse por uno mismo, para luego pasar al otro. Implica estar en contacto con los sentimientos mas profundos de uno y expresarlos en forma adecuada.



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