miércoles, 26 de octubre de 2016

El Gozo, parte 22


6. La entrega al amor

Casi todos hemos experimentado la felicidad de estar enamorados en algún momento de nuestra vida. El amor ha sido descrito como el sentimiento mas fabuloso y el mas tierno, como el misterio que da a la vida su significado más rico. Pero también se lo reconoce como la fuente de nuestro dolor más intenso, cuando el amor que sentimos es rechazado o se pierde. Esto es comprensible ya que el amor es un vinculo vital con una fuente de vida y de gozo, ya sea que esa fuente esté representada por un individuo, una comunidad, la naturaleza, el universo o Dios. La disolución de este vínculo se vive, por lo tanto, como una amenaza a la vida, puesto que el amor también es una apertura y una expansión del self para incluir al mundo; la pérdida del amor trae como consecuencia una contracción y un aislamiento que resultan tan dolorosos como fue gozoso el amor. Al dolor de esta perdida del amor lo he llamado desconsuelo. Desafortunadamente, puede durar y a menudo dura más tiempo que el gozo del amor, porque el individuo se vuelve temeroso de abrirse y buscar el amor otra vez. El anhelo de amor permanece en el corazón pero no se puede satisfacer mientras persiste el miedo a la pérdida o al rechazo .

La relación que mejor simboliza un vinculo amoroso es la que existe entre una madre y su hijo. En el mundo natural una pérdida de este vinculo es fatal para el bebé si no encuentra una madre sustituta. Cuando la relación es segura, el bebé se siente satisfecho en su ser y se convertirá en un adulto que puede establecer un vinculo positivo similar de vida con otro individuo en el proceso de formación de pareja.

Una persona no puede ordenarse a si misma amar ni enamorarse. Sucede de modo espontáneo, cuando los individuos que se encuentran notan de pronto que sus corazones laten al mismo ritmo y sus cuerpos vibran en el mismo grado. Puede ocurrir por contacto visual o de algún otro tipo, pero solo cuando la carga de ese contacto es lo suficientemente fuerte como para hacer que el corazón lata, que se acelere el pulso y vibre el cuerpo con una agradable excitación.
Es la excitación de haber encontrado un paraíso perdido, el paraíso que se perdió cuando el vinculo amoroso con nuestra madre se quebró por primera vez.

Ningún niño puede conservar el vinculo amoroso con su madre en forma indefinida. Su destino lo forzará a separarse, a salir al mundo, a buscar una pareja con la cual restablecer un vínculo amoroso que se verá satisfecho en el abrazo sexual y la llegada de la progenie. El niño satisfecho en su etapa oral estará abierto al amor y pasará con facilidad a la posición genital.

El pasaje a la adultez se produce luego de un periodo latencia durante el cual el individuo establece vínculos positivos con amigos, y luego en la adolescencia, cuando entabla relaciones amorosas románticas con el sexo opuesto. Pero, satisfechos o no, todos debemos pasar a una posición adulta por los imperativos biológicos de nuestra naturaleza. Si estamos insatisfechos o hemos sido profundamente lastimados en nuestra infancia, nuestra actitud hacia una relación amorosa madura y nuestro salir al mundo serán vacilantes, y nuestra apertura a la vida se vera  reducida. Podremos enamorarnos, porque el amor es nuestro recurso vital, pero la entrega será solo temporaria. Un aflojamiento momentáneo del control del ego en nuestra continua lucha por la supervivencia.

Esta falta de capacidad para entregarse al amor, al corazón, es la raíz de todos los problemas emocionales que tienen las personas y que presentan en la terapia. El individuo que salió lastimado en sus primeras relaciones con los padres ha erigido una serie de defensas para no ser lastimado nuevamente. A esta amenaza la percibe como una amenaza a la vida. Esas defensas no se encuentran solo en su vida consciente ya que, si así fuera, él podría renunciar a ellas a voluntad. Como ha convivido con ellas desde su niñez, se han convertido en parte de su personalidad, estructuradas en la dinámica energética de su cuerpo. Se ha encerrado en su coraza como un caballero de antaño para que la flecha del amor no pueda atravesar su corazón.

Para describirlo mejor, podemos decir que vive en un mundo cerrado, como un rey en su castillo, y aparentemente se encuentra seguro y resguardado mientras conserva su poder, pero está aislado del mundo de la naturaleza o los sentimientos naturales. Podrá aventurarse en la vida, pero lo hará como una incursión, acompañado por sus soldados de guardia. No tendrá fe en el amor de su gente porque la amarga experiencia le enseño que la traición es un peligro constante. Como todos los seres humanos, necesita del amor, pero también cree que necesita, en igual o incluso mayor medida, del poder. Para un rey, enamorarse es como caerse del caballo. Si eso ocurre, volverá a montar rápidamente para recobrar su posición de poder.

La analogía es valida, ya que en la jerarquía de las funciones de la personalidad, el ego se ve a sí mismo como un rey. El rey podría decir: “Soy el siervo de mi pueblo”, pero en realidad su pueblo lo sirve a él. El ego debería servir al corazón, pero en la mayoría de los individuos el amor se encuentra al servicio del ego, con el fin de aumentar su poder y su sensación de seguridad. Para mucha gente, el amor es tanto la búsqueda del placer y la felicidad como la búsqueda de la seguridad. Siempre que una persona se siente necesitada, insegura o asustada, su búsqueda del amor se ve contaminada con deseos orales o infantiles insatisfechos, y no comparte el placer y la vida con el corazón.

Por otro lado, existen individuos que renuncian a su ego demasiado pronto. Estas personas no encuentran la gratificación que el amor promete porque se rinden a otra persona, no al self. Sin un ego, la persona se convierte en un niño que ve al otro como a un padre o madre para la satisfacción de sus necesidades, es decir, para su gratificación. Este tipo de entrega se ve en los cultos donde, como señalé con anterioridad, el miembro renuncia a su ego y a su self ante un líder todopoderoso y omnisapiente, que por supuesto es un padre o madre sustituto. Si bien la entrega le permite a la persona sentirse libre y feliz, se basa en su negación de que es un adulto, y el líder del culto, un niño emocional cuyo ego está agrandado con la ilusión de la omnisciencia y la omnipotencia. El derrumbe de este culto es inevitable y deja a todos sus integrantes desolados y desilusionados. Esto también ocurre en los matrimonios y las relaciones amorosas, donde la necesidad que el otro debe satisfacer es un aspecto fundamental del apego. Dichas relaciones son descritas como dependientes o codependientes, ya que cada uno necesita al otro. Esto no significa que no haya amor en ellas, sino que ese amor es infantil.

El miedo a entregarse al amor proviene del conflicto entre el ego y el corazón. Amamos con el corazón pero cuestionamos, dudamos y controlamos con el ego. El corazón puede decir “entrégate”, pero el ego dice “cuidado”, “no te descontroles”, “te abandonaran y te lastimaran”. El corazón, como órgano del amor, es también el órgano de la gratificación. El ego es el órgano de la supervivencia, lo cual es positivo, pero cuando el ego y la supervivencia dominan nuestra conducta, la verdadera entrega se hace imposible. Anhelamos el contacto que hace que nuestro espíritu se eleve, que nuestro corazón palpite más rápido y nuestros pies comiencen a bailar, pero el anhelo no se satisface porque nuestro espíritu está destrozado, nuestro corazón está encerrado y nuestros pies no tienen vida. La excitación y el calor del amor producen un efecto de derretimiento en el cuerpo. Uno puede experimentar de hecho esa sensación de derretimiento en la base del vientre cuando el amor es un componente principal del deseo sexual.

El amor ablanda a una persona; pero ser blando es ser vulnerable. De las personas que no pueden ablandarse con el amor se dice que tienen un corazón de piedra, pero el corazón no puede ser de piedra si debe bombear sangre por todo el cuerpo. La rigidez se encuentra en el sistema de la musculatura voluntaria, que encierra al cuerpo en una armadura como la que usaban los antiguos caballeros, e impide a la persona llorar profundamente, entregarse a su tristeza y, por lo tanto, entregarse al amor. Debido a que los niños pueden llorar profundamente, es que pueden amar en forma completa.

Cuando se nos aleja del niño que fuimos, del niño que hay en nosotros, quedamos aislados de la capacidad de amar. Pero esto no significa que debamos comportarnos como niños.
La entrega del ego representa la renuncia a sus defensas inconscientes, que bloquean la apertura y el salir a la vida. Sin embargo, no creo que exista ningún individuo por completo incapaz de sentir amor.
Mientras el corazón siga latiendo, el amor no esta muerto. El impulso de amar puede estar enterrado muy profundo y fuertemente suprimido, pero no puede estar del todo ausente.

La mayoría de las personas sienten algún deseo de amar y pueden salir en búsqueda de ese amor en alguna medida. Esto les permite sentir amor, pero debido a que su deseo es limitado y su búsqueda vacilante, no se ven colmados de la excitación que los elevaría hacia el gozo. Están demasiado asustados para entregarse por completo aunque, en la mayoría de los casos, no están en contacto con su miedo o su limitación. No son conscientes de la tensión de sus cuerpos, que restringe su capacidad para amar. Lo que sienten es un anhelo de amar, que no es lo mismo que la capacidad para amar.  Cuando conocen a alguien que responde a este anhelo, se aferran a esa persona como un adicto o un miembro de un culto. Sienten y creen que el otro tiene la llave que abrirá la puerta de su gratificación y, a pesar del dolor o la humillación que puedan sufrir en la relación, se les hace muy difícil liberarse. En mi opinión, este es el patrón normal en nuestra cultura, ya que la relación amorosa típica es insegura e incierta. Además, como no cumple la promesa de gozo que el amor ofrece, se convierte a la larga en desilusión y recriminación.

El que busca suele obsesionarse con una persona que se parece en algunos aspectos al “buen” progenitor, pero que también personifica muchas de las características del progenitor “malo”, que rechazó al niño o abuso de él. La gratificación no se puede lograr por medio de la regresión por más que ésta ayude a conectarse con el pasado y el niño que lleva dentro. Sin embargo, una vez que el niño despierta y se libera, debe integrárselo a la vida adulta.

 Para la mayor parte de las personas la cuestión no es si aman o no aman, sino si pueden amar con todo su ser. Eso seria esperar demasiado en una cultura como la nuestra, en la que la entrega al cuerpo es vista como un signo de debilidad. Esta entrega a medias al amor nos frustra pero, en lugar de reconocer la causa de nuestro fracaso, culpamos a nuestra pareja. Cierto es que el compromiso de esa pareja con la relación también fue a medias, por lo cual también ella nos culpara a nosotros. Desafortunadamente, no hay manera de lograr que estas relaciones descubran la felicidad que están buscando .

Las relaciones prosperan solamente cuando cada uno de sus integrantes vuelca un sentimiento de gozo en ellas. Intentar encontrar ese gozo a través de otro nunca funciona, a pesar de todas las canciones de amor que venden ese sueño. Amar es compartir, no es dar. El que ama comparte su propio ser por completo con la persona amada. Esto incluye tanto compartir el gozo como el sufrimiento. Como un placer compartido se duplica, al compartir el gozo el sentimiento se acrecienta hasta llegar al éxtasis en el abrazo sexual. Al compartir el sufrimiento, se divide el dolor. La alegría que uno comparte proviene de la entrega al propio cuerpo, no de la entrega al otro.

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