lunes, 26 de diciembre de 2016

El Gozo, parte 27

Capítulo 8 (continuación)

Los varones pequeños sufren abusos físicos no solo por parte de los padres sino también de las madres. Vimos un caso en el que la madre abusaba físicamente de su hijo con la intención, consciente o inconsciente, de quebrantar su espíritu para someterlo a ella. Ningún niño es capaz de enfrentarse a la violencia de su madre o de su padre y es inevitable que esta experiencia lo quebrante. Sin embargo, el quebrantamiento no suele ser total, ya que de lo contrario el niño se moriría (aunque sabemos que esos excesos existen) .En lo profundo del cuerpo del niño, queda un núcleo de resistencia que mantiene la vida y le proporciona algún sentido de identidad. La fortaleza de ese núcleo depende de la manera en que el padre/madre se haya relacionado con su hijo. Por ejemplo, es posible que una madre, luego de descargar su furia suprimida, sienta un profundo amor por el hijo del que acaba de abusar. En la medida en que el niño siente este amor, el efecto dañino del abuso se reduce en forma parcial. Si el niño siente que la madre le es hostil al punto de rechazarlo con frialdad, podría convertirse en un esquizofrénico. Los niños son conscientes en algún nivel de que son preferibles los golpes o el abuso físico antes que el rechazo frío, que es la muerte emocional.

 El axioma que los individuos tienden a actuar sobre los demás lo que les hicieron a ellos nos ayuda a entender el comportamiento aparentemente irracional de una madre hacia su hijo. Si de niña la humillaron por alguna expresión sexual, tenderá a hacer lo mismo con sus hijos. La única manera de evitar esta tendencia a actuar sobre seres inferiores e indefensos es que el individuo tenga clara conciencia de lo que le hicieron y un profundo conocimiento del efecto destructivo que eso tuvo sobre su personalidad y su vida, conocimiento que implica poder sentir ira contra el padre/madre por el abuso o violación. Una madre que se avergüence de sus sentimientos sexuales avergonzará a su hija ante cualquier expresión de dichos sentimientos. Las madres se identifican con sus hijas y proyectan en ellas los aspectos negativos de su propia personalidad. Así, una madre es capaz de considerar lascivo el comportamiento sexual de su hija porque a ella la consideraban así de niña. Al criticar a su hija por ser sexual le esta diciendo: “Tu eres la mala, la impura. Yo estoy limpia”.

Por otro lado, también puede proyectar sobre su hija sus deseos sexuales insatisfechos deseando inconscientemente que su hija los actúe para obtener una excitación indirecta a partir de las  acciones de su hija. En realidad una madre puede tener las dos actitudes: una consciente, que degrada a la hija por ser sexual, y otra inconsciente, que la incita a actuar sexualmente. Esta identificación sexual inconsciente de madre e hija tiene un aspecto homosexual, que, de no ser visto, puede convertirse en una obsesión, impidiendo encaminar al paciente hacia su independencia y satisfacción.
El abusado se convierte en el abusador por una identificación inconsciente con él. Esta es la otra cara de la moneda que el paciente debe reconocer y aceptar para lograr una autoaceptación plena.

El abuso sexual produce en el niño excitación y miedo. A todos los niños pequeños les fascinan los genitales de sus padres ya que, por un lado, les dieron vida y por otro, son las llaves para entrar a su propio submundo de placeres y miedos secretos. Sin embargo, el miedo hace que se suprima el abuso y la excitación que produce y queden solo sus huellas. La persona siente una fuerte tentación de repetir la experiencia, a menudo en calidad de abusador pero también de abusado. Creo que esta es la forma en que nace en el adulto la obsesión por tener relaciones sexuales con niños. El desarrollo de su libido se ve obstaculizado porque parte de la energía y de la excitación esta encapsulada en el recuerdo reprimido y los sentimientos a el asociados. El primer paso para liberar la energía contenida es traer estos incidentes a la conciencia.

Al sacar a la luz la experiencia enterrada, se reduce la vergüenza, lo que le permite al individuo sentir su herida y su miedo. La aceptación de estos sentimientos le permitiría, por un lado, llorar y así liberar el dolor y, por otro, enojarse y así restablecer su integridad. Para purificar y liberar el espíritu es necesario que la ira sea real e intensa.

Las madres están en una posición privilegiada para actuar sexualmente sobre sus hijos porque tienen más contacto con el cuerpo del niño que los padres. En la forma de tocar el cuerpo del niño puede estar implícito un elemento sexual, al igual que en el miedo a tocarlo, porque puede despertar sentimientos sexuales. Una madre comentó refiriéndose a su hijo de dos anos: “Su pene es una cosita tan linda que me lo pondría en la boca”. Sin duda el sentimiento presente en este comentario se transmite al niño cuando sus genitales están al descubierto. Su sentido de privacidad con respecto al órgano desaparece. El sentimiento de la madre invade la pelvis del niño y se apodera de sus genitales. Lo que perturba al niño no es el simple hecho de que miren sus genitales, sino que los miren con conciencia o interés sexual.

En toda relación entre un progenitor y su hijo existe el peligro de que el vinculo tenga un fuerte elemento sexual, que ambos niegan y suprimen pero que afecta al niño en forma devastadora.

Los que inician una terapia son afortunados, pues tienen la oportunidad de penetrar en sus problemas y obsesiones y encontrar el verdadero sentido de la vida. No es un viaje fácil ni rápido, como veremos en el próximo capitulo. Yo lo describiría como un viaje al submundo donde yacen enterrados nuestros mas grandes temores, como el miedo a la demencia y a la muerte. Si uno tiene el coraje de enfrentar esos temores, regresara a un nuevo mundo de luz donde se han esfumado las nubes del pasado.

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