martes, 15 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 24


7. La traición al amor


Por lo general, a medida que los pacientes se conectan más con sí mismos y con los acontecimientos de la niñez, toman conciencia de que se sienten traicionados por sus padres, lo que les provoca un enojo intenso. Después de dos años y medio de terapia, María dijo: “¡ Me siento tan traicionada por mi padre! Me uso... Yo lo amaba y el me uso sexualmente. Cuando me conecto con la pelvis, siento como me traicionó. No entiendo porque los hombres hacen eso”. Luego agrego: “Me siento como un animal. Estoy tan enojada. Quiero morder pero me da miedo concentrar ese sentimiento en el pene.”

Aceptar el amor de una mujer sin retribuirlo o sin mostrar respeto es usarla. Este comportamiento, independientemente de que fuera o no abuso sexual, constituía una traición al amor y la confianza que el niño les tiene a los padres. Por supuesto que cada vez que un padre u otro individuo abusa sexualmente de un niño, está traicionando el amor y la confianza de ese niño. Pero también creo que toda traición lleva consigo un elemento de abuso sexual, ya sea actuado abiertamente o sugerido en forma encubierta.

Como vimos en el capitulo sobre el enojo, cada uno actúa sobre los indefensos y dependientes los agravios y traumas que recibió cuando era, el mismo, un niño indefenso y dependiente.
El uso del poder en contra de otro siempre tiene connotaciones sexuales. Los padres usan su poder para disciplinar a su hijo y convertirlo en un “buen” niño” y, mas tarde, en un “buen” adulto. Ser malo, por otra parte, no significa ser negativo u hostil sino ser sexual. Un “buen” niño es sumiso y hace lo que se le dice. Se le promete amor a cambio de ese comportamiento, lo que constituye una promesa falsa ya que todo lo que recibe es aprobación, y no amor. El amor no puede estar condicionado. El amor condicionado no es un amor verdadero.

Debemos admitir, en defensa de los padres, que es necesario imponer alguna disciplina para mantener algún tipo de orden en el hogar y evitar que un niño pequeño se lastime. Pero disciplinar a un niño es una cosa y quebrantarlo es otra. Las personas que vienen a terapia son individuos a quienes les dañaron o les quebrantaron el espíritu, que también es el caso de muchos que no vienen a terapia. Sin darse cuenta, la mayoría los padres tratan a sus hijos de la misma forma en que sus padres los trataron a ellos. En algunos casos, lo hacen a pesar de oír una voz en ellos que les dice que eso no esta bien. Por lo general, un niño que sufrió abusos se convierte en un padre abusivo, ya que la dinámica de ese comportamiento se estructura en su cuerpo. Los niños que fueron tratados con violencia son, en general, violentos con sus propios hijos, que son objetos fáciles sobre quienes liberar el enojo suprimido. Con el tiempo, los niños se identifican con los padres y justifican el comportamiento de estos considerándolo necesario y protector.

Creo que hay algo perverso en el hecho de que una persona siga manteniendo una relación de maltrato. En un nivel, representa la actuación de sentimientos autodestructivos que tienen su origen en una sensación profunda de culpa y vergüenza.
Para María, ella no se merecía el amor verdadero de un hombre porque no es pura. Haber estado expuestas a la sexualidad adulta cuando aun era inocente la “ensució”. Esta culpa tan profunda no les permite entregarse a su propia sexualidad, que es la forma natural de expresar el amor adulto. En lugar de entregarse al self, se entregan a un hombre, lo que les permite experimentar cierta alegría y creer que aman. Pero estas relaciones no funcionan; repiten la experiencia que en la infancia se tuvo con el padre: la entrega y la traición.

La compulsión de repetición, como la llamaba Freud, tiene la fuerza del destino. Ahora esta máxima se ha vuelto muy conocida: “Nos vemos obligados a repetir lo que no recordamos”.

La mujer se ve traicionada por el hecho de que el hombre que ama no es ningún caballero de reluciente armadura sino un varón enojado que, a su vez, se siente traicionado por las mujeres. Su historia revelaría que fue traicionado por su madre que, en nombre del amor, lo usó y abusó de él. Ahora lo usa otra mujer que espera que él sea su salvador, su protector y su proveedor. Al mismo tiempo, él se da cuenta de que la persona con la que tiene un vinculo sexual es una niña y no una mujer. En algún nivel, siente que lo engañaron, lo que desata su enojo, mientras que en otro nivel, siente el poder que tiene de herirla y abusar de ella. Actúa sobre su pareja, en forma consciente o inconsciente, la hostilidad que sentía hacia su madre, y la pareja se somete para demostrarle que no es como su madre y que realmente lo ama.

En casi todos los hombres de nuestra cultura existe el temor a la castración debido a la naturaleza endémica del problema del Edipo. Este temor esta relacionado con la culpa respecto de la sexualidad, pero solo en unos pocos casos la culpa llega a ser tan fuerte que lleva a un individuo a una posición masoquista.

La idea de que se puede amar a la persona que nos hostiga no resulta tan extraña si pensamos que durante la niñez el hostigador es el padre/madre, que al mismo tiempo nos ama.
En el próximo capitulo veremos que esto se aplica hasta en el caso del padre que abusa sexualmente de su hija.
El niño se queda atrapado por esa traición porque siente que es más el resultado de la debilidad que una expresión de agresión. Un niño, con su profunda sensibilidad, percibe el amor de su padre aún cuando éste lo lastime. Percibe los sentimientos que hay debajo de la superficie y confía en ellos. Es como si creyera que el maltrato es una expresión de amor.
“No me lastimarías si yo no te importara” es una convicción muy fuerte en los niños.

Si tenemos en cuenta que el niño es inocente, podemos entender que no pueda comprender ni enfrentar el mal. Sin embargo, seria ingenuo no admitir que el mal existe en el mundo humano. No existe en el mundo natural, ya que sus criaturas no probaron el fruto del árbol del conocimiento y no distinguen entre el bien y el mal, sino que hacen lo que es natural en la especie. El hombre comió el fruto prohibido y está condenado a luchar contra el mal. En algunas personas el mal es tan fuerte que se les nota en los ojos. Hace muchos años, iba con mi esposa en un subterráneo y al mirarle los ojos a una mujer que estaba sentada enfrente nuestro, quedamos impresionados por la maldad que reflejaban.

El odio no es malo, así como el amor no es bueno. Son emociones naturales que resultan apropiadas en determinadas situaciones. Amamos la verdad, odiamos la hipocresía. Amamos lo que nos da placer, odiamos lo que nos causa dolor. Existe una relación polar entre estas dos emociones, al igual que en el caso del enojo y el miedo.  No podemos estar enojados y asustados en el mismo momento, aunque podemos oscilar entre estos dos sentimientos según lo requiera la situación. Así, en un momento dado estamos enojados y preparados para atacar, pero luego ese impulso se diluye y nos asustamos y queremos replegarnos. Por lo tanto, podemos amar y odiar, pero no al mismo tiempo. La anticipación del placer nos inspira y nos abre. Nos expandimos y sentimos calidez. Si aumenta el entusiasmo, sentimos afecto y receptividad. Sufrir una herida cuando nos encontramos en este estado hace que el cuerpo se contraiga y se repliegue. Si la herida es profunda, la contracción puede producir una sensación de frío, de congelamiento en el cuerpo. Para generar una contracción tan fuerte, es necesario que la herida provenga de alguien a quien amamos. Cabe decir, entonces, que el odio es el amor congelado

Cuando nos hiere alguien a quien amamos, nuestra primera reacción es llorar; como hemos visto, ésta seria la respuesta de un bebé ante el dolor y el malestar. La reacción natural de un niño más grande seria enojarse para eliminar la causa del malestar y recuperar un sentimiento positivo en el cuerpo. El objetivo de las dos reacciones es restablecer la conexión de amor con las personas importantes (padres, niñeras y compañeros de juego). Si no se logra esa conexión, el niño permanece en un estado de contracción, y no puede abrirse y salir de si mismo. Su amor está congelado, se convirtió en odio. Si es posible expresar ese odio, se rompe el hielo y se restablece el flujo de sentimientos positivos.

Son pocos los padres que toleran el enojo de un hijo, y muchos menos los que toleran la expresión del odio. Al no poder expresar el odio, el niño se siente mal y se considera malo; no es que se sienta un ser maligno o perverso, sino que no se siente un “buen niño”. Al padre/madre que causó todos estos problemas al hijo se lo considera una persona buena y justa, a quien se le debe obediencia y sumisión. Esta sumisión pasa a sustituir al amor. El niño dice: “Amo a mi madre”, pero es posible ver en su cuerpo la falta de amor, de calidez, de entusiasmo placentero, de apertura. Es un amor que surge de la culpa y no de la alegría. El niño se siente culpable por odiar a su madre.

Creo que ninguna persona puede entregarse por completo al amor a menos que acepte y exprese su odio, que se convierte en una fuerza maligna solo cuando se lo niega y se lo proyecta sobre otras personas inocentes. Predicaren contra del odio es, para mi, inútil, es como pedirle a un témpano que se derrita de amor. Si queremos ayudar a que las personas se liberen de las emociones negativas, es necesario comprender las fuerzas que dan origen a tales emociones; y para eso, primero debemos aceptar la realidad de esos sentimientos y no juzgarlos.

Hay odio en todos mis pacientes y tienen que expresarlo, pero primero tienen que sentirlo y reconocerlo como la respuesta natural a la traición al amor. Deben sentir la profundidad de las heridas psicológicas y físicas para justificar la expresión de ese sentimiento. Cuando el paciente siente realmente la herida y es consciente de la traición, le doy una toalla para que la retuerza cuando está recostado sobre la cama. Le sugiero que mientras la retuerce, la mire y diga: “Me odiabas, no?” Una vez que es capaz de expresar ese sentimiento, no le resulta difícil decir: “Y yo también te odio”. En muchos casos, esto sale espontáneamente.

Al sentir ese odio, es posible movilizar un enojo más fuerte en el ejercicio de los golpes. Pero la expresión, por si sola, no transforma la personalidad. Aceptar todos los sentimientos que uno experimenta, expresarlos, lograr la autorregulación, son hitos a lo largo del camino que recorremos durante nuestro viaje de autodescubrimiento.

En este proceso de autodescubrimiento, el análisis del comportamiento y del carácter es la brújula que nos señala la dirección correcta. Debemos comprender el cómo y el porqué del comportamiento para cambiarlo. Siempre debemos comenzar por reconocer y aceptar la inocencia del niño, que no tiene conocimiento de los complejos problemas psicológicos de la personalidad humana.
El amor que un niño siente por el padre/madre, que es la contracara del amor del padre/madre por su hijo, está tan arraigado en la naturaleza que se necesita bastante sofisticación por parte del niño para cuestionarlo. Hasta ese momento, el niño cree que el abuso y la falta de amor se deben a que él ha hecho algo malo, conclusión a la que no resulta difícil llegar. Por lo general, los conflictos entre los padres se proyectan sobre el niño; uno de los padres acusa al otro de ser demasiado indulgente, lo que hace que el niño se de cuenta de que no puede satisfacer a ambos. A menudo, el niño se convierte en el símbolo, y también en el chivo expiatorio de los problemas matrimoniales, y muchas veces, aunque está en el medio, se ve obligado a ponerse del lado de alguno de sus padres.

Conozco muy pocas personas que dejaron atrás la niñez sin la sensación muy fuerte de que había algo malo en ellos, de que no eran lo que debían ser. Imaginan que si amaran más, si se esforzaran mas, si fueran mas sumisas, todo estaría bien. Estas personas intentan satisfacer al otro y es un gran golpe para ellas ver que eso no funciona.

Las relaciones sanas entre los adultos están basadas en la libertad y la igualdad. La libertad es el derecho que tiene cada uno de expresar sin restricciones sus necesidades y deseos; la igualdad implica que dentro de la relación cada persona existe para sí misma, y no para servir al otro. Si una persona no puede decir lo que siente, no es libre; si tiene que servir a la otra, no está en situación de igualdad. Pero hay demasiadas personas que no sienten que tienen estos derechos. De niños, los censuraron por exigir la satisfacción de sus necesidades y deseos; los calificaron de egoístas y desconsiderados; y los hicieron sentir culpables por dar más prioridad a sus deseos que a los de sus padres.

Como ya  conté anteriormente, cuando una de mis pacientes, de niña, le dijo un día a su madre que estaba triste, la respuesta que recibió fue: “No estamos aquí para ser felices sino para hacer lo que se nos exige”. Esta paciente terminó siendo la madre de su madre, que es algo que les ocurre a muchas niñas y las priva del derecho de realizarse y sentirse felices. Esta traición al amor por parte de uno de los padres provoca en el niño un enojo muy fuerte contra ese padre/madre, y no lo puede expresar. El enojo suprimido congela el amor del niño, que se convierte en odio y hace que el niño se sienta culpable y se vuelva sumiso. Ninguna persona puede sentirse libre e igual si no libera esos sentimientos de enojo y odio, que perduran en las relaciones de adultos. 

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