jueves, 18 de septiembre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 4


 Amor y odio

Los niños tienen dos objetos del amor, la madre y el padre. En el amor de cada uno conocen el gozo que es posible cuando uno ama y es amado. Sin embargo, el gozo de la infancia no dura. En los niños que han sufrido malos tratos de sus padres, la dicha de la inocencia se ve violentamente destrozada. No obstante, aunque la realidad del amor se pierda o se destruya, el sueño permanece, pues sin él la vida sería algo desolado y vacío. Lo que da sentido a nuestras vidas es la esperanza de volver a poseer el paraíso.

Uno de los problemas con que nos encontramos al hablar del amor es que esta palabra describe dos sentimientos distintos, ambos originados en el corazón. Uno es al anhelo de proximidad que surge de la necesidad. El otro es el deseo de cercanía emergido de una plenitud de corazón. En el primer caso, el sentimiento de amor, aunque sea genuino, es infantil. Tiene un tono desesperado porque su objetivo es atar a la otra persona. Una vez que se ha creado el apego, la persona dependiente no puede soltarse. En cambio, el amor que brota de una plenitud de ser es maduro. No ata al amado, sino que lo deja libre.

Durante la terapia, un paciente puede decir “amo a mi madre”, aunque su historial contenga episodios de malos tratos. Después de una labor de análisis considerable, resulta por lo general, que el paciente está irritado por los malos tratos y alberga sentimientos de odio hacia su madre. La cólera y el odio han sido suprimidos por un sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, el reconocimiento y la aceptación del sentimiento de odio hacia la madre no disipa todos los sentimientos de amor. En el corazón persiste cierto amor, puesto que la madre ha sido la dadora de vida y la fuente original de sensaciones positivas.

El bloqueo de la actitud amorosa 

El corazón es un músculo como cualquier otro; el que esté duro o blando depende de su estado de relajación. Un músculo blando puede no ser tan fuerte como uno más grande y duro en cuanto a su capacidad de trabajo, pero funciona mejor porque tiene mayor movilidad y poder contráctil y su respuesta es más rápida y más completa. Uno nunca diría que un bebé responde con poco entusiasmo. Un corazón joven y blando, capaz de una mayor excitación, experimenta un sentimiento de amor más intenso que un corazón más viejo o que otro que se ha enfriado y endurecido.

Pero, ¿cómo se enfría y se endurece un corazón? La respuesta reside en la  estrecha relación existente entre el amor y el odio. El odio puede describirse como un amor que se ha vuelo frío. El proceso no es rápido; para que el amor se hiele son necesarias repetidas decepciones.

Para comprender este proceso debemos empezar con el impulso que se encuentra en el corazón de la vida: el de salir de uno mismo para alcanzar algo. Si este gesto encuentra una respuesta negativa, la reacción es encolerizarse. Podemos ilustrar esta dinámica con la figura 3.



Si la expresión de cólera consigue reestablecer un estado de contacto amoroso, la excitación del sistema muscular se descarga. Sin embargo, cuando la expresión de cólera choca con una reacción hostil, la persona no tiene otro recurso que retirarse de la relación, pues esta respuesta es una negación de su derecho a luchar por la satisfacción de sus necesidades.
Esto no quiere decir que estemos obligados a consentir toda expresión de cólera de otro; pero si una relación es verdaderamente amorosa, no podemos negar al objeto de nuestro amor el derecho a irritarse. Por desgracia, los padres a menudo niegan este derecho al niño porque interpretan su expresión de cólera como un desafío a su autoridad. Introducir el poder o la  autoridad en una relación de amor es traicionarla. Un niño, al ser dependiente no puede retirarse de esta relación. Por tanto, permanece en ella, pero su amor acaba por transformarse en odio; es decir, el impulso de establecer contacto se hiela como un río en invierno.

La incapacidad para expresar la cólera deja los músculos en un estado de tensión y contracción. Con el tiempo se vuelven rígidos y duros. En el corazón puede haber amor todavía, pero el impulso de salir y alcanzar no puede atravesar la barrera de la musculatura rígida y contraída, por lo que la superficie permanece fría. Reconocemos este estado en la expresión “manos frías, corazón caliente”.

La dinámica que subyace al odio se muestra en la fig. 4.



El individuo no es consciente de esta dinámica, ni sabe que el odio que siente está relacionado con una traición al amor que sintió en el pasado. Asimismo, no comprende que parte de ese amor, por muy disminuido que esté, vive todavía en su corazón. El odio puede expulsarse y el amor reactivarse movilizando la cólera encerrada en los músculos tensos del cuerpo.
La tensión en los músculos de los brazos y parte superior de la espalda retiene la cólera que se expresaría mediante golpes. La tensión en los músculos de la mandíbula retiene una cólera que se expresaría mordiendo, impulso que muchos bebés y niños sienten como reacción contra un padre frustrante. Las piernas son otro lugar donde puede residir la cólera -la cólera que se podría haber descargado dando patadas a un padre que trataba con rudeza la parte inferior del cuerpo del niño al limpiarlo o al enseñarle a usar el retrete.

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