martes, 16 de septiembre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 3


El Contacto

El movimiento de la sangre y los fluidos corporales hacia la superficie o hacia el centro del cuerpo (vease fig. 1) representan la reacción de una persona ante su medio. Si éste es acogedor, positivo y vitalista, la sangre se precipitará hacia la superficie y la propia persona se lanzará a establecer contacto. A su vez, estos movimientos engendrarán sentimientos de afecto y placer, Sin embargo, el amor no siempre produce placer; con demasiada frecuencia resulta doloroso. El amor nos impulsa a acercarnos a la persona que amamos, pero si ésta nos rechaza o nos abandona, nuestro placer se convierte rápidamente en dolor.
Como todo dolor, esta angustia hace que la sangre se retire de la superficie del cuerpo hacia el centro, sobrecargando el corazón y produciendo una sensación de pesadez y desesperanza. La experiencia de la angustia en la infancia puede hacer que el individuo, al crecer, tenga miedo al amor. Esto no significa que no pueda amar, sino que su impulso de establecer contacto será desconfiado y vacilante, no lo hará de todo corazón. Su cuerpo estará bajo el control del sistema nervioso simpático, que inhibe el flujo de sangre hacia la superficie.



Todo contacto placentero entre dos cuerpos da lugar a sentimientos de amor. El rechazo al contacto puede considerarse  como una expresión de frialdad o hostilidad. De modo similar, cuando los padres niegan el afecto físico a sus hijos, esto no puede menos que herirlos en lo vivo. Muchos pacientes se quejan de que sus padres casi nunca los tocaban, los abrazaban y besaban, a pesar de que les decían que los amaban. Puede muy bien ser que sus padres los amaran, pero este sentimiento rara vez se expresaba.

Hay muchas maneras de establecer un contacto amoroso sin tocar el cuerpo de la persona. El sonido, por ejemplo, es una fuerza física que afecta al cuerpo. Una voz cálida expresa amor con tanta seguridad como una voz fría y áspera manifiesta hostilidad. Los ojos son otro importante medio de comunicación. Podemos mirar a las personas con simpatía y afecto o con frialdad u hostilidad. Cuando decimos que las miradas pueden matar reconocemos su poder. Del mismo modo, una mirada cariñosa puede llegar al corazón.

Normalmente el contacto íntimo tiene lugar en partes del cuerpo en que la sangre llega muy cerca de la superficie. Estas partes se conocen como zonas erógenas: son los labios, los pezones y los órganos genitales. Cuando las zonas erógenas entran en contacto, como ocurre durante las relaciones sexuales, la excitación puede elevarse a grandes alturas. El amor genital entre un hombre y una mujer debería ser, por tanto, la actividad más excitante de todas.

Amar es sentirse conectado

La figura 2 ilustra el flujo de la sangre desde el corazón hacia arriba ( a través de la aorta ascendente) y hacia abajo (a través de la aorta descendente). En el placer, esta sangre se difunde intensamente por la superficie del cuerpo, y en el placer erótico excita intensamente las zonas erógenas. Por esta razón la sangre se considera la portadora de eros.



El amor no se limita al amor sexual entre un hombre y una mujer. El amor existe dondequiera que hay placer y deseo de proximidad. Amar es sentirse conectado.
Como ya hemos señalado, la más intensa excitación y el mayor placer son posibles a través del contacto genital entre un hombre y una mujer. Esta excitación y este placer dependen de que estos órganos se vuelvan tumescentes, o sea, se carguen de sangre. Cuando son estimulados, palpitan rítmicamente en correspondencia con el palpitar del corazón. Por esta razón, el corazón es la fuente de eros, o también podríamos decir, el hogar de eros.

La unión de los amantes en un abrazo sexual no siempre va seguida por un gran placer. Demasiadas parejas empiezan con intensos sentimientos de amor y terminan con decepción y frustración. En muchas personas existe un tabú inconsciente contra cualquier contacto sexual con una persona amada. Este tabú proviene de las experiencias infantiles y tiene el efecto de romper la unidad de la personalidad separando el sentimiento del amor en el corazón del sentimiento del deseo sexual en el aparato genital. Aunque esta escisión nunca es total, bloquea la satisfacción del amor.

Estar enamorado puede ser el paraíso si el amor de uno es aceptado, o puede ser el infierno si es rechazado. Creo que todos hemos conocido el paraíso y lo hemos perdido. El enamoramiento tiene lugar cuando creemos haberlo encontrado de nuevo. Este paraíso, en el que todas nuestras necesidades hallaban satisfacción, en el que no había necesidad de lucha ni de esfuerzo, era el seno materno.
Para muchos de nosotros, el estado paradisiaco continúa durante algún tiempo después del nacimiento, cuando nuestra madre, como la buena tierra, nos da alimento y nos protege. En un grado u otro, todo bebé ha experimentado la excitación del contacto amoroso con la madre y su cuerpo. Este estado de dicha se rompe tarde o temprano, pero nuestro corazón conserva un deseo vehemente de volver a poseerlo.

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