viernes, 26 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 5


El dar vida a las potencialidades intelectuales y emocionales del hombre, el dar nacimiento a su yo, requiere actividad productiva.
No es el error, sino la inactividad lo que hace fracasar al hombre.
Sólo merece libertad y vida quien diariamente sabe conquistarlas. La realización de sí mismo únicamente es posible cuando se es productivo, cuando se puede dar vida a las propias potencialidades.
 

El amor y el pensamiento productivo

 
La paradoja de la existencia humana es que el hombre debe buscar simultáneamente la cercanía con los demás y la independencia; la unión con otros y al mismo tiempo la conservación de su individualidad.
La respuesta a esta paradoja y al problema moral del hombre, como lo hemos señalado es la “productividad”. Se puede estar relacionado con el mundo productivamente, obrando y comprendiendo.

Su poder de razonar lo faculta para atravesar la superficie y alcanzar la esencia de su objetivo al relacionarse activamente con él.
Su capacidad de amar lo faculta para atravesar el mundo que lo separa de otras personas y comprenderlas.
Aunque el amor y la razón son únicamente dos formas diferentes de comprender al mundo, y aunque el uno no es posible sin la otra y viceversa, son expresiones de diferentes poderes, el de la emoción y el del pensamiento, y por consiguiente, deben analizarse por separado.

Las personas creen que aman cuando se han “enamorado” de alguien. Llaman amor a su dependencia y a su posesividad. Creen en efecto, que no hay nada más fácil que amar, que la dificultad radica únicamente en encontrar el objeto adecuado y que su incapacidad para ser feliz en el amor se debe a su mala suerte de no encontrar el compañero adecuado.

El amor genuino está arraigado en la productividad. Algunos elementos básicos pueden ser considerados como característicos de todas las formas de amor productivo: el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento.

El cuidado y la responsabilidad denotan que el amor es una actividad, y no una pasión que nos vence o un afecto por el cual somos “afectados”: el amor y el trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo que se trabaja y se trabaja por aquello que se ama. El amor no puede separarse de la responsabilidad. La responsabilidad no es un deber impuesto a uno desde afuera, sino mi respuesta a algo que siento que me concierne. Ser responsable significa estar dispuesto a responder.

Amar a una persona productivamente implica cuidar y sentirse responsable de su vida; y no únicamente de su existencia física, sino del crecimiento y desarrollo de todos sus poderes humanos.
Amar productivamente es incompatible con ser pasivo, con contemplar la vida de una persona; implica cuidado y trabajo, y la responsabilidad por su desarrollo.
Amar a una persona productivamente significa estar relacionado con su esencia humana, con ella como representante de la humanidad.
La solidaridad humana es la condición necesaria para el despliegue de cada uno de sus individuos.

El cuidado y le responsabilidad son elementos constitutivos del amor, pero sin el respeto por la persona amada y su conocimiento, el amor degenera en dominación y posesión.
El respeto no es temor, indica la aptitud para ver a una persona tal como es, de ser consciente de su individualidad y singularidad. Además, no es posible respetar a una persona sin conocerla; cuidado y responsabilidad serían ciegos si no estuvieran guiados por el conocimiento de la individualidad.
La función de la razón es conocer, entender, captar y relacionarse con las cosas por medio de su comprensión.

Otro aspecto de la objetividad debe estar presente en el pensamiento productivo: el ver la totalidad de un fenómeno. Desarrollar un nuevo y más profundo punto de vista estructural de la situación.
La objetividad no significa indiferencia y desapego; significa respeto; o sea, la aptitud para no deformar y falsificar las cosas, a las persona y a uno mismo.
La pereza y la actividad compulsiva no son opuestos, sino dos síntomas del trastorno en el funcionamiento adecuado. El entorpecimiento de la actividad productiva da lugar a la inactividad o a la superactividad. El hambre y la fuerza, por ejemplo, nunca pueden ser condiciones para la actividad productiva. Por el contrario, la libertad, la seguridad económica y una organización de la sociedad en la cual el trabajo pueda ser la expresión más significativa de las facultades del hombre, constituyen los factores conducentes a la expresión de la tendencia natural del hombre a hacer uso productivo de sus poderes.








lunes, 22 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 4

La orientación productiva

El carácter de la personalidad normal, madura y sana ha sido apenas considerado. Este carácter llamado por Freud, el carácter genital, es definido por él como la estructura del carácter de una persona en la cual la libido oral y anal han perdido su posición de predominio, y funcionan bajo la supremacía de la sexualidad genital. La descripción de Freud no va más allá.

La “orientación productiva” de la personalidad se refiere a una actitud fundamental, a un modo de relacionarse con todos los campos de la experiencia humana. Incluye las respuestas mentales, emocionales y sensoriales hacia otros, hacia uno mismo y hacia las cosas. Productividad es la capacidad del hombre para emplear sus fuerzas y realizar sus potencialidades congénitas (desarrollar su dimensión espiritual).

Y si decimos que él “debe” emplear “sus” fuerzas, implicamos que debe ser libre y no dependiente de alguien que controla sus poderes. Implicamos además, que es guiado por la razón, puesto que únicamente puede hacer uso de sus poderes si sabe lo que son, como usarlos y para qué usarlos. Significa que se siente uno con sus facultades y al mismo tiempo que éstas no están enmascaradas y enajenadas de él.

Un tipo común de actividad improductiva es la reacción frente a la ansiedad, ya sea aguda o crónica, consciente o inconsciente, y que está frecuentemente en la raíz de las preocupaciones del hombre actual.

Similar es el tipo de actividad basado en la sumisión o dependencia a una autoridad.

Y otra parecida es la actividad del autómata. Aquí no encontramos una dependencia a una autoridad visible, sino más bien a una autoridad anónima tal cómo la que representan la opinión pública, las normas sociales, el sentido común o la “ciencia”. La persona siente y hace lo que supone que debe sentir o hacer; su actividad carece de espontaneidad en el sentido de que no se origina en la propia experiencia mental o emocional, sino en una fuente exterior.

Las pasiones irracionales se encuentran entre las fuentes más poderosas de la actividad. La persona que es impulsada por la avaricia, el masoquismo, la envidia, los celos o cualquier otra forma de avidez, es obligada a actuar; sin embargo, sus acciones no son ni libres ni racionales, sino opuestas a su razón y a sus intereses como humano. Es una persona activa, más no productiva.

Con el concepto de productividad no nos referimos a la actividad que necesariamente produce resultados prácticos, sino a una actitud, a un modo de reacción y de orientación hacia el mundo y hacia si mismo en el proceso de vivir. Lo que nos interesa es el carácter del hombre, no su éxito.

Cuando carece de potencia, la forma de relación del hombre con el mundo se pervierte, convirtiéndose en un deseo de dominar. El dominio nace de la impotencia y a la vez la acrecienta, pues si un individuo puede forzar a otro a que le sirva, su propia necesidad de ser productivo se va paralizando gradualmente.

El mundo exterior puede ser experimentado básicamente de dos maneras: “reproductivamente”, percibiendo la realidad del mismo modo que una película; y “generativamente”, concibiéndola, vivificándola y re-creando este nuevo material por medio la actividad espontánea de los propios poderes mentales y emocionales.

Es muy frecuente en nuestra cultura la atrofia relativa a la capacidad generatriz. Por otra parte, la persona que ha perdido la capacidad de percibir la realidad es un loco. El psicótico construye un mundo interior de realidad en el cual parece tener plena confianza, vive en su propio mundo. La verdadera realidad ha sido eliminada y una interior ocupa su lugar.

El ser humano normal es capaz de relacionarse con el mundo simultáneamente, percibiéndolo tal como es y concibiéndolo animado y enriquecido por sus propias facultades. La presencia de ambas capacidades, la reproductiva y la generatriz, es una condición previa para la productividad, son dos polos opuestos cuya interacción es la fuente dinámica de la productividad, algo nuevo que brota de ésta interacción.





 

viernes, 19 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 3

El carácter

Puede considerarse al sistema caracterológico  como el substituto humano del aparato instintivo del animal. Nuestra segunda naturaleza. Una vez que la energía ha sido encauzada de cierta manera, la acción se produce como “fiel expresión del carácter”.
Un determinado carácter puede ser indeseable desde el punto de vista ético, pero al menos permite a la persona actuar con relativa consistencia y la releva de la penosa tarea de tener que tomar cada vez una decisión nueva.

Tipos de carácter

Las orientaciones improductivas:

a) La orientación receptiva.

La persona siente que la “fuente de todo bien” se halla en el exterior y cree que la única manera de lograr lo que desea -ya sea algo material, sea afecto, amor, conocimiento o placer- es recibiéndolo de esa fuente externa. Tales personas tienden a no discriminar en la elección de los objetos de su amor. Se prenden de cualquiera que les ofrezca amor o algo parecido. Son muy sensibles a todo rechazo. Muestran una clase particular de lealtad, en cuya base se encuentra la gratitud por la mano que les alimenta y el temor de llegar a perderla. Les resulta difícil decir “no” y se ven fácilmente enredadas entre lealtades y promesas conflictivas. Puesto que no pueden decir “no”, les place decir “si” a todo y a todo el mundo, y la parálisis de sus facultades críticas resultante aumenta constantemente su grado de dependencia de otros.

El tipo receptivo se caracteriza por su gran afición a la comida y a la bebida. En sus sueños, el ingerir alimentos es un símbolo frecuente de ser amado; el sufrir hambre, una expresión de frustración o desengaño. En general son optimistas y cordiales, pero se tornan ansiosos cuando ven amenazada su “fuente de abastecimiento”. A menudo tienen un deseo genuino de ayudar a otros, pero el hacer algo por los demás lleva el propósito de asegurar su favor.

b) La orientación explotadora

Igualmente, tiene como premisa básica el sentir que la fuente de todo bien se encuentra en el exterior. La diferencia con la receptiva consiste en que el explotador no espera recibir cosas de los demás en calidad de dádivas, sino quitándoselas por medio de la violencia o la astucia.
En el terreno del amor y del afecto, estos individuos tienden a robar y arrebatar. Su lema es “Los frutos robados son mejores”. Esta orientación parece estar simbolizada por la boca en actitud de morder. Toda persona representa para ellos un objeto de explotación y es juzgado de acuerdo a su utilidad. Resaltan la suspicacia y el cinismo, envidia y celos.

c) La orientación acumulativa

Esta hace que la persona tenga poca fe en cualquier cosa nueva que pueda obtener del mundo exterior; su seguridad se basa en la acumulación y en el ahorro, en tanto que cualquier gasto se interpreta como una amenaza.
El amor es para ellos esencialmente una posesión; no dan amor, sino tratan de lograrlo poseyendo al “amado”. Su sentimentalismo les hace sentir que todo pasado fue mejor. Pueden saberlo todo, pero son estériles e incapaces de pensar productivamente. Sus facciones son características de su actitud de retraimiento. El tipo acumulativo es metódico en todas sus cosas, pero al igual que con sus recuerdos, su método es rígido y estéril.
El mundo exterior representa para él una constante amenaza que puede abrir una brecha en su prisión fortificada. Un constante “no” es la defensa casi automática contra la intromisión. La muerte y la destrucción poseen para ellos mayor realidad que la vida y el crecimiento. Su lema: ”nada nuevo hay bajo el sol”. La intimidad constituye una amenaza en su relación con los semejantes.

d) La orientación mercantil

Es la orientación del carácter que está arraigada en el experimentarse a uno mismo como una mercancía, y al propio valor como un valor de cambio. La persona no se preocupa tanto por su vida y felicidad como por ser “vendible”.
El grado de inseguridad resultante de esta orientación difícilmente podrá ser sobrepuesto. De aquí que el individuo se sienta impulsado a luchar inflexiblemente por el éxito y que cualquier revés sea una grave amenaza a la estimación propia.
Si las vicisitudes del mercado son los jueces que deciden el valor de cada uno, se destruye el sentido de la dignidad y del orgullo.
El modo en que uno experimenta a los demás no difiere del modo como se experimenta a sí mismo. De igual forma, la diferencia entre los individuos se reduce a un elemento común: su precio en el mercado. Su individualidad, aquello que les es peculiar y único, es algo carente de valor y de hecho un lastre. “Igualdad” ha llegado a ser sinónima de “indiferencia” y es ciertamente la indiferencia lo que caracteriza la relación del hombre modero consigo mismo y con sus semejantes. Todos saben como se sienten los demás, porque cada cual se encuentra en la misma situación: solo, con miedo al fracaso y ansioso por agradar; en esta batalla no se espera ni se da cuartel.

El carácter superficial de las relaciones humanas conduce a que muchos estén esperanzados de poder encontrar profundidad e intensidad de sentimiento en el amor individual. Empero, el amor hacia una persona determinada y el amor al prójimo es indivisible; las relaciones amorosas constituyen en cada cultura solamente una expresión más intensa del vínculo de unión que prevalece entre los hombres de esa cultura. Es una ilusión, por consiguiente, esperar que la soledad del hombre, arraigada en la orientación mercantil, pueda remediarse con el amor individual.

El pensamiento, al igual que el sentimiento, es determinado por la orientación mercantil. Estimulado por una eficiente y extensa educación, esto conduce a un alto grado de inteligencia, pero no de razón. Para los propósitos de manipulación todo lo que es necesario saber son los rasgos superficiales de las cosas. La “verdad”, que sería descubierta mediante la penetración en la esencia de los fenómenos, se vuelve un concepto anticuado.
La mayor parte de los test de inteligencia se concretan a este tipo de pensamiento; su objeto no es tanto medir la capacidad para el razonamiento y la comprensión, como medir el grado de capacidad de rápida adaptación mental a una situación dada; “test de adaptación mental” sería el nombre adecuado para ellos.

La Psicología, que la gran tradición del pensamiento de occidente postuló como condición para la virtud, el arte de vivir y la felicidad, ha degenerado en un instrumento útil para un mejor manejo de los demás y de uno mismo, dentro de las empresas, en la propaganda política, en los anuncios, etc.






miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 2


Ética subjetivista vs Ética objetivista

La ética humanista es la ciencia aplicada del “arte de vivir”. El impulso de vivir es inherente a cada organismo. ¿A que se debe el que en nuestra era se haya perdido el concepto de la vida como un arte?
A pesar de todo el énfasis que la sociedad moderna ha puesto en la felicidad, en la individualidad y en el propio interés, ha ensañado al hombre a sentir que no es la felicidad (o la salvación) la meta de su vida, sino su éxito o el cumplimiento de su deber de trabajar. El dinero, el prestigio y el poder se han convertido en sus incentivos y en sus metas.

El fin de la vida del hombre, por consiguiente, debe ser entendido como el despliegue de sus poderes de acuerdo con las leyes de su naturaleza. El deber de estar vivo es el mismo que el de llegar a ser sí mismo, de desarrollarse hasta ser el individuo que cada uno es potencialmente.

En la Ética Humanista, lo “bueno” es la afirmación de la vida, el despliegue de los poderes espirituales del hombre. La “virtud” es la responsabilidad hacia la propia existencia. Lo “malo” lo constituye la mutilación de las potencias del hombre. El “vicio” es la irresponsabilidad hacia sí mismo. Estos son los principios de una ética humanista objetivista.

La Ciencia del Hombre 

Los pensadores autoritarios han asumido por conveniencia la existencia de una naturaleza humana, a la cual consideraron fija e inmutable, y a la cuál hay que adaptarnos. Pero los hallazgos de la Antropología y de la Psicología parecen establecer la infinita maleabilidad de la naturaleza humana. La naturaleza humana no es fija, ni la cultura es un valor invariable al que se adapte la naturaleza humana en forma pasiva y completa.

El conocimiento del hombre es la base para poder establecer normas y valores.
La felicidad, que es el fin del hombre, es el resultado de la “actividad” y del “uso”; no es un bien apacible o un estado de la mente. La felicidad no es  fin en sí mismo, sino aquello que acompaña a la experiencia del aumento en potencia; la impotencia, en cambio, es acompañada por la depresión.

La naturaleza humana y el carácter


El hombre nunca está libre de la dicotomía de su existencia: no puede liberarse de su mente, aunque quisiera; no puede desembarazarse de su cuerpo mientras viva, y su cuerpo, le hace querer estar vivo.
El dinamismo de su historia es intrínseco a la existencia de la razón, la cual lo fuerza a desarrollar y a crear mediante ella, un mundo propio en el que pueda sentirse como en su hogar, consigo mismo y con sus semejantes.
No existe ningún “impulso de progreso” innato en el hombre; es la contradicción inherente a su existencia la que lo hace seguir adelante. Habiendo perdido el paraíso -la unidad con la naturaleza- se ha convertido en el eterno peregrino. Se ve empujado a superar esta división interna, atormentado por una sed de “absoluto”; con una nueva armonía que logre levantar la maldición que lo separó de la naturaleza, de sus semejantes, de sí mismo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Ética y Psicoanálisis, parte 1


 
Ética y Psicoanálisis

Fromm, E,
 
La psicología no solamente debe desbancar juicios éticos falsos. Sino que debe ser la base para la elaboración de normas válidas y objetivas de la conducta.

Los problemas de la ética no deben omitirse en el estudio de la personalidad. Los juicios de valor que elaboramos determinan nuestras acciones y sobre su validez descansa nuestra salud mental y nuestra felicidad.

La neurosis misma es, en último análisis, un síntoma de un fracaso moral. Un sistema neurótico es en muchos casos la expresión específica de un conflicto moral, y el éxito del esfuerzo terapéutico depende de la comprensión y de la solución del problema moral de la persona.

Es imposible comprender al hombre y a sus perturbaciones emocionales y mentales sin comprender la naturaleza de los conflictos de valor y de los conflictos morales. El progreso de la Psicología no radica en la dirección del divorcio de un supuesto “campo natural”, de otro supuesto “campo espiritual” y que enfoca su atención sobre el primero; sino en el retorno a la gran tradición de la Ética Humanista que contempló al hombre en su integridad física y espiritual creyendo que el fin del hombre es ser él mismo y que la condición para alcanzar esta meta es que el hombre sea “para sí mismo”.

Nuestro conocimiento de la naturaleza humana no conduce al relativismo ético, sino que nos lleva a la convicción de que la fuente de las normas para una conducta ética han de encontrarse en la propia naturaleza del hombre, que las normas morales se basan en las cualidades inherentes al hombre y que su violación origina una desintegración mental y emocional.

Intentaré demostrar que la estructura del carácter de la personalidad integrada y madura -el carácter productivo- constituye la fuente y la base de la “virtud”, y que el “vicio”, en último análisis es la indiferencia hacia uno mismo y una auto-mutilación. Si el hombre a de confiar en valores tendrá que conocerse a sí mismo.

Ética Autoritaria vs Ética Humanista

En la ética autoritaria una autoridad establece lo que es bueno para el hombre, y prescribe las leyes y normas de conducta; en la ética humanista es el hombre mismo quién da las normas y es a la vez el sujeto de las mismas, su fuente formal y el sujeto de su materia.

La autoridad racional tiene su fuente en la competencia. En tanto que ayuda competentemente en lugar de explotarlos. Su autoridad no requiere de terrores irracionales.

La fuente de la autoridad irracional, por otro lado, es siempre el poder sobre la gente. La ética autoritaria niega formalmente la capacidad del hombre para saber lo que es bueno y lo que malo. Tal sistema no se basa en la razón ni en la sabiduría, sino en el temor a la autoridad y en el sentimiento de debilidad y dependencia del sujeto. Materialmente, resuelve la cuestión de lo que es bueno o malo considerando, en primer lugar, los intereses de la autoridad.

Los fundamentos de nuestra capacidad para diferenciar lo bueno y lo malo se establecen en nuestra primera infancia, primero en relación con funciones fisiológicas y después en relación con asuntos más complejos de conducta. Los juicios de valor se forman como resultado de las reacciones cordiales u hostiles de las personas que ocupan un lugar de importancia en su vida.

El temor a la desaprobación y la necesidad de aprobación parecen ser en verdad, los más poderosos motivos del juicio ético. El niño “bueno” puede estar atemorizado e inseguro, queriendo solamente complacer a sus padres sometiéndose a su voluntad, mientras que el niño “malo” puede poseer una voluntad propia e intereses genuinos que, sin embargo, no son del agrado de sus padres.

La rebelión es el pecado imperdonable en la ética autoritaria. Una de las características de la naturaleza humana es que el hombre encuentra su felicidad y la realización plena de sus facultades únicamente en relación y solidaridad con sus semejantes.

El amor es el propio poder del hombre, por medio del cual se vincula a sí mismo con el mundo y lo convierte en realmente suyo.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Lo que verdaderamente dijo Jung, parte 3


Animus y Anima

La integración de lo masculino y lo femenino.

Una síntesis descriptiva del proceso de individuación hasta el momento, podría ser el siguiente: hemos ido aprendiendo a caminar en la verdad “aflojando” la máscara, haciendo que el mundo externo mismo se haga más lúcido, con mayores contornos y detalles para la conciencia. Hemos aprendido a buscar la verdad de nosotros mismos, independizándonos de la conciencia colectiva, aprendiendo a vivir a partir de nuestro interior, de lo que auténticamente sentimos y pensamos.

Al confrontarnos con nuestra sombra, también nos hemos ido reconciliando gradualmente con nuestra historia. Esos acontecimientos vergonzosos, esas personas o sucesos que han sido para nosotros causas de temor o de resentimiento; esos eventos penosos, dolorosos; esos temas que siempre han sido un poco tabú por el temor que nos inspiran; en fin, todo ese “mundo” del cual en el fondo no hemos querido saber nada.

Al entrar en nuestra conciencia, tales hechos nos han enriquecido con nuevas energías, o han disminuido las que nos paralizaban. Además, nuevas cualidades se han incorporado a nuestra manera de ser, enriqueciendo nuestra personalidad.

Una nueva sensación de libertad ha ido apareciendo; nos sentimos con mayor “voluntad”; hay menos recursos a la proyección y hemos aprendido a dejar tranquilos a los demás. Hay en fin, mayor paz personal y social. La sombra se ha convertido en luz, y nuestros enemigos interiores en amigos y confidentes.

Dentro del inconsciente colectivo, la función arquetípica más inmediata es aquella que se refiere a la diferenciación de lo masculina y lo femenino, al menos en el mundo de hoy.

Muchos de los problemas actuales del ser humano y de la cultura derivan de una falta de integración de este par de funciones arquetípicas. El psiquismo del hombre y la mujer, no es exactamente el mismo. La necesidad de reforzar los elementos femeninos en forma adecuada y armónica con los rasgos masculinos, es urgencia en nuestra época.

Al hablar de este par de arquetipos que expresan la polaridad masculino - femenino, el Animus y el Anima, Jung los describió en términos de “Eros - Logos”, sólo como ayudas conceptuales para describir el hecho de que la conciencia de la mujer se caracteriza más por lo unitivo de Eros, que por lo diferenciador y cognoscitivo del Logos.

A la luz de la antiquísima psicología china, el cosmos se reduce a la polaridad del principio Yang y el principio Yin. Todo en el mundo concreto participa de las varias proporciones del Yin y el Yang.

En general, el hombre es de un nivel Logos, pensamiento - sensación, teniendo reprimido el sentimiento y/o la intuición; la mujer lo contrario: se desenvuelve en un nivel Eros, sentimiento - intuición, dejando reprimido el pensamiento y/o sensación. Esto es una manifestación de las polaridades no integradas. Esta dinámica de integración es de importancia para la madurez psicoafectiva. Cuando no se ha realizado se produce el fenómeno de la “animosidad”: el anima da lugar a extraños estados afectivos en el hombre, y el animus origina en la mujer una vulgaridad irritante que despierta ideas descabelladas.

 
Cuando un hombre asume e integra su anima, se verifica en él un cambio de actitud respecto a lo femenino en general… porque la vida se apoya en la interacción armonizada de las fuerzas masculinas y femeninas, tanto internas como exteriores al individuo humano. Conseguir la unión de estos contrarios, constituye una de las tareas esenciales de la psicoterapia actual.

Un varón que desarrolle solamente el área masculina, será brutal más que agresivo; intelectual, pero de manera estéril y más bien formal y académico; su lado femenino subdesarrollado se manifestará en caprichos de niño mimado e irritabilidad.

Por otra parte, una mujer que ha desarrollado solo su lado femenino, se presentará débil y meramente receptiva; híper sensitiva, más que capaz de relaciones interpersonales; mientras su lado masculino, indiferenciado, se manifestará más bien como tozudez interior más que firmeza y dogmatismo más que racionalidad.

Vivimos en una era caracterizada por un fuerte racionalismo y por el contacto con el mundo a través del conocimiento intelectual y empírico, en desmedro del conocimiento intuitivo - afectivo; la violencia, la guerra, el terrorismo se manifiestan como modos de solución de los problemas; el dominio económico, político o militar, predomina sobre el servicio; el tener y la eficacia, sobre el ser, la gratitud y el interés por las personas.

Cuando él o ella no tienen primero e interiormente la contraparte incorporada en la dinámica de su proceso de madurez, se buscan con un hambriento desequilibrio, proyectado en la propaganda porno.

Estando desvinculados los principios masculino y femenino internos, la identificación exterior es meramente epidérmica.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Lo que verdaderamente dijo Jung, parte 2


El proceso de individuación o de desarrollo personal

Se trata de un proceso espontáneo de maduración. Generalmente es recorrido con mayor intensidad por las personas a raíz de una crisis espiritual fuerte, o de un análisis terapéutico, o bien, ocasionado por el desencadenamiento de una neurosis.

También puede recorrerse (idealmente) por el simple impulso de buscar la verdad. Los peligros de éste proceso se encuentran en la fascinación de dejarse arrastrar por sus imágenes simbólicas procedentes de lo profundo, cargadas de energía psíquica. De ahí la necesidad de tener un acompañante de mayor experiencia.

Este es un camino que lleva de la multiplicidad a la unidad; un proceso de síntesis. En él se edifica la personalidad madura. Una experiencia de totalidad en la comunión interior, con el universo y la humanidad.

La Persona

Jung usa este término para caracterizar las expresiones de un impulso arquetípico hacia una adaptación a la colectividad y realidad externas. Es un compromiso entre el individuo y la sociedad.
La persona, es una máscara que trata de hacer creer a los demás y a uno mismo que uno es individual, mientras uno es sólo una parte en la cual se expresa la psiquis colectiva.

Todos tratamos de identificarnos como pertenecientes a alguna categoría, cuyos comportamientos esperados por los demás tratamos de asimilar como nuestros. Pero también el self inconsciente, la real individualidad de cada uno, está siempre presente, y se hace sentir produciendo incomodidad en el sujeto e impidiéndole, en algún grado, vivir en función de la máscara.

La identificación con el oficio o título tiene algo de seducción; por ello muchos hombres no son nada más que la dignidad que la sociedad les ha otorgado. Se produce así una despersonalización que falla para desarrollar una responsabilidad moral personal; se carece en estos casos de principios éticos y de sentimientos, escondiéndose el sujeto y su individualidad detrás de una moralidad colectiva y de comportamientos prescritos.

Por otro lado, cuando la formación de la persona es inadecuada a causa de un pobre entrenamiento social o a causa de un rechazo de las formas sociales, el sujeto no podrá ejercer o rehusará ejercer con éxito el rol social.

Lo colectivo y lo individual conforman de éste modo un par de polaridades que tienen que encontrar su equilibrio en la verdad de la propia individualidad. Así, mientras más brille una “persona”, más obscura será su sombra; mientras mayor dedicación se de a la sombra, se tendrá a una “persona” más bien defensiva y pobre.

 

La Sombra (o el alter ego)

Es el personaje negro, sombrío, que llevamos adentro. Es la parte de nuestra personalidad que no mostramos conscientemente al público. Es aquella parte de nuestra personalidad que ha sido reprimida en nuestro cuidado del yo ideal. La sombra representa el inconsciente personal, nuestro propio lado no amado, rechazado y reprimido.

Solamente lo que encontramos imposible de aceptar en nosotros mismos, es lo que decidimos no aceptar en los demás.
Nadie puede hacer consciente sin considerable dispendio de decisión moral. Se trata de reconocer como efectivamente presentes los aspectos obscuros de la personalidad.

Este acto es el fundamento indispensable de todo conocimiento de sí, y por consiguiente encuentra resistencia considerable.

Cuando la sombra es aceptada e integrada a la consciencia, es fuente de renovación. La sombra es la puerta de nuestra individualidad, por tanto, la primera etapa para acceder a la experiencia del self.

El reconocimiento de la sombra… nos conduce a la modestia que necesitamos a fin de reconocer la imperfección. En la vida actual, se requiere del mayor arte para ser simple.

Cada minoría social, sea étnica, política o religiosa, acarrea la proyección de la “sombra” de las mayorías respectivas. Los tiempos más peligrosos, colectiva o individualmente tomados, son precisamente aquellos en que presumimos haber eliminado nuestros factores inconscientes.

Recordemos que un complejo no es patológico en sí mismo, sino que se hace tal cuando asumimos que no lo tenemos. De éste modo él nos tiene a nosotros, aunque no nos demos cuenta.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Lo que verdaderamente dijo Jung, parte 1

 Bennet. E.A " Lo que verdaderamente dijo Jung"

Introducción a la Psicología de C.G. Jung .

La religión “viva” y la religión convencional

Decir que un individuo tiene “fe” equivale a decir psicológicamente, que es capaz de “vivir” sus símbolos, conmoverse con su experiencia, y que éstos se mantengan “vivos” dentro de él
El hecho de que algunos hombres subordinen sus símbolos a los criterios del  yo y de la conciencia, indica que tales símbolos, surgidos del inconsciente, han dejado de estar en ellos, “grávidos de significado” y se han convertido en signos. Esto es grave, ya que el símbolo religioso (expresión del arquetipo "Dios") constituye la expresión y encierra la mayor energía vital de la psique. Es a través de este símbolo -Dios- como el sujeto experimentaría su relación con el proceso del sentido total y definitivo de la vida. Esto se explica por la psicología del símbolo.
El arquetipo ancestral Dios, originado en el inconsciente colectivo, desarrolla un “sistema parcial autónomo”. La carga tan grande de energía psíquica que conlleva produce una especial dependencia del yo, quien no logra dominarla.
El arquetipo Dios mantiene unida a la sociedad, dando cohesión a sus valores e integrando la vida psicológica de los sujetos, encauzando, de este modo y dentro de un sistema social, sus más altas fuerzas energéticas.

Las religiones han perdido, a partir de la ilustración y el posterior racionalismo, su capacidad educativa y terapéutica. Las religiones han permanecido estáticas y rigidizadas, mientras el alma moderna ha evolucionado con el cambio sociocultural.
Ha habido en el hombre una intensificación de la conciencia personal. El hombre de nuestros días no desea ya seguir un dogma rígido; quiere comprender, saber, hacer por sí mismo una experiencia original, sumergirse en el alma.

Cuando muere un Dios, la estructura de valores pierde su base de sustentación; desaparece su carácter vital; se disipa su sentido. Las energías que de ordinario deben orientarse hacia la vida a través de esos símbolos, ya no egresan, sino que refluyen hacia el interior de la psique, donde activan los elementos latentes del inconsciente histórico. Entonces se altera todo el equilibrio de la personalidad y la inestabilidad perdura hasta que un nuevo Dios…

En síntesis, las religiones no serían otra cosa que una psicología simbólica. Por tanto, todas las afirmaciones acerca del otro mundo, del más allá, la gracia y los milagros, no son más que proyecciones de contenidos psíquicos inconscientes. En física, podemos prescindir del concepto de Dios; pero en psicología, el concepto de Dios es una magnitud definitiva, con la que hay que contar, exactamente  como hay que contar con el afecto, el impulso, la madre, etc.

La naturaleza del alma habla en las religiones y, por tanto, cuando la imagen de Dios en un paciente o su idea de inmortalidad padecen consunción, es qué “su metabolismo espiritual está desquiciado”
La vida más plena es posible únicamente cuando se trata de vivir en armonía con los arquetipos, y es prueba de sabiduría el retornar siempre a ellos.

viernes, 5 de diciembre de 2014

La Traición al cuerpo, parte 12


La lámpara del cuerpo

Existe una conexión directa entre las piernas y la función sexual. La genitalidad implica madurez (estar con los pies bien plantados en la tierra), y viceversa. Al separar el ego (zona de la cabeza) de la genitalidad (zona de las piernas), el esquizoide niega su independencia y madurez, y huye a esconderse en una situación de infantil indefensión. En una palabra, al escindir la imagen de la mitad inferior de su cuerpo a fin de evitar las sensaciones sexuales, el esquizoide se disocia de las funciones de las piernas, que representan independencia y madurez.

El repliegue del sentimiento de la periferia del cuerpo constituye un mecanismo de la defensa esquizoide. Al perder carga en la superficie corporal, se reduce la percepción del contorno del cuerpo, por lo cual se vuelve imposible dibujar correctamente la silueta humana. También se baja la barrera a los estímulos externos, y eso vuelve al esquizoide sumamente sensible a las fuerzas externas.

Existe una identidad funcional entre la imagen del cuerpo y el cuerpo real. Para lograr una adecuada imagen corporal se requiere movilizar el sentimiento corporal total. Para experimentar el cuerpo como algo vivo y saludable, éste debe funcionar de ese modo. Además de quitar los escollos psicológicos que impiden aceptar el propio cuerpo, la terapia debe brindar al paciente algún modo de que pueda experimentar su cuerpo “de inmediato“. Se le debe alentar a moverse respirar, porque si esas funciones están deprimidas, se pierde la sensación.

El esquizoide es una persona que lleva los sentimientos encerrados dentro de sí, como el genio de la lámpara de Aladino. Pero se olvidó de la fórmula mágica que puede liberar al genio. Interpretado como una metáfora del cuento, la lámpara vendría a ser el cuerpo, las palabras mágicas son las palabras de amor, y el acto de frotar la lámpara es el equivalente de las caricias. Cuando se acaricia el cuerpo, éste se enciende cómo una lámpara y deja escapar algo potente, el aura de excitación sexual. Cuando el cuerpo está “encendido”, los ojos brillan y el genio del sexo puede realizar sus transformaciones mágicas. En realidad, el esquizoide no se olvidó de la fórmula; el habla de amor y practica el sexo, pero la lámpara despareció o está rota, y por lo tanto no pasa nada. Desesperado, recurre a perversos experimentos con drogas, o bien, se vuelve promiscuo. Con ninguna de estas tácticas consigue hacer salir de la lámpara al genio del sexo y del amor.




 

 

 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 11

La seducción y el rechazo

Se dice que un niño es seducido cuando el padre o la madre se aprovechan de la necesidad que tiene el niño de calidez y contacto estrecho, para obtener de la relación un placer sexual inconsciente. Los padres que lo hacen no son conscientes de la significación sexual de sus actos, como cuando besan a sus hijos en la boca o se exhiben desnudos ante ellos. Otro elemento de la situación de seducción se da cuando se coloca al niño en una posición de sometimiento. Entonces el adulto inicia la conducta de seducción, y el niño no puede resistirse a un padre a quien lo une una situación de dependencia. Así, la excitación sexual tienta al niño a entrar en la intimidad, y éste queda atado al padre por esa misma excitación.
La seducción coloca al niño en un grave dilema. Por un lado, el niño adquiere un  sentimiento de contacto estrecho, pero pierde su derecho a exigir lo que le corresponde, a exigir que se satisfaga su propia necesidad de placer.

Físicamente, el efecto de la seducción es igualmente desastroso. El niño se siente excitado, pero debido a su inmadurez fisiológica, no puede descargar por completo su excitación, por lo cual la excitación se transforma en una sensación física no placentera. Al mismo tiempo, la culpa sexual relaciona excitación con ansiedad. Al niño solo le queda entonces cortar toda sensación corporal, y abandonar su cuerpo.

El padre seductor es también un padre que rechaza. Utilizar el cuerpecito infantil como fuente de excitación sexual es violar los sentimientos de intimidad del niño y negarle el respeto y cariño que necesita su personalidad en desarrollo. En efecto, al niño que se le usa de este modo se le rechaza en tanto persona independiente.
El rechazo a menudo se basa en el miedo que tiene ese padre a la intimidad porque despierta en él la culpa sexual. Dichos padres temen tocar y acariciar al niño, y cuando lo hacen, se nota en ellos una actitud cohibida que el niño percibe como manifestación de ansiedad sexual.

Los padres que no tienen contacto con su cuerpo no se dan cuenta de lo seductores que son con sus hijos. Por otra parte, el hijo, que vive una relación más próxima con su propio cuerpo, es sumamente sensible a todos los matices del sentimiento y capta el interés sexual disimulado. Por regla general, la madre seduce a su hijo y lo lleva a una intimidad erótica en apariencia inocente con ella, mientras el padre con la mirada, de palabra o de hecho expresa su interés sexual por la hija.

lunes, 1 de diciembre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 10

La despersonalización

El mecanismo de despersonalización es la inhibición de la respiración y el movimiento. Esta maniobra no se realiza conscientemente. Hay en el trasfondo un sentimiento de terror que se percibe conscientemente como una “sensación rara”, contra la cual el organismo reacciona “muriéndose”. Frente a ese terror, el cuerpo se paraliza, se contiene la respiración y cesa todo movimiento.

Una vez que se produce la despersonalización y el ego se escinde del cuerpo, se produce un círculo vicioso. En tanto y en cuanto se impide al cuerpo toda percepción, las sensaciones se viven como algo extraño y aterrador. Sin una adecuada imagen corporal, la mente no puede interpretar correctamente los hechos del cuerpo. Por eso es que la hipocondría es un síntoma tan común en los individuos con tendencias esquizoide. Así como una persona normal puede comprender, y por ende, tolera fenómenos tales como el dolor de garganta, las palpitaciones cardíacas o los cosquilleos en el estómago, ante estos mismos síntomas el esquizoide reacciona con un miedo exagerado. En realidad, los “ve” como el producto de influencias externas, aun cuando se producen dentro de su propio cuerpo, sin ninguna influe4ncia de afuera.

El esquizofrénico no tiene la capacidad de integrar sus sentimientos e impulsos en actividades orientadas hacia un fin. En la persona normal, los impulsos se organizan en patrones de acción que canalizan la energía del impulso de modo de producir acciones expresivas o agresivas dirigidas hacia el mundo exterior. Esto el esquizofrénico no lo puede hacer. En consecuencia, el impulso caótico permanece encerrado en el interior del cuerpo, donde sobreexcita los órganos  y produce sensaciones que se perciben como extrañas y amenazantes.
En el plano psicológico, asocia inconscientemente  las extrañas y perturbadoras sensaciones corporales con experiencias aterradoras de la infancia. Por lo general, se hace necesario explicar esta asociación mediante análisis de sueños y recuerdos. Sin embargo, el solo hecho de hacer consciente la asociación  no alcanza a aliviar la ansiedad

En la medida  en que el ego esté escindido del cuerpo, las excitaciones genitales que se producen en la adultez se vivirán con ansiedad. Esta ansiedad lleva un ulterior corte del sentimiento total del cuerpo.
La falta de una adecuada imagen del cuerpo basada en una superficie corporal sensible y vital explica la conducta sexual promiscua. La excitación sexual se siente como una forma extraña y perturbadora que es preciso eliminar o descargar. Eso da lugar a una sexualidad compulsiva que no discrimina, y que a la vez carece de todo afecto. Dicha sexualidad sirve para aliviar la excitación genital, pero dado que el cuerpo total no participa de modo emocional, tampoco produce placer ni satisfacción completamente. La homosexualidad, en particular, se caracteriza por este tipo de sentimiento sexual, como he señalado en el libro Love and Orgrasm. Todos los homosexuales a los que he tratado padecen esta perturbación, que se relaciona con una inadecuada imagen del cuerpo.

La experiencia demuestra que, cuando el cuerpo cobra vida cesa la conducta sexual compulsiva y la promiscuidad. La sexualidad asume una nueva significación para el paciente. Representa el deseo de contacto físico más que la necesidad de descargar la tensión desagradable. Se convierte en expresión de amor y cariño. En este nuevo estado, el paciente experimenta la excitación genital como parte de su sentimiento general, y por lo tanto, como algo placentero.