viernes, 22 de agosto de 2014

La entrega al cuerpo y el regreso a los sentimientos, parte 4



La Autoconciencia

La armonía es un atributo natural de todas las criaturas que viven en estado de inocencia. Sin embargo, el hombre, a lo largo de su evolución, y a causa del desarrollo de su  extraordinaria corteza cerebral; al adquirir conocimientos sobre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, ante la necesidad de decidir, fue perdiendo poco a poco su armonía natural, ya no fue libre de obedecer a sus instintos ni de confiar en sus sentimientos sin estar seguro de que éstos no lo traicionarían.

Según la Biblia, antes de comer el fruto prohibido del árbol del conocimiento, el hombre vivía en el paraíso terrenal sin autoconciencia , igual que cualquier otro animal. Era inocente y conocía el júbilo de vivir en un estado de plenitud.

Parejo al conocimiento sobre el bien o del mal, sobrevino la necesidad de “decidir”, el hombre perdió su inocencia y se volvió autoconsciente. Una vez que comió el fruto del árbol de conocimiento, el hombre se hizo consciente de sí mismo. La armonía que había existido entre el hombre y la naturaleza comenzó a deteriorarse.

La autoconciencia es a la vez la gloria y la maldición de la humanidad. Es el rasgo que lleva al hombre a crear y también el que hace aflorar su deshumanización, su crueldad y su codicia. Al ser consciente de sí mismo, el hombre se ha convertido, hasta el momento, en un extraño en el mundo natural.

Se entiende, que la verdadera armonía no es algo que se aprende; es una de las dotes naturales del hombre, en tanto que también es otra creación de la vida.. Una vez perdida, sin embargo, para recuperarla, tenemos que entender por qué y cómo se ha perdido.

La armonía es la señal distintiva de la persona auténticamente amorosa. Esto implica un cuerpo flexible en el que hay una corriente de excitación y una sensación de vitalidad y de placer en la capacidad de moverse

La falta de armonía es una señal de “mal-estar”. Aunque los estudios han mostrado que la enfermedad mental está muy extendida en nuestra cultura, la mayoría de la gente no considera que sus síntomas personales de depresión, ansiedad, e inseguridad sean problemas emocionales graves, y si que lo son.

Definir la salud como la ausencia de enfermedad es una perspectiva negativa porque implica contemplar al cuerpo tal como un mecánico contempla un automóvil, cuyas partes pueden reemplazarse sin perturbar la máquina. Esto no es verdad en el caso de los organismos vivos y no lo es en consecuencia para los seres humanos. Nosotros tenemos sentimientos, cosa que ninguna máquina tiene; nos movemos espontáneamente, cosa que ninguna máquina es capaz de hacer, y estamos conectados de un modo muy profundo con otros organismos vivos y con la naturaleza. Nuestra espiritualidad se deriva de esta sensación de unión con una fuerza o un orden superior a nosotros mismos. Poco importa que nombre le demos, o que no lo mencionemos.

De lo que se ha dicho hasta ahora puede desprenderse, que la clave de la armonía radica en permitir que el cuerpo se mueva a sí mismo.  Si embargo, este proceso es destruido muy temprano en la vida porque en general, los progenitores desconfían de la vida, y por tanto de la capacidad del cuerpo en autorregularse.

 La disyuntiva que se nos presenta como Humanidad  es trascendente. Si podemos vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos, podremos vivir en armonía con nuestros hijos. Si en cambio pretendemos explotar a la naturaleza, inevitablemente explotaremos a nuestro hijos.
“El hombre es la única criatura que se afana al extremo de perder su conexión con Dios, con la vida y la naturaleza”.

La historia de la pérdida de armonía se repite con el nacimiento de cada individuo. Al igual que cualquier otro mamífero, el ser humano nace en un estado de armonía animal. Ya en sus primeros meses de vida, el recién nacido produce movimientos llenos de armonía. El más evidente es el de abrir la boca y extender los labios para succionar del pecho de su madre. A los pocos meses de nacer, el bebe extiende su brazo para tocar el cuerpo de la madre con un movimiento flexible y suave lleno de gracia.

Tarde o temprano, sin embargo, a lo largo de su desarrollo, los niños pierden la gracia en tanto se les obliga a amoldarse a expectativas externas en lugar de seguir sus impulsos internos.

Por ejemplo: cuando los impulsos propios del niño van en contra de los mandatos paternos se les enseña que esa conducta es mala. Si persiste en ella, es tildado de malo. Estaremos de acuerdo, en que casi todos los casos, los impulsos y la conducta de los niños pequeños son inocentes; el niño está siendo fiel a su propia naturaleza.
Por otro lado, mientras el chico pueda llorar abiertamente, su cuerpo se mantendrá flexible. Pero ha de llega un momento en que al niño se le reprende por llorar, y debe contener los sollozos y tragarse las lágrimas. Es en ese momento cuando el niño se ve privado de su armonía para convertirse en un individuo que “ya no es libre de perseguir su felicidad”.

Actividades tan inocentes como correr, hacer ruido o desplegar cualquier actividad pueden irritar a algunos padres, que exigirán  al niño que se calme, se porte bien y se quede quieto.
Sin duda, es necesario cierto control para criar a los hijos, pero muchas veces lo que se toma en cuenta no es lo mejor para el niño, sino lo mejor para el progenitor. A menudo, el conflicto se convierte en una lucha de poderes. Quienquiera que sea el que gane, ambas partes salen perdiendo. Ya se someta o se revele el chico, la unión afectuosa entre padre e hijo se deteriora

Por otro lado, durante el periodo oral, si un niño es destetado prematuramente, experimentará la pérdida de su mundo. Si esta pérdida se reafirma a través de respuestas inapropiadas por parte de los padres, puede conducir a la sensación de que “nunca voy a tener lo que quiero”.

Como forma de sobrevivencia, el niño se acoraza contra este sentimiento reteniendo el aliento y tensando los músculos del pecho, limitando la capacidad al amor y a la entrega de un vínculo íntimo.
A los tres años, muchos niños ya han sufrido una marcada pérdida de vivacidad.

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