lunes, 18 de agosto de 2014

La entrega al cuerpo y el regreso a los sentimientos, parte 2


Enraizamiento y realidad.

La entrega al cuerpo se asocia a la renuncia a las ilusiones y al descender a la tierra y la realidad. De un individuo muy conectado con la realidad suele decirse que “tiene los pies sobre la tierra”. Esto significa que siente la conexión existente entre sus pies y el suelo donde está parado. Los sujetos excesivamente  erguidos o “colgados de los hombros” no experimentan este contacto con el suelo porque sus pies están relativamente entumecidos. Han retirado esa energía excitatoria de la parte inferior del cuerpo como reacción frente al temor. Si éste es muy intenso, la persona retirará de hecho todos sus sentimientos del cuerpo, y su conciencia se limitará a la cabeza. Vivirá entonces en un mundo de fantasía.
Muchas personas viven más en su cabeza que en su cuerpo a fin de evitar sentir el dolor o el terror que éste alberga.

El contacto con la realidad no es un estado de “todo o nada”. Algunos estamos en mayor contacto y otros estamos más escindidos. Dicho contacto con la realidad es la condición de la cordura, y por lo tanto también de la salud física y emocional;  pero muchos se confunden acerca de la realidad, equiparándola con la norma cultural más que lo que siente en su cuerpo. Por supuesto, si falta el sentimiento o éste se encuentra muy reducido, uno busca el sentido de la vida en el mundo exterior.
Los individuos cuyo cuerpo está vivo y vibrante pueden experimentar la realidad de su ser, el ser de una persona que siente. El grado de vivacidad y de sentimiento que uno tiene, mide su contacto con la realidad. Los seres que sienten son personas “con los pies sobre la tierra”. Decimos que están enraizadas.

Estar enraizados, pues, significa tener los pies sobre la tierra. Casi todos los adultos los tienen, en el sentido mecánico de que sus pies los sustentan y desplazan; pero cuando el contacto es puramente mecánico, no se experimenta la relación con el suelo o la tierra de un modo vivo y significativo, ni se siente que las relaciones con los demás procedan de los sentimientos. No se siente tampoco el cuerpo dotado de vida y significación. Uno se vincula con él como con su automóvil, como un objeto que le es esencial para su actividad y movilidad. Quizás lo cuide, como lo haría con su auto, pero no se identifica con él. Tal vez tenga grandes triunfos en la vida, pero ésta será irreal. Quizá goce de las satisfacciones que brindan el poder y el dinero, pero no sentirá alegría. No estará enraizado en  la realidad, como no lo está su automóvil. La capacidad de gozo depende de este enraizamiento, ó sea, literalmente, de tener los pies sobre la tierra y de estar en contacto con ésta.

Para sentir la tierra, las piernas y los pies tienen que estar cargados de energía. Tienen que estar vivos y móviles, es decir, presentar ciertos movimientos espontáneos e involuntarios, como las vibraciones. Si los pies de una persona parecen carentes de vida y sus piernas se mantienen fijas e inmóviles, es que no tienen contacto con el suelo. Cuando en cambio, están plenamente vivos, el individuo puede sentir que fluye por ellos una corriente de excitación, calentándolos y haciéndolos vibrar.

El enraizamiento es un proceso energético en el que la excitación fluye a lo largo de todo el cuerpo de la cabeza a los pies. Si ese flujo es intenso y pleno, la persona siente su cuerpo, su sexualidad y la tierra sobre la cual está parada: está en contacto con la realidad. El flujo de la excitación se asocia con las ondas respiratorias, de tal modo que cuando la respiración es libre y profunda, la excitación fluye análogamente. Si la respiración o el flujo se bloquean, la persona no siente su cuerpo por debajo del lugar en que ese bloqueo se produjo. Limitado el flujo, se reduce el sentimiento. Como el flujo de excitación es pulsátil ( o sea, baja hasta los pies y luego sube a la cabeza, al igual que las oscilaciones del péndulo), excita los diversos sectores del cuerpo: cabeza, corazón, genitales y piernas. Dado que al descender atraviesa la región pelviana, toda perturbación sexual importante bloqueará ese fluir hacia las piernas y los pies. Si el individuo está desenraizado, también lo estará su comportamiento sexual.
 Estar enraizado implica pararse sobre sus propios pies y denota asimismo, un estado de independencia y madurez.

Este análisis nos ayuda a comprender el atractivo que ejerce un culto que demande de sus miembros la entrega de sus respectivos egos al líder. La entrega a un líder equivale  a una regresión a la infancia, y está asociada con una abdicación del poder y de la responsabilidad. “Protegido” por el líder y sin verse entorpecido por la necesidad de elegir entre lo que está bien y lo que está mal, el miembro del culto tiene un sentimiento de libertad e inocencia. Como resultado de ello, siente un gozo que fortalece su adhesión al culto. La cuestión es si esta alegría es ilusoria o real. Las ilusiones pueden producir sentimientos reales pero éstos no se sostienen cuando la ilusión se derrumba, como inevitablemente sucede. En el caso del culto, la ilusión es que el líder es el padre amante y todopoderoso que se hará cargo de los devotos como un buen padre se haría cargo de sus hijos. La realidad es la opuesta, ya que los líderes de estos cultos son individuos narcisistas que necesitan seguidores para sustentar las imágenes grandiosas que tienen de sí mismos. Además, necesitan tener poder sobre otros para compensar su impotencia. Por supuesto, estos líderes sólo atraen a quienes están buscando inconscientemente un padre-líder poderoso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario