lunes, 4 de agosto de 2014

El poder de las emociones, parte 2


Clasificación de las emociones

Las emociones son muchas y muy variadas. Si las detectamos a tiempo, las podemos orientar para nuestro beneficio y desarrollo personal. El dilema es que usualmente no estamos conscientes de ellas porque no nos han enseñado como hacerlo. Necesitamos reeducarnos y aprender de ellas.
Toda emoción es parte integral del ser humano, todo lo bueno y lo que juzgamos malo. El sentimiento dura, en gran medida, lo que tu decidas que dure, y en cada persona es diferente. El punto principal reside en estar conscientes de lo que sentimos, porque la conciencia coexiste con el sentimiento, ambos funcionan juntos.

 Si nos aferramos a nuestros estados emocionales y sentimientos, nos limitamos para seguir adelante, ya que no nos percatamos de que vivimos anclados en el pasado. Lo ideal es fluir con el presente, vivir el aquí y el ahora, conscientes para escuchar nuestras emociones y aprovecharlas como nuestra fuerza más poderosa.
En realidad, lo que todos queremos es sentirnos cada día mejor con nosotros mismos. Las emociones son excelentes mensajeros para detectar lo que nos gusta y lo que no, representan a nuestros mejores amigos.

Los estados emocionales se guardan en la memoria de acuerdo al grado de impresionabilidad, la cantidad e importancia, y su durabilidad.
Por un lado, existen las emociones “naturales”, que surgen como una respuesta casi inmediata a un estímulo del exterior. Las tenemos programadas para responder apenas suceda algo. Éstas son miedo, ira, tristeza, odio, alegría y aceptación.
Y por otro están las “aprendidas”, son emociones un poco más complejas. Estas son: culpa, envidia, frustración, rechazo, humillación, resentimiento.

Todas las emociones son útiles en el contexto adecuado. Sin embargo, si te permites manejarte por las negativas, y que permanezcan en ti más de dos minutos, se vuelven perjudiciales; te ocasionan desde malestares a enfermedades.
En todos los casos, la emoción te deja enseñanzas. Revertir las emociones con efectos negativos implica firmeza. Las grandes maestras para implantar nuevas costumbres son la determinación y la práctica.
Analicemos las emociones naturales comenzando con la:

Ira
La ira o cólera se experimentan con furor. Es poderosa y nos lleva a actuar con energía. La ira surge cuando no se cumplen las expectativas que tenías. Estás en desacuerdo con lo que sucede porque no va con tus criterios y normas.
Antes de que la ira te maneje como si fueras el jinete de un caballo desbocado, evita motivos para engancharte. Si hay necesidad de expresarla que sea sin que te tiranice. Si la reprimes te daña; si la expresas sin ton ni son, perjudicas a otros y luego te arrepientes de lo que hiciste.

Es posible que sean tus expectativas las causas de tu ira.
La ira con raíz en la soberbia dice : “Yo que soy tan bueno, no merezco este maltrato”. “mi querer y mi parecer deben ser respetados”.
La ira con raíz en la amargura dice: “Todo el mundo está en mi contra”.
La ira cuya raíz esta en el dolor actúa: “Este dolor es intolerable”, “he sufrido demasiado en mi vida”.
Hay ira con raíz en la intolerancia, y se manifiesta desde quien se cree superior y desacredita a quien juzga, al decir, por ejemplo, “no lo soporto”. En niveles más altos, desencadena guerras y genocidios.

La tolerancia es la convivencia armónica de las diferencias. Nuestro poder  frente a la intolerancia pertenece a nuestra actitud y nuestra estructura mental. La autonomía de expresión emocional es liberadora. Sentir y expresar enojo en forma apropiada, sin odios, ni insultos, es saludable y se convierte en un antídoto para el veneno de la hostilidad retenida que después se transforma en venganza, agresividad y otras enfermedades.

Miedo
Todos somos vulnerables al miedo. A muchos no nos gusta admitir que lo sentimos porque lo relacionamos con fragilidad, sin embargo, el miedo es una emoción natural y, en el contexto adecuado, suele ser muy útil.
Para hablar del miedo, damos rodeos y decimos que tenemos muchas cosas, menos miedo, porque no sabemos como enfrentarlo. Algunas veces evadimos la situación y creemos que el miedo se ira por sí mismo. Pero no se va a ir, porque es tan natural en nosotros como sentir tristeza, alegría o ternura. Nuestro verdadero problema es cuando nos paraliza y no nos deja reaccionar.

El miedo es sólo un estado emocional. Es una fase mediante la cual la mente se activa y nos alerta para evitarnos la pena, el ridículo, el dolor del fracaso o incluso y más importante: un peligro.
Precisamente porque no solemos aceptar que sentimos miedo, le ponemos un sinnúmero de nombres o lo disfrazamos con frases como:”estoy estresado”, “mi pareja no me comprende”,” estoy muy nervioso porque no encuentro trabajo”, “que va a ser de mis hijos”, “estoy tan lleno de trabajo”.
Resulta entonces en un estado de temor constante el cual se representa en una inquietud enfermiza casi permanente. Todo esto implica intranquilidad y nos arrebata la paz interior. Lo que nos preocupa y nos aflige, al final termina por ser un tormento abrumador que lo hacemos más grande.

Pero el miedo puede ser un estado verdaderamente poderoso. Lo podemos usar para estar completamente despiertos, pues agudiza los sentidos: nos mantiene en estado de alerta. La verdadera función del miedo es disponernos para pelear o correr, ya que nos asegura que tenemos los recursos necesarios para entrar en acción. Aquello a lo que temes, tal vez, es precisamente lo que debes hacer.

El miedo puede ser irracional, con sus variantes, o racional. El miedo irracional, es el pavor a lo desconocido. De aquí se desprenden los demás miedos irracionales. Nos escondemos para impedir que nos señalen nuestras fallas. Éste es el miedo a vernos tal y como somos, a reconocer y descubrir la realidad; de allí el pánico al ridículo. Este miedo provoca que el peligro se vea mayor de lo que es. Nos paraliza y limita para entrar en acción.
Estos miedos, por lo regular, son invenciones de nuestra mente, son fantasías; no obstante, piensa que, así como le das poder al miedo, le puedes otorgar poder a la confianza. ¿Cuáles son nuestros principales miedos?

Cuatro manifestaciones de inseguridad que impiden el equilibrio son los miedos siguientes.
Miedo al fracaso: Es el miedo a no ser suficientemente bueno. Se necesita tener una visión pesimista y de poca valía para que nos acobarde una situación, para creer que se es un fracasado. El fracaso en sí, es imposible. Existe sólo si tu lo crees: si tu te evalúas como fracasado, entonces lo serás.
Pensar en no hacer algo porque crees que fracasarás, sólo te servirá para detenerte.

Este miedo puede haberse generado desde que eras pequeño, cuando te equivocabas y los adultos te regañaban de tal forma que tu inconsciente lo grabó como un fracaso. Es por ello que evitábamos intentar algo otra vez, porque si nos volvíamos a equivocar, nos regañarían de nuevo y eso sería otro fracaso.
Es inteligente reconocer que nos podemos equivocar. Podemos aprender de cada error y corregirlo. Error no es sinónimo de fracaso; es, más bien, sinónimo de oportunidad. Renueva tus definiciones de éxito y fracaso para poder cambiar el resto de tus patrones de conducta.

Miedo al éxito: es el miedo a rebasar las creencias que te han impedido enfrentarte a nuevos y mayores retos. ¿Qué es el éxito para ti?, ¿lograr el reconocimiento de los demás? o ¿alcanzar tu propio reconocimiento? ¿Tienes miedo de equivocarte porque no toleras tus propios errores y debilidades?, ¿por qué tienes miedo a que te vean tal como eres y no como quisieras que te vieran?, ¿por qué todavía quieres seguir viviendo detrás de las máscaras que te inventaste?. Si es así, la única persona a la que engañas es a ti.
Reconsidera tu actitud ante el éxito y en todo lo que puedes perder si no te arriesgas. Dejar atrás ese miedo te impulsará a conseguir tus metas y a consolidar tu autoestima. De otra manera, desencadenas el llamado autosabotaje.
Auto sabotearte por  miedo a “no dar el ancho” es distinto a fallar simplemente debido a malos hábitos. Viene de la idea de que continuar o hacer algo traerá dolor. Lo que hay que hacer es retomar el control y no hacer caso a la creencia de que ciertas cosas sólo te ocasionarán sufrimiento. Educa a tu mente para que no vuelva a confundir una situación favorable con una potencialmente dolorosa.

Miedo a hablar en público: el terror de hablar en público, el conocido pánico escénico, ha sido calificado por los expertos como uno de los mayores miedos de los seres humanos. Es el temor de no saber como vamos a hablar y actuar frente a un grupo especialmente numeroso. Sentimos riesgo de perder nuestra imagen y quedar en ridículo.

Miedo a ti mismo: se manifiesta por la angustia que nos causa el miedo a conocernos, a vernos tal y como somos, a reconocer y descubrir la realidad; de allí el pánico al ridículo. De este miedo se desprenden otros: al compromiso, a estar solo, al cambio y al rechazo.

El miedo al compromiso es una exigencia a que respetes la palabra que das ya que, sin compromiso, no hay acuerdos. Es un pacto contigo mismo, sigues siendo libre y ahora destinas la libertad hacia lo que tú mismo has prometido.
El camino del compromiso esta lleno de obstáculos, de contrastes, de sinsabores; y todo esto es aprendizaje. Es un contrato que demanda de ti la decisión de ampliar tus criterios y progresar con firmeza en el manejo de tus emociones.

El miedo a estar solo es, en realidad, un sentimiento de vacío por dentro. Alucinas que debes llenar ese hueco con algo o alguien más. Has estado huyendo de ti mismo. Necesitas comunicarte con tu ser interno. Te falta vincularte contigo mismo y con otros sin intentar impresionar, imponer o manipular.
Tenemos miedo de estar solos y nos saturamos de distracciones externas: el cine, la televisión, los videojuegos, la red de internet, los pasatiempos. Creemos que estar solos es lo peor que nos puede suceder. Cuando estamos solos, brotan un sinfín de emociones. Y si estas dispuesto a escuchar abiertamente sin juicios esos maravillosos mensajes, vas a comunicarte contigo mismo, a enriquecerte, y como resultado, te conocerás mejor y te fortalecerás.
Busca y disfruta tu soledad. Saborea la riqueza de comprender y amarte a ti mismo. Entonces comprenderás que no dependes emocionalmente de los demás para sentirte bien.

Sentimos miedo al cambio aun cuando sabemos que la vida cambia a cada momento, y sin embargo, tendemos a apegarnos a la que consideramos nuestra mejor época. Incluso, llegamos a hacernos intolerantes con respecto a los demás. Somos intolerantes al cambio.
Algunos,, por ese mismo miedo al cambio, son monótonos hasta el aburrimiento.

La flexibilidad implica fluir como lo hacen los niños. Es estar atento a las emociones del momento, ¿qué te quieren decir las emociones? Es sensato aprender a mantenernos flexibles ante la realidad: comprender el punto de vista del otro e interpretar lúcidamente los nuevos acontecimientos.

El miedo al rechazo es no sentirse aceptado tal como eres: si te equivocas ¿Qué van a pensar? Es una preocupación constante que puede ir en aumento, convirtiéndose en ansiedad o en pánico. En realidad es un miedo a no sentirse amado.

Por otra parte, el miedo racional,  es el que mantiene la mente despierta para la acción e implica una serie de cambios fisiológicos, que nos previenen físicamente para tomar una decisión frente a un peligro potencial.

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