viernes, 15 de agosto de 2014

La Entrega al Cuerpo y el regreso a los sentimientos, parte 1

La Entrega al Cuerpo

La idea de “entrega” no goza de popularidad entre los individuos modernos, que conciben la vida como una batalla, una lucha o al menos una situación competitiva. Para muchos, la vida es una actividad que apunta a alguna realización o logro, algún éxito. La identidad está más ligada a la actividad que uno realiza que a su propio ser.
Esto es típico de una cultura narcisista en la que la imagen es más importante que la realidad. En una cultura narcisista el éxito perece aumentar la autoestima, pero sólo lo hace porque agranda el ego. El fracaso tiene el efecto opuesto: achica el ego. En esta atmósfera, la palabra “entrega” se equipara con derrota, pero en rigor, sólo es una derrota del ego narcisista.
Sin una entrega del ego narcisista, no hay entrega al amor, y sin esta entrega, el gozo es imposible.

Debemos admitir que el cuerpo posee una sabiduría derivada de miles de millones de años de historia evolutiva, que la mente consciente apenas puede imaginar. El misterio del amor, por ejemplo, está más allá del alcance del conocimiento científico. La afirmación de Pascal,”El corazón tiene razones que la razón no conoce”, es cierta.
La parte obscura e inconsciente de nuestro cuerpo es la que mantiene el fluir de la vida. No vivimos por obra de nuestra voluntad. La voluntad es impotente para regular o coordinar los complicados procesos bioquímicos y biofísicos del cuerpo. Este concepto es muy tranquilizador, ya que si ocurriera lo inverso, ante la primera falla de la voluntad la vida acabaría.

Y sin embargo, los seres humanos tenemos la arrogancia de suponer que sabemos más que la naturaleza. Yo tengo fe en el poder del cuerpo viviente para curarse a sí mismo. La terapia es un proceso de curación natural en el que el terapeuta da su apoyo a la función sanadora del cuerpo.
¿Pero por qué  cuando nos deprimimos,  no nos curamos en forma espontánea?
La razón es que persiste la causa subyacente. Esa causa es la inhibición de la expresión de los propios sentimientos de temor, tristeza o ira. La supresión de estos sentimientos y la tensión concomitante reducen la motilidad del cuerpo, lo que origina una merma de la vivacidad.
 La depresión desaparecería si pudiera sentir y expresar lo que siente. La expresión del sentimiento alivia la tensión, permitiendo que el cuerpo recobre su motilidad y por tanto aumente su vivacidad. Este es el aspecto mecánico del proceso terapéutico. Por el lado psicológico, es preciso develar la ilusión y comprender su origen infantil y su papel como mecanismo de sobrevivencia.

Junto a ello está la ilusión de que uno será amado por ser bueno, obediente, exitoso, etc. Esta ilusión contribuye a mantener el ánimo del individuo en su afán por conquistar el amor ajeno, pero como el verdadero amor no puede adquirirse ni ganarse con ninguna actuación, tarde o temprano la ilusión se derrumba y el individuo se deprime
Todos los pacientes padecen de alguna ilusión, en diverso grado. Algunos tienen la ilusión de que la riqueza les traerá felicidad, o de que la fama les asegurará el amor, o de que la sumisión los protege contra una posible violencia. Nos forjamos estas ilusiones en una época temprana de nuestra vida, como medio de sobrevivir a una situación infantil penosa, y ya adultos tememos renunciar a ellas.
Las ilusiones son defensas del ego contra la realidad, y si bien nos ahorran el dolor que puede causarnos una realidad aterradora, nos hacen prisioneros de la irrealidad. La salud emocional consiste en la capacidad para aceptar la realidad, no para huir de ella.

Y nuestra realidad básica es nuestro cuerpo. Para conocernos, tenemos que sentir nuestro cuerpo. La pérdida de sentimiento en algún lugar del cuerpo es la pérdida de una parte de nosotros. En nuestra cultura casi todos estamos disociados de ciertas partes del cuerpo. Algunos no tienen sensación alguna de su espalda (en especial aquellos de quienes se dice “carecen de espina dorsal); otros no sienten sus vísceras (los que revelan su falta de coraje). Cuando todas las partes están cargadas de energía y vibran, nos sentimos más vivos y gozosos. Pero para que esto ocurra tenemos que entregarnos al cuerpo y sus sentimientos.
Dicha entrega implica permitir que el cuerpo esté plenamente vivo y libre. Implica no controlarlo, no hacer con él como si fuera una máquina que uno debe poner en marcha o detener. El cuerpo tiene una mente y sabe lo que debe hacer. De hecho, lo que entregamos es la ilusión del poder de la mente.

Para comenzar, lo mejor es hacerlo por la respiración. La respiración es quizá la función corporal más importante, se caracteriza por ser una actividad natural involuntaria pero al mismo tiempo sujeta al control consciente.
Los estados emocionales afectan en forma directa la respiración. Cuando una persona se enoja mucho, su respiración se acelera. El temor tiene el efecto opuesto: hace que la persona retenga la respiración. Si el temor se convierte en pánico, la respiración se vuelve rápida y muy superficial. En estados de terror, uno apenas respira, ya que el terror tiene sobre el cuerpo un efecto paralizante. En estados de placer, la respiración es lenta y profunda. Estudiando la respiración de una persona, el terapeuta comprende su estado emocional.

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