miércoles, 2 de julio de 2014

El Arte de Amar, parte 7

El amor y su desintegración en la sociedad contemporánea.

Si nos preguntamos ¿La estructura social de la civilización occidental y el espíritu que de ella resulta, lleva al desarrollo del amor?, la respuesta sería negativa. Ningún observador objetivo puede dudar de que el amor -fraterno, materno, erótico- es un fenómeno raro, y que en su lugar hay ciertas formas de pseudo amor, que son, en realidad, otras tantas formas de la desintegración del amor.

La sociedad capitalista, se basa en el principio de libertad política, por un lado, y del mercado como regulador de todas las relaciones económicas, y por ende, sociales, por el otro. El poseedor del capital puede comprar mano de obra y hacerla trabajar para la provechosa inversión de su capital. El poseedor de mano de obra debe venderla a los capitalistas según las condiciones existentes en el mercado; o pasará hambre.
Tal estructura económica se refleja en una jerarquía de valores. El capital domina al trabajo; las cosas acumuladas, lo que está muerto, tiene más poder que el trabajo, que los poderes humanos, lo que está vivo.
Además de esto, la organización mecanizada del trabajo conduce a que el trabajador pierda su individualidad, y se convierta en un engranaje no indispensable de la maquinaria.

El capitalismo modero necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, pero dispuestos a que los manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades en la maquinaria social, a los que se pueda guiar sin recurrir a la violencia.
¿Cuál es el resultado? El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza. Se ha transformado en un artículo, y es invadido por el profundo sentimiento de inseguridad, de angustia y de culpa que surge siempre que es imposible superar la separatidad humana.

Nuestra civilización ofrece muchos paliativos para ayudad a la gente a ignorar conscientemente esa soledad: en primer término, la estricta rutina del trabajo burocratizado y mecánico, que ayuda a la gente a no tomar con-ciencia de sus deseos humanos más fundamentales, del anhelo de trascendencia y unidad.
Y como ésta rutina no basta, busca también la rutina de la diversión, la consumición pasiva de sonidos y visiones que ofrece la industria del entretenimiento. Además, la satisfacción de comprar siempre cosas nuevas y cambiarlas inmediatamente por otras. El mundo es un enorme objeto de nuestro apetito, una gran manzana, una gran botella, un enorme pecho; todos succionamos, los eternos expectantes, los esperanzados; y los eternamente desilusionados.

En el caso del amor, la situación corresponde exactamente a la condición del hombre moderno. Los autómatas no pueden amar, sólo pueden intercambiar su “equipaje de personalidad” y confiar en que la transacción sea equitativa.
El ideal descrito para un matrimonio así estructurado, es el de un equipo que trabaja sin dificultades. Esta tipo de relaciones no significa otra cosa que una relación bien aceitada entre dos personas que siguen siendo extrañas toda la vida, que nunca logran una “relación central”, sino que se tratan con cortesía  y se esfuerzan por hacer que el otro se sienta mejor. Sólo se busca un refugio para la sensación de soledad, que de otro modo, sería intolerable. Se establece una alianza de dos contra el mundo, y se confunde ese egoísmo gemelo con amor e intimidad.

Este espíritu de equipo y de tolerancia mutua, es algo reciente, y fue precedido, después de la primera guerra mundial, del concepto del amor en el que, la mutua satisfacción sexual, se suponía la base de las relaciones amorosas satisfactorias, y, especialmente, de un matrimonio feliz. Se publicaron entonces  muchos libros que daban instrucciones y consejos referentes a la conducta sexual correcta, y prometían la felicidad y el amor como resultado. Pero la verdad es precisamente lo opuesto. El amor no es el resultado de la satisfacción sexual adecuada; por el contrario, la felicidad sexual- y aún el conocimiento de la llamada técnica sexual- es el resultado del amor. Las pruebas de esto son evidentes: el estudio de los problemas sexuales más evidentes- frigidez en las mujeres e impotencia psíquica en hombres-, demuestra que la causa no radica en una falta de conocimiento de la técnica adecuada, sino en las inhibiciones que impiden amar.


 El temor o el odio al otro sexo están en la raíz  de las dificultades que impiden a una persona: entregarse por completo, actuar espontáneamente, confiar en el compañero, y en lo inmediato y directo de la unión sexual. Si una persona sexualmente inhibida puede dejar de temer u odiar, y tornarse entonces capaz de amar, sus problemas sexuales están resueltos. Si no, ningún conocimiento sobre técnicas sexuales le servirá de ayuda.

Según Freud, la satisfacción plena y desinhibida de todos los deseos instintivos aseguraría la salud mental y la felicidad. Pero hechos clínicos muestran que los hombres- y mujeres- que dedican su vida a la satisfacción sexual sin restricciones no son felices, y que a menudo sufren graves síntomas y conflictos neuróticos. La satisfacción completa de todos los instintos, no sólo no constituye la base de la felicidad, sino que ni siquiera garantiza la salud mental.

En contraste con  Freud, en el sistema psicoanalítico de Sullivan, encontramos una estricta división entre sexualidad y amor. En él, la esencia del amor se ve como una situación de colaboración, en la que dos personas consienten: “Seguimos las reglas del juego para conservar nuestro prestigio y sentimiento de superioridad y mérito”. Tal es la experiencia de la personalidad enajenada y mercantil del siglo veinte, de dos personas que aman sus intereses comunes y se unen frente a un mundo hostil y enajenado.

El amor como satisfacción sexual recíproca, y el amor como “trabajo en equipo” y como un refugio a la soledad, constituyen las dos formas más comunes de la desintegración del amor en la sociedad occidental contemporánea. Pero hay muchas formas individualizadas de la patología del amor, que ocasionan sufrimiento y que por tanto muchos psiquiatras consideran neuróticas. Analicemos  las más frecuentes:

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