viernes, 25 de julio de 2014

El poder simbólico de los chakras, los sacramentos y las seffirot, parte 3


Poder interno

Nivel  cuatro: La fusión del chakra del poder emocional (Anahata), el sacramento del matrimonio y la sefirá de Tiféret.
El poder generado por estas tres fuerzas arquetípicas nos transmite la verdad sagrada "El amor es poder divino". Es el punto central del poder dentro del sistema energético humano, la puerta simbólica de acceso a nuestro mundo interno.
La energía de este chakra nos comunica el conocimiento de que el amor es el único poder auténtico. No sólo la mente y el espíritu necesitan amor para sobrevivir, crecer y prosperar; también lo necesita el cuerpo físico. Violamos esta energía cuando actuamos de modo no amoroso con los demás. Cuando albergamos emociones negativas hacia los demás o hacia nosotros mismos, o cuando producimos dolor a otras personas intencionadamente, envenenamos nuestro sistema físico y espiritual. El veneno más potente para el espíritu humano es la incapacidad de perdonarnos a nosotros mismos o de perdonar a otros. Esto inhabilita los recursos emocionales de la persona. El desafío propio de este chakra es perfeccionar nuestra capacidad de amar a los demás y a nosotros mismos, y desarrollar el poder del perdón.

En su sentido simbólico, el sacramento del matrimonio introduce en nuestra vida la necesidad y la responsabilidad de explorar el amor. Primero hemos de amarnos a nosotros mismos, y nuestro primer matrimonio debe ser simbólico: el compromiso de atender conscientemente a nuestras necesidades emocionales, para así poder amar y aceptar a los demás incondicionalmente. Aprender a amarnos es un desafío para todos. Nadie nace amándose a sí mismo; es algo que debemos trabajar. Cuando nos desatendemos emocionalmente, no sólo nos envenenamos nosotros, sino que también inyectamos ese veneno en todas nuestras relaciones, en particular la conyugal.
La sefirá de Tiféret, que simboliza el corazón y el sol que hay dentro del cuerpo humano, late y nos transmite las energías de la compasión, la armonía y la belleza, las cualidades tranquilas del amor. Somos seres compasivos por naturaleza, y prosperamos en un ambiente de tranquilidad y armonía. Estas energías son esenciales para la salud física, así como para el desarrollo emocional y los “actos de corazón”. Cuando el corazón no rebosa de las energías vitales del amor y la armonía, ni el dinero ni el poder, por mucho que sea, le permiten estar en paz. Un corazón vacío genera una vida vacía, y la consecuencia de ello suele ser una enfermedad, la expresión concreta de la falta de armonía que, en el mejor de los casos, atraerá la atención de la mente. Es necesario rectificar las violaciones al corazón; si no, será imposible la curación.

Nivel cinco: La fusión del chakra del poder de la voluntad (Vishuddha), el sacramento de la confesión y las sefirot de Jésed y Gueburá.
El poder generado por estas cuatro fuerzas arquetípicas nos transmite la verdad sagrada"Entrega tu voluntad a la voluntad divina. Esta entrega es el acto más importante que podemos realizar para dar estabilidad espiritual a nuestra vida. Todos y cada uno de nosotros tenemos cierta conciencia que hemos nacido para una finalidad concreta, que la vida contiene un plan divino. El quinto chakra es el centro de esta conciencia y de nuestro deseo de contactar con el plan divino.
Esa sola elección, hecha con fe y confianza, permite que la autoridad divina entre en nuestra vida y convierta nuestros esfuerzos en éxitos y nuestras heridas en fuerzas.

En su sentido simbólico, el sacramento de la confesión nos comunica el conocimiento de que distorsionar la verdad va en contra de nuestro diseño natural. Mentir es una violación del cuerpo y del espíritu, porque el sistema energético humano identifica la mentira como un veneno. El espíritu y el cuerpo necesitan sinceridad e integridad para prosperar. La confesión simboliza la depuración de todo lo que no es honrado en nuestro interior. Sana el daño que creamos por el mal uso de nuestra fuerza de voluntad. Limpiar el espíritu es el paso esencial del proceso de curación. La confesión recupera, rescata al espíritu del dominio del mundo físico y lo reorienta hacia el mundo divino.

De la sefirá de Jésed, que significa “grandeza” y “amor”, recibimos el instinto natural y la directriz espiritual de hablar de forma que no hagamos daño a otras personas. En realidad, no debemos confesar nuestras faltas o incorrecciones a otras personas si hacerlo va a hacerles aún más daño. El sentido de confesarlas es poder reorientar nuestra energía hacia actos y comportamientos positivos. No estamos hechos para criticar a los demás ni a nosotros mismos; sólo pensamos mal de otras personas por miedo. Decir palabras hirientes a alguien contamina a la persona a quien van dirigidas y a la que las dice, y el cuerpo físico de esta última la hará responsable de esa forma de destrucción (en el Budismo éste es el precepto de Bien hablar). Nuestro conocimiento innato de la responsabilidad genera la culpabilidad que solemos sentir por nuestros actos negativos, y por eso nos sentimos impulsados a confesarlos, para sanar.
La sefirá de Gueburá, que significa “juicio y poder”, transmite a nuestro sistema energético el conocimiento de que jamás debemos juzgar intencionadamente a otra persona ni a nosotros mismos de modo negativo. Los juicio negativos generan consecuencias negativas, tanto en el cuerpo como en el ambiente externo.

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