viernes, 4 de julio de 2014

El Arte de Amar, parte 8

Formas individualizadas de la patología del amor.

La condición básica del amor neurótico radica en el hecho de que uno o los dos “amantes” han permanecido ligados a la figura de un progenitor y transfieren los sentimientos, expectaciones y temores que una vez tuvieron frente al padre o la madre, a la persona amada en la vida adulta; tales personas no han superado el patrón de la relación infantil, y aspiran a repetirlo en sus exigencias afectivas en la vida adulta.

Recordando el previo análisis de la personalidad centrada en la madre o en el padre, el siguiente ejemplo se refiere a los hombres que, en su desarrollo emocional, han permanecido fijados a una relación infantil con la madre. Hombres que, por decirlo así, nunca fueron destetados. Tales individuos suelen ser muy afectuoso cuando tratan de lograr que una mujer los ame, pero su relación con la mujer ( y en realidad, con toda la gente) es superficial e irresponsable. Su finalidad es ser amados, no amar. Si han encontrado a la mujer amada, se sienten seguros, pero cuando después de un tiempo, la mujer deja de responder a sus fantásticas aspiraciones, comienzan a aparecer conflictos y resentimientos. Si la mujer no los admira continuamente, si reclama su propia vida, el hombre se siente profundamente herido y desilusionado.

La patología suele ser más grave cuando la fijación a la madre es más profunda e irracional. Son madres que tienen con los hijos una actitud absorbente y destructiva. A veces en nombre del amor, otras, en nombre del deber, quieren mantener al niño, al adolescente, al hombre, dentro de ellas. Tal actitud, de la madre absorbente y destructiva, constituye el aspecto negativo de la figura materna. La madre puede dar vida, también puede tomarla; puede hacer milagros de amor- y nadie puede herir tanto como ella.

Los casos en que la relación principal se establece con el padre, ofrecen otra forma de patología neurótica. Un caso ilustrativo es el de un hombre cuya madre es fría e indiferente, mientras que el padre concentra todo su afecto e interés en el hijo. Es un “buen padre”, pero, al mismo tiempo, autoritario. El hijo, que sólo cuenta con el afecto del padre, se comporta frente a éste como un esclavo. Su finalidad en la vida es complacerlo- y cuando lo logra, es feliz, seguro y satisfecho. Pero cuando comete un error, fracasa o no logra complacer al padre, se siente disminuido, rechazado, abandonado. En los años posteriores, ese hombre tratará de encontrar una figura con la que pueda mantener una relación similar. La mujer no posee una importancia central para ellos. Toda su vida se convierte en una serie de altos y bajos.

Más complicada, la clase de perturbación neurótica que aparece cuando los padres no se aman, pero son demasiado reprimidos como para tener peleas o manifestar insatisfacción. A la vez, su alejamiento les quita espontaneidad en la relación con los hijos. Lo que una niña experimenta es una atmósfera de “corrección”, pero nunca  se le permite un contacto íntimo con la madre o con el padre y por consiguiente se desconcierta y atemoriza. Como resultado, la niña se retrae en un mundo propio, tiene ensoñaciones, permanece alejada; y su actitud, será la misma en las relaciones amorosas posteriores.
Además, la retracción da lugar al desarrollo de una angustia intensa, de un sentimiento de no estar firmemente arraigada en el mundo, y suele llevar a tendencias masoquistas como la única forma de experimentar una excitación intensa.

Otra forma frecuente de amor irracional, o pseudo amor, y que suele describirse en las películas y las novelas como el “gran amor”, es el amor idolátrico”. Si una persona no alcanza una sensación de identidad, tiende a convertir en “ídolo” a la persona amada. En ese proceso, se priva de toda sensación de fuerza, se pierde a sí misma en la persona amada, en lugar de encontrarse. Puesto que a la larga, nadie puede responder a las expectativas de su adorador, inevitablemente se produce una desilusión, y para remediarla, se busca un nuevo ídolo, a veces en una sucesión interminable.

Encontramos otra forma de pseudo amor en lo que cabe llamar amor sentimental . Su esencia consiste en que el amor sólo se experimenta en la fantasía y no en el aquí  y ahora de la relación con otra persona real. Es la gratificación amorosa substitutiva que experimenta el consumidor de películas, novelas románticas y canciones de amor. Todos los deseos insatisfechos de amor, unión e intimidad hallan satisfacción en el consumo de tales productos. Un hombre y una mujer que,  en su relación como esposos, son incapaces de atravesar el muro  de separatidad, se conmueven hasta las lágrimas cuando comparten el amor feliz o desgraciado de una pareja en la pantalla.

Otro aspecto del amor sentimental, es la “abstractificación” del amor en términos de tiempo. Una pareja puede sentirse hondamente conmovida por los recuerdos de su pasado amoroso, aunque no hayan experimentado amor alguno cuando ese pasado era presente. O por las fantasías de su amor futuro. ¿Cuántas parejas comprometidas sueñan con una dicha amorosa que se hará realidad en el futuro, pese a que en el momento en que viven han comenzado ya a aburrirse mutuamente?. Esa tendencia coincide con una característica actitud general del hombre moderno. Ése vive en el pasado o en el futuro, pero no en el presente.

También encontramos evidencias de amor neurótico, en el uso de mecanismos proyectivos a fin de evadirse de los problemas propios y concentrarse, en cambio, en los defectos y flaquezas de la persona “amada”. Si soy dominador o indeciso, o ávido, acuso de ello a mi pareja y, según mi carácter, trato de corregirla o de castigarla. Si la otra persona hace lo mismo, ambas consiguen dejar de lado sus propios problemas y, por tanto, no dan los pasos necesarios para el progreso de su propia evolución.

 Otro caso de proyección es el que efectuamos; de nuestros propios problemas, sobre  los niños. Cuando una persona siente que no ha podido dar sentido a su propia vida, trata de dárselo en función de la vida de los hijos. Pero está destinada a fracasar consigo misma y para los hijos. Lo primero, porque cada uno puede sólo resolver por sí mismo y no por poder, el problema de la existencia; lo segundo, porque carece de las cualidades que se necesitan para guiar a los hijos en su propia búsqueda de una respuesta.
Los hijos sirven también a finalidades proyectivas cuando surge el problema de disolver un matrimonio. El argumento común de los padres en tal situación es que no pueden separarse para no privar a los hijos de las ventajas de un hogar unido. Cualquier estudio detallado demostraría, empero, que la atmósfera de tensión e infelicidad dentro de la “familia unida” es más nociva para los niños que una ruptura franca, que les enseña al menos, que el hombre es capaz de poner fin a una situación intolerable por medio de una decisión valiente.

Debemos mencionar aquí otro error muy frecuente: la ilusión de que el amor significa necesariamente la ausencia de conflicto. Los conflictos reales entre dos personas, los que no sirven para ocultar o proyectar, sino que se experimentan en un nivel profundo de la realidad interior , no son destructivos. Contribuyen a aclarar, producen una catarsis de las que ambas personas emergen con más conocimiento y mayor fuerza. Y eso nos lleva a destacar algo que ya dijimos antes. El amor sólo es posible cuando dos personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias, por lo tanto, cuando cada una de ellas se experimenta a sí misma desde el centro de su existencia. Sólo allí hay vida, sólo allí está la base del amor. Experimentado en esa forma, el amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es secundario.

Así como los autómatas no pueden amarse entre sí, tampoco pueden amar a Dios. La desintegración del amor a Dios ha alcanzado las mismas proporciones que la desintegración del amor al hombre. La gente está angustiada, carece de principios o de fe; por lo tanto, siguen siendo criaturas, confiando en que el padre o la madre acuda a ayudarlos cuando lo necesiten. La vida diaria está estrictamente separada de cualquier valor religioso. Se dedica a obtener comodidades materiales y éxito en el mercado de la personalidad. El hombre contemporáneo es como un niño de tres años, que llora llamando al padre cuando lo necesita, o bien, se muestra completamente autosuficiente cuando puede jugar. La vida carece de finalidad, salvo la de seguir adelante; de principios, excepto el del intercambio equitativo; de satisfacción, excepto la de consumir.

¿Qué puede significar el concepto de Dios en tales circunstancias? Ha perdido su significado religioso original y se ha adaptado a la cultura enajenada del éxito. Se recomienda la creencia en Dios y las plegarias como un medio de aumentar la propia habilidad para alcanzar el éxito. “Haz de Dios tu socio” significa hacer de Dios un socio en los negocios, antes de hacerse uno con Él, en el amor, la justicia y la verdad. Se ha transformado a Dios en un remoto Director general del universo y Cía.

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