viernes, 11 de julio de 2014

El Arte de Amar, parte 11 (final)

El cambio social

El examen del arte de amar no puede limitarse al dominio personal de la adquisición y desarrollo de características y aptitudes. Está inseparablemente relacionado con el dominio social. Si amar significa tener una actitud de amor hacia todos, necesariamente debe existir no sólo en las relaciones con la propia familia y los amigos, sino también para con los que están en contacto con nosotros a través del trabajo, los negocios, la profesión. No hay una “división del trabajo” entre el amor a los nuestros y el amor a los ajenos. Por el contrario, la condición para la existencia del primero, es la existencia del segundo.
Si en la religión se habla mucho del amor al prójimo, nuestras relaciones están de hecho determinadas, en el mejor de los casos, por el principio de equidad. “Te doy tanto como tu me das”, así en los bienes materiales como en el amor, es la máxima ética predominante en la sociedad capitalista.

Falta resolver un importante problema: Si toda nuestra organización social y económica está basada en el hecho de que cada uno trate de conseguir ventajas para sí mismo, ¿cómo es posible hacer negocios, actuar dentro de la estructura social existente y, al mismo tiempo, practicar el amor? Los monjes cristianos y personas tales como Tolstoy, Albert Schweitzer y Simone Weil han planteado y resuelto ese problema en forma radical. Otros comparten la opinión de que en nuestra sociedad existe una incompatibilidad entre el amor y la vida secular normal. Este respetable punto de vista se presta fácilmente a una racionalización del cinismo. Es la persona que siente: “me gustaría ser un buen cristiano, pero tendría que morirme de hambre si lo tomara en serio”.
El principio sobre el que se basa la sociedad capitalista y el principio del amor son incompatibles. Pero la sociedad moderna es un fenómeno complejo y continuamente cambiante. El vendedor de un artículo inútil, por ejemplo, no puede operar económicamente sin mentir; un obrero, un granjero, un maestro y muchos tipos de hombres de negocios pueden tratar de practicar el amor sin dejar de funcionar económicamente.

Esta afirmación, sin embargo, no significa que podemos esperar que el sistema social actual continúe indefinidamente y, al mismo tiempo, confiar en la realización del ideal de amor hacia nuestros hermanos. El amor es un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea, no tanto porque las múltiples ocupaciones no permiten una actitud amorosa, sino porque el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de artículos es tal, que sólo el no conformista puede defenderse de ella con éxito.
 Los que se preocupan seriamente por el amor como única respuesta al problema de la existencia humana, deben entonces, llegar a la conclusión de que para que el amor se convierta en un fenómeno social, nuestra estructura social necesita cambios importantes y radicales. En nuestra sociedad, todas las actividades están subordinadas a metas económicas, los medios se han convertido en fines; el hombre es un autómata. Si el hombre quiere ser capaz de amar, debe colocarse en su lugar supremo. La máquina económica debe servirlo, en lugar de ser él quien esté a su servicio.

 La sociedad debe organizarse en tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté separada de su existencia cotidiana, sino que se una a ella. Toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece al contradecir las necesidades básicas de la naturaleza del hombre.
Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre.

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