lunes, 30 de junio de 2014

El Arte de Amar, parte 6

Amor a Dios.

La forma religiosa del amor, lo que se denomina amor a Dios, desde el punto de vista psicológico, surge igualmente, de la necesidad de superar la separatidad y lograr la unión.
En todas las religiones teístas, Dios representa el valor supremo, el bien más deseable. Por tanto, el significado de Dios, depende de cuál sea el bien supremo para una determinada persona. En consecuencia, para comprender el concepto de Dios, comenzaremos con un análisis de la estructura caracterológica de la persona que ama a Dios.

Hasta donde se tiene conocimiento, el desarrollo de la raza humana se caracteriza por la emergencia del hombre de la naturaleza, de la madre, de los lazos de la sangre y del suelo. En el comienzo de la historia humana, si bien el hombre se encuentra expulsado de la unidad original con la naturaleza, aún se aferra todavía a esos lazos primarios. Muchas religiones primitivas son manifestaciones de esa etapa evolutiva. Un animal se transforma en un tótem; se usan máscaras de animales en los actos religiosos o en la guerra.

 En la etapa siguiente, cuando la habilidad humana alcanza la del artesano o el artista, cuando el hombre no depende ya exclusivamente de los dones de la naturaleza, el hombre transforma el producto de su propia mano en un dios. Es la etapa de la adoración de ídolos hechos de arcilla, plata u oro.

En la próxima fase evolutiva, el hombre da a sus dioses la forma de seres humanos. Esto sucede cuando el hombre se ha tornado más consciente de sí mismo, y se descubre como el bien supremo en su mundo. En esta fase de un dios antropomórfico, encontramos una evolución de dos dimensiones. Una se refiere a la naturaleza femenina o masculina de los dioses, la otra, al grado de madurez alcanzado por el hombre, y que se refleja en la naturaleza de sus dioses y la naturaleza de su amor a ellos.

Hablemos en primer término del paso de las religiones matriarcales a las patriarcales. En la fase matriarcal, el ser superior es la madre. Es la diosa, y a la vez, la autoridad en la familia y la sociedad. Para comprender la esencia de la religión matriarcal, basta recordar lo dicho sobre la esencia del amor materno. Es incondicional, omni protector y envolvente. Su presencia da a la persona amada la sensación de dicha; su ausencia produce un sentimiento de abandono y profunda desesperación. El amor materno se basa en la igualdad, ya que una madre ama a todos sus hijos por igual. Todos los hombres son iguales, puesto que todos somos hijos de una madre, porque todos somos hijos de la Madre Tierra.

Con el desarrollo de etapa patriarcal, la madre pierde su posición suprema y el padre se convierte en el ser superior, tanto en la religión como en la sociedad. La naturaleza del amor del padre le hace tener exigencias, establecer principios y leyes, y a que el amor al hijo dependa de la obediencia de éste a sus demandas. Cabe recordar, que el desarrollo de la sociedad patriarcal es paralelo al desarrollo de la propiedad privada.
Así, la igualdad de los hermanos se transforma en competencia.
Sin embargo, puesto que es imposible arrancar del corazón humano el anhelo del amor materno, no es sorprendente que la figura de la madre amante perdure, en la religión católica, por ejemplo, la Iglesia y la Virgen simbolizan a la Madre.

El otro factor, es el grado de madurez alcanzado por el individuo.
Al comienzo de la religión patriarcal, encontramos a un Dios despótico, celoso, que considera que el hombre que ha creado es de su propiedad. Es la fase en la que Dios decide destruir a la raza humana mediante el diluvio. Pero al mismo tiempo comienza una nueva etapa; Dios, según la Biblia, hace un pacto con Noé, por el cual le promete no volver a destruir la raza humana, un pacto en el que compromete su propio sentido de justicia.
La evolución va más allá, y tiende a que Dios deje de ser la figura de un padre y se convierta en el símbolo de sus principios, los de justicia, verdad y amor. Dios deja de ser una persona, un hombre, un padre; se convierte en el símbolo del principio de unidad detrás de todas las cosas, de la visión de la flor que crecerá de la semilla espiritual, que alberga el hombre en su interior. Dios se convierte en “el Uno sin nombre”; Dios se torna verdad, amor, justicia. Dios es yo, en la medida en que soy humano. La persona verdaderamente religiosa, no ama a Dios como un niño a su padre o a su madre; ha adquirido la humildad necesaria para percibir sus limitaciones, hasta el punto de saber que no sabe nada acerca de Dios. Dios se convierte en un símbolo del reino del mundo espiritual, del amor, la verdad, la justicia.

En todas las religiones, existe el supuesto de la realidad del mundo espiritual, que trasciende al hombre, que da significado y validez a los poderes espirituales del hombre y a sus esfuerzos por alcanzar el nacimiento interior.
El reino del amor, la razón y la justicia existe como una realidad únicamente porque el hombre ha podido desenvolver esos poderes en sí mismo a través del proceso de evolución. En este sentido, el hombre está completamente solo, salvo en la medida en que ayuda a otro.

Otra dimensión del amor a Dios que conviene analizar, es la diferencia fundamental en la actitud religiosa entre Oriente (China e India) y Occidente.
Para Oriente, el amor a Dios no es el conocimiento de Dios mediante el pensamiento, sino el acto de experimentar la unidad con Dios. Por tanto, lo más importante es la forma correcta de vivir. La finalidad fundamental de las religiones orientales no es la creencia correcta, sino la acción correcta. Tal actitud llevó a la tolerancia por un lado, y a dar más importancia al hombre en transformación que al desarrollo del dogma y de la ciencia.
La tarea religiosa del hombre no consiste tanto en pensar bien, sino en obrar bien, y en llegar a ser uno con el Uno en el acto de la meditación concentrada.

En lo que toca a la corriente principal del pensamiento occidental, cabe afirmar lo contrario. Puesto que se espera encontrar  la verdad fundamental en el pensamiento correcto, se otorga especial importancia al pensar, aunque también se valore la acción correcta. Tal actitud condujo a la formación de dogmas, y a la intolerancia frente al “no creyente” o hereje. Así, la persona que creía en Dios -aunque no viviera a Dios- sentíase superior a los que vivían a Dios, pero no creían en él.

Es oportuno volver a un importante paralelo entre el amor a los padres y el amor a Dios. Dijimos que al comienzo, el niño está ligado a la madre como “fuente de toda su existencia”. Luego se vuelca hacia el padre como nuevo centro de sus afectos. En la etapa de plena madurez, se ha liberado de las personas de la madre y el padre como poderes, ha establecido en sí mismo los principios materno y paterno. Se ha convertido en su propio padre y madre.

En la historia de la raza humana observamos idéntico desarrollo, desde el comienzo del amor a Dios; como la consagrada relación con una Diosa madre, a través de la obediencia a un Dios paternal, hasta una etapa madura en la que Dios deja de ser un poder exterior, en la que el hombre ha incorporado en sí mismo los principios de amor y justicia, en la que se ha hecho uno con Dios.

De tales consideraciones se deduce que el amor a Dios no puede separarse del amor a los padres. Si una persona no emerge de la relación incestuosa con la madre, el clan, la nación; si mantiene su dependencia infantil de un padre que castiga y recompensa, o de cualquier otra autoridad, no puede desarrollar un amor maduro a Dios; su religión corresponde entonces, a la primera fase, en la que se experimenta a Dios como una madre protectora o un padre que castiga y recompensa.
Cada individuo conserva en si mismo, en su inconsciente, todas las etapas desde la de infante desvalido en adelante. La cuestión es hasta que punto se ha desarrollado. Una cosa es segura: la naturaleza de su amor a Dios corresponde a la naturaleza de su amor al hombre.

Sin embargo, el amor al hombre, si bien directamente arraigado en sus relaciones con su familia, está determinado, en última instancia, por la estructura de la sociedad en que vive. Si la estructura social es de sumisión a la autoridad, su concepto de Dios será infantil y muy alejado del concepto maduro.

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