miércoles, 25 de junio de 2014

El Arte de Amar, parte 4

La polarización sexual

Aún por encima de la necesidad universal de unión, surge otra más específica y de orden biológico: el deseo de unión entre los polos masculino y femenino. La polarización sexual lleva al hombre a buscar la unión con el otro sexo. Tal polaridad, existe también dentro de cada hombre y cada mujer. El hombre-y la mujer- solo logra su unión interior en la unión con su polaridad femenina o masculina. Esa polaridad es la base de toda creatividad.

Idéntica polaridad existe también en la naturaleza, no solo, como es notorio, en los animales y en las plantas, sino en la polaridad de dos funciones fundamentales, la de recibir y la de penetrar. Es la polaridad de la tierra y la lluvia, del río y el océano, de la noche y el día, de la obscuridad y la luz, de la materia y el espíritu.
El deseo sexual es una manifestación de la necesidad de amor y de unión.

La atracción erótica no se expresa únicamente en la atracción sexual. Hay masculinidad y feminidad en el carácter tanto como en la función sexual. Puede definirse el carácter masculino diciendo que posee las cualidades de: penetración, conducción, actividad, disciplina y aventura; el carácter femenino, las cualidades de: receptividad, productividad, protección, realismo, resistencia, maternidad. (Siempre debe tenerse presente que en cada individuo se funden ambas características, pero con predominio de las correspondientes a su sexo).

Si los rasgos masculinos del carácter de un hombre están debilitados porque emocionalmente sigue siendo una criatura, es muy frecuente que trate de compensar esa falta acentuando exclusivamente su papel masculino en el sexo. El resultado es el Don Juan, que necesita demostrar sus proezas masculinas porque está inseguro de su masculinidad. Cuando la parálisis de la masculinidad es más intensa, el sadismo (el uso de la fuerza) se convierte en el principal -y perverso- substituto de la masculinidad. Si la sexualidad femenina está afectada, se transforma en masoquismo o posesividad.

El amor entre Padres e Hijos.

Detenernos para analizar de cerca el amor entre padres e hijos, nos aclarará varias cuestiones. Al nacer, el infante sentiría miedo de morir, si no se le protegiera de cualquier conciencia de angustia, derivada de la separación de la madre y de la existencia intrauterina. La madre la da calor, es alimento, es el estado eufórico de satisfacción y seguridad. La realidad exterior, las personas y las cosas, tienen sentido sólo en la medida en que satisfacen o frustran el estado interno del cuerpo.(narcisismo primario).
Cuando el niño crece y se desarrolla, se vuelve capaz de percibir las cosas como son, como poseedoras de una existencia propia. Empieza a darles nombres, al mismo tiempo, aprende a manejarlas.

Para la mayoría de los niños entre los ocho y diez años, el problema consiste exclusivamente en ser amado. Antes de esa edad, el niño aún no ama; responde con gratitud y alegría al amor que se la brinda. A esa altura del desarrollo infantil, aparece en el cuadro un nuevo factor: un nuevo sentimiento de producir amor por medio de la propia actividad. Por primera vez, el niño piensa en dar algo - un dibujo, un poema, o lo que fuere. Por primera vez en la vida del niño, la idea del amor se transforma de ser amado a amar, en crear amor. Muchos años transcurren desde ese primer comienzo hasta la madurez del amor.
Eventualmente, el niño, que puede ser ahora un adolescente, ha superado su egocentrismo; la otra persona ya no es primariamente un medio para satisfacer sus propias necesidades.
Dar es más satisfactorio, más dichoso, que recibir; amar, aún más importante que ser amado. Al amar, he abandonado la prisión de soledad y aislamiento que representaba el estado de narcisismo y autocentrismo.

El desarrollo de la capacidad de amar, corre parejo a la evolución del objeto amoroso. En los primeros años, la relación más estrecha la tiene el niño con la madre. Pero día a día se hace más independiente: aprende a caminar, a hablar, a explorar el mundo por su cuenta; la relación con la madre pierde significación vital; en cambio, la relación con el padre crece.
Si bien, el padre no representa al mundo natural, significa el otro polo de la existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el hombre, de la ley y el orden, de la disciplina, los viajes y la aventura. El padre muestra el camino hacia el mundo.

Vale examinar otra razón, vinculada al desarrollo económico- social. Cuando surgió la propiedad privada, y cuando uno de los hijos pudo heredar dicha propiedad, el padre comenzó a seleccionar al hijo a quién legaría su posesión. El amor paterno es condicional. Su principio es “te amo porque llenas mis aspiraciones, porque cumples con tu deber, porque eres como yo”. El amor paterno puede ganarse, no está fuera de control, como ocurre con el de la madre.

La función de la madre es darle seguridad en la vida; la del padre, enseñarle, guiarlo en la solución de los problemas que le plantea la sociedad particular en la que ha nacido.
La madre, debe tener fe en la vida, y por tanto, no ser exageradamente ansiosa, para no contagiar al niño su ansiedad.
Querer que el niño se torne independiente y llegue a separarse de ella debe ser parte de su vida.
El amor paterno debe regirse por principios y expectaciones; debe ser paciente y tolerante, no amenazador y autoritario. Debe darle al niño que crece un sentido cada vez mayor de la competencia, y oportunamente, permitirle ser su propia autoridad.

Eventualmente, la persona madura llega a la etapa en que es su propio padre y su propia madre. Tiene, por así decirlo, una conciencia materna y paterna. La conciencia materna dice: “No hay ningún delito, ningún crimen, que pueda privarte de mi amor, de mi deseo de que vivas y seas feliz”. La conciencia paterna dice: “Obraste mal, no puedes dejar de aceptar las consecuencias de tu mala actuación, y, especialmente, debes cambiar si quieres que te aprecie”. Ciertamente, la persona madura ama tanto con la conciencia materna como con la paterna, a pesar de que ambas parecen contradecirse aparentemente. Por ejemplo: si retuviera únicamente la conciencia materna, podría perder su criterio y obstaculizar su propio desarrollo o el de los demás. Si conserva sólo la paterna, se volvería áspero e inhumano.

En esta evolución de la relación centrada en la madre a la centrada en el padre, y su eventual síntesis, se encuentra la base de la salud mental y el logro de la madurez. Si un principio, el materno o el paterno, no alcanza a desarrollarse bien, es decir, cuando los papeles de la madre y del padre se tornan confusos, se desarrollan dependencias neuróticas.
Puede mostrarse que, por ejemplo, las neurosis obsesivas se desarrollan sobre la base de un apego unilateral al padre, mientras que otras, como la histeria, el alcoholismo, la incapacidad de autoafirmarse y de enfrentar la vida, y las depresiones, son el resultado de una relación centrada en la madre.

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