martes, 10 de junio de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 19


Estar en contacto

No se puede esperar que una persona que no está en contacto con la realidad, incluida la realidad de su cuerpo, sea un adulto responsable. La responsabilidad de entablar relaciones emocionales significativas impone una carga pesada al individuo. Es una responsabilidad que sólo se puede desempeñar cabalmente si uno está en contacto consigo mismo.

Estar en contacto significa percatarse del propio cuerpo, de cómo se expresa, de su estado de apertura y de sus esquemas de tensión.
Estar en contacto significa también comprender un poco las experiencias que han configurado la propia personalidad de uno. No me cansaré de encarecer el hecho de que el cuerpo es la piedra de toque de la realidad de uno. La persona que piensa que se conoce pero que no está en contacto con la calidad y significado de sus respuestas físicas, está actuando bajo una ilusión. Interiormente, la persona quiere alcanzar cosas, pero el impulso no puede fluir libremente a través de la armadura muscular. La acción es indecisa, tentativa, ambivalente, y naturalmente provoca una respuesta igual de ambivalente y tentativa. La situación puede ser muy frustrante e incluso llevar a resentimientos, a menos que la persona se de cuenta de su dificultad. En este caso puede decir:”quiero llegar a ti, pero me han hecho daño tantas veces que no se que hacer, no me atrevo a intentarlo. Y a esta afirmación se puede responder con simpatía y afecto.

Cuando las tensiones del cuerpo son más graves, el acto de alcanzar se puede transformar en un acto sádico o cruel. Podemos comprender este fenómeno cuando nos damos cuenta de que el impuso amoroso se ha transformado en rabia, y lo que hace es activar los sentimientos negativos bloqueados en la armadura muscular. Es lo que muestro esquemáticamente en el siguiente diagrama:



La combinación de amor y rabia dirigida hacia la misma persona es sádica; es la necesidad de hacer daño como expresión de amor. Al contrario de la persona hostil u odiosa, la persona sádica hace daño a la persona que quiere. Reich pensó que el impulso amoroso se hacía añicos al pasar por la musculatura contraída y que el esfuerzo de reconstruirlo lo transformaba en una acción dura y cruel. En esta situación, la persona que está en contacto diría: “No puedo amar, tengo demasiada hostilidad dentro”, en vez de infligir un dolor a la persona amada.

Estar en contacto no es sólo el prerrequisito de la responsabilidad, sino la esencia misma de la responsabilidad. Un adulto, al contrario de un niño, es responsable de su propio bienestar. Sin embargo, se sabe que mucha gente, especialmente los depresivos, son incapaces de asumir esta responsabilidad. Están trastornados por sentimientos de privación que provienen de la infancia y que minan su autodominio y confianza. Buscan la aprobación y parecen necesitar soporte y seguridad. Su conducta se describe como inmadura; sus relaciones se caracterizan por la dependencia. Son individuos dirigidos desde fuera porque están desconectados de sus sentimientos y de sus cuerpos.

La necesidad de amor tiene su realidad. A través del amor, es decir, a través del amor de la madre, expresado cuando le acaricia, le coge en brazos y le responde, el niño consigue el sentimiento y la identificación con su cuerpo. Sin amor, el cuerpo es una fuente de dolor; la necesidad de contacto se torna un anhelo angustioso y el niño rechaza su cuerpo lo mismo que la madre le ha rechazado a él. La  desastrosa consecuencia de la pérdida del amor de la madre es la pérdida del cuerpo. Incluso en un adulto, la pérdida de una persona a la que se quiere profundamente tiene un efecto anestesiante sobre el cuerpo; los propios sentimientos pierden su sentido, el cuerpo está como muerto.

Cualquier paciente necesita que le toquen, y eso es especialmente cierto en los pacientes depresivos. Al tocarle, evoca sus sentimientos. Al estar en contacto con él, uno expresa simpatía y comprensión hacia él. Y al tocarle físicamente con calor y sentimiento, uno le comunica su propio amor.
Ocasionalmente puede que eso requiera que el terapeuta le coja en brazos o le abrace, lo cual no se hace con el sentimiento que tiene la madre hacia el hijo o con el del amante hacia su pareja, sino con la afectividad de una persona que no tiene miedo a tocar y a querer a otro ser humano.

Si importante es ser tocado, más importante todavía es ser capaz de tocar. Al tocarme el paciente consigue contactar no sólo con quien soy yo sino también con quién es él mismo. Por lo tanto, pido por ejemplo al paciente que levante los brazos y toque mi cara, lo cual provoca gran ansiedad. Las respuestas permiten analizar y trabajar con las ansiedades del paciente relacionadas con el contacto físico. De no hacerlo, ¿cómo se puede esperar que un paciente contacte con la vida?

Es muy importante, sin embargo, que el paciente consiga contactar consigo mismo, no a través de la intervención de otra persona, que le haría depender de ella, sino a través de sus propios medios y desde en interior de sí mismo. Esto se consigue haciendo que el paciente realice los diversos ejercicios y respiraciones. Primero  descubrirá lo desconectado que está de sí mismo, y ese es el primer paso para conectar. Después descubrirá que el establecer contacto es un proceso doloroso, porque evoca sentimientos que fueron suprimidos al volverse insoportables. También es doloroso desde el punto de vista  físico, porque la oleada de sangre, energía y sensaciones dentro de los tejidos contraídos a menudo hace daño. Si tiene un mínimo de seguridad, el paciente puede aceptar este dolor como un fenómeno positivo. El dolor desaparece cuando el tejido se relaja, y el paciente descubrirá finalmente que el estar en contacto es la esencia del placer.

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