viernes, 27 de junio de 2014

El Arte de Amar, parte 5

Los objetos amorosos.

Como ya dijimos, el amor no es una relación con una persona específica, sino una actitud, una orientación del carácter que determina como será nuestra relación con el mundo. Si una persona ama solo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado.
 Y sin embargo, la mayoría de la gente supone que el amor está en la persona, no en la facultad. Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida.
Claro que esto no significa que no puedan apreciarse ciertas diferencias, dependiendo de la clase de objeto que se ama. Estudiemos las siguientes:

La clase básica de todos los tipos de amor es el amor fraternal. Por él se entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con respecto a cualquier otro ser humano. A esta clase de amor se refiere la Biblia cuando dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos.
En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. Para experimentar dicha identidad, es necesario penetrar desde la periferia hasta el núcleo. Si percibo en la otra persona nada más lo superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa. Si penetro hasta el núcleo, percibo nuestra identidad, el hecho de nuestra hermandad.

El amor al desvalido, al pobre y al desconocido, son el comienzo del amor fraternal. Amar a los de nuestra propia carne y sangre no es hazaña alguna.  El amor solo comienza a desarrollarse cuando amamos a los que no necesitamos para nuestros fines personales. Al tener compasión del desvalido, el hombre empieza a desarrollar su amor a su hermano, y al amarse a sí mismo, ama también al que necesita ayuda, al frágil e inseguro ser humano.

Amor Materno. Como apuntamos antes, el amor materno es una afirmación incondicional de la vida del niño y sus necesidades. Pero cabe aquí una adición: la afirmación de la vida del niño presenta dos aspectos: uno es el cuidado necesario para la vida del niño. El otro, es la actitud que inculca en el niño el amor a la vida, que crea en él el sentimiento: ¡es bueno estar vivo!, ¡es bueno ser una criatura!, ¡es bueno estar sobre la tierra!. En el simbolismo bíblico, la Tierra prometida, (la Tierra es siempre un símbolo materno),se describe como “plena de leche y miel”. La leche es símbolo del primer aspecto del amor. La miel simboliza la dulzura de la vida, el amor por ella y la felicidad de estar vivo. La mayoría de las madres son capaces de dar “leche”, pero sólo una pocas pueden dar “miel” también. Para estar en condiciones de dar miel, una madre debe ser una persona feliz.
El amor de la madre a la vida es tan contagioso como su ansiedad. Indudablemente, es posible distinguir, entre los niños, los que solo recibieron “leche” y los que recibieron “leche y miel”.

Sin embargo, la verdadera realización del amor materno no está en el amor de la madre al pequeño bebé, sino en su amor por el niño que crece.
La necesidad de trascendencia es básica en el hombre, arraigada en el hecho de su autoconciencia, en el hecho de no estar satisfecho con el papel de criatura. Necesita sentirse creador. La forma más natural y también la más fácil de lograr, es el amor y cuidado de la madre por su creación. Su amor por él da sentido y significación a su vida.
Pero el niño debe crecer. Debe emerger del vientre de la madre, del pecho; evolutivamente, debe convertirse en un ser humano completamente separado. La esencia misma del amor materno es cuidar de que el niño crezca, y eso significa desear que el niño se separe de ella. La madre debe no sólo tolerar, sino también desear y alentar la separación del niño. Es en esta etapa que muchas madres fracasan en su tarea de amor materno.

Una mujer, sólo puede ser una madre verdaderamente amante si puede amar, si puede amar a su esposo, a otros niños, a los extraños, a todos los seres humanos. La mujer que no es capaz de amar en este sentido, puede ser una madre afectuosa mientras su hijo es pequeño, pero no será una madre amante, y prueba de ello es la voluntad de aceptar la separación -y aún después de la separación- seguir amando.

Amor erótico. El amor erótico es el anhelo de fusión completa, de unión con una única persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizás, la forma de amor más engañosa que existe.
En primer lugar, se le confunde fácilmente con la experiencia explosiva de “enamorarse”, el súbito derrumbe de las barreras que existían hasta ese momento entre dos desconocidos. Pero la intimidad tiende a disminuir a medida que transcurre el tiempo. El resultado, es que se trata de encontrar amor en la relación con otra persona, con un nuevo desconocido.
El deseo sexual tiende a la fusión, pero puede ser estimulado por la angustia de la soledad, por el deseo de conquistar o de ser conquistado, por la vanidad, por el deseo de herir y aún de destruir, tanto como por el amor.

Como la mayoría de la gente une el deseo sexual a la idea del amor, con facilidad incurre en el error de creer que se ama cuando se desea físicamente. El amor puede inspirar el deseo de unión sexual; pero en tal caso, la relación física hállase libre de avidez, esta fundida con la ternura. Si el deseo de unión física no está estimulado por el amor, si el amor erótico no es a la vez fraterno, jamás conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio.

La exclusividad del amor erótico suele interpretarse erróneamente como una relación posesiva. Es frecuente encontrar parejas “enamoradas”, que no sienten amor por nadie más. Su amor es en realidad un egotismo “de dos”; es decir, al estar separados de los demás, su experiencia de unión es solo ilusión. El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a toda la humanidad, a todo lo que vive.
El amor erótico, si es amor, tiene una premisa: Amar desde la esencia del ser -y vivenciar a la otra persona- en la esencia de su ser.

Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso- es una decisión-, es un juicio, es una promesa. Un sentimiento comienza y puede desaparecer. El acto de la voluntad debe garantizar la continuación del amor. De ahí que: la idea de que una relación  puede disolverse fácilmente si no resulta exitosa es tan errónea como la idea de que tal relación no debe disolverse bajo ninguna circunstancia.

Amor a sí mismo. Es creencia común que amar a los demás es una virtud, y amarse a sí mismo es sinónimo de egoísmo. Tal punto de vista se  remota a los comienzos del pensamiento occidental. Calvino califica de “peste” el amor a sí mismo. Similarmente, amor a sí mismo se identifica con narcisismo.
Pero, el amor a los demás y el amor a sí mismo no son alternativas. Por el contrario, en todo individuo capaz de amar a los demás se encontrará una actitud de amor a sí mismo.
Amar a una persona implica amar al hombre como tal. De ello se deduce que mi propia persona debe ser un objeto de mi amor, al igual que lo es otra persona. La vida, la felicidad, el crecimiento y la libertad de nosotros, dependen de la propia capacidad de amar.

¿Cómo se explica el egoísmo? La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma, no siente placer en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él; carece de interés por las necesidades ajenas y de respeto por la dignidad e integridad de los demás. Juzga todo según utilidad; es básicamente incapaz de amar. El egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos. El individuo egoísta, en realidad se odia.
Así pues, es una persona grande y virtuosa la que, amándose a sí misma, ama igualmente a todos los demás.

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