lunes, 27 de octubre de 2014

La Traición al Cuerpo, parte 1

La Traición al Cuerpo

Resumen de algunos capítulos del libro del mismo nombre de Alexander Lowen, 1967, Ed. Era Naciente, Buenos Aires, Arg.

Capítulo 1.

El Problema de identidad

Normalmente uno no se pregunta: “¿Quién soy?”, sino que da por descontada la identidad. Cada uno lleva en la cartera documentos que le sirven para identificarse. En el plano consciente sabemos quienes somos. Sin embargo, bajo la superficie existe un problema de identidad. En el límite de la conciencia, nos perturban ciertas insatisfacciones, nos inquietan las decisiones, nos atormenta la sensación de estar perdiéndonos cosas de la vida. Estamos en conflicto con nosotros mismos, inseguros de lo que sentimos, y esa inseguridad refleja nuestro problema de identidad. Cuando la insatisfacción se convierte en desesperanza y la inseguridad llega al borde del pánico, quizá nos preguntemos: “¿Quién soy”. Este interrogante da a entender que se está desmoronando la fachada tras la cual buscamos la identidad. Usar una fachada como forma de lograr la identidad denota una división entre el ego y el cuerpo. Esa división es, para mi, el trastorno esquizoide que subyace todo problema de identidad.

La sensación de identidad proviene de tener contacto con el cuerpo. Para saber quién es, el individuo debe tener conciencia de lo que siente. Debe conocer la expresión de su rostro, su porte, su manera de caminar. Sin este sentimiento y actitud corporales, la persona se escinde, y queda por un lado un espíritu incorpóreo, y por otro, un cuerpo desencantado.

La pérdida total de contacto con el cuerpo es característica del estado esquizofrénico. En términos generales, el esquizofrénico no sabe quién es, y está tan escindido de su realidad, que ni siquiera puede plantearse el interrogante. Sabe que tiene cuerpo, y por ende, esta orientado en el tiempo y el espacio. Pero dado que su ego no se identifica con su cuerpo y no lo percibe de una manera vital, se siente desconectado del mundo y de las demás personas. Este conflicto no existe en una persona sana cuyo ego se identifica con su cuerpo, una persona que sabe que su identidad proviene del hecho de sentir el propio cuerpo.

En nuestra cultura, la mayoría de las personas padece una confusión de identidad. Se desesperan cuando la imagen del ego que se han creado demuestra ser hueca y sin sentido. Se sienten amenazados y reaccionan con enojo cuando se pone en tela de juicio el rol que adoptaron en la vida. Tarde o temprano, la identidad asentada en imágenes y roles deja de brindar satisfacción.

El problema psíquico “típico” de nuestros tiempos no es la histeria, como en tiempos de Freud, sino el problema de las personas que están aisladas, que no se relacionan, que carecen de afectos, que tienden a la despersonalización y disimulan sus problemas mediante intelectualizaciones  y formulaciones técnicas.

La alienación del individuo en los tiempos modernos -sentirse distanciado de su trabajo, de sus congéneres, de sí mismo- ha sido descrita por muchos autores, y constituyen el tema central de las obras de Erich Fromm. El amor que siente el individuo alienado es romántico, su expresión sexual es compulsiva, su trabajo es mecánico, y sus logros egoístas. En una sociedad alienada, tales actividades pierden su significación personal. Esta pérdida se reemplaza por medio de una imagen.

miércoles, 22 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 16


Culpabilidad por la sexualidad

La identificación de un niño con los sentimientos de su madre tiene su origen en la fusión simbiótica entre ellos. No es un fenómeno psicológico. Durante los nueve meses en que se desarrolla en el útero, el cuerpo del niño tiene un contacto tan íntimo con el de su madre que siente y reacciona ante toda ola de sensación que pasa por ella. Incluso después de nacer, el cuerpo del niño está tan sintonizado con su madre que vibra en armonía con ella. Si una madre está triste y es infeliz, su hijo se sentirá triste e infeliz. Si es entusiasta y animada, su hijo sentirá igual. Sus sentimientos determinan el humor del hogar.

Un adulto puede irse de casa y encontrar alguna emoción agradable en otra parte, pero un niño pequeño está atrapado. No puede sentirse bien si su madre no se siente bien, y por esto tiene que hacer todo cuanto está en su mano para levantar el ánimo de su madre. Inevitablemente fracasará y se convertirá en un niño triste y abatido. La infelicidad de su madre es ahora la suya. Esta clase de infelicidad no es de la clase que un niño puede descargar llorando. El niño sabe intuitivamente que su madre no puede responder a sus necesidades.

Estar dispuesto para ayudar a la madre permite que un niño supere el terrible sentimiento de soledad y abandono que amenaza su vida. El negarse a sí mismo y asumir una responsabilidad respecto a otro se convierte en una forma de supervivencia.
El niño queda atrapado en la relación con su madre, de modo que la separación no es fácil de conseguir. De adulto, puede quedar atrapado en una relación insatisfactoria a causa del sentimiento de que su papel consiste en hacer feliz a su pareja a fin de poder satisfacerse él mismo. Pero esta explicación se queda corta. La jaula que aprisiona el corazón no se cierra del todo hasta el final del periodo edípico. Un niño que está dispuesto para ayudar a su madre se halla envuelto, por lo general, en una situación con matices y visos sexuales.

El efecto en cualquier niño atrapado en una situación similar es crearle un sentimiento de culpabilidad en relación con su sexualidad.
Pocos padres consienten en sentirse culpables por su comportamiento seductor con sus hijos. A sus ojos, se trata de un excitación inofensiva que pueden controlar de modo que no termine en incesto. Por desgracia, el niño no puede controlar su excitación. Queda sobreestimulado, lo cual resulta muy penosos puesto que él no dispone de ninguna vía para desahogar la carga, como hace un adulto.
Un padre no tiene ningún problema para hacer que el niño se sienta responsable de su apego sexual. Al proyectar la culpabilidad en el niño, el padre niega su culpabilidad. El niño no tiene más remedio que aceptar la culpabilidad, lo que destruye su inocencia y cierra la puerta tras su infancia.


En la edad adulta, el sexo se disocia del amor. El individuo puede encontrar satisfacción sexual con una pareja ocasional, pero le resulta difícil excitarse en alto grado con alguien a quien ama realmente. Tal como aprendió sobradamente de pequeño, estos sentimientos intensos hacia un objeto de amor son tabú.
Pero la disociación del sexo respecto al amor pone en peligro al corazón porque éste no puede satisfacer sus anhelos más profundos. La solución consiste en convertirse en una persona amorosa con el corazón abierto a una amplia gama de sentimientos. Para lograrlo es necesario vivir con arreglo a ciertos principios que mantengan la integridad de la persona.  


lunes, 20 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 15


Ceder al cansancio

Diversos estudios han revelado que a menudo aparece un cáncer en personas mayores tras la pérdida de un ser querido. Se cree, y con razón, que el estrés de la pérdida produce la enfermedad. Además, muchos investigadores han reconocido que esta pérdida en edad avanzada repite un trauma similar en la infancia, a saber: la perdida del amor de una madre o un padre. La última pérdida activa el dolor de la primera y hace crecer el deseo de morir. Sin amor, o sin la esperanza de amor, no se puede siquiera sobrevivir.

Empezamos este capítulo con un examen de la conducta autodestructiva de los pacientes cardíacos.  La forma más común es el comportamiento del individuo del tipo A, que tiene el impulso de triunfar, de demostrar que es digno de amor. La intensidad de este impulso revela su cualidad desesperada.
La enfermedad aparece cuando una persona se fuerza hasta sobrepasar el punto límite. El peligro no está en el estado de agotamiento en sí mismo, sino en la creencia, consciente o inconsciente, de que ceder al cansancio es signo de debilidad, de que es inaceptable decir “no puedo”.

Lo cierto es lo contrario. Ceder al cansancio permite a una persona convalecer, renovar su energía y recobrar el ánimo. Ceder a la propia tristeza abre y libera el profundo dolor de la angustia. Este dolor reside en el cuerpo: en la mandíbula apretada, la garganta contraída, el pecho rígido y el vientre encogido de la persona que reprime su anhelo de amor y su deseo de vivir.

Tras cerrarse al anhelo del amor, la persona ya no siente el dolor. En la medida en que está cerrada, lo único que puede sentir es un profundo sentimiento de frustración y desesperanza que alimenta el deseo de morir. Salir en busca del amor, por otra parte, activa el dolor. No hay dolor en la muerte y por eso tiene gran atractivo para mucha gente. Tampoco hay dolor en la vida, si uno está completamente vivo. Entonces el flujo de sentimientos es libre y sin trabas. El dolor está en la vivificación, en el flujo de energía y sensación que penetra en las zonas tensas del cuerpo.

Es doloroso darse cuenta de lo vacía e insatisfactoria que ha sido, y puede ser todavía, la vida de uno. Pero si esta conciencia da lugar al llanto y no a más intentos de represión, el dolor inmediatamente disminuye y se elimina.

La evocación del dolor sirve para otro fin, a saber: para despertar la cólera reprimida de modo que se pueda dirigir hacia afuera. Descargarla sobre los hijos, por ejemplo, lo cual es una práctica habitual, no proporciona ningún verdadero desahogo. Hay que expresarla en un ambiente adecuado donde no pueda causar ningún daño. Los pacientes en la terapia, pueden descargar su cólera retenida golpeando una cama. Este ejercicio reduce la tensión de los músculos de la espalda y los hombros, libera el pecho y permite que la persona respire mejor. Al dirigir la cólera hacia fuera reduce mucho la conducta autodestructiva.

He sugerido que el deseo de morir está relacionado con enfermedades como el cáncer y el ataque cardíaco. La víctima de un ataque cardíaco está presa en un conflicto: quiere salir, pero tiene miedo de salir. Para salir tiene que abrirse, lo cual evoca el dolor de la angustia y el miedo al abandono. Su muerte, si se produce, no es resultado de la resignación, sino del miedo. También denota una pérdida de esperanza, pues el corazón es tanto el órgano de la esperanza como del amor. La pérdida de la esperanza, secuela del pánico, es un sentimiento arrollador, agudo, muy diferente a la resignación emocional del enfermo de cáncer, cuya esperanza es erosionada lentamente por el deseo de morir.

Cuando estas cuestiones pueden sacarse a la luz y discutirse en la situación terapéutica, el miedo se vuelve manejable. Y, dado que este miedo va unido a la soledad, disminuye mucho cuando hay otra persona dispuesta a escuchar con comprensión. El encararse a los propios conflictos es siempre una experiencia dolorosa y aterradora, pero también es muy provechosa, pues contiene el potencial de una vida no corrompida por el deseo de morir.


jueves, 16 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 14


¿Es muy frecuente el deseo de morir?

 He oído a muchos pacientes que lo expresaban, y he aprendido a tomarlo en serio después que uno de ellos se suicidara. No considero a todo paciente que pronuncia estas palabras como un suicida en potencia, pero cada vez que las oigo tengo una aguda conciencia de la profundidad y la cantidad de dolor de la personalidad. Se también que la persona no quiere morir, que tiene el deseo de vivir. Ambos deseos, uno de vivir y otro de morir, pueden coexistir porque proceden de capas distintas de la personalidad. Al evaluar la posibilidad del suicidio, es necesario medir la fuerza de cada uno de estos sentimientos.

Cuando trabajo con mis pacientes veo que para todos ellos la vida es una lucha, que deja poco espacio para el placer y los goces verdaderos.
Muchos de nosotros estamos profundamente cansados de la lucha interminable de nuestra vida. Y, sin embargo, si queremos recuperar el sentimiento del gozo de vivir, debemos abandonar la lucha.
Aceptar la pérdida es doloroso, y supone reconocer el fracaso, pero la aceptación nos libera de nuestra implicación con el pasado. Sólo aceptando el pasado somos libres de avanzar hacia un futuro más satisfactorio.

En un nivel profundo, inconsciente, el paciente teme que abandonar o rendir la voluntad sea morir. Dado que ha sobrevivido mediante el uso de la voluntad, soltar la voluntad y ceder a sus sentimientos podría terminar en la muerte. Por supuesto, este resultado no es probable. Cuando se consigue que una persona sienta el deseo de vivir, el comportamiento autodestructivo disminuye o cesa.

La terapia pretende ayudar a una persona a establecer un contacto directo con su fuerza vital, de modo que pueda recurrir a ella para su propia satisfacción. Pero para establecer este contacto tiene que penetrar debajo de las dos primeras capas de su personalidad, a saber: la voluntad de vivir y el deseo de morir. La figura 13 ilustra la disposición de estas capas.



El primer paso, para el paciente, es ser consciente del conflicto entre su voluntad de vivir y su deseo de morir. Esta conciencia a veces puede obtenerse mediante un ejercicio bioenergético. La persona se tiende en el taburete bioenergético y espira lo más profundamente posible. Al final de la espiración se le dice que no aspire aire. La manera en que el paciente se comporta en esta situación nos da cierta información sobre su personalidad.
Como el cuerpo normalmente tiene una reserva de oxígeno en los pulmones y la sangre para dos o tres minutos, el pánico que siente el paciente no es resultado de una falta de aire u oxígeno, sino de la incapacidad de respirar libremente debida a una tensión crónica en el pecho. El pánico se asocia con una sensación de inseguridad y un miedo al abandono que evoca el espectro de la muerte.

Al hacer que una persona respire profundamente, sobre todo en la espiración, la función defensiva de la voluntad se pasa por alto, permitiendo que la persona se acerque al sentimiento de desesperación y al deseo de morir.

El deseo de vivir es el lado psicológico del instinto biológico de conservación. Se manifiesta, por ejemplo: en el latir del corazón, los movimientos peristálticos de los intestinos, la expansión y contracción de la respiración, más la miríada de actividades de los diferentes órganos, tejidos y células. La respiración es la más visible de estas funciones y puede servir, por tanto, de indicación de la intensidad de la fuerza vital. La profundidad de la respiración de una persona refleja la fuerza de su deseo de vivir.

¿Se extiende la ola de inspiración hasta el abdomen para alcanzar el fondo pélvico? Lo contrario de la respiración profunda es la respiración superficial, restringida o forzada. No es tanto cuánto aire puede uno inhalar con esfuerzo, sino de cuánto inhala sin esfuerzo. Cualquier experiencia infantil que haya debilitado la fuerza de este impulso también ha reducido la fuerza del deseo de vivir.

Muchísimos individuos de nuestra cultura viven en un estado constante de emergencia, aunque inconscientemente, están listos para luchar o para huir, pero no hacen ninguna de las dos cosas. Su rigidez les permite aguantar y sobrevivir, pero no pueden encontrar satisfacción. Y debido a la enorme tensión que soporta el cuerpo, el aguante no puede soportarse indefinidamente, lo que amenaza su propia supervivencia. Tarde o temprano, quedan agotados y desean abandonar. En este punto pueden ser presas de pánico (en otras palabras, pueden sentir el deseo de morir) y sufrir un ataque cardíaco.
Para evitar este desenlace, una persona debe someter su voluntad y experimentar libremente su dolor, su desesperación y su deseo de morir, de modo que pueda llorar la pérdida del amor y lamentar los años en que luchó.
Esta sumisión le permite establecer contacto con su fuerza vital.
El amor es el corazón de la vida, y el corazón es la fuente del amor. Uno debe penetrar en el núcleo de su ser para encontrar el amor, que es el sentido y la satisfacción de la vida.

La voluntad de vivir es eficaz sólo en tanto recibe energía de la fuerza vital del organismo. El hundimiento de esta fuerza vital a causa de agotamiento o el estrés socava la voluntad de vivir.

martes, 14 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 13

¿Instinto de muerte?

Pero ¿Cuál es la base del comportamiento autodestructivo? Si respondemos que es el miedo, debemos preguntar: ¿miedo de qué o de quién? La persona que reprime su cólera no es consciente de que lo hace por miedo. En la mayoría  de los casos el miedo es reprimido igualmente, y la persona no tiene un recuerdo claro de situaciones anteriores en las que sintió a la vez cólera y miedo, en particular, miedo a ser castigado por su cólera. No podemos comprender del todo por qué se ve impulsada a tener un comportamiento autodestructivo hasta que es capaz de recordar y volver a experimentar algunos de estos sentimientos. Un programa psicoanalítico puede ayudar a la persona a comprender y cambiar esta conducta.

Pero, como ya reconocía Freud,  toda terapia psicoanalítica se caracteriza por la resistencia y la transferencia. La resistencia se refiere a un bloqueo inconsciente de los esfuerzos que realiza el terapeuta para ayudar al paciente a tomar contacto con los primeros años de su vida. La transferencia se refiere al comportamiento de paciente con respecto al terapeuta. Ve al terapeuta como un substituto del padre o madre y transfiere o proyecta en él los sentimientos conflictivos que sintió por su verdadero padre o madre. Al mismo tiempo que espera que el terapeuta cuide de él como debe hacerlo un buen padre, lo ve como un mal padre que se aprovechará de su necesidad.

En teoría, el análisis de la transferencia debería liberar al paciente de su fijación con aquella situación primitiva. Sin embargo, esto rara vez ocurre, ya que la resistencia inconsciente del paciente a revelar todos sus pensamientos y sentimientos hace que el análisis de la transferencia sea difícil de completar.

El paciente está atrapado en su transferencia, y el terapeuta está atrapado también, en su contra transferencia (en otras palabras, en su necesidad de ayudar). El fracaso psicoanalítico es, por tanto, muy frecuente. El paciente sigue repitiendo su conducta neurótica a pesar de la evidente naturaleza autodestructiva de ésta. Tras observar este comportamiento una y otra vez, Freud lo denominó compulsión de repetición: la compulsión de los pacientes de volver a representar el mismo argumento traumático y decepcionante durante toda su vida.

Enfrentado a los fenómenos de resistencia, transferencia y compulsión de repetición, Freud postuló la existencia de un instinto de muerte, que llamó thanatos, para explicar el comportamiento autodestructivo. Como contrapeso, apeló a la idea de un instinto de vida llamado eros.

Yo nunca he podido aceptar el concepto de un instinto de muerte. La palabra instinto siempre ha estado asociada en mi pensamiento con la vida. Debemos examinar más profundamente la personalidad y más atentamente los hechos de los primeros años de la vida para comprender como se desarrollaron tales fuerzas autodestructivas.

“Si respiro me moriré”, dijo una de mis pacientes. La respiración, sin duda, no es autodestructiva. Y, al contrario, retener la respiración es antivida. ¿Cómo pudo, entonces, la paciente asociar la respiración con la muerte?
Cuanto más profunda y plenamente respira una persona, más viva está. Cuando más viva está, más siente. Pero cuando sus sentimientos son tan dolorosos que resultan insoportables, hará todo lo posible para no tener contacto con ellos, es decir, resistirse y negar que tiene tales sentimientos y respirar superficialmente para no sentirlos.

La mayoría de las personas que han sufrido la pérdida del  amor combaten ese deseo de morir  no cediendo, continuando la lucha para conseguir al amor mediante el triunfo, el servicio y la intención de satisfacer las expectativas de los demás. Deben triunfar y triunfarán. Tienen las mandíbulas apretadas en una inflexible determinación de no fracasar, pues el fracaso significa la muerte.

¿Es muy frecuente el deseo de morir?








viernes, 10 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 12

La voluntad de vivir y el deseo de morir

El comportamiento autodestructivo es uno de los fenómenos más difíciles de comprender. Este tipo de comportamiento es relativamente raro en los animales, pero bastante común en los seres humanos. Las personas que beben, fuman, toman drogas o comen en exceso saben a cierto grado que su conducta es perjudicial. Conocí a una persona que describía cada cigarrillo como un clavo de su ataúd; acabó muriendo de cáncer. En estas personas también actúa, aunque de forma inconsciente, la cólera reprimida. El suicidio es el mejor ejemplo de ello. La mayoría de los psicólogos reconocen que el impulso de matarse contiene en su núcleo un deseo de matar a otra persona.
La represión de ese deseo a causa del sentimiento de culpabilidad vuelve el impulso asesino contra uno mismo.

Los individuos de tipo A muestran marcadas tendencias autodestructivas. ¿Acaso el hombre del tipo A que sufre un ataque cardíaco quiere ponerse enfermo? Sorprendentemente, algunos reconocen tener esos sentimientos. “Es tan fantástico esto de estar aquí tendido sin tener responsabilidades y con estas enfermeras tan guapas que me cuidan”, dijo uno de ellos.

Para algunas personas, un ataque al corazón puede parecer el único modo de escapar de las tensiones y fatigas de una existencia llena de presiones. Después, algunos hacen en su vida el tipo de cambios que podrían haber evitado el ataque.
¿Hay en estas personas una necesidad de sufrir, originada tal vez en algún profundo sentimiento de culpabilidad, de modo que sólo después de haber pagado un precio son libres de tomar alguna iniciativa positiva en su vida?

Dado que las fuerzas que han motivado este comportamiento son internas y en gran parte inconscientes, son resistentes a la voluntad consciente. Pero hasta que no se comprenden y se explica su origen, reducen a la impotencia a la voluntad consciente.    

Los psiquiatras saben que la enfermedad a menudo proporciona compensaciones secundarias. La persona enferma recibe un grado de cuidados del que quizá nunca había gozado y se le complace como a un niño sin responsabilidades. Algunas enfermedades se pueden considerar como una regresión emocional inconsciente, como un intento de obtener amor que uno no recibió de niño. Si la enfermedad es el precio que hay que pagar para recibir esta atención, se trata de un precio excesivamente alto.

Los que albergan pensamientos suicidas tienen un deseo consciente de morir, que en realidad atribuyen al dolor y a la desesperanza de su vida. Pero el suicidio también tiene otro significado. Quiere la aceptación y el amor incondicionales que no recibió de sus padres y siente que necesita. Si no los recibe, se siente pobre y lleno de rabia. Esta rabia es retroalimentada por el sentimiento de que los demás esperan cosas de él que él no puede satisfacer. Al mismo tiempo, alberga un gran sentimiento de culpabilidad por su cólera. Como se siente incapaz e indigno de amor, vuelve su cólera contra sí mismo. Al destruirse a sí mismo, también trata de herir a los demás. Está convencido de que sufrirán y frecuentemente lo hacen.











miércoles, 8 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 11


La rigidez

La rigidez es el principal mecanismo del control inconsciente del sentimiento. Se efectúa tensando los músculos voluntarios del cuerpo, de modo que a los impulsos se les niegan sus canales de expresión. Para bloquear un impulso de llorar, el rostro está tenso; para reprimir un impulso de golpear, los hombros y la espalda se ponen tensos. Cuando estas tensiones se vuelven crónicas, el impulso bloqueado no llega a la superficie del cuerpo o de la conciencia. El conocimiento de sí mismo se ha limitado. La rigidización equivale a un amortecimiento del cuerpo.

Cuando no hay ningún movimiento espontáneo en el cuerpo, no hay nada que sentir. Las emociones son actividades involuntarias del cuerpo. Nos vienen. Las emociones y los sentimientos no son funciones del yo, que controla las acciones voluntarias.
Las emociones son impulsos que surgen en el centro de nuestro ser, estrechamente conectadas con el corazón.
La rigidez puede extenderse hasta las profundidades del organismo, afectando los músculos blandos, involuntarios. Se encuentran estos espasmos en los músculos lisos de los intestinos, los bronquios y las arterias. La rigidez en los vasos sanguíneos periféricos causa hipertensión, que impone un esfuerzo enorme al músculo del corazón y es un factor de riesgo reconocido para las enfermedades de las arterias coronarias.

La negación

Si queremos comprender el papel que desempeñan las emociones en la producción del estrés, tenemos que examinar otro mecanismo de control inconsciente del sentimiento. Este mecanismo es conocido con el nombre de negación. La negación no opera amorteciendo el cuerpo, sino bloqueando la percepción del impulso. Un caso típico de negación es la persona que en una discusión empieza a gritar, pero que, cuando se le pregunta si está enfadada, niega airadamente que lo esté. La negación actúa disociando las funciones de percepción de la cabeza y el yo respecto de las funciones centrales de formación de impulsos. En realidad, ambos mecanismos, la negación y la rigidez, existen en la mayoría de los individuos en grados diversos.

Cuando se reprime la cólera, se crean resentimientos. Cuando también éstos se reprimen, la cólera subyacente arde sin llama como un volcán inactivo, manifestando su existencia con pequeñas bocanadas de vapor -en forma de irritabilidad o de comentarios críticos- que se escapan por las grietas de la corteza. En muchas de estas personas, las frustraciones continuadas pueden incrementar la energía del fuego interno hasta un nivel explosivo, del que puede brotar una respuesta irracional y exagerada. Esta explosión, no libera a estas personas, porque su reacción es tan arbitraria que las hace sentirse culpables, lo cual aviva de nuevo las llamas de su hostilidad.

¿Por qué la retención de la cólera es tan perjudicial para el corazón? Lo que sucede es que la cólera es una reacción constructiva, que incluye cierto sentimiento de afecto y amor. Cuando expresamos nuestra cólera damos a entender que nos interesa una persona y que queremos reestablecer la relación en un nivel en que el amor y la amistad se puedan sentir y expresar. Tendemos a no enfadarnos con personas que significan poco para nosotros porque, si su comportamiento nos perjudica, podemos apartarnos de ellas.

En el transcurso de los años he oído relatos de pacientes en el sentido de que una pelea limpia, con expresión abierta de cólera entre una pareja, a menudo termina en un acto de amor. En cambio, cuando hay cólera inexpresada entre los amantes, es casi imposible consumar una unión sexual.

El tratamiento de Friedman para la personalidad de tipo A, consiste en hacer que la persona sea consciente de su estado de tensión, de su hiperactividad y de su impulso apremiante de triunfar. En la medida en que se responda a este tratamiento, la persona se sentirá más relajada y menos impelida, lo que aliviará parte del estrés del corazón. Pero este planteamiento tiene sus problemas. No sólo no reconoce las tensiones musculares crónicas de que sufre el individuo hiperactivo, sino que no va a lo esencial del problema.

Lo esencial del problema es el amor, y el lugar del problema es el hogar. Las tensiones del trabajo pueden ser grandes, pero se pueden controlar cuando una persona tiene una relación segura, estable y amorosa. Lo que ocurre en el hogar es lo que crea el estrés que afecta más seriamente al corazón.

Creo que todos queremos ser libres, amar incondicionalmente, darnos enteramente en el amor y el sexo. Teniendo en cuenta las experiencias de nuestra infancia, no es fácil conseguir este estado.
Yo he realizado bastante terapia para ser consciente de las tensiones de mi cuerpo y de los temores asociados con ellas. Mi temor más grande era el de ser abandonado si no satisfacía las esperanzas de mis padres. Había un elemento de pánico en ese miedo, que traté de no sentir manteniendo mi cuerpo tenso y rígido. También percibí una profunda tristeza relacionada con la pérdida del pecho de mi madre en una edad temprana. Aun cuando tenía conciencia de este sentimiento, llorar era difícil. Para mí, llorar significaba derrumbarme y sentirme desamparado, sentimiento al que me resistía con fuerza, y que se manifestaba en la rigidez de mi espalda y mi cuello. Trabajé de modo intensivo con mi cuerpo para ablandarlo a fin de que el llanto pudiera irrumpir con mayor facilidad. Liberé gran parte de la tensión de la zona superior de mi espalda golpeando regularmente la cama con los puños mientras verbalmente daba expresión a la cólera. Es necesario trabajar con el cuerpo así como con la mente para lograr los cambios que asegurarán la salud del corazón.

lunes, 6 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 10


Estrés en el trabajo y en el hogar

Por los estudios que hemos descrito, parece que hay dos tipos distintos de estrés que pueden afectar al corazón. Uno es consecuencia de las situaciones agitadas del mundo, las más veces del lugar de trabajo, y se asocia con la conducta de tipo A. El otro procede de situaciones del hogar, donde se asocia con la discordia matrimonial y una falta o pérdida de amor. Pero, estas situaciones ¿no están relacionadas? Hemos observado que la conducta del tipo A está motivada por la necesidad de una mayor autoestima, necesidad cuyo origen puede remontarse a una falta de amor incondicional en la infancia. Sin embargo, necesitamos amor incondicional incluso cuando somos adultos. Parece improbable que los que experimentan de este amor sucumban tan fácilmente al estrés como los que no lo hacen.

Aunque las situaciones de discordia marital lleven con tanta frecuencia a la hostilidad, no tienen por qué hacerlo necesariamente. La alternativa es que los cónyuges tengan una buena pelea. Ciertos conflictos se pueden discutir y resolver con calma, pero no los que tienen que ver con las cuestiones más profundas del poder y el amor propio que perturban a la mayoría de los matrimonios. Una mujer puede sentir, por ejemplo, que su esposo la utiliza, no hace caso de sus sentimientos o la humilla. Un hombre puede sentirse agobiado por la dependencia de su esposa, humillado por sus comentarios críticos o rechazado por su falta de deseo sexual. Los resentimientos de este tipo conducen a la hostilidad si no se expresan.

 Pero la expresión de sentimientos negativos generalmente provoca cólera, lo cual está muy bien si los cónyuges están dispuestos a pelearse. No todos lo están. Muchas parejas tienen miedo a expresar su cólera, porque ello trastorna la relación. A otras personas incluso les cuesta encolerizarse porque la emoción fue reprimida tan profundamente en la infancia que, de adultos, está fuera de su alcance. Sí, por una parte, sus padres se peleaban constantemente, tienden a evitar las disputas por el ambiente desagradable que crean sin resolver necesariamente nada. Mis padres nunca desahogaban su cólera entre sí, y por esto sentían una hostilidad perpetua. En consecuencia, tuve que trabajar duro en mi propia terapia para hacer más accesible mi cólera.  

Las cargas emocionales

¿Es estresante por sí misma la expresión de la cólera? Muchas personas creen que todas las emociones lo son y que el mejor modo de evitar la tensión es permanecer en calma, no permitir que la emoción nos domine y dejar que las situaciones perturbadoras pasen como se desliza el agua por el lomo de un pato. Pero no reaccionar requiere un esfuerzo, puesto que la tendencia natural es hacerlo. Los seres humanos somos organismos sensibles cuyas reacciones ante su entorno están motivadas por sus sentimientos y guiadas por sus pensamientos.

Sólo podemos reducir el sentimiento amorteciéndonos o endureciéndonos, lo cual no sólo reduce el impacto del ambiente, sino también nuestra capacidad de responder o de salir de nosotros mismos, es decir, de amar. Naturalmente, esto se convierte en una insensibilidad tanto de las fuerzas positivas como de las negativas, hacia el amor así como hacia la hostilidad. Este blindaje nos abruma y, al agotarnos, nos hace aún menos resistentes al estés.  

 Muchas personas se quejan de sufrir cargas emocionales; su cuerpo muestra tensiones similares a las que imponen los pesos físicos. Sus hombros están encogidos, su espalda, curvada y sus músculos están fuertemente contraídos, a veces hasta un punto doloroso. Las cargas emocionales son agentes estresantes tan poderosos como las cargas físicas y actúan de modo muy similar.
El cuerpo puede arreglárselas muy bien con cierta cantidad de estrés. No obstante, cuando la carga es incesante o el refrenamiento crónico, el estrés se vuelve perjudicial. El daño más grande se produce cuando dejamos de ser conscientes de los pesos que llevamos o de las restricciones que nos hemos impuestos, porque ya no sentimos la tensión en nuestro cuerpo.
A menudo es necesario controlarnos o modificar conscientemente nuestra conducta para adecuarla a la situación inmediata.
Pero antes de poder controlar conscientemente nuestras acciones debemos conocer los sentimientos que determinan una respuesta determinada, y debemos tener la capacidad de expresarlos.
En las personas neuróticas, el control inconsciente de la conducta actúa de forma que reduce su dominio de sí mismas. Este control inconsciente se manifiesta en su dificultad para decir “no”, para pedir ayuda, para llorar cuando los hieren o para enfadarse cuando los insultan.

viernes, 3 de octubre de 2014

El amor, el sexo y la salud del corazón, parte 9


La cólera reprimida

Otros varios estudios han sugerido que la hostilidad puede ser un factor determinante  de la aparición de enfermedades del corazón. Descubrieron que los niveles altos de potencial de hostilidad y “cólera interna”  - en otras palabras, cólera reprimida- “estaban en estrecha correlación con una mayor gravedad de la arteriosclerosis coronaria (CAD)”.

Estas emociones producen un exceso de norepinefrina, que actúa para movilizar todos los órganos del cuerpo, incluido el corazón, para hacer frente a una amenaza o una crisis. Si una persona actúa de forma adecuada para enfrentar a la crisis, la hormona, tras cumplir su cometido, no tiene efectos perjudiciales para ninguna parte del cuerpo. Pero la cólera contenida mantiene a una persona en situación de crisis todo el tiempo. El corazón es puesto en la situación de ser estimulado constantemente mas con imposibilidad de actuar.

Y la mayoría de las personas de nuestra cultura tienen un grado u otro de cólera reprimida. ¿En qué punto se convierte en una amenaza para la vida?
¿Por qué un ataque ocurre cuando ocurre? ¿Qué tensión inmediata de una vida individual puede desencadenar un ataque?
Se ha dicho que la pérdida de un empleo con frecuencia actúa como causa precipitante de un ataque cardíaco. La pérdida de un ser querido a causa de la muerte también puede desencadenarlo. Dado que el corazón está implicado en el amor, pero no directamente en la hostilidad y la cólera, es razonable pensar que los trastornos en el amor están en la base de la enfermedad del corazón. En este caso, una crisis inmediata en la vida amorosa de una persona puede ser un factor central para precipitar un ataque cardíaco.

El propio Friedman ha llegado a la conclusión de que la falta de amor es responsable de la conducta de tipo A. “Creemos ahora”, ha escrito, “que una de las causas que más contribuyen a fomentar la inseguridad es el hecho de que la persona de tipo A no recibiera, en los primeros años de su infancia, amor incondicional, afecto y estímulo por parte de uno de los padres o de ambos“. En esta situación, el individuo de tipo A no tiene más que una salida: embarcarse en “una lucha continua, en un intento incesante de realizar o triunfar, cada vez más, en cada vez menos tiempo”.

James Lynch también ha sugerido que una falta de amor puede causar la enfermedad del corazón. Lo que impulsó a Lynch a estudiar las “consecuencias médicas de la soledad” fue la observación de que el contacto humano puede tener un efecto positivo en el corazón de animales estudiados en el laboratorio, así como en el corazón de pacientes de las unidades coronarias.

El contacto humano

El contacto humano afecta la circulación de la sangre. Los seres humanos necesitan algún tipo de contacto amoroso. Muchas personas buscan este contacto en el matrimonio, pero no todas lo encuentran. A causa de su miedo al amor, los cónyuges con frecuencia se tratan uno al otro como adversarios y se enzarzan en luchas de poder.
Se disponen de pruebas suficientes para establecer una conexión entre las discordias matrimoniales y la aparición de enfermedades coronarias y la muerte prematura.
Sin embargo, no todos los hombres cuyo matrimonio era difícil sufrieron ataques al corazón. Es lícito suponer por tanto, que unos hombres supieron enfrentarse mejor que otros a la tensión de la discordia matrimonial.

Muchos de nosotros vivimos con las tensiones del conflicto matrimonial y con la realidad o la amenaza de ruptura de relaciones como un hecho de la vida moderna. Es importante comprender la naturaleza de estas tensiones si queremos hacerles frente con eficacia.