lunes, 30 de junio de 2014

El Arte de Amar, parte 6

Amor a Dios.

La forma religiosa del amor, lo que se denomina amor a Dios, desde el punto de vista psicológico, surge igualmente, de la necesidad de superar la separatidad y lograr la unión.
En todas las religiones teístas, Dios representa el valor supremo, el bien más deseable. Por tanto, el significado de Dios, depende de cuál sea el bien supremo para una determinada persona. En consecuencia, para comprender el concepto de Dios, comenzaremos con un análisis de la estructura caracterológica de la persona que ama a Dios.

Hasta donde se tiene conocimiento, el desarrollo de la raza humana se caracteriza por la emergencia del hombre de la naturaleza, de la madre, de los lazos de la sangre y del suelo. En el comienzo de la historia humana, si bien el hombre se encuentra expulsado de la unidad original con la naturaleza, aún se aferra todavía a esos lazos primarios. Muchas religiones primitivas son manifestaciones de esa etapa evolutiva. Un animal se transforma en un tótem; se usan máscaras de animales en los actos religiosos o en la guerra.

 En la etapa siguiente, cuando la habilidad humana alcanza la del artesano o el artista, cuando el hombre no depende ya exclusivamente de los dones de la naturaleza, el hombre transforma el producto de su propia mano en un dios. Es la etapa de la adoración de ídolos hechos de arcilla, plata u oro.

En la próxima fase evolutiva, el hombre da a sus dioses la forma de seres humanos. Esto sucede cuando el hombre se ha tornado más consciente de sí mismo, y se descubre como el bien supremo en su mundo. En esta fase de un dios antropomórfico, encontramos una evolución de dos dimensiones. Una se refiere a la naturaleza femenina o masculina de los dioses, la otra, al grado de madurez alcanzado por el hombre, y que se refleja en la naturaleza de sus dioses y la naturaleza de su amor a ellos.

Hablemos en primer término del paso de las religiones matriarcales a las patriarcales. En la fase matriarcal, el ser superior es la madre. Es la diosa, y a la vez, la autoridad en la familia y la sociedad. Para comprender la esencia de la religión matriarcal, basta recordar lo dicho sobre la esencia del amor materno. Es incondicional, omni protector y envolvente. Su presencia da a la persona amada la sensación de dicha; su ausencia produce un sentimiento de abandono y profunda desesperación. El amor materno se basa en la igualdad, ya que una madre ama a todos sus hijos por igual. Todos los hombres son iguales, puesto que todos somos hijos de una madre, porque todos somos hijos de la Madre Tierra.

Con el desarrollo de etapa patriarcal, la madre pierde su posición suprema y el padre se convierte en el ser superior, tanto en la religión como en la sociedad. La naturaleza del amor del padre le hace tener exigencias, establecer principios y leyes, y a que el amor al hijo dependa de la obediencia de éste a sus demandas. Cabe recordar, que el desarrollo de la sociedad patriarcal es paralelo al desarrollo de la propiedad privada.
Así, la igualdad de los hermanos se transforma en competencia.
Sin embargo, puesto que es imposible arrancar del corazón humano el anhelo del amor materno, no es sorprendente que la figura de la madre amante perdure, en la religión católica, por ejemplo, la Iglesia y la Virgen simbolizan a la Madre.

El otro factor, es el grado de madurez alcanzado por el individuo.
Al comienzo de la religión patriarcal, encontramos a un Dios despótico, celoso, que considera que el hombre que ha creado es de su propiedad. Es la fase en la que Dios decide destruir a la raza humana mediante el diluvio. Pero al mismo tiempo comienza una nueva etapa; Dios, según la Biblia, hace un pacto con Noé, por el cual le promete no volver a destruir la raza humana, un pacto en el que compromete su propio sentido de justicia.
La evolución va más allá, y tiende a que Dios deje de ser la figura de un padre y se convierta en el símbolo de sus principios, los de justicia, verdad y amor. Dios deja de ser una persona, un hombre, un padre; se convierte en el símbolo del principio de unidad detrás de todas las cosas, de la visión de la flor que crecerá de la semilla espiritual, que alberga el hombre en su interior. Dios se convierte en “el Uno sin nombre”; Dios se torna verdad, amor, justicia. Dios es yo, en la medida en que soy humano. La persona verdaderamente religiosa, no ama a Dios como un niño a su padre o a su madre; ha adquirido la humildad necesaria para percibir sus limitaciones, hasta el punto de saber que no sabe nada acerca de Dios. Dios se convierte en un símbolo del reino del mundo espiritual, del amor, la verdad, la justicia.

En todas las religiones, existe el supuesto de la realidad del mundo espiritual, que trasciende al hombre, que da significado y validez a los poderes espirituales del hombre y a sus esfuerzos por alcanzar el nacimiento interior.
El reino del amor, la razón y la justicia existe como una realidad únicamente porque el hombre ha podido desenvolver esos poderes en sí mismo a través del proceso de evolución. En este sentido, el hombre está completamente solo, salvo en la medida en que ayuda a otro.

Otra dimensión del amor a Dios que conviene analizar, es la diferencia fundamental en la actitud religiosa entre Oriente (China e India) y Occidente.
Para Oriente, el amor a Dios no es el conocimiento de Dios mediante el pensamiento, sino el acto de experimentar la unidad con Dios. Por tanto, lo más importante es la forma correcta de vivir. La finalidad fundamental de las religiones orientales no es la creencia correcta, sino la acción correcta. Tal actitud llevó a la tolerancia por un lado, y a dar más importancia al hombre en transformación que al desarrollo del dogma y de la ciencia.
La tarea religiosa del hombre no consiste tanto en pensar bien, sino en obrar bien, y en llegar a ser uno con el Uno en el acto de la meditación concentrada.

En lo que toca a la corriente principal del pensamiento occidental, cabe afirmar lo contrario. Puesto que se espera encontrar  la verdad fundamental en el pensamiento correcto, se otorga especial importancia al pensar, aunque también se valore la acción correcta. Tal actitud condujo a la formación de dogmas, y a la intolerancia frente al “no creyente” o hereje. Así, la persona que creía en Dios -aunque no viviera a Dios- sentíase superior a los que vivían a Dios, pero no creían en él.

Es oportuno volver a un importante paralelo entre el amor a los padres y el amor a Dios. Dijimos que al comienzo, el niño está ligado a la madre como “fuente de toda su existencia”. Luego se vuelca hacia el padre como nuevo centro de sus afectos. En la etapa de plena madurez, se ha liberado de las personas de la madre y el padre como poderes, ha establecido en sí mismo los principios materno y paterno. Se ha convertido en su propio padre y madre.

En la historia de la raza humana observamos idéntico desarrollo, desde el comienzo del amor a Dios; como la consagrada relación con una Diosa madre, a través de la obediencia a un Dios paternal, hasta una etapa madura en la que Dios deja de ser un poder exterior, en la que el hombre ha incorporado en sí mismo los principios de amor y justicia, en la que se ha hecho uno con Dios.

De tales consideraciones se deduce que el amor a Dios no puede separarse del amor a los padres. Si una persona no emerge de la relación incestuosa con la madre, el clan, la nación; si mantiene su dependencia infantil de un padre que castiga y recompensa, o de cualquier otra autoridad, no puede desarrollar un amor maduro a Dios; su religión corresponde entonces, a la primera fase, en la que se experimenta a Dios como una madre protectora o un padre que castiga y recompensa.
Cada individuo conserva en si mismo, en su inconsciente, todas las etapas desde la de infante desvalido en adelante. La cuestión es hasta que punto se ha desarrollado. Una cosa es segura: la naturaleza de su amor a Dios corresponde a la naturaleza de su amor al hombre.

Sin embargo, el amor al hombre, si bien directamente arraigado en sus relaciones con su familia, está determinado, en última instancia, por la estructura de la sociedad en que vive. Si la estructura social es de sumisión a la autoridad, su concepto de Dios será infantil y muy alejado del concepto maduro.

viernes, 27 de junio de 2014

El Arte de Amar, parte 5

Los objetos amorosos.

Como ya dijimos, el amor no es una relación con una persona específica, sino una actitud, una orientación del carácter que determina como será nuestra relación con el mundo. Si una persona ama solo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado.
 Y sin embargo, la mayoría de la gente supone que el amor está en la persona, no en la facultad. Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida.
Claro que esto no significa que no puedan apreciarse ciertas diferencias, dependiendo de la clase de objeto que se ama. Estudiemos las siguientes:

La clase básica de todos los tipos de amor es el amor fraternal. Por él se entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con respecto a cualquier otro ser humano. A esta clase de amor se refiere la Biblia cuando dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos.
En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. Para experimentar dicha identidad, es necesario penetrar desde la periferia hasta el núcleo. Si percibo en la otra persona nada más lo superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa. Si penetro hasta el núcleo, percibo nuestra identidad, el hecho de nuestra hermandad.

El amor al desvalido, al pobre y al desconocido, son el comienzo del amor fraternal. Amar a los de nuestra propia carne y sangre no es hazaña alguna.  El amor solo comienza a desarrollarse cuando amamos a los que no necesitamos para nuestros fines personales. Al tener compasión del desvalido, el hombre empieza a desarrollar su amor a su hermano, y al amarse a sí mismo, ama también al que necesita ayuda, al frágil e inseguro ser humano.

Amor Materno. Como apuntamos antes, el amor materno es una afirmación incondicional de la vida del niño y sus necesidades. Pero cabe aquí una adición: la afirmación de la vida del niño presenta dos aspectos: uno es el cuidado necesario para la vida del niño. El otro, es la actitud que inculca en el niño el amor a la vida, que crea en él el sentimiento: ¡es bueno estar vivo!, ¡es bueno ser una criatura!, ¡es bueno estar sobre la tierra!. En el simbolismo bíblico, la Tierra prometida, (la Tierra es siempre un símbolo materno),se describe como “plena de leche y miel”. La leche es símbolo del primer aspecto del amor. La miel simboliza la dulzura de la vida, el amor por ella y la felicidad de estar vivo. La mayoría de las madres son capaces de dar “leche”, pero sólo una pocas pueden dar “miel” también. Para estar en condiciones de dar miel, una madre debe ser una persona feliz.
El amor de la madre a la vida es tan contagioso como su ansiedad. Indudablemente, es posible distinguir, entre los niños, los que solo recibieron “leche” y los que recibieron “leche y miel”.

Sin embargo, la verdadera realización del amor materno no está en el amor de la madre al pequeño bebé, sino en su amor por el niño que crece.
La necesidad de trascendencia es básica en el hombre, arraigada en el hecho de su autoconciencia, en el hecho de no estar satisfecho con el papel de criatura. Necesita sentirse creador. La forma más natural y también la más fácil de lograr, es el amor y cuidado de la madre por su creación. Su amor por él da sentido y significación a su vida.
Pero el niño debe crecer. Debe emerger del vientre de la madre, del pecho; evolutivamente, debe convertirse en un ser humano completamente separado. La esencia misma del amor materno es cuidar de que el niño crezca, y eso significa desear que el niño se separe de ella. La madre debe no sólo tolerar, sino también desear y alentar la separación del niño. Es en esta etapa que muchas madres fracasan en su tarea de amor materno.

Una mujer, sólo puede ser una madre verdaderamente amante si puede amar, si puede amar a su esposo, a otros niños, a los extraños, a todos los seres humanos. La mujer que no es capaz de amar en este sentido, puede ser una madre afectuosa mientras su hijo es pequeño, pero no será una madre amante, y prueba de ello es la voluntad de aceptar la separación -y aún después de la separación- seguir amando.

Amor erótico. El amor erótico es el anhelo de fusión completa, de unión con una única persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizás, la forma de amor más engañosa que existe.
En primer lugar, se le confunde fácilmente con la experiencia explosiva de “enamorarse”, el súbito derrumbe de las barreras que existían hasta ese momento entre dos desconocidos. Pero la intimidad tiende a disminuir a medida que transcurre el tiempo. El resultado, es que se trata de encontrar amor en la relación con otra persona, con un nuevo desconocido.
El deseo sexual tiende a la fusión, pero puede ser estimulado por la angustia de la soledad, por el deseo de conquistar o de ser conquistado, por la vanidad, por el deseo de herir y aún de destruir, tanto como por el amor.

Como la mayoría de la gente une el deseo sexual a la idea del amor, con facilidad incurre en el error de creer que se ama cuando se desea físicamente. El amor puede inspirar el deseo de unión sexual; pero en tal caso, la relación física hállase libre de avidez, esta fundida con la ternura. Si el deseo de unión física no está estimulado por el amor, si el amor erótico no es a la vez fraterno, jamás conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio.

La exclusividad del amor erótico suele interpretarse erróneamente como una relación posesiva. Es frecuente encontrar parejas “enamoradas”, que no sienten amor por nadie más. Su amor es en realidad un egotismo “de dos”; es decir, al estar separados de los demás, su experiencia de unión es solo ilusión. El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a toda la humanidad, a todo lo que vive.
El amor erótico, si es amor, tiene una premisa: Amar desde la esencia del ser -y vivenciar a la otra persona- en la esencia de su ser.

Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso- es una decisión-, es un juicio, es una promesa. Un sentimiento comienza y puede desaparecer. El acto de la voluntad debe garantizar la continuación del amor. De ahí que: la idea de que una relación  puede disolverse fácilmente si no resulta exitosa es tan errónea como la idea de que tal relación no debe disolverse bajo ninguna circunstancia.

Amor a sí mismo. Es creencia común que amar a los demás es una virtud, y amarse a sí mismo es sinónimo de egoísmo. Tal punto de vista se  remota a los comienzos del pensamiento occidental. Calvino califica de “peste” el amor a sí mismo. Similarmente, amor a sí mismo se identifica con narcisismo.
Pero, el amor a los demás y el amor a sí mismo no son alternativas. Por el contrario, en todo individuo capaz de amar a los demás se encontrará una actitud de amor a sí mismo.
Amar a una persona implica amar al hombre como tal. De ello se deduce que mi propia persona debe ser un objeto de mi amor, al igual que lo es otra persona. La vida, la felicidad, el crecimiento y la libertad de nosotros, dependen de la propia capacidad de amar.

¿Cómo se explica el egoísmo? La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma, no siente placer en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él; carece de interés por las necesidades ajenas y de respeto por la dignidad e integridad de los demás. Juzga todo según utilidad; es básicamente incapaz de amar. El egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos. El individuo egoísta, en realidad se odia.
Así pues, es una persona grande y virtuosa la que, amándose a sí misma, ama igualmente a todos los demás.

miércoles, 25 de junio de 2014

El Arte de Amar, parte 4

La polarización sexual

Aún por encima de la necesidad universal de unión, surge otra más específica y de orden biológico: el deseo de unión entre los polos masculino y femenino. La polarización sexual lleva al hombre a buscar la unión con el otro sexo. Tal polaridad, existe también dentro de cada hombre y cada mujer. El hombre-y la mujer- solo logra su unión interior en la unión con su polaridad femenina o masculina. Esa polaridad es la base de toda creatividad.

Idéntica polaridad existe también en la naturaleza, no solo, como es notorio, en los animales y en las plantas, sino en la polaridad de dos funciones fundamentales, la de recibir y la de penetrar. Es la polaridad de la tierra y la lluvia, del río y el océano, de la noche y el día, de la obscuridad y la luz, de la materia y el espíritu.
El deseo sexual es una manifestación de la necesidad de amor y de unión.

La atracción erótica no se expresa únicamente en la atracción sexual. Hay masculinidad y feminidad en el carácter tanto como en la función sexual. Puede definirse el carácter masculino diciendo que posee las cualidades de: penetración, conducción, actividad, disciplina y aventura; el carácter femenino, las cualidades de: receptividad, productividad, protección, realismo, resistencia, maternidad. (Siempre debe tenerse presente que en cada individuo se funden ambas características, pero con predominio de las correspondientes a su sexo).

Si los rasgos masculinos del carácter de un hombre están debilitados porque emocionalmente sigue siendo una criatura, es muy frecuente que trate de compensar esa falta acentuando exclusivamente su papel masculino en el sexo. El resultado es el Don Juan, que necesita demostrar sus proezas masculinas porque está inseguro de su masculinidad. Cuando la parálisis de la masculinidad es más intensa, el sadismo (el uso de la fuerza) se convierte en el principal -y perverso- substituto de la masculinidad. Si la sexualidad femenina está afectada, se transforma en masoquismo o posesividad.

El amor entre Padres e Hijos.

Detenernos para analizar de cerca el amor entre padres e hijos, nos aclarará varias cuestiones. Al nacer, el infante sentiría miedo de morir, si no se le protegiera de cualquier conciencia de angustia, derivada de la separación de la madre y de la existencia intrauterina. La madre la da calor, es alimento, es el estado eufórico de satisfacción y seguridad. La realidad exterior, las personas y las cosas, tienen sentido sólo en la medida en que satisfacen o frustran el estado interno del cuerpo.(narcisismo primario).
Cuando el niño crece y se desarrolla, se vuelve capaz de percibir las cosas como son, como poseedoras de una existencia propia. Empieza a darles nombres, al mismo tiempo, aprende a manejarlas.

Para la mayoría de los niños entre los ocho y diez años, el problema consiste exclusivamente en ser amado. Antes de esa edad, el niño aún no ama; responde con gratitud y alegría al amor que se la brinda. A esa altura del desarrollo infantil, aparece en el cuadro un nuevo factor: un nuevo sentimiento de producir amor por medio de la propia actividad. Por primera vez, el niño piensa en dar algo - un dibujo, un poema, o lo que fuere. Por primera vez en la vida del niño, la idea del amor se transforma de ser amado a amar, en crear amor. Muchos años transcurren desde ese primer comienzo hasta la madurez del amor.
Eventualmente, el niño, que puede ser ahora un adolescente, ha superado su egocentrismo; la otra persona ya no es primariamente un medio para satisfacer sus propias necesidades.
Dar es más satisfactorio, más dichoso, que recibir; amar, aún más importante que ser amado. Al amar, he abandonado la prisión de soledad y aislamiento que representaba el estado de narcisismo y autocentrismo.

El desarrollo de la capacidad de amar, corre parejo a la evolución del objeto amoroso. En los primeros años, la relación más estrecha la tiene el niño con la madre. Pero día a día se hace más independiente: aprende a caminar, a hablar, a explorar el mundo por su cuenta; la relación con la madre pierde significación vital; en cambio, la relación con el padre crece.
Si bien, el padre no representa al mundo natural, significa el otro polo de la existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el hombre, de la ley y el orden, de la disciplina, los viajes y la aventura. El padre muestra el camino hacia el mundo.

Vale examinar otra razón, vinculada al desarrollo económico- social. Cuando surgió la propiedad privada, y cuando uno de los hijos pudo heredar dicha propiedad, el padre comenzó a seleccionar al hijo a quién legaría su posesión. El amor paterno es condicional. Su principio es “te amo porque llenas mis aspiraciones, porque cumples con tu deber, porque eres como yo”. El amor paterno puede ganarse, no está fuera de control, como ocurre con el de la madre.

La función de la madre es darle seguridad en la vida; la del padre, enseñarle, guiarlo en la solución de los problemas que le plantea la sociedad particular en la que ha nacido.
La madre, debe tener fe en la vida, y por tanto, no ser exageradamente ansiosa, para no contagiar al niño su ansiedad.
Querer que el niño se torne independiente y llegue a separarse de ella debe ser parte de su vida.
El amor paterno debe regirse por principios y expectaciones; debe ser paciente y tolerante, no amenazador y autoritario. Debe darle al niño que crece un sentido cada vez mayor de la competencia, y oportunamente, permitirle ser su propia autoridad.

Eventualmente, la persona madura llega a la etapa en que es su propio padre y su propia madre. Tiene, por así decirlo, una conciencia materna y paterna. La conciencia materna dice: “No hay ningún delito, ningún crimen, que pueda privarte de mi amor, de mi deseo de que vivas y seas feliz”. La conciencia paterna dice: “Obraste mal, no puedes dejar de aceptar las consecuencias de tu mala actuación, y, especialmente, debes cambiar si quieres que te aprecie”. Ciertamente, la persona madura ama tanto con la conciencia materna como con la paterna, a pesar de que ambas parecen contradecirse aparentemente. Por ejemplo: si retuviera únicamente la conciencia materna, podría perder su criterio y obstaculizar su propio desarrollo o el de los demás. Si conserva sólo la paterna, se volvería áspero e inhumano.

En esta evolución de la relación centrada en la madre a la centrada en el padre, y su eventual síntesis, se encuentra la base de la salud mental y el logro de la madurez. Si un principio, el materno o el paterno, no alcanza a desarrollarse bien, es decir, cuando los papeles de la madre y del padre se tornan confusos, se desarrollan dependencias neuróticas.
Puede mostrarse que, por ejemplo, las neurosis obsesivas se desarrollan sobre la base de un apego unilateral al padre, mientras que otras, como la histeria, el alcoholismo, la incapacidad de autoafirmarse y de enfrentar la vida, y las depresiones, son el resultado de una relación centrada en la madre.

lunes, 23 de junio de 2014

El Arte de Amar,parte 3

Elementos Básicos en el Amor

Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas de amor. Estos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.
Que el amor implica cuidado es especialmente evidente en el amor de una madre por su hijo. No creeríamos en su amor si vemos que deja de alimentarlo, de bañarlo, de proporcionarle bienestar físico; y creemos en su amor si vemos que cuida al niño. El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. La esencia del amor es “trabajar” por algo y “hacer crecer”, el amor y el trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama.

Otro aspecto del amor es el de la responsabilidad. Hoy en día suele usarse este término para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario. Ser “responsable” significa estar listo y dispuesto a “responder”.

La responsabilidad podría fácilmente degenerar en dominación y egoísmo si no fuera por un tercer componente del amor : el respeto. Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, según su raíz (respicere=mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es. Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. El respeto implica la ausencia de explotación. Es obvio que el respeto solo es posible si yo he alcanzado independencia; puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar ni explotar a nadie. El amor es hijo de la libertad, nunca de la dominación.

El cuidado y la responsabilidad serían ciegos si no los guiara el conocimiento. El conocimiento sería vacío si no lo motivara la preocupación. Y este conocimiento, sólo es posible cuando trasciendo la preocupación por mí mismo y veo a la otra persona en sus propios términos ( en sus propios zapatos). Así, puedo saber si una persona está encolerizada, aunque no lo demuestre abiertamente. Se entonces que su cólera no es más que la manifestación de algo más profundo, se que está angustiada e inquieta, que se siente sola, que se siente culpable, es decir, puedo verla como una persona que sufre y no como una persona enojada.

La necesidad básica de fundirse con otra persona para trascender de ese modo la prisión de la propia separatidad se vincula, de modo íntimo, con otro deseo específicamente humano: el de conocer el “secreto del hombre”. Nos conocemos, y a pesar de todos los esfuerzos que podamos realizar, no nos conocemos.
El mejor camino para conocer el “secreto” es el amor. El amor es la penetración activa en la otra persona, en la que la unión satisface mi deseo de conocer. Conozco de la única manera en que el conocimiento de lo que está vivo le es posible al hombre- por la experiencia de la unión- no mediante algún conocimiento por nuestro pensamiento. Ese acto trasciende el pensamiento, trasciende las palabras. Es una zambullida temeraria en la experiencia de la unión. Cabe anotar, sin embargo, que el conocimiento psicológico es necesario para el pleno conocimiento en el acto de amar.

El problema de conocer al hombre es paralelo al problema religioso de conocer a Dios. Queremos conocer a Dios por medio del pensamiento, y a lo único que podemos aspirar es a conocerlo por medio de la experiencia de la unión con él.
Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes. Constituyen un síndrome de actitudes que se encuentran en la persona madura; que solo desea poseer lo que ha ganado con su trabajo, que ha renunciado a sus sueños narcisistas de onmisapiencia y omnipotencia, que ha adquirido humildad basada en esa fuerza interior que sólo la genuina actividad productiva puede proporcionar.

jueves, 19 de junio de 2014

El Arte de Amar, parte 2

El Amor maduro

Pero además, esta fusión puede lograrse de distintas formas, y existen formas inmaduras de amor, que preferimos llamar “uniones simbióticas”, y reservar el término “amor”, a una forma específica de unión, que ha sido la virtud ideal de todas las grandes religiones y sistemas filosóficos humanísticos en los cuatro mil años de historia occidental y oriental.

En la unión simbiótica, existe psicológicamente una dependencia. La forma pasiva de la unión simbiótica es la sumisión (o masoquismo), aquí, la persona escapa del intolerable sentimiento de aislamiento convirtiéndose en parte de la otra persona, que la dirige y protege, pero carece de integridad, no ha nacido completamente. Un mecanismo similar a la idolatría.
La forma activa de la fusión simbiótica es la dominación (o sadismo). La persona sádica quiere escapar de su soledad y de su sensación de estar aprisionada haciendo de otro individuo parte de sí misma. La persona sádica es tan dependiente de la sumisa como ésta de aquella, ninguna de las dos puede vivir sin la otra.

En contraste con la unión simbiótica, el “amor” maduro significa “unión a condición de preservar la propia integridad”, la propia individualidad.
El amor es un poder activo en el hombre, un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad.
El amor es la práctica de un poder humano que solo puede realizarse en la libertad y jamás como resultado de una represión, o compulsión.

Puede describirse el carácter activo del amor afirmando que “amar” es fundamentalmente “dar”, no recibir.
¿Qué es dar?. El malentendido más común consiste en suponer que dar significa “renunciar” a algo, sacrificarse. El carácter mercantil está dispuesto a dar, pero solo a cambio de recibir, para él, dar sin recibir significa una estafa.
Para quien ama, dar constituye la más alta expresión de potencia.
Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad.
En la esfera de las cosas materiales, dar significa ser rico. No es rico el que “tiene” mucho, sino el que da mucho. El avaro que se preocupa angustiosamente por la posible pérdida de algo es, desde el punto de vista psicológico, un hombre indigente, empobrecido, por mucho que posea.
Por tanto, la pobreza que sobrepasa un cierto límite puede impedir dar, y es, en consecuencia, degradante, no solo a causa del sufrimiento directo que ocasiona, sino porque priva a los pobres de la alegría de dar.

Sin embargo, la esfera más importante del dar corresponde al dominio de lo específicamente humano: ¿Qué le da una persona a otra?. Da de sí misma- da de su alegría, de su interés, de su compasión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza, de todas las manifestaciones de lo que esta vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita.
Cuando se da verdaderamente, uno no puede dejar de recibir lo que se le da a cambio. El amor es un poder que produce amor; la impotencia es la incapacidad de producir amor.

La capacidad de amar como acto de dar, depende del proceso evolutivo de la persona. Presupone que la persona ha superado: la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás, y de acumular; y a adquirido fe en sus propios poderes humanos y coraje para confiar en su capacidad para alcanzar el logro de sus fines. En la misma medida en que carece de tales cualidades, tiene miedo de darse, y, por tanto, de amar.

martes, 17 de junio de 2014

El Arte de Amar, parte 1

Resumen del conocido libro de Erich Fromm

“El Arte de Amar” 

¿Qué es el Amor? ¿Por qué nos parece tan familiar y a la vez tan extraño? ¿Por qué si todos lo buscamos, casi nadie lo tenemos? ¿Cómo es que empezamos nuestra vida buscando y pidiendo amor, y las terminamos frecuentemente tristes y solitarios?…….
Y más extraño es que a pesar de este evidente conflicto, nadie voltea a ver cuales son las causas. ¿Qué esta fallando en nosotros, y aún en la sociedad, que nos está condenando a vivir encerrados en nosotros mismos?.A pesar de la franca deshumanización que sufrimos, nadie parece hacer nada por remediarlo. Nadie dedica un tiempo a meditarlo. Todo parece tener más importancia: éxito, prestigio, dinero; dedicamos toda nuestra energía a conseguir tales objetivos, y no dejamos nada para entender los problemas del amor.”¿Será acaso que el “amor”, que sólo beneficia al alma, pero que no proporciona ventajas en el sentido moderno, sea un lujo por el cual no conviene invertir muchas energías?”

Investiguemos un poco: ¿Por qué no encontramos el amor?. Si hacemos caso a Erick Fromm, que nos advierte de antemano.        “Todos los intentos de amar están condenados al  fracaso, a menos que procuremos, del modo más activo, desarrollar nuestra personalidad total”. Y luego continúa: “ la satisfacción en el amor individual, no puede lograrse sin la capacidad de amor al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina”.
¿Qué significa todo esto?. Visto así, el amor ya no parece un problema tan sencillo.

El primer paso es tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir.
Casi todos piensan que no hay nada que aprender en el amor, que el amor es una experiencia placentera, cuya ocurrencia es cuestión de azar, algo con lo que se tropieza si hay suerte.
De igual forma, se cree ilusamente que el problema consiste en conseguir el objeto; que amar es sencillo y lo difícil es encontrar un objeto para amar. Tal actitud puede compararse con la de un hombre que quiere ser Pintor, pero que en lugar de aprender el arte, sostiene que debe esperar el objeto adecuado, y que pintará maravillosamente bien cuando lo encuentre.

 Se cree similarmente, que lo importante es ser amado, y no tanto aprender a amar. Todos queremos que se nos ame, y por eso buscamos el éxito, el poder y las riquezas; buscamos ser atractivos; perseguimos popularidad y sex appeal casi a cualquier precio.
Por otro lado, vivimos en una cultura basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. Una mujer o un hombre atractivos  son los premios que se quieren conseguir. Se pretende lograr un buen negocio. Dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado “el mejor objeto disponible en el mercado”. Buscamos un partido ventajoso.

Otra evidente causa de lo escaso del amor en nuestra sociedad, es que muchos confunden la experiencia inicial de “enamorarse”, con la de permanecer enamorados. “Dos personas llegan a conocerse bien, su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso, hasta que su antagonismo, sus desilusiones, su aburrimiento mutuo, terminan por matar lo que pueda quedar de la excitación inicial. No obstante, al principio no saben todo esto: en realidad consideran la intensidad del apasionamiento, ese estar “locos” el uno por el otro, como una prueba de la intensidad de su amor, cuando solo muestra el grado de su soledad anterior.

Comencemos el aprendizaje de éste tan vital arte, con el estudio de la teoría:

El  duelo esencial, el conflicto fundamental en la existencia del hombre, es el hecho de que ha emergido del reino animal, ha trascendido a la naturaleza, a progresado sobre su adaptación instintiva. Esto queda representado simbólicamente en el mito de Adán y Eva, expulsados del paraíso terrenal.  Y trascendido el  estado primario, el hombre solo puede ir hacia adelante, desarrollando su razón, encontrando una nueva armonía humana en reemplazo de la prehumana, que está irremediablemente perdida.
Desde que el hombre toma conciencia de sí mismo como una entidad separada, toma conciencia de su soledad, de que ha de morir,  de que morirán sus seres queridos, de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su existencia separada y desunida una insoportable prisión.
La vivencia de esta “separatidad”, provoca angustia, es por cierto, la fuente de toda angustia. Por otra parte produce vergüenza y un sentimiento de culpa. “La conciencia de la separación humana- sin la reunión por el amor- es la fuente de la vergüenza, es al mismo tiempo la fuente de la culpa y la angustia.

La necesidad más profunda del hombre es entonces, superar su separatidad, abandonar la prisión de su soledad. El fracaso absoluto en el logro de tal finalidad significa la locura.
El hombre de todas las edades y culturas enfrenta el mismo problema; como lograr la unión, como trascender la propia vida individual y encontrar compensación. Las respuestas han variado a lo largo del tiempo, aunque en forma general, pueden resumirse en las siguientes tres.

La primera que analizaremos consiste en diversas formas de “estados orgiásticos” . En un estado de transitoria exaltación, el mundo exterior desaparece, y con él, el sentimiento de separatidad con respecto al mismo. En nuestra sociedad actual, las adicciones al alcohol, las drogas, el sexo, etc., son los medios a disposición. Cuando la experiencia orgiástica concluye, se sienten más separados aún, y ello los impulsa a recurrir a tal experiencia con frecuencia e intensidad crecientes.

Otro intento de unión, que está lejos de ser la solución, es la relación basada en la conformidad con el grupo. En la sociedad occidental contemporánea, la unión con el grupo es la forma predominante de superar el estado de separación. Se trata de una unión en la que el  ser individual desaparece en gran medida y cuya finalidad es la pertenencia al rebaño. Los sistemas dictatoriales utilizan amenazas y el terror para inducir esta conformidad. La mayoría de la gente ni siquiera tiene conciencia de su necesidad de conformismo.
De sobra decir,  que la unión por la conformidad, dictada por la rutina, suele resultar insuficiente para aliviar la angustia de la separatidad.

La tercera respuesta que en forma general a dado el hombre para superar su desolación, consiste en la “actividad creadora”, sea la del artista o la del artesano. En cualquier tipo de actividad creadora, la persona que crea se une con su material, que representa el mundo exterior a él.
La unidad alcanzada en la fusión orgiástica es transitoria; la proporcionada por la conformidad es solo pseudo unidad; la que se logra por el trabajo productivo  no es interpersonal, no involucra a  nuestros semejantes. Por tanto, constituyen meras respuestas parciales al problema de la existencia.

La solución plena está en el logro de la unión interpersonal, la fusión con otra persona, en el amor. “Este deseo de fusión interpersonal constituye la pasión fundamental del hombre, es la fuerza que sostiene a la raza humana, al clan, a la familia, a la sociedad”. la incapacidad de alcanzarlo significa insania o destrucción.

jueves, 12 de junio de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 20


Recuperar el cuerpo

Mientras una persona esté fuera de contacto con su cuerpo, está condenada a la pérdida que produjo ese estado. Todos sus esfuerzos tienen la motivación inconsciente de anular esa pérdida. Se creará ilusiones para negar el carácter definitivo de la pérdida, pero con esa misma maniobra evitará que la pérdida ocupe el lugar que le corresponde en el pasado e impedirá así funcionar como un adulto responsable en el presente.
Toda ilusión impide que la persona esté en contacto con la realidad, particularmente, la realidad de su cuerpo, y así perpetúa el sentimiento de pérdida. Creo que esto explica el por qué tanta gente tiene miedo a que la abandonen y a estar sola.

Si bien es cierto que un terapeuta no puede dar al paciente el amor que perdió cuando niño, si puede ayudarle a recuperar su cuerpo. Lo cual, no disminuye el dolor; puede que de hecho lo haga más vívido, pero ya no será un dolor que amenace la integridad del individuo. El acepta la pérdida, y al aceptarla queda libre para vivir plenamente en el presente. En vez de tratar de recuperar la pérdida a base de conseguir amor, dirige sus sentimientos a ser amoroso o a dar amor. Este cambio de actitud no lo dicta la razón, sino las necesidades del cuerpo. El cuerpo busca el placer y encuentra su mayor placer en la autoexpresión.

Entre los numerosos caminos de la autoexpresión, el amor es el más importante y el que tiene una recompensa más agradable. Conectar con el cuerpo es conectar con la necesidad de amar.
He oído a muchos pacientes decir que a medida que contactaron con sus cuerpos fueron capaces de hacer el trabajo que sus madres no hicieron. Están deseosos y quieren asumir la responsabilidad de su propio bienestar. No buscan a los demás para que les den una sensación de viveza o un sentido de sí mismos. Pero lo más importante es el hecho de que este nuevo sentido de responsabilidad no se limita a uno mismo sino que se extiende al mundo.

La responsabilidad es, como lo dijo Fritz Perls, la capacidad de responder con sentimiento. No es equivalente a deber u obligación, ya que tiene una cualidad de espontaneidad que la relaciona directamente con el grado de vida o de apertura del organismo. Es una función corporal porque requiere sensación, y a este respecto difiere del deber, que es una construcción mental independiente de la sensación y que a menudo lleva a actuar en contra de las propias sensaciones. La responsabilidad es por tanto un atributo de la persona como cuerpo.

Nada promueve tanto el sentimiento de identidad común humana como el estar en contacto con el cuerpo.
Un taller bioenergético no es como un grupo de encuentro. Los participantes no están allí para conocerse o encontrarse. La finalidad del taller es llevarles a entrar en contacto con ellos mismos, es decir, encontrarse ellos mismos en el nivel del cuerpo. Hay ejercicios de grupo, pero el énfasis se pone en la experiencia individual. Sin embargo, al contactar con ellos mismos, como individuos, también contactan con los demás como individuos.

Lo que tenemos en común como personas es el cuerpo. La educación y las ideas pueden ser diferentes, pero somos iguales en el funcionamiento corporal. Si respetamos nuestros cuerpos, respetaremos a los demás. Si sentimos lo que funciona en nuestro cuerpo, sentiremos lo que funciona en el cuerpo del ser humano que tenemos cerca. Si estamos en contacto con los deseos y las necesidades de nuestro cuerpo, sabremos las necesidades y deseos de los otros. Por el contrario, si estamos desconectados de nuestro cuerpo, estamos desconectados de la vida.

Uno puede hacerse una idea del grado de desconexión que tenemos con la vida viendo la destrucción que hemos causado en el medio ambiente: Ahí esta el caso de la polución. Lleva gestándose durante años, y la hemos ignorado porque estábamos tan preocupados de la producción que no teníamos tiempo ni para respirar. Una persona que no es consciente de la respiración no puede darse cuenta de la polución del aire….al menos hasta que sea tan peligrosa que no te deje respirar. Lo mismo se puede decir de la naturaleza, de la eliminación de la fauna salvaje, de la porquería y la basura que abunda por todas partes. Al estar desconectados de nuestros cuerpos, nos hemos desconectado del medio ambiente. La mente parece que puede funcionar correctamente en una oficina o en una biblioteca, pero el cuerpo necesita un ambiente natural para que esté vivo y sensible.

Sin cuerpo no somos nadie, y no significamos otra cosa que un número en una civilización masificada que ignora los valores humanos. Somos parte de un sistema masificado, y sin embargo nos sentimos solos y aislados. No pertenecemos a la vida, pertenecemos al mundo de las máquinas; un mundo muerto. Y ni el dinero ni las palabras cambiarán esta situación. Sólo podemos volver a la vida contactando con nuestros cuerpos. Cuando lo hagamos, encontraremos que hay fe en la vida y que el cuerpo del hombre es el cuerpo de Dios y algo en lo que creer.  

martes, 10 de junio de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 19


Estar en contacto

No se puede esperar que una persona que no está en contacto con la realidad, incluida la realidad de su cuerpo, sea un adulto responsable. La responsabilidad de entablar relaciones emocionales significativas impone una carga pesada al individuo. Es una responsabilidad que sólo se puede desempeñar cabalmente si uno está en contacto consigo mismo.

Estar en contacto significa percatarse del propio cuerpo, de cómo se expresa, de su estado de apertura y de sus esquemas de tensión.
Estar en contacto significa también comprender un poco las experiencias que han configurado la propia personalidad de uno. No me cansaré de encarecer el hecho de que el cuerpo es la piedra de toque de la realidad de uno. La persona que piensa que se conoce pero que no está en contacto con la calidad y significado de sus respuestas físicas, está actuando bajo una ilusión. Interiormente, la persona quiere alcanzar cosas, pero el impulso no puede fluir libremente a través de la armadura muscular. La acción es indecisa, tentativa, ambivalente, y naturalmente provoca una respuesta igual de ambivalente y tentativa. La situación puede ser muy frustrante e incluso llevar a resentimientos, a menos que la persona se de cuenta de su dificultad. En este caso puede decir:”quiero llegar a ti, pero me han hecho daño tantas veces que no se que hacer, no me atrevo a intentarlo. Y a esta afirmación se puede responder con simpatía y afecto.

Cuando las tensiones del cuerpo son más graves, el acto de alcanzar se puede transformar en un acto sádico o cruel. Podemos comprender este fenómeno cuando nos damos cuenta de que el impuso amoroso se ha transformado en rabia, y lo que hace es activar los sentimientos negativos bloqueados en la armadura muscular. Es lo que muestro esquemáticamente en el siguiente diagrama:



La combinación de amor y rabia dirigida hacia la misma persona es sádica; es la necesidad de hacer daño como expresión de amor. Al contrario de la persona hostil u odiosa, la persona sádica hace daño a la persona que quiere. Reich pensó que el impulso amoroso se hacía añicos al pasar por la musculatura contraída y que el esfuerzo de reconstruirlo lo transformaba en una acción dura y cruel. En esta situación, la persona que está en contacto diría: “No puedo amar, tengo demasiada hostilidad dentro”, en vez de infligir un dolor a la persona amada.

Estar en contacto no es sólo el prerrequisito de la responsabilidad, sino la esencia misma de la responsabilidad. Un adulto, al contrario de un niño, es responsable de su propio bienestar. Sin embargo, se sabe que mucha gente, especialmente los depresivos, son incapaces de asumir esta responsabilidad. Están trastornados por sentimientos de privación que provienen de la infancia y que minan su autodominio y confianza. Buscan la aprobación y parecen necesitar soporte y seguridad. Su conducta se describe como inmadura; sus relaciones se caracterizan por la dependencia. Son individuos dirigidos desde fuera porque están desconectados de sus sentimientos y de sus cuerpos.

La necesidad de amor tiene su realidad. A través del amor, es decir, a través del amor de la madre, expresado cuando le acaricia, le coge en brazos y le responde, el niño consigue el sentimiento y la identificación con su cuerpo. Sin amor, el cuerpo es una fuente de dolor; la necesidad de contacto se torna un anhelo angustioso y el niño rechaza su cuerpo lo mismo que la madre le ha rechazado a él. La  desastrosa consecuencia de la pérdida del amor de la madre es la pérdida del cuerpo. Incluso en un adulto, la pérdida de una persona a la que se quiere profundamente tiene un efecto anestesiante sobre el cuerpo; los propios sentimientos pierden su sentido, el cuerpo está como muerto.

Cualquier paciente necesita que le toquen, y eso es especialmente cierto en los pacientes depresivos. Al tocarle, evoca sus sentimientos. Al estar en contacto con él, uno expresa simpatía y comprensión hacia él. Y al tocarle físicamente con calor y sentimiento, uno le comunica su propio amor.
Ocasionalmente puede que eso requiera que el terapeuta le coja en brazos o le abrace, lo cual no se hace con el sentimiento que tiene la madre hacia el hijo o con el del amante hacia su pareja, sino con la afectividad de una persona que no tiene miedo a tocar y a querer a otro ser humano.

Si importante es ser tocado, más importante todavía es ser capaz de tocar. Al tocarme el paciente consigue contactar no sólo con quien soy yo sino también con quién es él mismo. Por lo tanto, pido por ejemplo al paciente que levante los brazos y toque mi cara, lo cual provoca gran ansiedad. Las respuestas permiten analizar y trabajar con las ansiedades del paciente relacionadas con el contacto físico. De no hacerlo, ¿cómo se puede esperar que un paciente contacte con la vida?

Es muy importante, sin embargo, que el paciente consiga contactar consigo mismo, no a través de la intervención de otra persona, que le haría depender de ella, sino a través de sus propios medios y desde en interior de sí mismo. Esto se consigue haciendo que el paciente realice los diversos ejercicios y respiraciones. Primero  descubrirá lo desconectado que está de sí mismo, y ese es el primer paso para conectar. Después descubrirá que el establecer contacto es un proceso doloroso, porque evoca sentimientos que fueron suprimidos al volverse insoportables. También es doloroso desde el punto de vista  físico, porque la oleada de sangre, energía y sensaciones dentro de los tejidos contraídos a menudo hace daño. Si tiene un mínimo de seguridad, el paciente puede aceptar este dolor como un fenómeno positivo. El dolor desaparece cuando el tejido se relaja, y el paciente descubrirá finalmente que el estar en contacto es la esencia del placer.

jueves, 5 de junio de 2014

las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 18


Abrir el corazón

Para comprender qué es eso de abrirse describo la conducta de los pájaros recién nacidos cuando aparece su madre con la comida. El pajarito abre el pico de par en par, hasta que el cuerpo es como un saco abierto. Es maravilloso verlo.



El bebé humano se abre y estira los labios de la misma manera para mamar. No es solamente la boca lo que abre, sino la garganta y todo el cuerpo. El abrirse y alcanzar, comienza con una onda de excitación en el centro del cuerpo, que fluye luego hacia arriba, hacia el pecho, y de ahí hacia los brazos, garganta, boca y ojos. El sentimiento que la acompaña se puede describir como un alcanzar desde el corazón o como un abrirse que se extiende hacia al corazón y lo incluye. El niño se abre y alcanza con amor, y de esa manera puede asimilar en su cuerpo el amor que se le ofrece.

Abrir la personalidad significa abrir el corazón a una persona para que sea capaz de expresar y recibir amor. Y así como los impulsos fluyen hacia afuera a lo largo de estas vías, las impresiones fluyen hacia adentro por esas mismas sendas. Una persona abierta siente en su corazón el afecto que los otros le profesan. Una persona abierta está libre en los dos extremos de su cuerpo. Su sexualidad está imbuida de amor por su pareja, y cada paso que da es un contacto de amor con la tierra.

Cuando decimos de una persona que tiene el corazón cerrado, queremos decir que no se puede llegar a su corazón. Si realmente se cerrara el corazón, se moriría. Se puede, sin embargo, constreñir o restringir los intentos de llegar al corazón, tanto desde arriba como desde abajo. Y uno puede convertir la caja torácica en una prisión a base de tensiones musculares que rigidizan e inmovilizan el pecho. El pecho rígido e inflado, en el lenguaje corporal, está diciendo: “No voy a dejar que llegues a mi corazón”. Esta actitud del cuerpo es el resultado de una decepción grave en una relación amorosa temprana, específicamente en la relación madre-hijo. Reich describe esta tensión como una forma de ponerse una armadura para evitar que le vuelvan a hacer daño. Sirve también para matar el dolor del daño inicial y es por tanto, una defensa contra los sentimientos.

A medida que consigo que mis pacientes contacten con sus cuerpos poco a poco, van sintiendo las frustraciones y privaciones que han producido estas tensiones. Recuerdan lo que echaban de menos una madre que no estaba “allí”, y se dan cuenta de cómo suprimieron el sentimiento para evitar el dolor; de cómo suprimieron el llanto al descubrir que producía una reacción hostil en sus padres.
Aprendieron los modos de una cultura que cree en la frustración. Aprendieron a “aguantar el tipo”, a resistir frente a la decepción. Estar en guardia se convirtió para ellos en algo normal, puesto que hacía tiempo que habían perdido la fe en obtener respuesta de sus padres. Desistieron de alcanzar nada, puesto que siempre acababa haciéndoles daño.

Finalmente aceptaron el edicto de que el amor hay que ganarlo con buenas acciones. Este mandato resume una actitud que ve al niño como un ser pecaminoso (la doctrina del pecado original) o como un ser cuyos derechos son otorgados por los padres, a condición de que se avengan a sus demandas. El niño que se somete a esta situación tiene que suprimir su propia rabia y hostilidad

La persona que está desconectada de su cuerpo no sabe que está “cerrado”. Hablará de amor e, incluso, hará gestos amorosos; pero como su corazón no está ni en sus palabras ni en sus acciones, no transmitirá convicción. Tratará de ayudar a los demás, sin darse cuenta de que está proyectando sus propias necesidades en ellos.
Al estar cerrado para sí mismo, situará su problema en el mundo exterior. De ahí que todos los esfuerzos que haga para conseguir aprobación (ser bueno, ser rico, triunfar) carezcan de sentido, porque no afectan a su ser interior. Sus triunfos o satisfacciones no tienen para él más que un valor yoico y continuará sintiéndose frustrado sin saber por qué. Al estar cerrado, no le llegan las respuestas de los demás, lo que le deja con la sensación de que no hace lo suficiente.

Cuando una persona entra en contacto con su cuerpo, se da cuenta de las restricciones y limitaciones causadas por sus tensiones musculares crónicas. Comprende su origen y siente los impulsos bloqueados. Con ayuda cualificada podrá liberar esos impulsos y disminuir o eliminar las tensiones. Paso a paso, volverá a tener la capacidad de abrirse y de alcanzar que le fue dada al nacer.
Esta capacidad, transforma al individuo de ser una persona frustrada a ser una persona que puede participar emocionalmente en el toma y daca de la vida. Antes no era capaz de dar ni de recibir amor; simplemente hacía cosas en lugar de ser.

Esta capacidad es la base de una nueva fe en él mismo y en sus sentimientos. El contactar con el cuerpo abre una nueva forma de autocomprensión que se transforma gradualmente en autoaceptación.
Veremos que amar es estar en contacto. He definido el amor como el deseo de “estar cerca de algo o de alguien”. El sentimiento del amor, como la sensación de tocar, es algo íntimo. Para tocar hay que estar cerca, y para estar cerca hay que amar.



martes, 3 de junio de 2014

Las basas biológicas de la fe y la realidad, parte 17


9. REALIDAD

Contactar con la realidad

He utilizado frases diferentes para describir al paciente depresivo: (1) persigue metas irreales o está “colgado” de una ilusión; (2) no está enraizado, y (3) ha perdido su fe. Una única situación desde tres puntos de vista diferentes. La persona que no está enraizada no tiene fe y persigue metas irreales. Por otro lado, la persona que está enraizada tiene fe y está en contacto con la realidad. Quizás la mejor manera de decirlo es que la persona que está en contacto con la realidad, está enraizada y tiene fe.

“Realidad” es una palabra que tiene un sentido distinto para cada persona. Para algunos es la necesidad de ganarse la vida; otros la igualan con la ley de la selva y también hay quienes la ven como una vida libre de las presiones de la sociedad competitiva. A pesar de que existe algo válido en cada uno de estos puntos de vista, en lo que aquí nos concierne es la realidad de uno mismo o del mundo interior propio. Cuando decimos que una persona ha perdido el contacto con la realidad, queremos decir que ha perdido el contacto con la realidad de sus ser. El mejor ejemplo es el esquizofrénico, que vive en un mundo de fantasía y no es consciente de las condiciones físicas de su existencia.

Para cualquier persona, la realidad básica de su ser es su cuerpo. A través de él experimenta el mundo y a través de él le responde. Una persona que está desconectada de su cuerpo, está desconectada de la realidad del mundo. Si el cuerpo está relativamente sin vida, las impresiones y respuestas de la persona estarán disminuidas. Cuanta más vida hay en el cuerpo, más vívidamente se percibe la realidad y más activamente se responde a ella.

El primer paso en el tratamiento de la depresión es ayudar al paciente a contactar con la realidad de su cuerpo. Cuando el cuerpo está “como muerto”,es decir, cuando no tiene sensaciones, la persona cesa de existir como individuo con una personalidad definida. Es el cuerpo el que se funde en el amor, se hiela ante el miedo, tiembla de rabia y reacciona ante el calor y el contacto.

El problema de la terapia es que la persona que está desconectada de su cuerpo no sabe de que estás hablando. Este condicionamiento es parte de la sociedad occidental y está enraizado en la ética judeo-cristiana, que ve el cuerpo como algo pecaminoso, inferior, como cárcel del espíritu.
La sobrevaloración de la mente y del espíritu han dado como resultado espíritus sin cuerpo y cuerpos sin espíritu o desencantados. El resultado final es que la religión ha perdido su eficacia como baluarte de la fe al minar las raíces del hombre en su cuerpo y en su naturaleza animal.

La resistencia a considerar a la persona como cuerpo está profundamente estructurada en la mayoría de la gente. No es una resistencia fácil de superar, porque poca gente está preparada para abandonar la ilusión de que la mente del hombre, con suficiente información, es omnipotente.
Una depresión indica que la persona funciona bajo una ilusión. Realmente uno se engaña al creer que puede dar esquinazos a la propia neurosis. Esta actitud divide la personalidad en una parte racional, la mente consciente, y otra irracional, la conducta neurótica. Y tal división conduce a la ilusión de que la mente consciente puede y debe controlar la personalidad. Cada vez que este control se rompe, el individuo siente pánico y se deprime más, lo que aumenta la necesidad de control. El individuo  se encuentra así atrapado en un círculo vicioso que no tiene salida.
Para romper el círculo, hay que conseguir que el paciente contacte con la realidad; la realidad de su situación en la vida, la realidad de sus sentimientos y la realidad de su cuerpo. Estas tres realidades no pueden separarse una de las otras.
Contactar es, de cualquier manera, el primer paso hacia la salida de la depresión y la adquisición de fe.

Mucha gente tiene la idea falsa de que los estallidos histéricos son formas válidas de autoexpresión. Son, de hecho, justamente lo contrario, porque indican una falta de autodominio y una incapacidad de sacar los sentimientos de otra forma que no sea a través del enfado.
La supresión de un sentimiento, va asociada con la supresión de todos los sentimientos: tristeza, miedo amor, etc. La idea de liberar sentimientos aterroriza a muchos. No están preparados para aceptar el dolor y el trabajo físico que supone liberar tensiones musculares. Quieren superar la depresión gracias a un esfuerzo de voluntad. Sin embargo, no es esa la forma de manejar un problema depresivo, porque no hace más que aumentar la falta de sentido de la realidad del paciente al disociarle cada vez más de su cuerpo.
No se dan cuenta de la cantidad de tensión que se ha estructurado en sus cuerpos ni de cómo estas tensiones contribuyen a su ansiedad y a ese sentimiento de indefensión.