lunes, 10 de marzo de 2014

Encuentro con la sombra, parte 48

36. EL VIENTRE
DE LA BALLENA
Joseph Campbell

Durante cuarenta años fue profesor de mitología comparada en el Sarah Lawrence College. Asimismo fue guionista y presentador -junto a Bill Moyers - de la popular serie de televisión "The Power of Myth". Campbell fue un prolífico autor que escribió, entre otras obras: El Héroe de las Mil Caras; Las Máscaras de Dios (4 vols.), The Mythic Image; Miths to Live By; The Atlas of World Mythology; El Poder del Mito y la transcripción de la entrevista realizada por Michael Toms y publicada póstumamente con el título An Open Life.

La imagen del vientre de la ballena constituye un símbolo universal del tránsito a través de un umbral mágico en el que el héroe, en lugar de conquistar o reconciliarse con el poder del umbral, es engullido por lo
desconocido y parece morir para terminar renaciendo posteriormente.

Mishe-Nahma, Rey de los Peces,
se precipitó hacia lo alto furiosamente
como un relámpago sumergiéndose en el sol,
abrió sus grandes fauces y se tragó
a Hiawatha y su canoa.]

Los esquimales del estrecho de Bering cuentan que un día, Cuervo -héroe y mentiroso- estaba secando su ropa junto a la playa cuando vio a una ballena nadando pesadamente muy cerca de la orilla. Entonces le gritó: «Amiga, la próxima vez que subas a respirar, abre la boca y cierra los ojos». Luego se vistió rápidamente sus ropas de cuervo, se puso su máscara de cuervo, cogió la leña bajo el brazo y voló por encima del agua. La ballena volvió subir a la superficie e hizo lo que Cuervo le había aconsejado. Entonces Cuervo se sumergió en sus fauces abiertas y cayó directamente en su esófago. La ballena, asustada, reventó con un estallido. Cuervo estaba de pie en su interior, mirando a toda partes.

Los zulúes cuentan una historia de dos niños y su madre que fueron tragados por un elefante. Cuando la mujer llegó al estómago del animal «vio grandes bosques, ríos caudalosos y muchas mesetas. A un lado había rocas y también muchas personas que habían construido allí su poblado, además de perros y ganado. Todo eso estaba dentro del elefante».
El héroe irlandés Finn MacCool fue devorado por un monstruo de forma indefinida conocido en el mundo céltico como peist. La muchacha alemana Red Ridinghood fue devorada por un lobo. El polinesio Maui fue comido por su tatarabuela, Hine-nui-te-po y la práctica totalidad del panteón griego, a excepción de Zeus, fue devorada por su padre, Cronos.
Tras robar el arco de la reina de las amazonas, el héroe griego Herakles se detuvo a descansar en Troya en su viaje de vuelta y se enteró de que la ciudad estaba siendo asolada por un monstruo enviado por Poseidón, el dios del mar. La bestia se acercaba a la orilla y devoraba a la gente de la llanura. La belle Hesione, hija del rey, había sido atada como víctima propiciatoria por su propio padre a una roca que se hallaba a orillas del mar pero Herakles aceptó salvarla a cambio de un rescate. Cuando el monstruo salió de las profundidades marinas y abrió su enorme boca, Herakles se lanzó dentro de su garganta, se abrió paso hasta su estómago y acabó con su vida.

La enorme difusión de este símbolo subraya el hecho de que atravesar el umbral implica algún tipo de muerte del yo. Su similitud con la aventura de las Symplegades es evidente pero, en nuestro caso, el héroe, en lugar de dirigirse hacia los confines del mundo visible se encamina hacia el interior para terminar renaciendo. Se trata de un estado equiparable a la entrada del devoto en el templo donde se le recuerda que -aunque inmortal -no es más que polvo y cenizas. El interior del templo, el vientre de la ballena y el reino de los cielos que rodea los confines del mundo son una y la misma cosa. Por este motivo, los alrededores y las entradas de los templos están flanqueadas y protegidas por gárgolas colosales: dragones, leones, demonios armados sedientos de sangre, amenazadores enanos, bueyes alados, etcétera. Estos son los guardianes del umbral que se encargan de mantener alejados a quienes son incapaces de soportar su propio silencio. Estas son las primeras encarnaciones del aspecto peligroso de la presencia de lo numinoso (que se corresponden con los ogros mitológicos que rodean el mundo convencional o las dos hileras de dientes de la ballena), que sirven para ilustrar la necesaria transformación que debe experimentar el devoto. De este modo, en el momento de entrar en el templo, el devoto, al igual que la serpiente muda su piel, debe despojarse de su ropaje secular. Una vez dentro puede decirse que ha muerto al tiempo y que ha retornado al Útero Cósmico, al Ombligo del Mundo, al Paraíso Terrenal. El hecho de que nadie pueda ver físicamente a los guardianes del templo no invalida su significado, ya que si el intruso los ignora es como si se hubiera quedado fuera. Quien es incapaz de comprender a un dios lo percibirá como un demonio y tratará de huir de él. La entrada en el templo y el viaje del héroe a través de las fauces de la ballena constituyen, pues, la expresión alegórica de un proceso de centramiento y renovación de la vida.

«Ninguna criatura -escribe Ananda Coomaraswamy - puede ascender en la escala de la naturaleza sin dejar de existir.» En realidad, el cuerpo físico del héroe puede ser realmente descuartizado, desmembrado y esparcido sobre la faz de la tierra o diseminado sobre la superficie del mar -como ocurre en el mito egipcio de Osiris, que fue colocado en un sarcófago y arrojado al Nilo por su hermano Set, y asesinado y descuartizado en catorce pedazos que fueron esparcidos por toda la tierra. Los héroes gemelos de los Navajos deben atravesar rocas que aplastan, juncos que cortan al viajero en pedazos, agujas de cactus que los aguijonean y arenas hirvientes que los abrasan. Quien ha superado su apego al ego atraviesa una y otra vez los límites del mundo y entra y sale del dragón como un rey que deambula por las habitaciones de su palacio. Este viaje de ida y vuelta demuestra que lo Increado y lo Imperecedero está por encima de las polaridades del mundo fenoménico y que, por consiguiente, no hay nada que temer.

Es por ello que, a lo largo y ancho de todo el mundo, aquellos hombres cuya función ha sido la de hacer visible sobre la tierra el misterio de la muerte del dragón -que permite renovar la vida- han encarnado en sus cuerpo este gran acto simbólico, diseminando su carne, al igual que ocurría con el cuerpo de Osiris, en aras de la renovación del mundo. En Frigia, por ejemplo, el decimosegundo día del mes de Marzo se cortaba un pino y se llevaba al santuario de la diosa madre Cibeles. Allí era amortajado, como si de un cadáver se tratara, con telas de lana y adornado con guirnaldas de violetas y en su centro se colocaba la efigie de un hombre joven.
Al día siguiente, tenían lugar las lamentaciones ceremoniales acompañadas por el sonido de trompetas. El veinticuatro de Marzo, conocido como el Día de la Sangre, el sacerdote de mayor rango hacía manar sangre de sus brazos y la ofrendaba mientras sus acólitos giraban como derviches al son de las flautas, trompas, tambores y címbalos hasta que caían en un trance extático, hendían su cuerpo a cuchillazos y rociaban con su sangre el altar y el árbol, y los novicios, imitando al dios cuya muerte y resurrección celebraban, se castraban a sí mismos hasta caer y perder el sentido.

Con idéntico espíritu, al arribar al decimosegundo año de su reinado, el rey de Quilacare, una provincia situada al sur de India, celebraba un solemne festival en el que, tras construirse un andamio de madera adornado con telas de seda, tomaba un baño ritual de purificación en el estanque sagrado y, acompañado de música y un gran cortejo, se dirigía al templo donde rendía adoración a lo divino. Luego subía al cadalso y, tomando un afilado cuchillo, comenzaba a cortarse, ante la enfervorecida concurrencia, tanta carne como
fuera capaz de su nariz, orejas, labios, etcétera. Luego arrojaba los pedazos cortados y giraba sobre sí esparciendo los pedazos de su cuerpo hasta  vislumbrar que comenzaba a perder el sentido por la gran cantidad de sangre perdida. En ese momento, cercenaba sumariamente su garganta.

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