viernes, 20 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 21


14. LA LUZ DE LA SALUD
Y LA SOMBRA DE
LA ENFERMEDAD
Larry Dossey

En cierta ocasión, el poeta Gary Snyder señaló que sólo quienes son capaces de descuidar al planeta Tierra están en condiciones de trabajar por su supervivencia ecológica. Con este paradójico comentario subrayaba una cuestión que suele olvidarse con demasiada frecuencia: la estrechísima relación existente entre los opuestos, incluso entre opuestos tan extremos como la supervivencia y la muerte de nuestro planeta.

También extremos tan polares como la salud y la enfermedad se hallan indisolublemente unidos. Sin embargo, la creencia de que la enfermedad es el heraldo de la muerte, el presagio de la extinción personal, y de que, por tanto, debe ser exterminada, se halla tan extendida que parece insólito sugerir siquiera la existencia de tal vínculo. Pero esta relación entre «opuestos» jamás desaparecerá. Impregna nuestros huesos, se infiltra en nuestra sangre, está arraigada en nuestra sabiduría colectiva, perdura todavía intacta en muchas culturas orientales y se halla presente entre nosotros a pesar de la sofisticada tecnología médica desplegada en las «cruzadas» internacionales emprendidas con la intención de erradicar definitivamente
las principales enfermedades de nuestro tiempo de la faz de la tierra.

Hemos olvidado cómo pensar sobre la enfermedad. En realidad intentamos no pensar en ella y la expulsamos de nuestra mente hasta el momento del chequeo anual o hasta que contraemos alguna enfermedad. Nos decimos que para estar sanos hay que pensar sanamente y creemos que eso supone no
pensar en la enfermedad. Huimos de la enfermedad y tenemos miedo de asistir al funeral de un amigo muerto, de visitar a un enfermo, de ir a la consulta del dentista, del internista, del médico de cabecera, del pediatra y del ginecólogo.
Pero es imposible no pensar en la enfermedad. Los resfriados comunes o la enfermedad de un amigo constituyen una especie de recordatorio continuo. La muerte está urdida en el mismo tejido colectivo de la estructura social. Por más que lo intentemos jamás podremos eliminar totalmente la presencia de la
enfermedad.

Todo acto de salud conlleva su opuesto, su lado oculto, porque nos recuerda lo que estamos tratando de evitar: La enfermedad y la muerte son inevitables y por más que lo intentemos jamás podremos separar a la salud de la enfermedad y al nacimiento de la muerte. Del mismo modo que la luz siempre va acompañada de la oscuridad, nuestro entusiasmo por la salud sólo aumenta nuestra sensibilidad hacia el fenómeno de la enfermedad y de la muerte; se trata de dos fenómenos tan ligados entre sí que jamás pueden presentarse aisladamente.
La enfermedad puede ser considerada como si fuera una cosa en sí misma, con necesidades propias -la necesidad de ser tenida en cuenta, de ser escuchada, de ser cuidada, de entrar en contacto con ella. La enfermedad [puede ser] considerada como algo razonable, algo con lo que se puede tratar, con lo que se puede pactar. Esta visión contrasta profundamente con nuestra forma habitual de pensar sobre el cáncer o el ataque cardíaco como algo que acecha dispuesto a acabar con nosotros.

Tal vez en la actualidad estemos redescubriendo esa visión orgánica del mundo que tan bien conocían los pueblos primitivos de nuestro planeta. Lo cierto es que carecemos de las respuestas necesarias para comprender la salud y la enfermedad y que nuestra sociedad está resentida por las promesas incumplidas y la deshumanización de la medicina moderna. No creo, sin embargo, que este resentimiento -cuya existencia es innegable- se canalice adecuadamente ya que se dirige abiertamente contra el «sistema».
Pero el «sistema» somos nosotros mismos. Estamos decepcionados con nosotros mismos por haber renunciado a asumir nuestra propia responsabilidad, por habernos traicionado, por habernos olvidado de lo que una vez supimos, por haber cortado nuestra conexión orgánica con el mundo en que vivimos.

Estamos aprendiendo, profunda y dolorosamente, que longevidad no es lo mismo que calidad de vida. Estamos descubriendo la vacuidad de conceptos tales como «intervalo de salud». Ya no podemos seguir ignorando que nuestra noción de salud es incompleta.
¿Pero de qué nos hemos olvidado? En mi opinión se trata de la enfermedad, la sombra que acompaña siempre a la luz de la salud, una sombra que nos conecta orgánicamente con el mundo, nos ratifica que la naturaleza del mundo no puede ser forzada y nos lleva a darnos cuenta de que es imposible concebir la salud sin tener, al mismo tiempo, conciencia de la enfermedad y, de ese modo, aceptar la enfermedad del mismo modo que aceptamos la salud.

Nuestra cultura, sin embargo, cree que podemos aceptar uno de los dos polos negando al otro, que podemos tener lo blanco sin lo negro, disfrutar de las alturas sin descender a las profundidades, gozar de la salud sin padecer la enfermedad o del nacimiento sin la muerte. Nuestra ceguera nos hace creer que sólo es cuestión de tiempo, mano de obra y de ampliación del presupuesto destinado a la investigación y consideramos que la invitación a superar el pensamiento dualista -o esto o aquello- constituye un paso atrás hacia formas de pensamiento primitivas que no concuerdan con el potencial de la edad contemporánea.
Pero no es el hombre primitivo el que ha comprendido la naturaleza indivisible de los opuestos sino que se trata de una visión de la sabiduría perenne que pertenece a la tradición de los místicos y de los poetas de todas las épocas.

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