miércoles, 4 de septiembre de 2013

Pedagogía del Oprimido, parte 7

Capítulo 3 (continuación)

Finalmente, no hay diálogo verdadero si no existe en sus sujetos un pensar verdadero. Pensar que percibe la realidad como un proceso, que la capta en constante devenir y no como algo estático.
Se opone al pensar ingenuo, que ve “el tiempo histórico como un peso”, de lo que resulta que el presente debe ser algo normalizado y bien adaptado. La meta es apegarse a ese espacio garantizado, ajustándose a él y al negar así la temporalidad, se niega a sí mismo.

Para realizar esta concepción de la educación como práctica de la libertad, ésta empieza, no al encontrarse el educador-educando con los educando-educadores en una situación pedagógica, sino antes, cuando aquél se pregunta en torno a qué va a dialogar con éstos.  Dicha inquietud en torno al contenido del diálogo es la inquietud a propósito del contenido programático de la educación.

Para el “educador bancario”, en su antidailogicidad, la pregunta, obviamente, no es relativa al contenido del diálogo, que para él no existe, sino que respecto al programa sobre el cual disertará a sus alumnos. Y a esta pregunta responde él mismo, organizando su programa.

Para el educador-educando, dialógico, problematizado, el contenido programático de la educación no es una donación o una imposición, un conjunto de informes que hay que depositar, sino la devolución organizada. La educación auténtica, no se hace de A para B, sino de A con B, con la mediación del mundo.
El Humanismo, -dice Furter- consiste en permitir la toma de conciencia de nuestra plena humanidad, como condición y obligación, como situación y proyecto.

No serían pocos los ejemplos que podríamos citar de programas de naturaleza política, simplemente docente, que fracasaron porque sus realizadores partieron de una visión personal de la realidad. Sin tomar en cuenta en ningún instante, a los hombres en situación a quienes dirigían su programa, a no ser como meras incidencias de su acción.

“Debemos enseñar a las masas con precisión lo que hemos recibido de ellas con confusión” Mao

Quien actúa sobre los hombres para, adoctrinándolos, adaptarlos cada vez más a la realidad que debe permanecer intocada, son los dominadores.
Lamentablemente, en este engaño de la concepción bancaria caen muchas veces los revolucionarios, en su empeño por obtener la adhesión del pueblo, se acercan a las masas campesinas o urbanas con proyectos que pueden responder a su visión del mundo, más no necesariamente a la del pueblo.

Se olvidan de que su objetivo fundamental es luchar con el pueblo para la recuperación de la humanidad robada y no conquistar al pueblo. Al revolucionario le cabe liberar y liberarse con el pueblo y no conquistarlo.

El empeño de los humanistas debe centrarse en que los oprimidos tomen conciencia de que por el hecho mismo de estar siendo alojadores de los opresores, no están pudiendo ser.

Por lo tanto, el acercamiento a las masas populares no es para llevar un mensaje “salvador”, en forma de contenido que ha de ser depositado, sino para conocer, dialogando con ellas, tanto la objetividad en que se encuentran, como la conciencia que de esta objetividad estén teniendo, vale decir, la percepción que tengan de sí mismos y del mundo.

Sin respeto por esta visión particular del mundo que tenga o que esté teniendo el pueblo, cualquier programa se convierte en invasión cultural, realizada quizá con la mejor de las intenciones, pero invasión cultural al fin.

En verdad, lo que debemos hacer es plantear al pueblo, a través de ciertas contradicciones básicas, su situación existencial, concreta, presente, como problema que, a su vez, lo desafía, y haciéndolo le exige una respuesta, no a un nivel intelectual, sino al nivel de la acción.

Nuestro papel no es hablar al pueblo sobre nuestra visión del mundo, o intentar imponerla a él, sino dialogar con él sobre su visión y la nuestra. Por ello, muchos educadores y políticos hablan sin ser entendidos. Su lenguaje no sintoniza con la situación concreta de los hombres a quienes hablan. Y su habla es un discurso más, alineado y alienante.

Si ha de haber comunicación eficiente, es preciso que el educador y el político sean capaces de conocer las condiciones estructurales en que el pensamiento y el lenguaje del pueblo se constituyen  dialécticamente.
Esta búsqueda es la que instaura el diálogo de la educación como práctica de la libertad. Es el momento en que se realiza la investigación de lo que llamaremos el universo temático del pueblo, o el conjunto de sus temas generadores.

Antes de preguntarnos lo que es un tema generador, cuya respuesta nos aclarará lo que es el “universo mínimo temático”, nos parece indispensable desarrollar algunas reflexiones.

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