viernes, 27 de septiembre de 2013

Pedagogía del Oprimido, parte 16

Invasión cultural 

Finalmente sorprendemos, en la teoría de la acción antidialógica, otra característica fundamental - la invasión cultural. Característica que, como las anteriores, sirve a la conquista.

Ignorando las potencialidades del ser que condiciona, la invasión cultural consiste en la penetración que hacen los invasores en el contexto cultural de los invadidos, imponiendo a éstos su visión del mundo, en la medida misma en que frenan su creatividad, inhibiendo su expansión.

La invasión cultural tiene doble propósito: por un lado, es en sí dominante, y por el otro, es táctica de dominación.
Toda dominación implica una invasión que se manifiesta no sólo físicamente, en forma visible, sino a veces disfrazada y en la cual el invasor se presenta como si fuese el amigo que ayuda. En el fondo, la invasión es una forma de dominar económica y culturalmente al individuo.

En la invasión cultural, es importante que los invadidos vean su realidad con la óptica de los invasores y no con la suya propia. Cuanto más mimetizados estén los invadidos, mayor será la estabilidad de los invasores.
Una condición básica para el éxito de la invasión cultural radica en que los invadidos se convenzan de su inferioridad intrínseca. Así, como no hay nada que no tenga su contrario, en la medida en que los invadidos se van reconociendo como “inferiores”, irán reconociendo necesariamente la “superioridad” de los invasores. Los valores de éstos pasan a ser la pauta de los invadidos. Cuanto más se acentúa la invasión, mayor es el deseo de éstos por parecerse a aquéllos: andar como aquellos, vestir a su manera, hablar a su modo.

En la medida en que una estructura social se denota como estructura rígida, de carácter dominador, las instituciones formadoras que en ella se constituyen estarán, necesariamente, marcadas por su clima, trasladando sus mitos y orientando su acción el estilo propio de la estructura. Los hogares y las escuelas, primarias, medias y universitarias, no pueden escapar a las influencias de las condiciones estructurales objetivas. Funcionan como agencias formadoras de futuros “invasores”. Las relaciones padres-hijos en los hogares reflejan de modo general, las condiciones en que participan. Y si éstas son condiciones autoritarias, rígidas, dominadoras, penetran en los hogares que incrementan el clima de opresión.

La influencia del hogar y la familia se prolonga en la experiencia de la escuela. En ella, los educandos descubren temprano que, como en el hogar, para conquistar ciertas satisfacciones deben adaptarse a los preceptos que se establecen en forma vertical. Y uno de estos preceptos es el no pensar.

Introyectando la autoridad paterna a través de un tipo rígido de relaciones, que la escuela subraya, su tendencia al transformarse en profesionales , por el miedo a la libertad que en ellos se ha instaurado, es la de aceptar los patrones rígidos en que se deformaron.
Tal vez esto explique la adhesión de un gran número de profesionales a una acción antidialógica.
Cualquiera que sea su especialidad, su condición inquebrantable es la de que les cabe “transferir”, “llevar” o “entregar al pueblo sus conocimientos, sus técnicas”.

Se ven a sí mismos como promotores del pueblo. No se debe escuchar al pueblo para nada, pues éste, “incapaz e inculto, necesita ser educado por ellos para salir de la indolencia provocada por el subdesarrollo”.
Les parece “absurdo” hablar de la necesidad de respetar la “visión del mundo” que esté teniendo. La visión del mundo la tienen sólo los profesionales…..

Renunciar al acto invasor significa, en cierta forma, superar la dualidad en que se encuentran como dominados por un lado, como dominadores, por otro.
Significa renunciar a todos los mitos de que se nutre la acción invasora y dar existencia a una acción dialógica. Significa, dejar de estar con ellos como “extranjeros”, para estar con ellos como compañeros.

La revolución cultural debe ser la continuación necesaria de la acción cultural dialógica que debe ser realizada en el proceso anterior del acceso al poder.
La “revolución cultural” asume a la sociedad en reconstrucción en totalidad, en los múltiples quehaceres de los hombres, como campo de su acción formadora.
Tal como lo entendemos, la “revolución cultural” es el esfuerzo máximo de concienciación que es posible desarrollar a través del poder revolucionario, buscando llegar a todos, sin importar las tareas específicas que éste tenga que cumplir.

La formación técnico-científica de los hombres no es antagónica con la formación humanista, desde el momento en que la ciencia y la tecnología, en la sociedad revolucionaria, deben estar al servicio de la liberación permanente, de la humanización del hombre.

En la medida en que la concienciación, en y por la “revolución cultural“, se va profundizando, en la praxis creadora de la sociedad nueva, los hombres van socavando los viejos mitos, que en el fondo no son sino las realidades forjadas en la vieja sociedad.

Por estas razones, defendemos el proceso revolucionario como una acción cultural dialógica que se prolonga en una “revolución cultural”, conjuntamente con el acceso al poder.
De este modo, en la medida en que ambos -liderazgo y pueblo- se van volviendo críticos, la revolución impide con mayor facilidad el correr riesgos de burocratización que implican nuevas formas de opresión y de “invasión”, que sólo son nuevas imágenes de la dominación.

La invasión cultural, que sirve a la conquista y mantenimiento de la opresión, implica que el punto de decisión de la acción de los invadidos esté fuera de ellos, en los dominadores invasores. Y en tanto la decisión no radique en quien debe decidir, sino que esté fuera de él, el primero sólo tiene la ilusión de que decide.
Por esta razón, no puede existir el desarrollo socioeconómico en ninguna sociedad dual, refleja, invadida.

Por el contrario, para que exista desarrollo es necesario que se verifique un movimiento de búsqueda, de acción creadora, que tenga su punto de decisión en el ser mismo que lo realiza. Es necesario, además, que este movimiento se dé no sólo en el espacio sino en el tiempo propio del ser, tiempo del cual tenga conciencia.

Al prohibírseles el acto de decisión, que se encuentra en el ser dominador, éstos sólo se limitan a seguir sus prescripciones.
Los oprimidos sólo empiezan a desarrollarse cuando, al superar la contradicción en que se encuentran, se transforman en los “seres para sí”.
Es necesario no confundir desarrollo con modernización. Ésta, en el fondo, sólo interesa a la sociedad metropolitana. La sociedad simplemente modernizada, no desarrollada, continúa dependiente del centro  externo. Esto es lo que ocurre y ocurrirá con cualquier sociedad dependiente, en cuanto se mantenga en su calidad de tal.

Después de este análisis en torno de la teoría de la acción antidialógica, podemos repetir lo que venimos afirmando a través de todo este ensayo: la imposibilidad de que el liderazgo revolucionario utilice los mismos procedimientos antidialógicos utilizados por los opresores para oprimir. Por el contrario, el camino del liderazgo revolucionario debe ser el del diálogo, el de la comunicación, el de la confrontación cuya teoría analizaremos a continuación.

Primeramente, queremos hacer referencia al momento de la constitución del liderazgo revolucionario y a algunas de sus consecuencias básicas, de carácter histórico y sociológico, para el proceso revolucionario.
De modo general, este liderazgo es encarnado por hombres que de una forma u otra  participaban de los estratos sociales de los dominadores.

En un momento determinado de su experiencia existencial, bajo ciertas condiciones históricas, éstos renuncian, en un verdadero acto de solidaridad, a la clase a la cual pertenecen y adhieren a los oprimidos. Dicha adhesión, cuando es verdadera, implica un acto de amor y de real compromiso.
Implica un caminar hacia ellos. Una comunicación con ellos.

No es fácil que el liderazgo, que emerge como un gesto de adhesión a las masas oprimidas, se reconozca como contradicción de éstas.
Al buscar esta adhesión y sorprender en ellas un cierto alejamiento, puede confundir esta desconfianza como si fuesen índices de una natural incapacidad de ellas. Racionalizando su desconfianza, se refiere a la imposibilidad del diálogo con las masas populares antes del acceso al poder, inscribiendo de esta manera su acción en la matriz de la teoría antidialógica. De ahí que muchas veces, al igual que la élite dominadora, intente la conquista de las masas, se transforma en mesiánica, utilice la manipulación y realice la invasión cultural. Por estos caminos, caminos de opresión, el liderazgo o no hace la revolución o, si la hace, ésta no es verdadera.

El papel del liderazgo revolucionario radica en buscar los verdaderos caminos por los cuales pueda llegar a la comunión con ellas. Comunión en el sentido de ayudarlas a que se ayuden en la visualización crítica de la realidad opresora que las torna oprimidas.

Lo que distingue al liderazgo revolucionario de la élite dominadora no son sólo los objetivos, sino su modo distinto de actuar. Si actúan en la misma forma sus objetivos se identifican.

Analicemos ahora la teoría de la acción cultural dialógica, intentando, como en el caso anterior, descubrir sus elementos constitutivos.

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